La hora de la verdad [Capítulo Parte II]

No nos costó mucho acabar con la resistencia  de la isla, los ghouls caían ante nuestro feroz ataque siendo desmembrados, antes de que cayera la noche todo el campo de batalla estaba cubierto de restos humanos. Recogimos las armas y como íbamos a presentarnos ante nuestros superiores me tome un tiempo para acicalar a babieca, limpiándole la sangre seca que tenía en los pelos y arrancando jirones de carne que tenia entre los dientes.

Babieca esta vez tienes que comportarte, si queremos ascender tenemos que darles una buena impresión.

Nos íbamos a reunir con nada más y nada menos que el líder del Cipher pol, el gran León Zaid. Si bien es verdad que nunca habíamos coincidido estaba seguro que debía de ser alguien fuerte para llegar a esa posición. Mis sospechas se vieron confirmadas cuando llegamos al barco insignia del gobierno.

Portaba mi armadura con el símbolo del gobierno mundial la cual se fusionaba con su traje de agente. Babieca hacía gala de una compostura que no era propia de él, se veía en su mirada que se veía intimidado por nuestro jefe y si eh de ser sincero yo también. Este hombre imponía respeto por cada poro de su piel hasta un gigante como yo me veía forzado a bajar la mirada cuando la cruzaba con el. Estuvimos navegando 7 días para llegar a la capital enemiga Hallstat, cuando llegamos allí el mismísimo León nos dio las órdenes que debíamos seguir.

-Bien, es absolutamente necesario que entren a la isla y marquen todo hecho de relevancia. Debilidades estructurales, militares, lo que sea. Infiltrense como puedan. Tal vez al lado del gigante usted pase más desapercibida, señorita. En fin, marchen cuanto antes, hay un bote listo para ambos a estribor. Buena suerte.

Raudo y veloz guié a babieca hasta el bote en el cual se encontraba ya nuestra compañera Alwyn. En mi interior había surgido un fervor que solo los que adoran la batalla comprenden, la sangre fluía por mis venas y la adrenalina compensaban a segregarse, un gran combate me esperaba y no iba a dar media vuelta.

Parece que volvemos a estar juntos compañera. Esperemos que salgamos los tres vivos de esta.

Cogiendo los remos se impulsó hasta la costa alejándose del barco principal rumbo a Hallstat.

Émile giró el timón ligeramente para alejarse un poco de los acantilados. Normalmente no solía dirigir él mismo el barco, dejaba que lo hiciesen otros miembros de su tripulación con conocimientos de navegación. Sin embargo, en aguas tan peligrosas y bajo la noche perpetua de Hallstat, no quería arriesgarse a perder su navío por un descuido de un navegante inexperto. Además navegar le ayudaba a relajarse y pensar. Tenía claras sus intenciones: impediría que los enemigos de Derian desembarcaran en la costa norte a cualquier precio, y si la batalla acababa desarrollándose en el interior de la isla avanzaría hasta esta para ayudar en la defensa. Si se destacaba lo suficiente, acabaría logrando que Derian le entregase todo lo prometido.

Tras unos minutos de navegación llegaron a una pequeña bahía donde Émile pretendía esconder el barco. La conocía del pasado, de su entrenamiento en la isla. Era un lugar perfecto para mantener su navío fuera de la vista de posibles atacantes. Comenzó a dar órdenes a gritos para movilizar a la tripulación, y en pocos minutos ya estaban anclados y preparando los botes para desembarcar en la playa. Fue entonces cuando notó algo raro, y vio una masa extraña surgiendo del cuerpo de un chico y cubriendo un área amplia de esta. Activó su Visión Demoníaca y el mantra, localizando además a un grupo de algo más de una veintena de hombres escondidos en las cercanías. Se frotó la barbilla, pensando en las posibilidades. Era posible que fuesen gente de Derian, pero, ¿no deberían estar ya advertidos de que eran aliados? Le tocaba averiguarlo, y en el caso de que no lo fueran...

Pero lo primero era lo primero. Entró en el interior del barco y llamó a la puerta del camarote de Aki. Tras darle unos segundos de cortesía, abrió y entró, cerrando a su espalda.

- Tengo que hablar contigo. Ahora que estamos en una guerra, la comunicación es vital. Además nos serviría para mantenernos en contacto más adelante. Poseo un poder llamado Pacto de Lealtad, que vincula a otras personas a mi mismo. Me permite saber dónde están, si me desean algún mal, si están en peligro y lo más importante es que nos permite comunicarnos mentalmente. También puedo dar órdenes a los que estén bajo su efecto, pero el Pacto puede rectificarse a voluntad. Y te prometo que no lo usaré para darte órdenes como si fueses alguien de mi tripulación. Piénsatelo, y avísame si quieres que hagamos el Pacto. Ahora tengo que ir a echar un vistazo a la playa, hay posibles enemigos.

Salió de la estancia y se dirigió a cubierta mientras daba una orden mental a todos sus oficiales: "Estad alerta, y no desembarquéis aun. Hay gente en la playa." Se quitó nuevamente la camisa y la corbata, mientras dos alas negras brotaban de su espalda. No era realmente necesario hacerlo, pero le gustaba sentir el aire en torno a su cuerpo mientras volaba. Le hacía sentirse libre. De un salto y con un fuerte aleteo alzó el vuelo, y se dirigió a la playa. En pocos segundos ya estaba sobre el chico y sus aliados. Descendió unos metros, quedando a unos tres de ellos, y los miró con atención. Sus ojos brillaron y el iris se estos se volvió rojos mientras estudiaba el interior de sus almas. Casi no detectaba mal en ellos... raro para tropas de Derian. Además, esas pintas tribales no indicaban precisamente que fuesen soldados. ¿Serían mercenarios?

- Identificaos - ordenó, con voz autoritaria - ¿Enemigos o aliados de Derian?

No pudo evitar notar que el chico que había emitido todo aquel líquido extraño tenía unos artefactos pegados al cuerpo. ¿Qué serían? Se mantuvo alerta, listo para desenfundar sus pistolas a la menor señal de peligro.

Las palabras del rey Derian Markov fueron muy claras. Miré a Kuroi, mis ojos le indicaban que no debía haberle hablado así. La realeza siempre era muy estricta en todos los sentidos, pero a veces no estaba mal dar ejemplo. Asentí en cuanto terminó de hablar entrecerrando los ojos y le dije que si lo haría, yo misma me encargaría de todo. Tal y como nos ordenó pusimos las tropas en su lugar, la posición en estos momentos no podía tener ningún error. Todo fue bien durante los días siguientes.

Pasado el tiempo de siete días llegamos a una zona de la costa. El mar estaba en calma aunque en la zona de las rocas parecía querer ponerse bravo. Miré a todas partes y vi que había una especie de cañón.

-Mirad. - Exclamé señalándolo.

Me acerqué hasta él. Era bastante grande, pero no lo entendía muy bien, nunca había usado cañones antes, pero siempre había una primera vez para todo. Me levanté y miré hacia el mar de nuevo, había dos buques grandes y uno pequeño. Miré de nuevo el cañón y sonreí. Estos se acercaban a la costa y a saber cuanta gente iría en ellos y estoy muy segura de que si nos enfrentamos en persona no saldremos bien parados. Me puse al principio del cañón y observé todos los botones que había para activarlo.

-Bueno, va siendo hora de hacer algo divertido. No tengo ni idea de como va esto, pero... creo que puedo hacerlo funcionar. - Comencé a pulsar todos los botones mientras tenía una sonrisa de oreja a oreja, botón por aquí y por allá hasta que el cañón se disparó y me empujó hacia atrás. A saber a donde iba a parar. Me levanté y sacudí las ropas y me volví a acercar al cañón.

Luego sombras largas, la muerte del viento, quietud... Sólo el ruido de los cascos sobre las rocas y los sonidos de la respiración... Oscurecimientos, cuando las nubes se agrupan para tapar al sol... Los muros del día sacudidos por el trueno... Una claridad antinatural de objetos distantes... Una sensación fría, azul y eléctrica en el aire... Trueno de nuevo...
Una cortina vidriosa ondeaba a mi derecha: avanza la lluvia... Grietas azules dentro de las nubes... La temperatura desciende vertiginosamente,  el mundo ahora es un telón de fondo monocromático. Abrí mis ojos de par en par, mirando el techo de aquella habitación donde descansaba. Suspiré, levantándome y caminando hacia un cubo de agua que se hallaba en el centro de la habitación. Desde hacía meses que soñaba con lo que iba acontecer en aquella guerra, de lo que probablemente y con seguro pasaría, parecía que me iba a perseguir eternamente en los sueños. – Como… me resulta tan raro volver a la realidad. Me mojé la cara para despejar el sueño, acto seguido hice unos cuantos estiramientos y finalmente tomé mi espada envainándola. Desde que había abandonado mi isla natal me sentía… diferente, sí, me sentía como una nueva persona. Si antaño no me gustaba matar a personas, junto a esas personas le estaba encontrando el gusto pues de algún modo u otro habían cambiado mi punto de vista acerca del mundo y su realidad. Me había vuelto una persona más ambiciosa, quería obtener poder, fama y dinero sin importar el qué. Ya no tenía ningún impedimento moral a la hora de actuar. Y yo lo aceptaba.

Escuché unos pasos afuera, después, las palabras de alguien. –  Ya es hora. Prepárate. Cuando abrí la puerta para salir ya no había nadie. Miré por, posiblemente, última vez mi habitación por si me había olvidado algo y salí. Mi espada, la Enlutada, iba envainada en mi costado izquierdo. Unas botas negras junto a un traje negro me daban un nuevo aspecto que me estaba gustando bastante. Además, el pelo me había crecido bastante y me llegaba hasta los codos. Tres minutos después del aviso, quizá, me encontraba en la sala donde estaba mi capitana. Era obvio que nos debíamos de preparar para lo peor; en esa guerra se iban a perder miles de vidas. Lo que debíamos intentar evadir eran las bajas en nuestra banda. Si bien no me llevaba de rositas con todos, iba a dar mi vida por mantenerlos a salvo. Tras unos momentos de preparación y órdenes, por fin nos dispusimos a ir a la zona bélica. Tras unos momentos de camino, llegamos a lo que parecía ser nuestra posición en la zona de combate. Había un gran cañón, y a lo lejos se podía ver como tres barcos, uno relativamente más pequeño que los otros, avanzaban hacia la costa de la isla.

Rose se dirigió hacia el cañón y empezó a pulsar botones casi por azar. No iba a dejarle toda la diversión a ella. Me acerqué hasta estar a su lado y desenvainé mi espada, clavándola en el suelo. – Joder por donde vienen. El mar es una de las zonas donde mis poderes afectan más. ¿Por que no empezamos con la diversión? Musité. Una diabólica sonrisa se clavo instantáneamente en mi rostro. Me senté en el suelo de piernas cruzadas mientras cerraba los ojos y me concentraba en lo que me rodeaba… hasta que dejé de sentirlo todo. Solo escuchaba como silbaba el viento, como las olas chocaban con las piedras… En el cielo un tumulto de nubes  comenzó a formarse. Grandes nubes negras que presagiaban una gran tormenta. Si algo podía hacer, era fastidiarles la navegación a esos incompetentes. Gracias a los poderes que me concebía mi fruta, podía controlar varios efectos meteorológicos en una gran zona. Aquella situación me venia de perlas.

Esto era una locura. No podía entender qué es lo que había ocurrido con exactitud.Una semana hacía ya de aquello. Kenichi había ayudado a alumbrar a un niño nacido entre la muerte, y desde entonces no se separaba de él. Conseguí destruir a ese tipo que atacaba a Sir Cadogan, corté todas las suturas y cayó al suelo hecho pedazos, como un saco de carne muerta. A lo largo de toda esta semana estuve viajando junto a Sir Cadogan y Kenichi, y esa decisión de ayudar al ratón me metió en un serio apuro del cual no pude imaginar verme inmiscuído nunca.

¿Cómo diablos iba yo a saber que Sir Cadogan pertenecía a la armada revolucionaria? No pude saberlo. Me sentía engañado y, en parte, traicionado por el ratón. Consciente de que pertenezco a la marina, soy teniente por el amor de dios, y no pude darme cuenta de que me engañó, no me dijo quién era realmente, por más que supiera de su pasado, por más que ahora tengamos un enemigo común, que luchamos en el mismo bando. Aunque resultase ser realmente la persona que creía conocer, no cambiaba el hecho de que me había engañado todo este tiempo.

No contento con ello, tuve que enterarme por el mismísimo almirante de flota. Minato estaba delante de nosotros, me estaba dando un sermón, me había equivocado, había sido irresponsable y me había equivocado al tomar mis decisiones. Mas aun así el almirante tuvo un rostro de humanidad y reconoció que aun a pesar de mis errores admitió que actué correctamente. Me sentí honrado al recibir esas palabras directas del almirante de flota. Aunque mi rostro no varió lo más mínimo, ni siquiera cuando me dijo que mi castigo no sería tan severo.

Entonces fue al ratón, le dio la oportunidad de defenderse y convencerle para que no le arrestase. Aunque personalmente no creo que fuese lo más conveniente dadas las circunstancias. Nos encontramos en Hallstat, donde el verdadero infierno está por llegar, y el ratón puede resultar un aliado de gran utilidad, al fin y al cabo luchamos por la misma causa, impedir que Derian se haga con el North blue. Aun así lo más seguro era que no necesitara ni siquiera molestarme en pensar algo para que no le capturasen.

El pequeño gran animal parlante comenzó a hablar para convencer al almirante, y realmente he de decir que me quedé bastante sorprendido por sus palabras. Nuevamente me daba a entender que no conocía a esa persona. Bien es cierto que tan solo nos encontramos en una ocasión, pero parecía ser más de fiar, era un caballero y me dio la sensación de que podía confiar en él, que no parecía tener nada que ocultar. Pero ahora escucho que es un príncipe, y no contento con ello también el Comandante jefe de todo un ejército. Y no estamos hablando del ejército revolucionario. Lo más impresionante es que le dio a Minato la oportunidad de hablar con su padre, el rey, para utilizar ese ejército en la gran guerra que comenzaría en cuestión de horas, tal vez menos.

Por detrás el pequeño que sostenía Kenichi comenzó a llorar. El chico se disculpó y sacó una jeringuilla con la que darle leche al pequeño. No pude evitar esbozar una sonrisa al ver eso. Era un buen chico ese Shirahama Kenichi, se le veía por cómo se preocupaba del pequeño al cual ahora alimentaba como buenamente podía. Y Sir Cadogan también era un buen tipo, estaba convencido por más que dudase sobre a qué bando pertenecía ahora mismo. Lo único seguro es que estaba ahí, dándonos la oportunidad de otorgarnos un ejército para combatir al pirata Derian Markov. Si antes ya pensaba que podía ser un buen aliado, ahora tenía más motivos que justificaban esa afirmación.

Miré al almirante de flota. Tal vez me arrepintiese de las palabras que tenía en la punta de la lengua, a punto de salir. Pero aunque no creo que negase la ayuda del príncipe ratón, sentía que tenía que pronunciarme. Llevé mi mano hacia la frente, saludando nuevamente al almirante y comencé a hablar.

-Con todos mis respetos señor. Si me permite la intromisión, a mi parecer sería un error apresar a Sir Cadogan. Puede ser un aliado muy importante en esta guerra si lo que dice es cierto y podemos llegar a disponer de ese ejército. En caso contrario, y que resultase ser una simple treta, le doy mi palabra de que me encargaré personalmente de apresarle. Me gustaría asumir la responsabilidad de vigilarle, así como los riesgos y pertinentes castigos que puedan recaer sobre mí. Si me lo permite le aseguro que no se arrepentirá señor. Le vigilaré sin perderle de vista.

No sabía cómo reaccionaría el almirante, tampoco creo que se fiase demasiado de mí dadas las circunstancias. Obviamente tampoco se lo que opinaba personalmente del ratón. Pero una cosa estaba clara, si es cierto lo dicho por Cadogan la batalla podría tomar un rumbo bastante importante a nuestro favor, y estaba seguro de que eso mismo lo pensaría el almirante. Ahora ya no tenía la misma confianza depositada en el ratón, no dudaría en ir a por él si resultaba ser un mentiroso y sucio rastrero. Al fin y al cabo ya me había logrado engañar en una ocasión. Y si resulta que realmente pretende hacerlo de nuevo, me encargaría personalmente de acabar con él.