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Resucitando muertos e invocando criaturas monstruosas demuestras que tu poder no es en absoluto turbio. El monstruo colosal que acabas de llamar resulta imponente con su gran estatura. Aunque cuando se ve obligado a agacharse porque el techo es demasiado bajo, pierde un poco de efecto. Por su parte, el payaso se muestra irritado, furioso, por haber insultado su numerito, a pesar de lo cual saca tiempo para ponerte verde.
-Controlas a aquellos que han muerto -te recrimina-. Eres como ese tipo que usaba collares. Durante un tiempo trabajamos en el mismo circo, ¿sabes?
Mientras habla, saca más globos de sus bolsillos y los va hinchando. Cada uno tiene una forma diferente, todas divertidas y animadas -según el gusto del payaso, claro-. Grotescos seres, desde perros con dos cabezas hasta un globo normal con brazos al que llama Jerry, pasando por un caballo-balancín, un árbol con alas y una cosa con seis brazos armado con sables, se abalanzan sobre tus queridos no-muertos, avasallándolos con su superioridad numérica y el molesto ruidito que hacen cuando rozan unos con otros. Entre ese ruido se oye el entrechocar del acero en un túnel cercano, pero eso es otra historia.
De repente, todas las criaturas-globo se vuelven negras. Si has deducido que están todas imbuidas en haki, has acertado. Si no... bueno, deberías tenerlo en cuenta. Para colmo, el payaso saca otro globo, uno negro esta vez, y más grande que los demás. Tiene que esforzarse visiblemente por hincharlo; bajo el maquillaje se pone rojo. Cuando tiene una bola enorme que choca con las paredes y el techo, empieza a darle forma con sus poderes hasta que obtiene... Oh, a tú criatura. El Daemancer hinchable, cargado con haki de armadura, es un poco más pequeño que el tuyo, lo justo para que no tenga problemas de movilidad, y se abalanza contra el tuyo con ferocidad.
Y entre la marabunta de cosas raras que se pegan en el túnel, un cuchillo negro, largo y endiabladamente afilado, surge entre ellas y busca tu cuello con la velocidad de una bala.
Katharina von Steinhell
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Mientras el payaso recriminaba a la bruja, ella aprovechó el momento para activar su mantra y así tener algo de ventaja. Había algo que aquella criatura no sabía, y era que Katharina no solo controlaba a los muertos. Podía hacer muchas más cosas, pero primero tenía que pensar. Pensar. Todos tenían alguna debilidad, por ejemplo la de la bruja era la fuerza bruta. Intentó descubrir algún punto débil, pero no encontró nada.
—Menudo circo te has montado —comentó cuando vio que su rival comenzó a inflar e inflar globos y más globos. Ante ella se presentaron diversas criaturas de todas formas—. Qué gusto más malo tienes, payaso.
Frente a ella había un gran número de enemigos a los que enfrentar y ellos ya habían superado a sus tropas. De un momento a otro algo quedó claro: el hombre era usuario de haki de armadura. Aquello también indicaba que podía ser usuario de mantra, pero no era algo completamente seguro. Katharina en una ocasión tuvo la desdicha de enfrentar a un enemigo inusualmente fuerte, un ex capitán de la Marina, y apenas pudo sobrevivir a ese encuentro. Desde ese entonces había pasado algo de tiempo y ahora era capaz de hacerle frente a enemigos más fuertes, o eso esperaba ella.
«Es ahora o nunca», se dijo en sus pensamientos. Mientras el hombre inflaba un globo negro, Katharina aprovechó el momento y se preparó para la batalla. No le tomó mucha atención a cómo el payaso se esforzaba por llenar de aire el globo y darle forma, pues se concentró en sus hechizos. Pronto la piel de la bruja comenzó a cambiar, cubriéndose de feas escamas que recordaban la apariencia de un dragón. «Escamas de Dragón es lo que necesito por si algo sale mal... », pensó mientras sentía el poder de la magia fluyendo por todo su cuerpo.
Cuando alzó la mirada se impresionó al ver la habilidad del payaso. ¡Había hecho un Daemencer! ¡Un Globo-Daemencer! La única diferencia que había era que la invocación real era más grande y sus manos, flameantes, pronto quemarían al enemigo. Katharina intentó mantenerse concentrada y pensar la forma de luchar de su rival… Hasta ahora sólo había hecho luchar a Doris, por lo tanto no podía inferir mucho más.
De pronto una siniestra imagen apareció en su mente: ella bañada en un charco de sangre con el cuello rajado. Tuvo apenas un segundo para reaccionar y notar el opaco brillo del cuchillo que se aproximaba a ella a toda velocidad. Su cuerpo no se movió tan rápido como hubiese querido, pero alcanzó a retroceder justo cuando la navaja rozó la superficie de su cuello, provocando una herida superficial. Un hilillo de sangre escurrió por su cuello. No podía negar que era un dolor sumamente agudo, pero al menos se había salvado. Sus rodillas alcanzaron a flexionarse medio segundo antes de que el cuchillo alcanzase su cuello, para así echarse para atrás dando un brinco.
—Maldición, debo estar más atenta. Si no hubiera sido por este conjuro, ya estaría desangrándome en el suelo —susurró para sí—. Tú, el gyojjin, deja de brillar de una maldita vez. Arruinas todo —le ordenó—. Usa tu karate gyojin para deshacerte de los estúpidos globos y tú, enano, cubre al tritón luminoso.
El corazón palpitaba rápidamente y sentía la adrenalina fluir por todo su cuerpo, pero pese al calor de la batalla tenía que mantener fría su cabeza si es que quería continuar con vida. Payasos… Globos… ¿Plástico? ¿Ese sonido tan molesto se debía al plástico? Si era así, tenía que comprobar una cosa. Retrocedió unos cuantos metros dando pequeños saltitos para luego apuntar, con su mano, hacia delante. Poco y nada le importaba que su hechizo le diese a sus aliados, pero la idea era deshacerse del payaso. Cerró los ojos durante un segundo y luego canalizó la energía mágica para descargar una poderosa bola de fuego que avanzó a toda velocidad por el túnel.
—Menudo circo te has montado —comentó cuando vio que su rival comenzó a inflar e inflar globos y más globos. Ante ella se presentaron diversas criaturas de todas formas—. Qué gusto más malo tienes, payaso.
Frente a ella había un gran número de enemigos a los que enfrentar y ellos ya habían superado a sus tropas. De un momento a otro algo quedó claro: el hombre era usuario de haki de armadura. Aquello también indicaba que podía ser usuario de mantra, pero no era algo completamente seguro. Katharina en una ocasión tuvo la desdicha de enfrentar a un enemigo inusualmente fuerte, un ex capitán de la Marina, y apenas pudo sobrevivir a ese encuentro. Desde ese entonces había pasado algo de tiempo y ahora era capaz de hacerle frente a enemigos más fuertes, o eso esperaba ella.
«Es ahora o nunca», se dijo en sus pensamientos. Mientras el hombre inflaba un globo negro, Katharina aprovechó el momento y se preparó para la batalla. No le tomó mucha atención a cómo el payaso se esforzaba por llenar de aire el globo y darle forma, pues se concentró en sus hechizos. Pronto la piel de la bruja comenzó a cambiar, cubriéndose de feas escamas que recordaban la apariencia de un dragón. «Escamas de Dragón es lo que necesito por si algo sale mal... », pensó mientras sentía el poder de la magia fluyendo por todo su cuerpo.
Cuando alzó la mirada se impresionó al ver la habilidad del payaso. ¡Había hecho un Daemencer! ¡Un Globo-Daemencer! La única diferencia que había era que la invocación real era más grande y sus manos, flameantes, pronto quemarían al enemigo. Katharina intentó mantenerse concentrada y pensar la forma de luchar de su rival… Hasta ahora sólo había hecho luchar a Doris, por lo tanto no podía inferir mucho más.
De pronto una siniestra imagen apareció en su mente: ella bañada en un charco de sangre con el cuello rajado. Tuvo apenas un segundo para reaccionar y notar el opaco brillo del cuchillo que se aproximaba a ella a toda velocidad. Su cuerpo no se movió tan rápido como hubiese querido, pero alcanzó a retroceder justo cuando la navaja rozó la superficie de su cuello, provocando una herida superficial. Un hilillo de sangre escurrió por su cuello. No podía negar que era un dolor sumamente agudo, pero al menos se había salvado. Sus rodillas alcanzaron a flexionarse medio segundo antes de que el cuchillo alcanzase su cuello, para así echarse para atrás dando un brinco.
—Maldición, debo estar más atenta. Si no hubiera sido por este conjuro, ya estaría desangrándome en el suelo —susurró para sí—. Tú, el gyojjin, deja de brillar de una maldita vez. Arruinas todo —le ordenó—. Usa tu karate gyojin para deshacerte de los estúpidos globos y tú, enano, cubre al tritón luminoso.
El corazón palpitaba rápidamente y sentía la adrenalina fluir por todo su cuerpo, pero pese al calor de la batalla tenía que mantener fría su cabeza si es que quería continuar con vida. Payasos… Globos… ¿Plástico? ¿Ese sonido tan molesto se debía al plástico? Si era así, tenía que comprobar una cosa. Retrocedió unos cuantos metros dando pequeños saltitos para luego apuntar, con su mano, hacia delante. Poco y nada le importaba que su hechizo le diese a sus aliados, pero la idea era deshacerse del payaso. Cerró los ojos durante un segundo y luego canalizó la energía mágica para descargar una poderosa bola de fuego que avanzó a toda velocidad por el túnel.
- Resumen:
- Katharina activa el mantra y luego usa su conjuro Escamas de Dragón para reducir el daño recibido, lo cual, de cierta forma, le salva la vida. Después de un par de órdenes a sus muertos vivientes, apenas logra esquivar el cuchillo asesino que busca su cuello. Si no hubiera sido por el endurecimiento recibido por el hechizo, estaría ahogada en un charco de sangre. Luego usa su conjuro Bola de Fuego esperando que le diese de lleno contra el payaso.
- Cosas usadas:
Bola de Fuego: Forma un pentáculo rojo frente a su mano y posteriormente lanza una bola de fuego del tamaño de una rueda de un camión. Esta bola tiene una velocidad inicial de 90 m/s + 10 m/s por cada 5 niveles. Al recorrer veinte metros esta se desvanece. Al impactar contra un cuerpo u objeto, causa una explosión con un radio de 1’5 m. + 0’5m. por cada diez niveles. Tiempo de recarga: 1 turno. Necesita de un alma pequeña o dos insignificantes.
Velocidad de la bola de fuego: 315 m/s.
Consumo: 1 alma insigificante.
Escamas de Dragón [Nivel Hábil]: La piel de la maga es endurecida completamente y rodeada de magia arcana por lo que todo el daño recibido (no cuenta enfermedades, desangramiento ni envenenamiento) se verá disminuido en un 20% + 0.15% por nivel del usuario durante 2 turnos. Puede usarse dos veces por combate y consume 6 almas insignificantes.
Daño reducido: Aproximadamente un 46%, casi la mitad.
Consumo: 3 almas insignificantes.
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El payaso se carcajea mientras el caos se desata en el túnel. Incluso alaba tu "truco" de convertirte en... ¿lagartija? O algo parecido, supone el artista circense. Por desgracia, el fuego y los globos no pegan muy bien. Aunque el haki los protege de ataques físicos y los endurece, el calor es demasiado para que puedan soportar eso. Pero al buenazo de la nariz roja no le importa, y chasquea los dedos mientras se tira al suelo y se cubre de las llamas con la repugnante agua de las alcantarillas.
Al instante, todos los globos se pinchan. Eso tiene dos efectos: uno, el ruido de cada estallido rebota por las paredes del túnel provocando un eco ensordecedor; dos, los globos salen disparados como misiles en todas direcciones mientras se desinflan poco a poco. El haki hace que atraviesen las llamas a gran velocidad, por lo que cuando éstas pasan, las malditas cosas aún siguen zumbando por doquier. Atraviesan al pobre gyojin y al enano gruñón como si fuesen mantequilla, haciéndolos pedazos en el proceso. El Daemancer hinchable es como un cañonazo que estampa a tu criatura contra la pared con la fuerza de una bola de demolición, y otro puñado de globos vuelan de aquí para allá.
Si alguno te alcanza... bueno, imagínate el resto. Lo más curioso es que la mano que empuñaba el cuchillo es cortada también por uno de los globos voladores. Entre la tormenta de bichejos de plástico podrás ver a Flesia desangrándose. (Sí, por descarte, es ella la que degollaba gente). Supongo que sí había algún motivo por el que estaba allí.
Katharina von Steinhell
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La bola de fuego hizo su trabajo… ¿o no? Katharina observó entre la muchedumbre al payaso agacharse a medida que la bola candente se abría paso. De un momento a otro, el payaso debió haber hecho un movimiento, pues los globos comenzaron a pincharse. ¿Uno después de otro? No exactamente. Todos se reventaron al mismo tiempo, por lo tanto Katharina infirió que se trataba de una técnica o habilidad del payaso.
El estadillo sonoro aturdió ligeramente a la bruja, pero no lo suficiente como para que no pudiera reaccionar. No había tiempo que perder pensando en posibles escapatorias. Pese a que Katharina tenía activo el hechizo Escamas de Dragón, si alguno de esos misiles-globo le daba, todo se acabaría. No era suficiente la defensa de tal hechizo, necesitaba algo más. Todo sucedió en menos de un segundo. Katharina se dio un baño de energía arcana para luego envolverse en una armadura mágica, la cual rodeaba todo su cuerpo formando así un manto casi transparente.
Si bien sus reflejos no eran buenos, tampoco eran malos y pudo esquivar hábilmente algunos proyectiles; todo eso gracias a su increíble agilidad. Sin embargo, debido al estallido ensordecedor aún estaba levemente aturdida, por lo que su cuerpo no reaccionó como era debido y un misil-globo se estampó contra su hombro izquierdo, perforándolo. La bruja sintió un dolor agudo y no pudo evitar soltar un grito, pero al menos el daño no había sido tan abrumador…
—Esto sí que ha sido un poco más interesante —reconoció Katharina—.
La bruja aún no estaba vencida y tenía mucho por mostrar, y también por ver. El payaso había mostrado sólo unas pocas habilidades y ella estaba segura que le quedaban muchos trucos más por revelar. ¿Cómo se desharía de él? Era fuerte, eso era innegable, pero debía tener alguna debilidad. Mientras Katharina pensaba cómo sanar sus heridas, su mirada se enfocó en la mujer que se desangraba allí… Pobre Flesia, si sólo se hubiese encargado de asesinar al payaso en vez de ir por el cuello de la albina… Ahora su cuerpo le pertenecía, al igual que el de Maurice.
Katharina cerró los ojos y una enorme luna apareció en medio de la oscuridad, luego un rayo de luz cayó directamente sobre ella y la herida que tenía en su cuello comenzó a cerrarse a una velocidad extraordinaria. Al mismo tiempo, la perforación que tenía en el hombro comenzó a doler menos y a cerrarse también, pero parecía que ello le tomaría un poco más de tiempo. Los poderes de la diosa de la noche eran impresionantes y súmamente útiles.
Era momento de mostrar de lo que estaba hecha. Ahora podía usar nuevamente su conjuro Telequinesis y estaba preparada para estampar al payaso contra el suelo. Usó toda la fuerza del hechizo para inmovilizar a su enemigo y que este quedara boca abajo, siendo imposible respirar. «Por muy inhumano que parezca ser, necesita respirar. Eso es un hecho», pensó mientras usaba sus dos manos para concentrarse y hacer que el hechizo mostrara su máximo potencial.
¿El payaso tendría la suficiente fuerza para liberarse de la Telequinesis de Katharina? Aparentemente no parecía muy fuerte… Pero si lograba hacerlo, algo quedaría muy claro: no era buena idea acercarse.
El estadillo sonoro aturdió ligeramente a la bruja, pero no lo suficiente como para que no pudiera reaccionar. No había tiempo que perder pensando en posibles escapatorias. Pese a que Katharina tenía activo el hechizo Escamas de Dragón, si alguno de esos misiles-globo le daba, todo se acabaría. No era suficiente la defensa de tal hechizo, necesitaba algo más. Todo sucedió en menos de un segundo. Katharina se dio un baño de energía arcana para luego envolverse en una armadura mágica, la cual rodeaba todo su cuerpo formando así un manto casi transparente.
Si bien sus reflejos no eran buenos, tampoco eran malos y pudo esquivar hábilmente algunos proyectiles; todo eso gracias a su increíble agilidad. Sin embargo, debido al estallido ensordecedor aún estaba levemente aturdida, por lo que su cuerpo no reaccionó como era debido y un misil-globo se estampó contra su hombro izquierdo, perforándolo. La bruja sintió un dolor agudo y no pudo evitar soltar un grito, pero al menos el daño no había sido tan abrumador…
—Esto sí que ha sido un poco más interesante —reconoció Katharina—.
La bruja aún no estaba vencida y tenía mucho por mostrar, y también por ver. El payaso había mostrado sólo unas pocas habilidades y ella estaba segura que le quedaban muchos trucos más por revelar. ¿Cómo se desharía de él? Era fuerte, eso era innegable, pero debía tener alguna debilidad. Mientras Katharina pensaba cómo sanar sus heridas, su mirada se enfocó en la mujer que se desangraba allí… Pobre Flesia, si sólo se hubiese encargado de asesinar al payaso en vez de ir por el cuello de la albina… Ahora su cuerpo le pertenecía, al igual que el de Maurice.
Katharina cerró los ojos y una enorme luna apareció en medio de la oscuridad, luego un rayo de luz cayó directamente sobre ella y la herida que tenía en su cuello comenzó a cerrarse a una velocidad extraordinaria. Al mismo tiempo, la perforación que tenía en el hombro comenzó a doler menos y a cerrarse también, pero parecía que ello le tomaría un poco más de tiempo. Los poderes de la diosa de la noche eran impresionantes y súmamente útiles.
Era momento de mostrar de lo que estaba hecha. Ahora podía usar nuevamente su conjuro Telequinesis y estaba preparada para estampar al payaso contra el suelo. Usó toda la fuerza del hechizo para inmovilizar a su enemigo y que este quedara boca abajo, siendo imposible respirar. «Por muy inhumano que parezca ser, necesita respirar. Eso es un hecho», pensó mientras usaba sus dos manos para concentrarse y hacer que el hechizo mostrara su máximo potencial.
¿El payaso tendría la suficiente fuerza para liberarse de la Telequinesis de Katharina? Aparentemente no parecía muy fuerte… Pero si lograba hacerlo, algo quedaría muy claro: no era buena idea acercarse.
- Resumen:
- Katharina, antes de que los misiles-globo lleguen a ella, usa Armadura de Mago para resistir los posibles impactos. Haciendo un juego de pies intenta esquivar la mayoría de los proyectiles, pero uno de ellos impacta y le perfora el hombro. La herida parece grave, pero gracias a la luz lunar comienza a recuperarse lentamente. Luego usa la Telequinesis para estampar al payaso contra el agua, boca abajo, intentando así ahogarlo.
- Cosas usadas:
- Nivel 20: La burbuja de oscuridad es más grande (equivalente al cuádruple del nivel del usuario) y su oscuridad es tan densa que comienza a detener la radiación solar, volviéndose hermética. La temperatura dentro de esta burbuja disminuye en 2ºC respecto a la temperatura ambiental; la disminución no afecta al usuario. Aprende a emitir la luz lunar, permitiéndole sanar heridas leves en un turno y moderadas en 3 turnos, además cada vez que un objetivo sea bañado con esta luz verá recibirá una bonificación de una característica a elección de un 20% durante tres turnos. Aumenta la velocidad en un x24, agilidad y resistencia en un x12, respectivamente.
Característica elegida: Agilidad (aumenta en un 20%).
Armadura de Mago: Conjuro de nivel hábil. Permite crear un manto tangible de un leve, casi transparente, color azulado que reduce un % de los daños recibidos (no reduce daños constantes como envenenamiento, quemaduras y similares) durante 2 turnos. El conjuro reduce un 20% + 0.15% por cada nivel del usuario. Puede usarse sobre otra persona en un rango máximo de 20 metros. Solo puede usarse dos veces por combate. Consume 2 almas pequeñas.
Reducción de daño en %: Aproximadamente 46%. Suma un total de 92%, por lo que reduce casi la totalidad del daño.
Consumo: 2 almas insignificantes.
Telequinesis [Nivel principiante]: Durante tres turnos le permite mover objetos y seres vivos con un máximo de 100 kilos + 20 kilos por nivel de un lugar a otro. Consume 2 almas insignificantes por turno. Se necesita esperar un turno para volver a ser usado.
Máximo kilogramos a mover: 1300 kg
Consumo: 1 alma insignificante este turno.
Duración: Este turno; le quedan dos más.
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Pobre payaso. Siempre le recordaremos... a pesar de no saber su nombre ni nada sobre él. Ha luchado bien, pero siendo empujado hacia el agua para ahogarse, sin duda no tiene posibilidad alguna de sobrevivir. Es obvio que la siniestra criatura va a morir -de una forma bastante horrible por cierto- ahogado en las turbias y fétidas aguas de las alcantarillas, tan negras y pestilentes como el alma de la criatura cuya vida atrapan.
O no.
Porque en ese momento, el payaso estalla. Estalla como un globo. Una carcajada malévola resuena en lo profundo de la oscuridad. ¿De dónde viene? El eco rebota por todas las paredes, por cada bifurcación y cada túnel de ese laberinto subterráneo. De repente, una figura parece justo a tu espalda. Tiene una nariz roja y el maquillaje corrido deja a la vista un rostro pálido, blanco como el hueso. Tiene una flor en la pechera, y cuando la aprieta, un chorro de ácido sale disparado hacia ti. El payaso se ríe como un demente y se saca un sable de la garganta -cosas de payasos, no preguntes-. Es entonces cuando un horrendo tigre con dos cabezas y más dientes que pelos aparece y le arranca la cabeza de un mordisco, para luego llevarse a rastras el cadáver. Las luces surgen de todas partes y, mientras el agua arrastra el cadáver de Aelo y todos los miembros de su grupo, asesinados aparentemente por algún animal salvaje, pierdes la consciencia.
Despiertas en un sillón, justo en el centro de una sala de piedra grande y recargada. Unas esposas de kairoseki ciñen tus muñecas. Docenas de estanterías a rebosar de todo tipo de objetos extraños y fuera de lugar abarrotan las paredes. Piezas de armadura y fragmentos de un material similar al hielo, de todos los cuales sobresalen cables y piezas mecánicas diminutas, se alinean en un estante. Embriones de todo tipo de animales horrendos te observan sin ver desde el interior de tarros llenos de líquido. Si recorres la estancia verás un montón de saquitos de pólvora y otros polvos y líquidos de colores, cada un etiquetado debidamente: adormecedor, paralizante, venenoso, alucinógeno, colorante azul, colorante verde, pintura luminiscente, sal... A su lado, lanzacohetes de pirotecnia de alta tecnología, hornillos con forma de cazuela y proyectores holográficos, y más allá, una serie de aparatos complejos y extraños, desde micrófonos en miniatura hasta objetos típicos de los prestidigitadores. Hay también una bandeja de canapés.
De un extremo de la sala cuelga un enorme cuadro que representa la luna y el sol. Podrás fijarte en que no es un cuadro, sino que está hecho de cristales que cambian de color según les dé la luz.
-¿Sorprendida? -dice la voz. No sé si recuerdas a Astro, el Brujo, que sentado en un sillón bajo el cuadro de cristal, te observa con una media sonrisa-. Eres la última superviviente, tal y como calculé. De hecho, yo mismo he intervenido para asegurarme de que sea así. Ese pobre tipo enamoradizo que iba tras de ti... Si no lo hubiese matado quizás te habría puesto en peligro. Pero ya estás aquí, Katharina, y eso es lo que importa -El Brujo extiende los brazos para señalar todos los objetos que llenan la estancia-. Supongo que te decepcionará un poco que no sea un brujo auténtico. A mi también, la verdad, pero me las he arreglado bien a pesar de mi falta de poderes. Mi cerebro e ingenio lo compensan. Es increíble lo que unos pocos aparatos y un buen montón de mentiras absurdas pueden conseguir con la gente de comprensión pobre. Las luces hipnóticas fueron lo primero que inventé, y las coloqué por toda la isla. Te abstraen y te dejan en una especie de coma durante un tiempo. Es muy útil para hacer desaparecer a la gente. Y lo de las estatuas de hielo me ganó para siempre la admiración de todos los idiotas que pasaban por aquí.
El Brujo se levanta. En su mano, una pistola de alta tecnología. Sigue hablando como si tuviese todo el tiempo del mundo, y quizás lo tiene.
-Acepta mi consejo: si algún día pretendes dominar a la gente, solo tienes que darles algo en lo que creer. En mi caso, les di un dios. El sol, ¿te lo puedes creer? Esos idiotas creen que protejo Holos de algún mal que viene de la luna o qué sé yo. En realidad, la gente se vio afectada por un virus que yo, que pasaba por aquí, supe curar. Claro que los idiotas son fáciles de confundir si se usan las palabras adecuadas. ¿Pero por qué te cuento todo esto? Oh, sí. Verás, llevo mucho tiempo buscándote. Buscando tu poder, concretamente. La magia de verdad. No más trucos, no más engaños. Cuando te mate, obtendré tu habilidad y entonces me convertiré en un brujo auténtico. He tenido que probarte para ver hasta dónde alcanzan tus poderes, y estoy más que satisfecho. Puede que alguno de los hechizos que creé sea factible, al fin y al cabo -El hombre señala un libro situado sobre un altar, que brilla bajo la luz de un foco-. Lo escribí pensando en cuando tuviera por fin la magia a mi alcance, y estoy decidido a probarlos. Pero antes... antes debes morir.
Astro alza la pistola, te apunta a la cabeza y dispara.
Katharina von Steinhell
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El payaso terminó ahogado, tal como Katharina calculó. No fue un encuentro para nada complicado, salvo por esos misiles-globo que le dañaron levemente, pero ahora con el efecto de la luz lunar el tejido estaba casi regenerado. Por un momento se despreocupó, pensando en que había ganado y pronto saldría de aquella pesadilla, pero no todo era tan sencillo.
Cuando el payaso aparentemente murió, en realidad explotó y pronto una escandalosa y siniestra sonrisa se apoderó del túnel subterráneo. Katharina volteaba la cabeza a todos lados, intentando descubrir el origen del ruido, pero el eco hacía de ello una misión imposible. De repente una figura —otro payaso, solo que este con un aspecto más… deprimente— apareció detrás de Katharina, quien retrocedió rápidamente para así mantener la distancia. La figura espeluznante apretó una flor y de ella salió un chorro de ácido. Gracias a los reflejos de la bruja, pudo esquivar decentemente el chorro haciéndose a un lado.
—¿Qué mierda…? —Se preguntó a sí misma cuando contempló al payaso sacando un sable de su garganta. ¿Acaso eso era físicamente posible? Sin embargo la criatura no alcanzó a hacer nada con aquella arma, pues pronto fue devorado por un tigre de dos cabezas. Cuando Katharina le vio retrocedió un tanto asustada y colocó su arma de forma cruzada, preparada para defenderse.
Parecía que estuviese en un espectáculo psicodélico, pues luego comenzaron a surgir luces de todos lados. Katharina pronto comenzó a sentirse mal, como si se desvaneciera lentamente… ¿Ese cuerpo…? ¿Era el cuerpo de Aelo? No alcanzó a reconocerlo… Si hubiera tenido más fuerzas, le habría resucitado…
Cuando volvió a abrir los ojos, Katharina se encontraba sentada —más bien acostada— en un sillón. ¿Cómo carajo había llegado ahí? Supuso que alguien había sido el culpable, pues estaba esposada. Cuando intentó soltarse usando la fuerza telequinésica se dio cuenta que no eran esposas normales, sino que eran de kairoseki. «Con qué así se sienten los usuarios que quedan esposados… Jamás me había sentido tan impotente», pensó ella con miedo. A medida que paseaba los ojos se iba encontrando con todo tipo de… cosas. Demasiadas estanterías para ser contadas, piezas de armadura —de allí nacieron las estatuas de hielo, por cierto— y embriones de animales. Todo lo que Katharina vio en aquel misterioso evento estaba ahí… Absolutamente todo.
La bruja jamás fue tonta y estar esposada no era una limitación, claro que no. Sabía cómo funcionaban las esposas, pues en más de una ocasión arrestó a peligrosos criminales. Además, era hábil con el uso de ganzúas, por lo que si encontraba algún objeto o alambre, podía soltarse y quedar libre. Con la vista buscó algo lo suficientemente cerca para utilizar y así zafarse. En caso de encontrarlo, Katharina lo cogería disimuladamente y abriría la cerradura de sus grilletes.
De pronto una voz habló.
Astro, el Brujo, se encontraba sentado en un sillón bajo el cuadro que representaba la luna y el sol. Comenzó a hablar de cosas sin sentido, sobre que Aelo podía suponer un problema, pero ahora estaba muerto. Explicó que todo no era más que una obra de teatro, ingenio puro y nada de magia. Katharina esperaba encontrarse con un brujo de verdad, no con un farsante. Pero allí estaba analizando la situación para saber qué hacer, allí estaba sentada completamente en silencio, observando a su presa. Pero como todos los villanos, Astro era un hombre muy parlanchín. No podía culparlo, necesitaba algo de crédito.
Sin embargo, todo lo que habló tal vez fue tiempo suficiente para que Katharina se desprendiera de los grilletes. Ya se imaginó soltándose y utilizando la Telequinesis para estrellarlo violentamente contra la pared, de hecho, eso es lo primero que haría después de zafarse. Por el contrario, si aún no podía soltarse —o peor aún, no encontrar ningún objeto para usar como ganzúa—, seguiría escuchando al Brujo. No obstante, Katharina no tuvo siquiera tiempo para responder cuando el hombre alzó el arma y apuntó a su cabeza para luego jalar del gatillo.
Por un momento todo se volvió lento. Katharina no era ninguna idiota y en el momento en que despertó había activado su mantra, por lo tanto cuando el hombre se estaba preparando para disparar, la bruja ya sabía sus intenciones. Con todo lo que el Brujo habló Katharina ya había contado las posibles salidas o rutas de escape y hecho algunos planes. Apenas Astro jaló del gatillo, Katharina se deslizó rápida y ágilmente por el sillón hasta encontrarse en el suelo y buscar algún sitio en donde cubrirse.
Si aún no podía soltarse o encontrar algún objeto, de seguro que mientras rodaba para ponerse a salvo lo encontraría. Y allí ya tenía tiempo más que suficiente para abrir la cerradura de las esposas. Pese a los nervios y a la adrenalina, intentó mantenerse enfocada en la tarea que tenía que concretar. Fuese como fuese, si se encontraba libre de los grilletes de kairoseki, usaría la telequinesis para arrebatarle el arma al Brujo y ahora definitivamente estrellarlo contra el cuadro de cristales. Sin embargo…, ¿fueron suficientemente rápidos sus movimientos? Sus reflejos decían que sí. Pero el arma se veía tan… distinta. ¿Acaso había bastado con echarse al suelo y ponerse a salvo?
Cuando el payaso aparentemente murió, en realidad explotó y pronto una escandalosa y siniestra sonrisa se apoderó del túnel subterráneo. Katharina volteaba la cabeza a todos lados, intentando descubrir el origen del ruido, pero el eco hacía de ello una misión imposible. De repente una figura —otro payaso, solo que este con un aspecto más… deprimente— apareció detrás de Katharina, quien retrocedió rápidamente para así mantener la distancia. La figura espeluznante apretó una flor y de ella salió un chorro de ácido. Gracias a los reflejos de la bruja, pudo esquivar decentemente el chorro haciéndose a un lado.
—¿Qué mierda…? —Se preguntó a sí misma cuando contempló al payaso sacando un sable de su garganta. ¿Acaso eso era físicamente posible? Sin embargo la criatura no alcanzó a hacer nada con aquella arma, pues pronto fue devorado por un tigre de dos cabezas. Cuando Katharina le vio retrocedió un tanto asustada y colocó su arma de forma cruzada, preparada para defenderse.
Parecía que estuviese en un espectáculo psicodélico, pues luego comenzaron a surgir luces de todos lados. Katharina pronto comenzó a sentirse mal, como si se desvaneciera lentamente… ¿Ese cuerpo…? ¿Era el cuerpo de Aelo? No alcanzó a reconocerlo… Si hubiera tenido más fuerzas, le habría resucitado…
Cuando volvió a abrir los ojos, Katharina se encontraba sentada —más bien acostada— en un sillón. ¿Cómo carajo había llegado ahí? Supuso que alguien había sido el culpable, pues estaba esposada. Cuando intentó soltarse usando la fuerza telequinésica se dio cuenta que no eran esposas normales, sino que eran de kairoseki. «Con qué así se sienten los usuarios que quedan esposados… Jamás me había sentido tan impotente», pensó ella con miedo. A medida que paseaba los ojos se iba encontrando con todo tipo de… cosas. Demasiadas estanterías para ser contadas, piezas de armadura —de allí nacieron las estatuas de hielo, por cierto— y embriones de animales. Todo lo que Katharina vio en aquel misterioso evento estaba ahí… Absolutamente todo.
La bruja jamás fue tonta y estar esposada no era una limitación, claro que no. Sabía cómo funcionaban las esposas, pues en más de una ocasión arrestó a peligrosos criminales. Además, era hábil con el uso de ganzúas, por lo que si encontraba algún objeto o alambre, podía soltarse y quedar libre. Con la vista buscó algo lo suficientemente cerca para utilizar y así zafarse. En caso de encontrarlo, Katharina lo cogería disimuladamente y abriría la cerradura de sus grilletes.
De pronto una voz habló.
Astro, el Brujo, se encontraba sentado en un sillón bajo el cuadro que representaba la luna y el sol. Comenzó a hablar de cosas sin sentido, sobre que Aelo podía suponer un problema, pero ahora estaba muerto. Explicó que todo no era más que una obra de teatro, ingenio puro y nada de magia. Katharina esperaba encontrarse con un brujo de verdad, no con un farsante. Pero allí estaba analizando la situación para saber qué hacer, allí estaba sentada completamente en silencio, observando a su presa. Pero como todos los villanos, Astro era un hombre muy parlanchín. No podía culparlo, necesitaba algo de crédito.
Sin embargo, todo lo que habló tal vez fue tiempo suficiente para que Katharina se desprendiera de los grilletes. Ya se imaginó soltándose y utilizando la Telequinesis para estrellarlo violentamente contra la pared, de hecho, eso es lo primero que haría después de zafarse. Por el contrario, si aún no podía soltarse —o peor aún, no encontrar ningún objeto para usar como ganzúa—, seguiría escuchando al Brujo. No obstante, Katharina no tuvo siquiera tiempo para responder cuando el hombre alzó el arma y apuntó a su cabeza para luego jalar del gatillo.
Por un momento todo se volvió lento. Katharina no era ninguna idiota y en el momento en que despertó había activado su mantra, por lo tanto cuando el hombre se estaba preparando para disparar, la bruja ya sabía sus intenciones. Con todo lo que el Brujo habló Katharina ya había contado las posibles salidas o rutas de escape y hecho algunos planes. Apenas Astro jaló del gatillo, Katharina se deslizó rápida y ágilmente por el sillón hasta encontrarse en el suelo y buscar algún sitio en donde cubrirse.
Si aún no podía soltarse o encontrar algún objeto, de seguro que mientras rodaba para ponerse a salvo lo encontraría. Y allí ya tenía tiempo más que suficiente para abrir la cerradura de las esposas. Pese a los nervios y a la adrenalina, intentó mantenerse enfocada en la tarea que tenía que concretar. Fuese como fuese, si se encontraba libre de los grilletes de kairoseki, usaría la telequinesis para arrebatarle el arma al Brujo y ahora definitivamente estrellarlo contra el cuadro de cristales. Sin embargo…, ¿fueron suficientemente rápidos sus movimientos? Sus reflejos decían que sí. Pero el arma se veía tan… distinta. ¿Acaso había bastado con echarse al suelo y ponerse a salvo?
- Cosas a tener en cuenta:
Reflejos de Nivel 3: Sus reflejos son impresionantes, pudiendo reaccionar a una bala disparada a diez metros de él.
Reflejos de Nivel 4: Nivel 4: Puede reaccionar con facilidad a cualquier ataque ordinario.
Agilidad de Nivel 3: Realiza volteretas dobles con suma facilidad. Rueda por el suelo casi tan rápido como camina y se levanta de él con suma facilidad.
Nivel 40: las cerraduras normales apenas tarda un minuto en abrirlas, las que tienen alguna característica especial le cuesta mucho más. Empieza a fijarse en los rastros que deja tras cada robo intentando eliminarlos, a pesar de eso no se le da muy bien.
Rainbow662
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La pistola en realidad no dispara balas, sino un ruidoso rayo tricolor que parece muy peligroso. Pero gracias a tus convenientes y específicas habilidades para esta situación -había también un último monstruo, pero está enfermo- logras inmovilizar al Brujo contra la cristalera. Astro maldice y patalea, pero como no es un brujo de verdad, poco puede hacer.
Su vida está en tus manos ahora. Si decides dejarlo vivir... seguramente volverá a hacer lo mismo de nuevo porque no es de esos que aprenden. Si lo matas, probablemente dejes a la pobre gente de Holos sin líder, sin fe, y con un mal sabor de boca, pero mientras no te quedes a vivir allí, supongo que da igual.
Hay multitud de cosas chachis que puedes usar para matarlo, por cierto. O puedes meterlo en la jaula de la esquina, donde una especie de pulpo-león muy feo come de un cuenco. Hay un libro de instrucciones encima que explica cómo tratar con él. Y otro, a su lado, que explica cómo cocinarlo en pepitoria.
Y ya que hablamos de libros, imagino que terminarás por mirar el del Brujo. Hay docenas de hechizos que él mismo imaginó, cada uno explicado paso por paso con ilustraciones muy concretas. Si algún día intentas probarlos, tú que puedes usar magia y tal, verás que la mayoría son... un asco. De hecho, la mitad están pensados solo para calentar la comida, y la otra mitad son tan enrevesados e incoherentes que solo la mente de un chiflado o un genio incomprendido habría podido parirlos. Oh, pero hay un par que parecen prometedores. Dos hechizos que sí podrías llegar a realizar. Menos es nada, ¿no?
Y así, el misterio de la isla encantada queda resuelto. Ha sido un viaje bastante largo y siniestro que, gracias a los cielos, toca a su afortunado final. Disfruta saqueando lo que te apetezca de este lugar maldito. Acaba con la vida del culpable o déjalo vivir para que el culto del sol renazca y continúe buscando un campeón para luchar contra la noche. En cualquier caso, hasta aquí llega tu aventura. No vuelvas a aceptar invitaciones de tipos raritos, ¿vale?
Katharina von Steinhell
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La pistola no hizo más que disparar un rayo de luces que parecía muy peligroso, pero gracias a la habilidad de Katharina logró esquivarlo justo a tiempo. Ahora sus manos eran libres y se sentía agradecida por haber sido entrenada en el arte del robo; nunca se sabía cuándo abrir cerraduras era útil. Apenas se levantó usó la fuerza de la telequinesis para estampar a Astro contra lo que parecía ser un cuadro de cristales. A pesar de todo lo que maldijo y pataleó, la bruja no le dio ni un segundo de respiro. Ahora le tocaba a ella.
Aquellos que se sentían superiores siempre perdían el tiempo expresando sus ideas y volviéndose parlanchines cuando solo había que presionar el gatillo. Todo el tiempo que Astro perdió explicando las cosas, Katharina lo usó para zafarse y ahora volver la situación a su favor. Sólo necesitaba presionar con más fuerzas para que el Brujo muriera... Pero no. No lo haría, de momento no. Tenía otros planes, unos muchos más oscuros que solo vengarse de la persona que tantos problemas le había dado...
—Tuviste tu oportunidad, Brujo, y la desperdiciaste.
Dicho eso la bruja se acercó hasta Astro y lo contempló una vez más... Era un simple humano, uno que estaba en busca de poder. No era la primera persona que conocía que quería convertirse en un auténtico brujo, y tampoco sería la última. Pero por el momento había sido la persona que más se había acercado de quitarle su poder, un grave error por haber participado de un evento de lo más raro. Le hubiese gustado tener su guadaña mitológica para rajar el cuello del hombre, pero no la tenía y debía ser un poco más creativa.
De entre todas las cosas interesantes que Astro tenía de seguro que había un cuchillo. Katharina buscó algún objeto afilado y luego acercó al Brujo hasta ella para rajarle la garganta. No hubo duda. Tampoco miedo. Ni siquiera sintió placer cuando mató a la persona que había causado tanto daño y tantos problemas. No, no sintió nada. Estaba completamente vacía, pues sabía que matar se había vuelto algo tan normal como respirar. Esa era la razón, o el hecho de que pronto lo reviviese le reconfortaba un poco más.
—No puedo negar lo interesante e ingenioso que eres, Astro —comentó Katharina mientras pasaba sus delicados dedos por el rostro del hombre ya muerto, lista para reanimarlo—. Tú controlas esta isla —siguió diciendo después de usar la magia negra para traerlo de vuelta a la vida—, pero ahora yo te controlo a ti. Siempre obedecerás mis órdenes, siempre. Pasarás tu vida siéndome útil, pensarás en nuevos artefactos y herramientas que me sean útiles. Ahora puedo decir que soy una reina. La Reina de Holos.
En silencio exploró la habitación del Brujo y así encontró todo tipo de cosas. Cuando el libro de Astro estaba en sus manos, se detuvo y comenzó a investigarlo. Había todo tipo de conjuros, la mayoría de ellos bastantes inútiles, pero de seguro que algo podía aprender de ellos. Si bien la mayoría no tenía una utilidad bélica, había dos que sí. Increíbles hechizos que deseaba ya poder castearlos y así volverse más fuerte.
Después de todo lo que había pasado en aquella isla... Después de toda la fuerza telequinésica que empleó, ¿acaso había mejorado en algo? ¿Estaba lista para potenciar su conjuro? Fuese como fuese, ahora tenía en su poder el libro de conjuros de Astro, al mismísimo Brujo y un montón de artefactos.
Aquellos que se sentían superiores siempre perdían el tiempo expresando sus ideas y volviéndose parlanchines cuando solo había que presionar el gatillo. Todo el tiempo que Astro perdió explicando las cosas, Katharina lo usó para zafarse y ahora volver la situación a su favor. Sólo necesitaba presionar con más fuerzas para que el Brujo muriera... Pero no. No lo haría, de momento no. Tenía otros planes, unos muchos más oscuros que solo vengarse de la persona que tantos problemas le había dado...
—Tuviste tu oportunidad, Brujo, y la desperdiciaste.
Dicho eso la bruja se acercó hasta Astro y lo contempló una vez más... Era un simple humano, uno que estaba en busca de poder. No era la primera persona que conocía que quería convertirse en un auténtico brujo, y tampoco sería la última. Pero por el momento había sido la persona que más se había acercado de quitarle su poder, un grave error por haber participado de un evento de lo más raro. Le hubiese gustado tener su guadaña mitológica para rajar el cuello del hombre, pero no la tenía y debía ser un poco más creativa.
De entre todas las cosas interesantes que Astro tenía de seguro que había un cuchillo. Katharina buscó algún objeto afilado y luego acercó al Brujo hasta ella para rajarle la garganta. No hubo duda. Tampoco miedo. Ni siquiera sintió placer cuando mató a la persona que había causado tanto daño y tantos problemas. No, no sintió nada. Estaba completamente vacía, pues sabía que matar se había vuelto algo tan normal como respirar. Esa era la razón, o el hecho de que pronto lo reviviese le reconfortaba un poco más.
—No puedo negar lo interesante e ingenioso que eres, Astro —comentó Katharina mientras pasaba sus delicados dedos por el rostro del hombre ya muerto, lista para reanimarlo—. Tú controlas esta isla —siguió diciendo después de usar la magia negra para traerlo de vuelta a la vida—, pero ahora yo te controlo a ti. Siempre obedecerás mis órdenes, siempre. Pasarás tu vida siéndome útil, pensarás en nuevos artefactos y herramientas que me sean útiles. Ahora puedo decir que soy una reina. La Reina de Holos.
En silencio exploró la habitación del Brujo y así encontró todo tipo de cosas. Cuando el libro de Astro estaba en sus manos, se detuvo y comenzó a investigarlo. Había todo tipo de conjuros, la mayoría de ellos bastantes inútiles, pero de seguro que algo podía aprender de ellos. Si bien la mayoría no tenía una utilidad bélica, había dos que sí. Increíbles hechizos que deseaba ya poder castearlos y así volverse más fuerte.
Después de todo lo que había pasado en aquella isla... Después de toda la fuerza telequinésica que empleó, ¿acaso había mejorado en algo? ¿Estaba lista para potenciar su conjuro? Fuese como fuese, ahora tenía en su poder el libro de conjuros de Astro, al mismísimo Brujo y un montón de artefactos.
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