El mundo en tus manos... Bueno, pata [Moderado Nivel 5 - Ellie]

La loba había experimentado una serie de sucesos bastante complicados de digerir desde que había llegado al archipiélago. Aquél lugar era sumamente bonito, cada manglar tenía su toque peculiar, y lo hacía especial. Sin embargo, no estaba allí por ocio, desgraciadamente, sino por una tarea que le había costado entender. Y sobre todo, de la cual no entendía su asignación. Pero no era su trabajo cuestionar las asignaciones, quizá, con suerte, en un futuro no muy lejano el ser encargado de asignar las misiones fuese ella. Y cualquiera que la conociese, sabía que la joven agente era brillante en ello.

En cualquier caso, Ellie había viajado hasta Sabaody sin saber muy bien qué tenía que hacer allí. Sólo le indicaron un par de datos, que viajara hasta el manglar cincuenta y dos, y que contactara con Óscar Trudeau. La mink dejaba pocas cosas a la improvisación, por lo que justo al recibir la información, se puso a indagar entre los archivos del gobierno quién era ese tal Óscar. Y lo que leyó no la calmó. Por lo visto era un marine de dudosa reputación, y que inexplicablemente, había logrado una -demasiado- buena posición dentro de la marina. Los informes de Óscar no hacían sino incrementar la poca fé que la loba tenía en él. Pero si quería lograr el éxito en su misión, no le quedaba otra que hablar con él y estar a su entera disposición.

Trudeau no dió muchas vueltas, y en la intimidad se abrió a la agente. Algo raro pasaba en el archipiélago. Más raro de lo común, realmente. Era por todos sabido que unos manglares del archipiélago eran frecuentados por maleantes que causaban destrozos, pero tanto marina como gobierno hacían la vista gorda en bastantes ocasiones. Al fin y al cabo, no les interesaba demasiado perder a muchos agentes por una zona del archipiélago que habían perdido años atrás. Aquella zona, aunque se limpiase, pronto volvería a ser como antes, lo cual dejaba en evidencia el sistema gubernamental actual. Pero Ellie no estaba allí para hacer un juicio sobre ello tampoco. Devolvió la mirada al marine y éste lo entendió como un cuéntame más. Y eso hizo.

El problema era que había mucha afluencia de gente en el manglar veintisiete, por lo visto había armas de por medio, y ya habían ido tres agentes a buscar información, sin mucho éxito.

El marine le entregó una especie de den den mushi que jamás había visto la mink, era tan diminuto que parecía que solo lo podría usar un par de veces. Tras ello, Óscar le comentó que tenían un barco preparado para que desembarcara en dicho manglar, y tras ello, le dejó el marrón.

La agente tenía claro que debía actuar, y ya había puesto su maquinaria a pensar en cómo hacerlo. Lo cierto era que si realmente había armas de por medio, era un tema bastante delicado. Quién sabe cuántas vidas de inocentes se salvarían con cada arma que se incautara. Sí, sin duda tenía que actuar.

La loba caminó hasta el barco, y una vez allí, buscó si había alguien más. En caso afirmativo, les pediría que fuesen al manglar veintisiete, cuanto antes averiguase qué pasaba allí, mejor. Si no había nadie más en el barco, ella misma se encargaría de zarpar hacia el manglar veintisiete, aunque nadie le garantizaba que acabase allí.

Independientemente de ello, lo que sí haría sería ir hasta el baño, y emplear su maquillaje para teñirse de negro, añadiéndose manchas marrones y rojizas por todo el cuerpo. No sabía si alguien la había visto hablar con Óscar, pero era mejor garantizarse que no metía la pata en algo tan sencillo de evitar.

Antes de llegar al manglar veintisiete, intentaría observar desde la lejanía que se cocía por allí, aunque no sabía si podría llegar a alguna conclusión sin estar dentro del meollo.

Cosas:

Ellie confió su vida temporalmente a Matías, un maleante de poca monta al que la marina tenía pillado por los huevos. Y le hacía llevar a cabo una serie de entregas para “dejarle” tranquilo, algo que sin duda, tanto la marina como el gobierno hacía en numerosos casos.

Volviendo la vista al manglar, no había que ser un lince para ver la cadena de mando de los maleantes. Un par de señores con mal vocabulario se encargaban de atizar, tanto física como verbalmente, al resto de maleantes, que movían cajas de un lado a otro con una coordinación digna de admirar para uno de esos sitios. ¿Qué habría en las cajas?

Antes de siquiera pisar la isla, el olor a pestilencia de aquellos trabajadores inundó las fosas de Ellie hasta el punto de querer vomitar. El tener unos sentidos tan agudizados, a veces no traía consecuencias positivas.

La loba cogió una barra de labios de sabor vainilla y se untó las zonas cercanas a las fosas nasales, esperando que el olor se quedara temporalmente en su interior. Quizá le denegase la opción de poder oler en un periodo breve de tiempo, pero al menos no le haría vomitar en mitad de la operación.

Y tras ello, la mink echó el último vistazo al manglar, justo antes de poder bajar del barco. Observó que había una serie de puestos repartidos por la zona que quizá le tuviesen más que decir que aquellos dos maleducados tipos.

Decidida, la mink tenía claro en su cabeza qué hacer. Se haría pasar por alguien del bajo fondo que quería una serie de sustancias para sus negocios, aunque esperaba no tener que dar muchos datos, ya que la información que había recopilado en la oficina era escasa. Pero seguro que aquella gente no hacía muchas preguntas con tal de vender.

La loba intentó no llamar la atención a la par que caminaba desprendiendo seguridad de cada pisada, como si no fuese la primera vez que caminaba por allí. No paró hasta llegar al primer puesto que había visto, y una vez allí, intentaría divisar algo que le hiciese saber a qué diablos se dedicaba aquél hombre. Si no veía nada, simplemente se acercaría y preguntaría.

- Disculpe, estoy cerrando una importante operación por aquí… ¿Con quién tengo que hablar para que esos de ahí -comentaría a la par que hacía una mueca señalando a los dos maleducados que insultaban al resto- se marchen y me dejen el manglar veinticuatro horas?

Quizá la mink había sido demasiado directa para la poca información que tenía, pero por alguna razón había tenido una corazonada. Quién sabe si acababa de sellar su tumba.

La joven loba mantuvo la calma cuando aquél fornido hombre contestó de manera directa y menospreciando su raza -o más bien a ella-. Afortunadamente, lidiaba con ese tipo de situaciones casi todos los días. Además, se esperaba algo peor, por lo que simplemente se limitó a sonreír, ya tenía la información que necesitaba, debía buscar a un tal Rufus, que debía estar, a juzgar por los signos del hombre, en algún lugar del gigantesco manglar.

- Claro, muchas gracias… Aunque… Antes de irme, una última pregunta. ¿Para qué reclutáis? -finalizaría, señalando con la mirada el cartel y clavando su mirada en la del tipo tras ello, mostrando una sonrisa picaresca.

Lo cierto era que aquél lugar no gustaba mucho a la mink, pero tenía que empezar a sentirse algo más cómoda o lo echaría todo a perder. Una vez el humano diese una respuesta, Ellie se alejaría de allí e iría en busca de otro puesto, intentando caminar con la misma firmeza y determinación que había hecho con anterioridad. Lanzaría curiosas miradas paulatinas en busca del lugar donde los trabajadores debían estar cargando las cajas. Con suerte, sería un barco.

Entre tanto, iría pensando en cómo podía ella identificar al tal Rufus… Lo sencillo hubiera sido preguntar algún rasgo distintivo, pero quizá, en aquella ocasión, la curiosidad habría acabado con la mink. Si algo había aprendido durante sus años en la agencia, era que muchas preguntas seguidas traían problemas, tanto si era la joven loba la que las hacía como si alguien se las hacía a ella.

Tras caminar un poco, y tanto si había visto el lugar donde depositaban las cajas o no, probaría fortuna en la siguiente parada; otro puesto.

- Disculpe, estoy buscando a Rufus, ¿podría decirme dónde está?

Quizá la línea más directa fuese la más sencilla, aunque a veces era la que más problemas traía. El tiempo diría si la agente estaba tomando la mejor decisión en aquél momento.

La gran obra. Aún seguía pensando en qué diablos sería aquello. ¿Qué estaban intentando construir? ¿Acaso era una obra legal? ¿O puede que fuese un símil con el cual dieran a entender que la actividad era diferente? Seguramente fuese aquella la opción real, ya que viéndolo desde fuera, el gobierno no hubiera actuado ante un simple rumor.

La joven loba notó cómo aquél tipo la seguía mirando, y no era el único, se sentía observada, aunque cuando devolvía la mirada parecía que nadie la estaba enfocando. No dejaba de ser un detalle lo suficientemente vital como para tomar cartas en el asunto; Tendría que volver a disfrazarse, aunque antes de ello, podía enfocar aún más las miradas en su ser.

Mientras observaba, la agente se dió cuenta de algo. Las cajas las iban amontonando en una sucesión de hasta cinco navíos, que a su vez, las llevarían a algún lugar. Parecía lo más sensato seguir la senda de los barcos para que la llevaran al epicentro del posible crimen, pero, ¿cómo podía hacerlo?

Mientras la larga cola parecía cada vez más eterna, Ellie fijó su mirada en los que se encontraban a su alrededor. Allí halló a dos piratas con cierto renombre, de los que la historia decía que se habían visto envueltos en una titánica pelea. Sin embargo, ahí estaban, susurrando algo que la joven no llegaba a percibir. Cuando solo quedaban cuatro o cinco personas delante suya, la loba decidió entablar conversación con los que estaban por detrás, intentando encontrar alguna respuesta más.

- Perdonad, ¿vosotros os habéis apuntado a la gran obra? No me han dejado muy claro qué tendría que hacer… Pero me gustaría colaborar, y no sólo económicamente -comentó, tras ver uno de los carteles de la caseta-

Una vez llegase a la primera posición de la cola, y tras la petición del hombre, la mink le daría sietemil berris de su cartera.

- Siento no poder dar más, señor. Pero en casa no tenemos casi para comer. Son los ahorros de nuestra vida, pero confíamos en lo que están haciendo. Y dígame si le puedo ayudar de cualquier otra manera. ¿Qué podría hacer?

Ellie no había necesitado mucho tiempo para deducir lo que allí estaba pasando. Quizá estaba en lo erróneo, pero tenía una sospecha bastante firma de la situación. La gran obra era una actividad ilegal encubierta. Quizá para muchos, o puede que para pocos, pero la cuestión es que aquella gente estaba aportando mucho dinero y bienes, que de alguna manera, tendrían que ver recompensados. Estaban siendo… Socios, quizá. Los socios, suelen tener más información, por lo que quizá si le tiraba aquél tipo de la lengua… Podría obtener algo.

Dependiendo de si la agente se salía con la suya o no, se alejaría de todo el mundo para volver a maquillarse y ser una nueva mink en la zona, aunque antes de nada, intentaría captar si había alguno más cerca. En caso contrario, debería de tener una coartada. Tantos minks diferentes en el mismo lugar, podía tirar por tierra todo lo que estaba empezando a construir.

El hablar con aquella gente había dado sus frutos, aunque fuera de manera parcial. La mink había recibido una información por la que podía tirar. Era normal que con tanta gente, hubiese cierto descontrol. Tan solo tendría, o bien que encontrar al maldito y escurridizo Rufus, o acercarse a los dos tipos que voceaban tan enérgicamente. No parecía excesivamente complicado.

Sin embargo, el tipo de la cola se limitó a derivar el problema hacia otra dirección, que casualmente era a la que iban todas las preguntas; Rufus. La loba disimuló su frustración y acabó marchándose, en busca de un baño que encontró por casualidad.

El baño estaba increíblemente sucio. Ellie cogió un poco de papel y limpió el espejo lo mejor que pudo, y antes de cambiar su aspecto, intentó memorizar al máximo posible el que tenía en ese momento. Más allá de las tonalidades, que eran bastante obvias, se centró en cada mancha que había pintado. Puede que tuviese que volver a disfrazarse de nuevo, y si su coartada no funcionaba, tendría que recurrir de nuevo al mink número uno.

Tras unos minutos, la mink salió del baño. Su aspecto lucía distinto, el pelaje posterior tenía un color rojizo, mientras que el frontal lucía de un beige clarito. Ellie se había basado en los colores de los zorros, y esta vez había optado por ser menos creativa con las manchas, una única mancha a la altura del cuello, y de un color marrón, ligeramente más oscuro que el beige.

Se paseó adoptando un andar distinto, y llegó hasta la gente que daba constantes voces. Les miró firmemente, y no dudó en adoptar un semblante serio y un tono firme.

- Entre voz y voz se os ha olvidado ubicarme -comentó, esperando una respuesta de aquellos dos-. Estoy buscando a Rufus, pero no le encuentro. Supongo que vosotros dos sabréis decirme qué tengo que hacer, ¿no?

La loba esperaba que aquellos dos simios se achantaran un poco ante ella, aunque no las tenía todas consigo. Realmente necesitaba, o bien encontrar a Rufus, o bien que la ubicasen e ir obteniendo información poco a poco. En cualquier caso, aquella misión parecía que se iba a resolver de manera lenta, y hacía mucho que la agente no tenía una de esas. En su interior, estaba contenta, podría mostrarle a la agencia de qué era capaz.

Al misterioso halo de Rufus se unía el de un tal Arístides, que por lo visto, compartía algo con el primero. Estaban reunidos. Quién sabe si era un socio, o algo más importante aún. La mink se anotó el nombre en su libreta mental, y asintió ante la respuesta de aquél humano sobre el transporte de cajas. Arqueó ligeramente la ceja al ver la fusta, pero se dijo a sí misma que tenía que continuar con la farsa.

Se acercó hacia el conjunto de cajas, cogió una y la tambaleó ligeramente hasta apoyársela en el pecho. Durante el camino la fue moviendo un poco, y notó que su contenido era metálico. Pensó durante unos segundos qué sería aquello. ¿Armas? Sus sospechas empezaban a cobrar cada vez más sentido, aunque seguían sin ser fiables.

Una vez depositó la caja donde le dijeron, se fijó en que un par de tipos estaban cuchicheando. No dudó en acercarse y poner la oreja, y lo que escuchó fue miel para sus oídos. Los peones estaban echando jornadas abusivas, y aquello solo significaba una cosa; descontento. Se arrimó a los dos tipos, y susurró desde detrás.

- Perdonad, os acabo de oír. No os giréis o nos pondrán en el punto de mira… Yo llevo cinco días sin descansar -susurró a la par que tosía-. Es mi primer día aquí fuera… Y está siendo un infierno. Solicité el cambio y me dijeron que hablase con Rufus, y después con un tal Arístides… Pero nadie me dice dónde están. ¿Qué diablos es todo esto? ¿Y qué estamos transportando?

La loba se puso alerta, aquél farol que se estaba tirando era uno de doble filo. Si los dos humanos hacían preguntas, habría cierto riesgo a sucumbir. Por otro lado, pese a que la probabilidad no era muy alta, si alguien le escuchaba o los humanos la delataban, podría perderlo todo. Durante unos segundos después de lanzar las preguntas, Ellie se arrepintió de haberlo hecho. Estaba muy cerca pero a la vez muy lejos.

La mink ya había hecho dos amigos. Por un momento se temió lo peor cuando uno de los dos tipos se sorprendió ante los cinco días que había dicho. El otro simplemente la acusó de escaquearse, aunque no la culpó y dijo que él hubiera hecho lo mismo. Y recibió una información muy valiosa: Había gente clasificando la mercancía. Y se confirmaban las peores sospechas de la agente… El material era armamento, ya que uno de sus dos nuevos compañeros había visto balas de cañón en cantidades industriales, y, además, hizo un comentario al que la loba solo pudo asentir. Hacen falta para la gran obra, ¿no?

Ahí se dió cuenta que todos y cada uno de los allí presentes debían saber qué era aquello llamado gran obra, y ella, sin embargo, contaba con esa desventaja. Una muy grande, sinceramente.

Y entonces, el aviso de que Rufus iría allí por la noche se hizo popular entre los presentes. Ellie se preparó mentalmente para el momento, y pensó qué manera sería la más sencilla para sacar el máximo de información. Por un lado, ya tenía a dos integrantes con los que compartir información, y por otro, tendría cerca a Rufus para identificarle. Quizá, si se hacía con algún cotilleo más, podría intercambiar aún más información con aquellos dos tipos sin llamar la atención.

Una vez todos estaban presentes y esperando a Rufus, la agente se mezcló entre la multitud sin hacer demasiado ruido, y, sorprendida por el contundente silencio de todos los presentes, escuchó cada palabra del que sin duda, era un querido líder allí. Rufus habló sobre el sacrificio de todos los trabajadores, a los cuales prometió recompensar cuando todo acabase. Sin duda, Rufus parecía un cargo importante dentro de la jerarquía de todo lo que allí se estaba moviendo, y la mink no tenía más remedio que obtener más información.

Una vez el humano se bajó mientras todos le hacían la pelota y le aplaudían y vitoreaban, la agente se fue moviendo entre la gente y procedería a seguirle, siendo lo más silenciosa y discreta que pudiese. Puede que el hombre fuese a su casa, o quizá se reuniese con alguien más en la clandestinidad. Pero lo único cierto era que si le seguía, obtendría algo más de información. Cualquier cosa le valía llegados a aquél punto.

La mink se fue cubriendo con todo aquello que pudo mientras ojeaba cómo cuatro humanos custodiaban a Ruffus. Todos lucían un porte fornido, y caminaban con una seguridad digna de cualquier guardaespaldas. Ellie continuó caminando hasta que llegó a un punto en el cual tuvo que parar.

Tras abandonar la zona portuaria, los cinco humanos pasaron a una zona prácticamente deshabitada. En ese momento, la agente tuvo que adaptarse al medio, y decidió caminar en la lejanía hacia una dirección perpendicular a la que iban los humanos. Giró el cuello en algunas ocasiones y pudo observar una residencia enorme. Parecía un lugar impenetrable… Entre los enormes muros y los focos alumbrando casi todos los rincones…

Y, para más inri, una gran cantidad de Den Den Mushis ejercían de sistema de videovigilancia. El riesgo de ser pillado in fraganti era muy alto, sin embargo, parecía que entrar allí era la clave para llevar a cabo la misión.

La loba pensó durante unos minutos qué hacer. Le vinieron a la mente una cantidad de opciones tan inmensa que tuvo que analizar una a una hasta llegar a la que pensó que podía ser la más útil. Se tocó el den den mushi y pensó si debía avisar de lo que iba a hacer, pero después llegó a la conclusión de que quizá era mejor intentarlo antes. Al fin y al cabo, probablemente esa llamada sólo retrasara lo que estaba a punto de hacer.

Ellie observó detenidamente cada Den Den Mushi, y posteriormente cada foco. Los focos apuntaban al suelo, pero con el sistema de videovigilancia no lo tenía tan claro. Si la joven podía y desde la lejanía por la que estaba, intentaría tirar un par de piedras para ver si se movían o tenían algún sistema de movimiento que detectase.

Y, desde la lejanía, empezaría su plan. Usando Geppou ascendería a una altura lo suficientemente segura como para que no le detectaran. Si con su experimento de las piedras había captado que los Den Den Mushis captaban movimiento, se encargaría de ellos lanzando unas pequeñas cantidades de lava para romperlos. En caso contrario, se limitaría a intentar acceder a un lugar poco vigilado.

Si no encontraba ningún lugar con poca vigilancia y donde los focos no fueran un gran problema, intentaría ver si había alguna puerta trasera en la mansión. Si no la había, se limitaría a dejarse caer en el techo e intentaría acceder a los interiores desde ahí.

La verdad es que la propia Ellie no se creía lo que estaba haciendo. El corazón le palpitaba cada vez más intensamente. ¿Dónde diablos se estaba metiendo? Por otro lado, si aquello salía bien… Seguro que podría encontrar una gran cantidad de información de vital importancia para el gobierno en aquella casa. Seguro que todo salía bien… O eso quería crear la agente.

La mink profirió una serie de insultos tras haber desactivado los primeros Den Den Mushis y lo que ello desencadenó. Un intenso y desagradable sonido empezó a taladrar los tímpanos de la loba, hasta tal punto que estuvo a punto de caer desde el cielo. La alarma había saltado, pero aquello no era lo único, sino que una gran cantidad más de sonidos se unieron creando una catastrófica melodía que, por narices, obligaron a la agente a dar media vuelta y sobrevolar el cielo lo más rápido que pudo. Descendería cuando estuviese lo más cercana a cualquier lugar que pudiera usar para cubrirse, y entre tanto, se llevaría las patas a los oídos, intentando cesar ese taladrante sonido que, de seguir así, le costaría más de un disgusto.

Una vez en el suelo, caminaría lentamente y cubriéndose con todo aquello que le ayudase a no ser vista. Pero permanecería en el lugar, intentando contar la cantidad de agentes de seguridad que había allí dentro. Un total de nueve se presenciaron en el lugar de la infracción. La agente pensó qué hacer, y a su mente llegaron muchas opciones. Lo más útil hubiera sido intentar atraerlos donde los focos no llegaban, pero la -a veces- ingenua Ellie pensó que, sin tener una certeza de todo lo que estaba pasando, asesinar a aquella gente no era una opción. Aunque… Quién sabe qué información obtendría. Desde luego, su primera opción de obtener datos valiosos se había caído momentáneamente.

Una vez todo volviese a la normalidad -si es que volvía-, la loba volvería sobre sus pasos a la plaza. Con suerte encontraría a alguien con quien poder charlar, en caso contrario, se acurrucaría en el lugar más plácido que encontrase y esperaría pacientemente hasta que la aguja pequeña del reloj se posicionase sobre el número de la buena suerte. Con suerte podría echar alguna que otra cabezada.

Cuando la mink estaba en su quinto sueño, un grito desde la megafonía le hizo sobresaltarse. Se despertó con el corazón agitado, aunque no sabía si era fruto de sus sueños o de lo que había vivido la noche anterior. Había sido demasiado temeraria, mucho más de lo que jamás hubiera pensado que podría ser… Quizá había sido una especie de brote, una revelión a la Ellie más tranquila. Quién sabe.

Una multitud de gente se congregó alrededor de Rufus, que se encontraba allí mismo, en el puerto, a primerísima hora. La mink corrió hacia el lugar y se mezcló entre la gente para estar lo más cerca posible del humano. Y, muy a su pesar, todo se descubrió. Rufus supo que habían intentado acceder a su casa, y aprovechó para dar las gracias al pueblo por haberle ayudado a construir sus sistemas de seguridad, y tras ello, comentó que esa seguridad se incrementaría notablemente. Tras ello, instó a todos a trabajar.

La loba pensó en qué hacer, sin embargo, no pudo pensar demasiado, ya que un tipo le dió un par de azotes a la par que le obligaba a ir al muelle a llevar cajas. La agente le miró. Intentó poner cara triste, aunque su mente estaba pensando en tantas cosas, que no sabía si lo estaba haciendo bien.

A medida que se iba aproximando a una de las cajas, fue repasando lo que su mente había establecido como plan. Por el día realizaría las labores que los jefes le encargaran, dejándose ver por sus compañeros de trabajo e intentando sacar el máximo de información posible, y por la tarde/noche, se escondería e intentaría ver algún punto débil en aquella mansión. Ya fuera una zona sin vigilar, cambios de turnos entre miembros de seguridad que siguiesen algún tipo de patrón, o incluso entregas a domicilio continuadas. Cualquier cosa valdría para poder establecer un plan de acceso paralelo. Porque si algo tenía claro la loba, es que la misión pasaba por entrar a aquél lugar y obtener el máximo de información de ella. Incluso podría detener a Rufus, aunque con la seguridad vista, sería una misión complicada.

Cuando la mink ya había llevado unas cuantas cajas, se acercó a un grupo del almacén, e intentó iniciar una conversación.

- Hola troncos, soy más o menos nueva por estos lares... Mi nombre es Elliot. ¿Vaya movida hay montada no? Tengo un poco de canguelo. ¿Se ha infiltrado más veces el gobierno o esta es la primera?

La verdad es que el curso de jerga callejera impartido en las oficinas le estaba siendo de bastante provecho en aquél momento. Aunque quién sabe si daría con los únicos cultos del lugar. El caso es que necesitaba información, y cuanto antes mejor. Si aquél grupo no respondía sus preguntas, o no le daba ninguna respuesta útil, probaría con el siguiente que viese, pero siempre habiendo dejado un intervalo de tiempo razonable, para que la gente no empezase a pensar cosas.

Estaba estableciendo una de sus personalidades. Elliot, una mink un poco pasota, que usa jerga callejera y a la cual no le temblará el pulso en insultar o darse de palos contra la gente. Un contraste bastante grande con la propia Ellie. Pero oye, seguro que le valía de algo todo aquello.

La joven mink se quedó boquiabierta y no puedo evitar lamerse la pata en varias ocasiones y de manera inconsciente. De entre todos y cada uno de los allí presentes, catetos y sucios como piratas que eran, le había tocado el único intelectual.

- Disculpe, señor. No volverá a pasar.

La loba se limitó a apartarse lentamente mientras pensaba en quién era aquél tipo. Le sonaba mucho de haberlo visto en algún wanted… ¿Jeremías ‘Protocolo’ Llargas-Vosa? Probablemente fuese él, el capitán de los Piratas Caballerosos, cuya recompensa, si no le fallaba la memoria, era de algo más de cien millones de berris. Aquello chocó a la agente, que continuó con su pensamiento sobre lo importante de aquella misión. Si había gente cuya recompensa era tan alta, y cuyo renombre era bastante conocido -tanto el capitán de los Piratas Caballerosos como Augusto 'The Rock' Trenziss o Lucius Agony-, era por algo. Se estaba cociendo algo bastante importante, y probablemente el bajo mundo estuviese en el foco de la acción.

Continuó cargando cajas observando a sus compañeros, hasta que el sol se fué alejando, acabando desapareciendo y dando pie a lo que el día anterior se había perdido. Rufus no hizo acto de presencia, por lo que Ellie se vió obligada a buscar más información. Y qué mejor que hacerlo de mano de borrachos y gente cuya cota de drogas en vena superaría la de cualquier político tras un mitin.

La loba había visto el percal y se metió de lleno dentro. Había ido a distintos puestos a pedir cervezas, dejándose ver y participando en cada uno de los juegos que tenían de una manera u otra.

En el primer puesto, pidió una cerveza mientras un grupo de cuatro personas jugaban al poker. Animó un par de manos y dejó caer la cerveza tras darle un único trago. En el segundo, un numeroso grupo de humanos lanzaba cuchillos a un pobre hombre que no hacía más que pedir que parasen. Cuando uno de los participantes clavó su cuchillo en el muslo del humano, fingió que la cerveza se le había caído al suelo del susto y salió corriendo en dirección al tercer puesto. En el tercero volvió a pedir otra cerveza, y esta vez le tocó bailar el himno pirata. Lo hizo moviendo todo su cuerpo al ritmo de la música, y cuando la canción acabó no había ni gota de cerveza en su copa.

Se acercó a un par de hombres vomitando que olían a alcohol y orín. Demasiado para la agente. Y se sentó cerca, lanzando un par de preguntas.

- Perdonad, no sé dónde estoy… -haría una pausa para fingir hipo- ¿Qué es esto de la gran obra?

Si la conversación lo permitía, introduciría alguna pregunta más, como quién era ese tal Rufus o por qué era el jefe.

Seguidamente, y dando fingidos tumbos se acercaría hacia el grupo de cantantes, a los que haría una serie de preguntas también.
- Yo también soy músico… ¿Tenéis algún instrumento para mí? ¿Podría tocar con vosotros?

Quizá, si se hacía amiga de los músicos podría pertenecer a un grupo y el obtener información sería más sencillo.

Finalmente, tanto si podía haber tocado algo o no, e independientemente de cómo se hubiera dado la noche, fingiría salir corriendo a vomitar y se perdería entre la noche, acercándose hacia la mansión de Rufus. Se quedaría en algún lugar que le permitiese cubrirse, y pasaría allí la noche entera, buscando algún punto débil en aquella vasta zona. Quizá alguien que entrase a repartir algo, cambios de turno de vigilantes, alguna alarma que sonase… Cualquier cosa valdría.

La mink había obtenido algo de información. Rufus no era ni más ni menos que Rufus Tiffanies. Aquél apellido chocó a la loba, aunque no tuvo que pensar mucho, puesto que el borracho pronunció el nombre de su padre. Y vaya si sabía quién era. Mikhail Tiffanies. El dueño del bajo mundo durante una gran época. De él decían muchas cosas, y a él se le atribuían numerosas atrocidades. Y por lo visto… Iba a terminar el trabajo de su padre.

Aquello le erizó el pelo. ¿Qué diablos estaban haciendo entre todos? Cada cachito de información que recibía le hacía temerse algo aún peor. Tenía que dar con información clave lo más pronto posible, o todo aquello no valdría de nada.

Cuando se marchó hasta las cercanías de la mansión, empezó a observar que entrar allí iba a ser muy complicado. Primero, por el sistema de vigilancia, y segundo, por la seguridad. El único punto débil que la agente encontró, fue durante una milésima de segundo. Después de que diferentes aves diesen sus buenos días, uno de los caracoles cerró sus ojos, y el foco que tenía que cubrir el terreno tardó un suspiro en llegar. Aquello abría un pequeño rayo de esperanza, sin embargo… Era muy pequeño.

La mink pensó entonces en una vía alternativa a la par que se iba hacia la plaza. Intentó recordar la zona de nuevo y ver si había alguna alcantarilla cercana. Al fin y al cabo, el lugar tenía que tener algún sistema de canalización subterránea para las aguas fecales, ¿no? Quizá todo aquello fuese mucho más seguro que jugárselo todo a una milésima de segundo. Puede que otra alternativa fuese volar a una altura lo suficientemente alta como para que los caracoles no pudiesen grabarla. Aunque claro, al caer… Quizá, si caía como pequeñas gotas de lava, los operarios de seguridad no se percatasen.

En cualquier modo, tendría un día entero para pensar qué hacer mientras seguía llevando cajas de un lugar a otro. Entre caja y caja la agente empezó a toser, quizá fruto del frío de la noche anterior. Genial, ahora no podría entrar en la mansión o la acabarían descubriendo por su tos. Cuando acabase su jornada, Ellie pediría una sudadera, un abrigo o cualquier capa que le pudieran dar, y, tras ello, volvería de nuevo al lugar desde donde observaba la mansión, en busca de alguna pista sobre su alcantarillado y preparada por si alguno de los caracoles cerraba los ojos para emprender su viaje.

Espera. ¿Acaso…? Sí. Si la memoria no le fallaba… Faltaba un día para tener luna llena, ¿verdad? Aquello hizo sonreir a la loba, consciente de que durante la luna llena, su cuerpo mutaba y adquiría una serie de características que emplificaban su potencia física. Si en algún momento podía cruzar aquél lugar sin que la viesen, era durante su fase sulong.