Shinobu Yamamoto
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¡Todo lo que había dentro de la torre era impresionante! Cuando era pequeña me gustaba ver las estrellas, el que hubiera puntitos brillantes capturaba mi atención, pero lo más impresionante eran los destellos que aparecían de vez en cuando. Nunca imaginé que el hombre llegaría a estudiar los cielos con instrumentos tan… sofisticados. Tori-san parecía conocerlos mucho mejor que yo, y fue muy amable en explicarme para qué servía cada uno. Probablemente no me acordaría porque, bueno, era demasiada información y mi memoria tampoco era la mejor. ¡Pero eran fascinantes!
Me hubiera encantado estar ahí por motivos educativos, pero no me había olvidado de la guerra ni mucho menos de la situación de Udon. Estábamos en busca de cualquier cosa, ya fuera información o algún artefacto, que nos permitiera liberar Udon. Sin embargo, sólo teníamos el testimonio de un hombre al que la vida trataba con injusticia y crueldad. Debía ser muy duro para él estar lejos de su familia sin siquiera saber si estaban bien o no. Y encima se sentía culpable por lo que pasaba en el país…
Dejé que Tori-san hablara con el sensei, pues yo poco tenía para aportar en una conversación tan compleja. ¡No tenía idea de cómo sabían dónde caería esa cosa del cielo! Pero los hombres del mundo eran impresionantes, seguro que sabían eso y muchísimo más. Sonreí cuando Tori-san preguntó por la familia del anciano: tenía pensado preguntarle lo mismo. No obstante, se me ocurría una idea más ambiciosa y arriesgada, una idea que nos permitiría abarcar distintos frentes y maximizar nuestras habilidades.
—Tori-san, yo rescataré a la familia de este hombre —dije de pronto, esperando llamar la atención de todo el mundo—. Por lo que me has contado del Ejército Revolucionario… ¿No crees que ellos son los más indicados para proteger a este anciano? Creo que, si les cuenta a los líderes todo lo que ha descubierto, podrán elaborar un plan para detener a los kappas y traer la paz a Wano. ¡Habremos liberado Udon, Tori-san!
Las misiones de infiltración y espionaje no eran mi fuerte, de hecho, tampoco es que fuera buena en muchas cosas. Sólo servía para idear estrategias militares y emplear la fuerza bruta. Sin embargo, si mis pocas habilidades podían ser de utilidad para rescatar a la familia de ese hombre, las ofrecería sin preocuparme de las consecuencias.
—Entiendo tu punto, Shinobu, pero no será necesario separarnos. Creo que puedo volar lo suficientemente rápido para llegar al campamento del Ejército Revolucionario y partir al lugar donde tienen secuestrada a su familia —respondió Tori-san—. Sin embargo, esta decisión no depende de nosotros…
Me hubiera encantado estar ahí por motivos educativos, pero no me había olvidado de la guerra ni mucho menos de la situación de Udon. Estábamos en busca de cualquier cosa, ya fuera información o algún artefacto, que nos permitiera liberar Udon. Sin embargo, sólo teníamos el testimonio de un hombre al que la vida trataba con injusticia y crueldad. Debía ser muy duro para él estar lejos de su familia sin siquiera saber si estaban bien o no. Y encima se sentía culpable por lo que pasaba en el país…
Dejé que Tori-san hablara con el sensei, pues yo poco tenía para aportar en una conversación tan compleja. ¡No tenía idea de cómo sabían dónde caería esa cosa del cielo! Pero los hombres del mundo eran impresionantes, seguro que sabían eso y muchísimo más. Sonreí cuando Tori-san preguntó por la familia del anciano: tenía pensado preguntarle lo mismo. No obstante, se me ocurría una idea más ambiciosa y arriesgada, una idea que nos permitiría abarcar distintos frentes y maximizar nuestras habilidades.
—Tori-san, yo rescataré a la familia de este hombre —dije de pronto, esperando llamar la atención de todo el mundo—. Por lo que me has contado del Ejército Revolucionario… ¿No crees que ellos son los más indicados para proteger a este anciano? Creo que, si les cuenta a los líderes todo lo que ha descubierto, podrán elaborar un plan para detener a los kappas y traer la paz a Wano. ¡Habremos liberado Udon, Tori-san!
Las misiones de infiltración y espionaje no eran mi fuerte, de hecho, tampoco es que fuera buena en muchas cosas. Sólo servía para idear estrategias militares y emplear la fuerza bruta. Sin embargo, si mis pocas habilidades podían ser de utilidad para rescatar a la familia de ese hombre, las ofrecería sin preocuparme de las consecuencias.
—Entiendo tu punto, Shinobu, pero no será necesario separarnos. Creo que puedo volar lo suficientemente rápido para llegar al campamento del Ejército Revolucionario y partir al lugar donde tienen secuestrada a su familia —respondió Tori-san—. Sin embargo, esta decisión no depende de nosotros…
- Resumen:
- Proponer llevar al sensei al campamento del Ejército Revolucionario, además de ofrecerme a rescatar a la familia del mismo.
Maki
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-¡Banzaaaai! -gritó el Jefe mientras atravesaba el papel y agitaba los nunchakus hacia todas partes. No sabía lo que significaba, pero le gustaba-. No sabía que la Revolución te había enviado, chico. ¡Ay! -Qué difícil era controlar esas cosas.
Estaba convencido de que con su viejo socio allí todo sería más fácil. Un rubito delgaducho podía entrar donde quisiera sin levantar sospechas. La gente simpática como Sonrisas tenía ese don. Maki también, pero a él ya lo conocía todo el mundo. Como los humanos eran todos iguales, nadie se fijaría en uno más. Eso sí, había que disimular.
-Chicos, al saco.
Los Centellas aparecieron con la bolsa de secuestrar para meter dentro a Sonrisas. No podían ver a alguien como él, una figura tan destacada de la comunidad, confraternizar con un desconocido. Sería mucho mejor que pensaran que estaba a sus cosas de yakuza. Fruto Seco Ibar le había insistido en la importancia de ser sutiles.
-Vas a tener que ayudarme, amigo. No consigo hablar con mi mujer por culpa de un montón de excusas corteses. Y eso que he visto su silueta a través de esas puertas de papel tan raras. Necesito que me ayudes a secuestrarla.
Desde que se había tatuado a Ryuppai, el dragón que le mordía la tetilla, le estaba cogiendo el truco a lo de raptar a gente. Había empezado con aquel vendedor de takoyaki y se proponía seguir con una reina. Supuso que era señal de prosperidad.
-Tranquilo, tengo un saco más grande para ella. Un saco de chica. Pero no es rosa ni nada, tranquilo, ya me dieron una charla por eso. Vamos a entrar al palacio para hacer una obra kabuki para el cumpleaños de Hipatia. No ese su cumple, creo, pero el teatro le gusta a todo el mundo. Y llevaremos tarta. Entonces la secuestramos y liberamos la isla.
Era un plan a prueba de bombas que requería hasta el último gramo de audacia y talento para el drama de todos los implicados. Y las habilidades de maquillaje de Sonrisas. Un tipo tan bien vestido tenía que ser un buen maquillador.
¡Y encima los soldados se iban! Estupendo. Menos gente metiéndose en medio. Un montón menos de gente. Maki nunca había visto a tantos soldados juntos, ni siquiera cuando los invitó a todos a su fiesta de cumpleaños. Vaya, al parecer ya no estaban todos tan ocupados...
-Pero no quiero hablar solo yo. ¿Tú que te cuentas, chato?
Estaba convencido de que con su viejo socio allí todo sería más fácil. Un rubito delgaducho podía entrar donde quisiera sin levantar sospechas. La gente simpática como Sonrisas tenía ese don. Maki también, pero a él ya lo conocía todo el mundo. Como los humanos eran todos iguales, nadie se fijaría en uno más. Eso sí, había que disimular.
-Chicos, al saco.
Los Centellas aparecieron con la bolsa de secuestrar para meter dentro a Sonrisas. No podían ver a alguien como él, una figura tan destacada de la comunidad, confraternizar con un desconocido. Sería mucho mejor que pensaran que estaba a sus cosas de yakuza. Fruto Seco Ibar le había insistido en la importancia de ser sutiles.
-Vas a tener que ayudarme, amigo. No consigo hablar con mi mujer por culpa de un montón de excusas corteses. Y eso que he visto su silueta a través de esas puertas de papel tan raras. Necesito que me ayudes a secuestrarla.
Desde que se había tatuado a Ryuppai, el dragón que le mordía la tetilla, le estaba cogiendo el truco a lo de raptar a gente. Había empezado con aquel vendedor de takoyaki y se proponía seguir con una reina. Supuso que era señal de prosperidad.
-Tranquilo, tengo un saco más grande para ella. Un saco de chica. Pero no es rosa ni nada, tranquilo, ya me dieron una charla por eso. Vamos a entrar al palacio para hacer una obra kabuki para el cumpleaños de Hipatia. No ese su cumple, creo, pero el teatro le gusta a todo el mundo. Y llevaremos tarta. Entonces la secuestramos y liberamos la isla.
Era un plan a prueba de bombas que requería hasta el último gramo de audacia y talento para el drama de todos los implicados. Y las habilidades de maquillaje de Sonrisas. Un tipo tan bien vestido tenía que ser un buen maquillador.
¡Y encima los soldados se iban! Estupendo. Menos gente metiéndose en medio. Un montón menos de gente. Maki nunca había visto a tantos soldados juntos, ni siquiera cuando los invitó a todos a su fiesta de cumpleaños. Vaya, al parecer ya no estaban todos tan ocupados...
-Pero no quiero hablar solo yo. ¿Tú que te cuentas, chato?
- Resumen:
- Exponer mi malvado plan para
amargarle la vida a Yarmininfiltrarnos en palacio y secuestrar a Hipatia con un saco de color no rosa.
Yarmin Prince
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¿Alguna vez has tenido la necesidad imperiosa de darle una bofetada a alguien? Ni siquiera abrirlo en canal y bañarte en sus vísceras, solo abofetearlo mientras le gritas que a ver si deja de ser tan idiota. No sé en qué momento pude creer que este pedazo de bazofia con olor a pescado no demasiado fresco podía madurar. No sé en qué momento pude obedecer a Issei cuando me instó a aupar su boda. Debería haberme plantado, haber utilizado una sencilla orden para que se pegase un tiro y no volver a escuchar acerca de Augustus Makintosh. ¡Y ahora estoy perdido en medio de Wano con su puñetera troupe de los horrores, intentando librarme de una reina que no me va a aportar ningún beneficio... Debería haber venido como agente desde el principio.
Contuve a duras penas mis ganas de romper el cuello al subser que se me acercaba con un saco, pretendiendo meterme en él. En su lugar miré hacia él con una sonrisa amable, y ni una sola arruga de mi expresión podía hacer sospechar que si daba un solo paso adelante más iba a apuñalarle el corazón.
- Por favor, eso no será necesario -dije, con talante tranquilizador-, no queremos que nadie salga herido.
Hasta la fecha mis poderes frente a Makintosh siempre habían funcionado de manera errática, como si su curiosa personalidad y su estupidez congénita hiciesen de él un individuo casi inmune a mis encantos. No al nivel de Midorima, claro, pero no podía infravalorar la poderosa armadura de Augustus. Eso implicaba que tampoco podía matar a sus compañeros, aunque no me faltasen las ganas, mientras él miraba. Sin embargo, si jugaba bien mis cartas, podía hacer que el revolucionario se ocupase de Oc durante el tiempo justo para meterme en la mente de Hipatia. Ella perdería la guerra, yo diseccionaría a Oc y Maki podría torturar a su esposa de por vida. Todos salíamos ganando. Al menos, los que me importaban. Yo, vaya.
- Si quieres mi ayuda, Augustus. -Me acerqué a él despacio, guardando las manos en los bolsillos de mi pantalón sin dejar de mirarle a los ojos-. Como amigo tuyo y padrino de tu boda, vas a tener que escucharme. Y, desde luego, nada de sacos ni de secuestrar a tu mujer. ¿Acaso crees que tu dulce esposa se merece eso?
Claro que sí. Eso y más. Obvió mencionar que ella solo se había casado con él bajo la promesa de un matrimonio pantalla, cumpliendo su palabra frente al pueblo de Ryugu y disfrutando de amantes nuevos cada noche, si lo estimaba oportuno. Nunca había querido casarse, claro, y otros más sagaces habrían advertido que en un contrato de asesinato se intuía la posibilidad de que su corazón estuviese cerrado. Desde luego, por estas dos semanas se merecía perecer en un saco hundido en vinagre, ahogándose a medida que sus putas agallas se quemaban en el ácido, y entendía que desde la perspectiva de Maki también mereciese un escarmiento. No obstante, no iba a funcionar si él no ponía un poco de su parte.
- Está bien, está haciendo alguna que otra travesura. Puede que te sientas traicionado. -Era difícil traicionar si no era leal en primer lugar, pero para Augustus podía ser perfectamente un caso-. Pero tú tampoco has sido el marido ideal. ¿Qué has hecho en estas últimas semanas? Disfrazarte de okama y salir a pasear por ahí. Ni unas flores, ni unos chocolates le has comprado. Normal que los guardias no quieran recibirte, saben que vas a hacerle más daño. ¿No has pensado en ser un poco menos egoísta? Vienes a esta isla exactamente a... ¿A qué? ¿A llevártela a casa? ¿Sin tener en cuenta sus sentimientos? ¿Por qué no te acercas a ella, le das un masaje en la espalda y te comportas como un marido de verdad? Tu mujer está pasando por momentos muy delicados, y llevártela contra su voluntad no va a solucionar nada. Tienes que hacer que desista de buenas maneras, convencerla. Eres su marido, su apoyo; no su carcelero.
Tomé aire. No podía utilizar mis poderes sobre él, pero hasta su abotargado ingenio de pez abisal podía ser susceptible de una leve reeducación a través del refuerzo. También contaba con que sus intenciones eran puras, en cuyo caso los ineptos ojos de Maki seguramente se abrirían metafóricamente hablando. Casi seguro el puto pez trazaría un recorrido retorcido y pernicioso para ganar de nuevo el corazón de su amada, pero casi estaba seguro de que al menos me escucharía.
- Ahora bien. Yo te abriré camino hacia ella, si a cambio me haces un favor. Es un favor pequeñito, más comparado con salvar tu matrimonio. Acompáñame.
Contuve a duras penas mis ganas de romper el cuello al subser que se me acercaba con un saco, pretendiendo meterme en él. En su lugar miré hacia él con una sonrisa amable, y ni una sola arruga de mi expresión podía hacer sospechar que si daba un solo paso adelante más iba a apuñalarle el corazón.
- Por favor, eso no será necesario -dije, con talante tranquilizador-, no queremos que nadie salga herido.
Hasta la fecha mis poderes frente a Makintosh siempre habían funcionado de manera errática, como si su curiosa personalidad y su estupidez congénita hiciesen de él un individuo casi inmune a mis encantos. No al nivel de Midorima, claro, pero no podía infravalorar la poderosa armadura de Augustus. Eso implicaba que tampoco podía matar a sus compañeros, aunque no me faltasen las ganas, mientras él miraba. Sin embargo, si jugaba bien mis cartas, podía hacer que el revolucionario se ocupase de Oc durante el tiempo justo para meterme en la mente de Hipatia. Ella perdería la guerra, yo diseccionaría a Oc y Maki podría torturar a su esposa de por vida. Todos salíamos ganando. Al menos, los que me importaban. Yo, vaya.
- Si quieres mi ayuda, Augustus. -Me acerqué a él despacio, guardando las manos en los bolsillos de mi pantalón sin dejar de mirarle a los ojos-. Como amigo tuyo y padrino de tu boda, vas a tener que escucharme. Y, desde luego, nada de sacos ni de secuestrar a tu mujer. ¿Acaso crees que tu dulce esposa se merece eso?
Claro que sí. Eso y más. Obvió mencionar que ella solo se había casado con él bajo la promesa de un matrimonio pantalla, cumpliendo su palabra frente al pueblo de Ryugu y disfrutando de amantes nuevos cada noche, si lo estimaba oportuno. Nunca había querido casarse, claro, y otros más sagaces habrían advertido que en un contrato de asesinato se intuía la posibilidad de que su corazón estuviese cerrado. Desde luego, por estas dos semanas se merecía perecer en un saco hundido en vinagre, ahogándose a medida que sus putas agallas se quemaban en el ácido, y entendía que desde la perspectiva de Maki también mereciese un escarmiento. No obstante, no iba a funcionar si él no ponía un poco de su parte.
- Está bien, está haciendo alguna que otra travesura. Puede que te sientas traicionado. -Era difícil traicionar si no era leal en primer lugar, pero para Augustus podía ser perfectamente un caso-. Pero tú tampoco has sido el marido ideal. ¿Qué has hecho en estas últimas semanas? Disfrazarte de okama y salir a pasear por ahí. Ni unas flores, ni unos chocolates le has comprado. Normal que los guardias no quieran recibirte, saben que vas a hacerle más daño. ¿No has pensado en ser un poco menos egoísta? Vienes a esta isla exactamente a... ¿A qué? ¿A llevártela a casa? ¿Sin tener en cuenta sus sentimientos? ¿Por qué no te acercas a ella, le das un masaje en la espalda y te comportas como un marido de verdad? Tu mujer está pasando por momentos muy delicados, y llevártela contra su voluntad no va a solucionar nada. Tienes que hacer que desista de buenas maneras, convencerla. Eres su marido, su apoyo; no su carcelero.
Tomé aire. No podía utilizar mis poderes sobre él, pero hasta su abotargado ingenio de pez abisal podía ser susceptible de una leve reeducación a través del refuerzo. También contaba con que sus intenciones eran puras, en cuyo caso los ineptos ojos de Maki seguramente se abrirían metafóricamente hablando. Casi seguro el puto pez trazaría un recorrido retorcido y pernicioso para ganar de nuevo el corazón de su amada, pero casi estaba seguro de que al menos me escucharía.
- Ahora bien. Yo te abriré camino hacia ella, si a cambio me haces un favor. Es un favor pequeñito, más comparado con salvar tu matrimonio. Acompáñame.
- Resumen:
- Abroncar al puto pez
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Al parecer por alguna inexplicable casualidad del destino aquel macabro y enormemente poderoso gyojin al que había derrotado unos días atrás resultaba ser quien comandaba el destacamento al cual estaba fingiendo pertenecer en aquellos momentos. Por suerte para él, la urgencia del momento evitó que tuviera que improvisar más respuestas creíbles ante los vigilantes de la puerta, que le flanquearon el paso al interior de la ciudad.
La Capital de las Flores no se asemejaba en nada a la vibrante y alegre ciudad que el samurái recordaba. En aquellos momentos parecía simplemente un enorme campamento militar, poblado de tiendas aquí y allá fabricadas con materiales que parecían salidos (como probablemente así era) del fondo del mar. Multitud de soldados se desplazaban de un lugar a otro, enfrascados en sus tareas.
El joven se apresuró a buscar un médico. Al fin y al cabo, su labor prioritaria en aquel momento era asegurarse de que su maestro conseguía el tratamiento que necesitaba antes de que fuera demasiado tarde. No obstante no podía olvidar el motivo que había dado a su entrada en la ciudad y que, de hecho, podía acercarle considerablemente a su objetivo final. Llegar hasta Hipatia con la excusa de darle un mensaje y asesinarla. Así, probablemente lo mejor sería intentar localizar rápidamente a los sanitarios capturados en Kuri, a ser posible encontrando a alguno al que conociera personalmente, y liberarlos. Así, si escapaban de la ciudad, alguno de ellos podría tratar a su maestro. Y mientras tanto él podría centrarse en atrapar a Hipatia.
Teniendo esto en cuenta el jóven semigyojin se acercaría al lugar donde viera que tenían a los prisioneros y solicitaría a quien los estuviera vigilando los servicios de algún médico cautivo. Cubierto de sangre y polvo como estaba, no le costaría fingir que tenía alguna herida oculta que necesitaba atención de forma rápida. Probablemente su capacidad de improvisación y su labia harían el resto, pero no podía confiarse. Caminando como si a cada paso sintiera un gran dolor y llevándose el brazo derecho al abdomen como si estuviese presionando para disminuir el sangrado de alguna herida situada bajo su armadura, se acercaría a quien estuviera vigilando a los presos y diría:
- Hola, compañero. Roy Hodgson, del tercer destacamento. Necesito los servicios de alguno de esos médicos humanos que capturamos en Kuri, esos malditos rebeldes consiguieron herirme en la última escaramuza.
La Capital de las Flores no se asemejaba en nada a la vibrante y alegre ciudad que el samurái recordaba. En aquellos momentos parecía simplemente un enorme campamento militar, poblado de tiendas aquí y allá fabricadas con materiales que parecían salidos (como probablemente así era) del fondo del mar. Multitud de soldados se desplazaban de un lugar a otro, enfrascados en sus tareas.
El joven se apresuró a buscar un médico. Al fin y al cabo, su labor prioritaria en aquel momento era asegurarse de que su maestro conseguía el tratamiento que necesitaba antes de que fuera demasiado tarde. No obstante no podía olvidar el motivo que había dado a su entrada en la ciudad y que, de hecho, podía acercarle considerablemente a su objetivo final. Llegar hasta Hipatia con la excusa de darle un mensaje y asesinarla. Así, probablemente lo mejor sería intentar localizar rápidamente a los sanitarios capturados en Kuri, a ser posible encontrando a alguno al que conociera personalmente, y liberarlos. Así, si escapaban de la ciudad, alguno de ellos podría tratar a su maestro. Y mientras tanto él podría centrarse en atrapar a Hipatia.
Teniendo esto en cuenta el jóven semigyojin se acercaría al lugar donde viera que tenían a los prisioneros y solicitaría a quien los estuviera vigilando los servicios de algún médico cautivo. Cubierto de sangre y polvo como estaba, no le costaría fingir que tenía alguna herida oculta que necesitaba atención de forma rápida. Probablemente su capacidad de improvisación y su labia harían el resto, pero no podía confiarse. Caminando como si a cada paso sintiera un gran dolor y llevándose el brazo derecho al abdomen como si estuviese presionando para disminuir el sangrado de alguna herida situada bajo su armadura, se acercaría a quien estuviera vigilando a los presos y diría:
- Hola, compañero. Roy Hodgson, del tercer destacamento. Necesito los servicios de alguno de esos médicos humanos que capturamos en Kuri, esos malditos rebeldes consiguieron herirme en la última escaramuza.
- Resumen:
- Buscar el lugar donde tienen a los prisioneros y, fingiendo que estoy herido, solicitarle a quien los esté vigilando los servicios de alguno de los médicos capturados en Kuri.
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A la sombra de la colosal montaña el ejército de Wano se enfrentaba a las hordas procedentes del fondo del mar. El poder de los gyojin, muy superior al de los humanos, hacía que las bajas entre estos se contaran por miles. Sin embargo los humanos hacían valer su notable superioridad en cuanto a número y táctica para igualar las cosas. Por momentos la balanza parecía que iba a decantarse hacia un lado y, repentinamente, se inclinaba hacia el otro. Una y otra vez.
Si querían localizar a Zane debían encontrar el modo de enterarse de la situación de la prisión. Para ello disponían de dos opciones: podían sonsacárselo a un gyojin o a un humano. Ambas opciones tenían sus puntos a favor y en contra. Entre los gyojin sería mucho más sencillo capturar a alguien y pasar inadvertidos, pero su desorganización hacía imposible saber si era alguien con acceso a información como aquella. Por otro lado resultaba fácil identificar a los líderes y oficiales entre los humanos, pero su pérdida podía suponer un daño irreparable a su ejército dada su gran dependencia de la táctica militar en una batalla contra enemigos tan superiores físicamente a ellos. No, no podían ser los causantes de la derrota de Wano. Zane no se lo perdonaría nunca. No podían arriesgarse a secuestrar a uno de los líderes del ejército humano y provocar su masacre a manos de los habitantes del mar.
- Deberíamos llevarnos a algún gyojin que parezca fuerte e importante, para asegurarnos de que sabe dónde está la prisión. ¿Te ves capaz de localizar el objetivo ideal mediante el Haki de Observación? - Preguntó el semigigante a su amigo. Sabía perfectamente que Therax era una de las personas más hábiles en el uso del Mantra en el mundo entero, así que esperaba escuchar una respuesta afirmativa. De ese modo, secuestrando a algún gyojin especialmente poderoso, no solo sería más probable que pudiera decirles dónde se encontraba la prisión, sino que ayudarían a que los habitantes de Wano tomaran la delantera en la batalla.
Si querían localizar a Zane debían encontrar el modo de enterarse de la situación de la prisión. Para ello disponían de dos opciones: podían sonsacárselo a un gyojin o a un humano. Ambas opciones tenían sus puntos a favor y en contra. Entre los gyojin sería mucho más sencillo capturar a alguien y pasar inadvertidos, pero su desorganización hacía imposible saber si era alguien con acceso a información como aquella. Por otro lado resultaba fácil identificar a los líderes y oficiales entre los humanos, pero su pérdida podía suponer un daño irreparable a su ejército dada su gran dependencia de la táctica militar en una batalla contra enemigos tan superiores físicamente a ellos. No, no podían ser los causantes de la derrota de Wano. Zane no se lo perdonaría nunca. No podían arriesgarse a secuestrar a uno de los líderes del ejército humano y provocar su masacre a manos de los habitantes del mar.
- Deberíamos llevarnos a algún gyojin que parezca fuerte e importante, para asegurarnos de que sabe dónde está la prisión. ¿Te ves capaz de localizar el objetivo ideal mediante el Haki de Observación? - Preguntó el semigigante a su amigo. Sabía perfectamente que Therax era una de las personas más hábiles en el uso del Mantra en el mundo entero, así que esperaba escuchar una respuesta afirmativa. De ese modo, secuestrando a algún gyojin especialmente poderoso, no solo sería más probable que pudiera decirles dónde se encontraba la prisión, sino que ayudarían a que los habitantes de Wano tomaran la delantera en la batalla.
- Resumen:
- Proponer a Therax encontrar mediante el Mantra a un gyojin poderoso y secuestrarlo para preguntarle dónde está la prisión.
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- Estamos a la temperatura suficiente como para que cualquier persona normal no durase más de unas horas. Que pena que tengamos con nosotros al hombre de hielo y al termostato andante. - Comenté antes de que los temblores lograran que mi sarcasmo no saliera de la escala.
No, no eran insectos, pero sí eran animales. Serpientes en concreto, del color de la obsidiana y enormes, las cuales salían disparada de los conductos de vapor. Si podían soportar el calor de las paredes y el vapor, así como poder hacer estas estructuras en roca sólida y soportar ser lanzadas por la presión supuse que no me encontraba ante animales normales. Por ahora no gastaría fuerzas en intentar quemarlas. Si salían disparadas contra mí usaría la cinética a mi favor. Tenía poco tiempo para atacar, así que volvería mi defensa un ataque.
Saqué a Zinogre y sujeté su filo de tal forma que se alinease con la mandíbula del enorme ofidio. Adopté la pose más estable que pude y fundí la roca bajo mis pies, para luego volver a solidificarla, lo que me daría más anclaje. Tras eso endurecí mi cuerpo con haki y esperé que llegara el embate de la serpiente. Si había calculado bien podría partirla por la mandíbula. Pero ahora me preguntaba qué había llevado a unos seres vivos a desarrollar esa estrategia de caza. Pero en fin, eso eran preguntas que sabría responder un biólogo, y yo no era uno de esos frikis.
Tres de ellas se habían lanzado a por Al, pero bueno, mientras no supieran usar su voluntad no creía que hubiese mayor problema. Se libraría de ellas haciéndose hielo o mediante una cabriola excesivamente teatralizada para presumir. Lo que me preocupaba era Jack, no lo había visto entrar en la sala y no notaba que se acercase ¿Se lo habrían comido las serpientes? Si encontrábamos a una muerta por diabetes tendríamos la respuesta ¿Cómo sería la diabetes ofidia?
No, no eran insectos, pero sí eran animales. Serpientes en concreto, del color de la obsidiana y enormes, las cuales salían disparada de los conductos de vapor. Si podían soportar el calor de las paredes y el vapor, así como poder hacer estas estructuras en roca sólida y soportar ser lanzadas por la presión supuse que no me encontraba ante animales normales. Por ahora no gastaría fuerzas en intentar quemarlas. Si salían disparadas contra mí usaría la cinética a mi favor. Tenía poco tiempo para atacar, así que volvería mi defensa un ataque.
Saqué a Zinogre y sujeté su filo de tal forma que se alinease con la mandíbula del enorme ofidio. Adopté la pose más estable que pude y fundí la roca bajo mis pies, para luego volver a solidificarla, lo que me daría más anclaje. Tras eso endurecí mi cuerpo con haki y esperé que llegara el embate de la serpiente. Si había calculado bien podría partirla por la mandíbula. Pero ahora me preguntaba qué había llevado a unos seres vivos a desarrollar esa estrategia de caza. Pero en fin, eso eran preguntas que sabría responder un biólogo, y yo no era uno de esos frikis.
Tres de ellas se habían lanzado a por Al, pero bueno, mientras no supieran usar su voluntad no creía que hubiese mayor problema. Se libraría de ellas haciéndose hielo o mediante una cabriola excesivamente teatralizada para presumir. Lo que me preocupaba era Jack, no lo había visto entrar en la sala y no notaba que se acercase ¿Se lo habrían comido las serpientes? Si encontrábamos a una muerta por diabetes tendríamos la respuesta ¿Cómo sería la diabetes ofidia?
- Resumen:
- Mantener la pose y ver quien se parte antes. Preguntarme si las serpientes pueden tener diabetes.
Sasaki
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Lo que había destruido a mi monigote no se mantuvo oculto a pesar de haber tenido un posible ataque sorpresa para intentar acabar conmigo. En cambio, de entre las sombras apareció una persona claramente pálida y, a pesar del calor, no tenía ni una gota de sudor en su rostro, eso no me inspiraba confianza ninguna, dado que significaba que podía resistir bien las altas temperaturas, por lo menos mejor que yo.
Hice que mi cuerpo se hiciese intangible por lo que pudiese intentar. Doble el brazo en el que tenía el arma hasta que alcanzó la altura de mi ojo y la espada quedó en línea entre mi ojo y el cuerpo de aquel individuo.
-¿Así que eras tú el que intentaba ponernos nerviosos? – Pregunté sin darle importancia a sus palabras de provocación por destruir el monigote. – Soy Jack. – Le dije haciendo una muy ligera reverencia intentando no perderle de vista ni un segundo. - ¿Buscar? No se de que hablas o si hay algo que pueda ser de interés aquí dentro, pero me es indiferente. Yo solo busco la salida de este túnel. Me obligaron a venir a esta isla y a seguir al kamikaze de Arthur. Solo quiero terminar la puta misión de una santísima vez, como esto se prolongue demasiado acabaré llegando tarde a la boda.
La punta de mi espada estaría apuntado al joven rubio en caso de que este se moviese y si no lo hacía también lo haría. Mientras centré mi haki en mis compañeros, los cuales no noté cerca, de hecho, no los noté. “Maldita sea, ¿ninguno ha venido conmigo a pesar de comentarlo?” pensé mientras el azúcar que formaba el brazo opuesto al que portaba el arma se endurecía tanto como podía por si necesitaba detener algún golpe.
Hice que mi cuerpo se hiciese intangible por lo que pudiese intentar. Doble el brazo en el que tenía el arma hasta que alcanzó la altura de mi ojo y la espada quedó en línea entre mi ojo y el cuerpo de aquel individuo.
-¿Así que eras tú el que intentaba ponernos nerviosos? – Pregunté sin darle importancia a sus palabras de provocación por destruir el monigote. – Soy Jack. – Le dije haciendo una muy ligera reverencia intentando no perderle de vista ni un segundo. - ¿Buscar? No se de que hablas o si hay algo que pueda ser de interés aquí dentro, pero me es indiferente. Yo solo busco la salida de este túnel. Me obligaron a venir a esta isla y a seguir al kamikaze de Arthur. Solo quiero terminar la puta misión de una santísima vez, como esto se prolongue demasiado acabaré llegando tarde a la boda.
La punta de mi espada estaría apuntado al joven rubio en caso de que este se moviese y si no lo hacía también lo haría. Mientras centré mi haki en mis compañeros, los cuales no noté cerca, de hecho, no los noté. “Maldita sea, ¿ninguno ha venido conmigo a pesar de comentarlo?” pensé mientras el azúcar que formaba el brazo opuesto al que portaba el arma se endurecía tanto como podía por si necesitaba detener algún golpe.
- resumen:
- Charlar con mi nuevo amijo.
Aki D. Arlia
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Varios
Aki alzó una ceja antes de responderle.
-Deberías plantearte cambiar esa costumbre. Si vas a mandar a tus hombres a pelear por ti, qué menos que ser capaz de pelear tú por ellos. Además, estás a tiempo.- esbozó una pequeña sonrisa.- Yo era mayor que tú cuando empecé a combatir. Pero volviendo al tema… ella no se esconde. Está jugando a largo plazo, utilizando a su gente de forma inteligente. Y lo siento, pero he venido no solo a protegerte sino a evitar muertes innecesarias. Si eso implica darte órdenes lo haré.
Estudió el mapa que había sacado la niña. Lo de la red de túneles era tremendamente interesante y… útil. Le preguntó al respecto, hasta donde llegaban y por qué se habían originado. Quizá pudieran utilizarlos en algún momento para realizar una ofensiva.
De repente, vio algo brillar por la ventana y se asomó al balcón. El rayo de luz solo había durado un momento, pero había sido suficiente. Regresó a la estancia sabiendo que el dragón tardaría un rato en aparecer. Por lo visto tenía asuntos más urgentes que atender, aunque teniendo en cuenta el estado de… bueno, de todo Wano, no era sorprendente. Fuera lo que fuera, no dudaba que acabaría beneficiándoles. De momento, todo lo que podía hacer era tratar de que la reunión no se les fuera de las manos. Por suerte, sabía bien cómo ser diplomática.
-No tendrás que escapar. Son un grupo pequeño, les tendremos rodeados en todo momento. Piensa mejor en qué cosas necesitamos averiguar, porque en cuanto pisen esta sala se convertirán en nuestros rehenes particulares.
Sabía que entre ella y Osu podían manejar una posible revuelta; como había dicho, no había mucha gente. Y necesitaban información si pretendían avanzar la batalla. Suspiró, pensando en que realmente, todavía no entendía por qué a la sirena se le había antojado conquistar Wano. O cómo había acabado ella tan metida en el embrollo.
-Si todo está hablado, creo que lo mejor es que coloques a tus guardias en las puertas y les hagamos subir. Yo me quedaré a tu lado. Escuchemos qué tienen que decirnos antes de empezar a sonsacarles. Quizá nos sea de utilidad.
Aguardó a que la pequeña dictara las órdenes. Si así se sentía más cómoda, lo mejor era guardar la paz. Una gobernanta necesitaba algo más que genio, pero una guerra no era lugar para lecciones. El tiempo apremiaba.
-Deberías plantearte cambiar esa costumbre. Si vas a mandar a tus hombres a pelear por ti, qué menos que ser capaz de pelear tú por ellos. Además, estás a tiempo.- esbozó una pequeña sonrisa.- Yo era mayor que tú cuando empecé a combatir. Pero volviendo al tema… ella no se esconde. Está jugando a largo plazo, utilizando a su gente de forma inteligente. Y lo siento, pero he venido no solo a protegerte sino a evitar muertes innecesarias. Si eso implica darte órdenes lo haré.
Estudió el mapa que había sacado la niña. Lo de la red de túneles era tremendamente interesante y… útil. Le preguntó al respecto, hasta donde llegaban y por qué se habían originado. Quizá pudieran utilizarlos en algún momento para realizar una ofensiva.
De repente, vio algo brillar por la ventana y se asomó al balcón. El rayo de luz solo había durado un momento, pero había sido suficiente. Regresó a la estancia sabiendo que el dragón tardaría un rato en aparecer. Por lo visto tenía asuntos más urgentes que atender, aunque teniendo en cuenta el estado de… bueno, de todo Wano, no era sorprendente. Fuera lo que fuera, no dudaba que acabaría beneficiándoles. De momento, todo lo que podía hacer era tratar de que la reunión no se les fuera de las manos. Por suerte, sabía bien cómo ser diplomática.
-No tendrás que escapar. Son un grupo pequeño, les tendremos rodeados en todo momento. Piensa mejor en qué cosas necesitamos averiguar, porque en cuanto pisen esta sala se convertirán en nuestros rehenes particulares.
Sabía que entre ella y Osu podían manejar una posible revuelta; como había dicho, no había mucha gente. Y necesitaban información si pretendían avanzar la batalla. Suspiró, pensando en que realmente, todavía no entendía por qué a la sirena se le había antojado conquistar Wano. O cómo había acabado ella tan metida en el embrollo.
-Si todo está hablado, creo que lo mejor es que coloques a tus guardias en las puertas y les hagamos subir. Yo me quedaré a tu lado. Escuchemos qué tienen que decirnos antes de empezar a sonsacarles. Quizá nos sea de utilidad.
Aguardó a que la pequeña dictara las órdenes. Si así se sentía más cómoda, lo mejor era guardar la paz. Una gobernanta necesitaba algo más que genio, pero una guerra no era lugar para lecciones. El tiempo apremiaba.
- resumen:
- Hablar con Hitomi, decirle que apueste a los guardas en las puertas y haga subir a los parlamentarios y les deje hablar. Preguntarle hasta dónde llegan los túneles para ver cómo de útiles pueden ser en un futuro.
- ¿Y si no lo sabe? -respondió el espadachín, detenido en las alturas cual impasible espectador-. No olvidemos que esa gente lleva aquí poco tiempo. ¿Si tú capturases a alguien como Zane lo enviarías a un lugar y le dirías su localización a un tipo que vas a mandar a morir al frente? Yo creo que tiene más sentido preguntarle a quien comande a ese ejército -meditó en voz alta, sin dejar de observar cómo los rústicos sonidos emitidos por los instrumentos movilizaban a las huestes defensoras-. Y no creo que ese señor vaya a decirnos nada sin obtener algo a cambio... Yo digo que nos anticipemos e intentemos decantar la batalla a favor de los humanos. Luego podemos preguntarle a quien lleve la voz cantante. Nos debería una al fin y al cabo, ¿no?
Si Marc no encontraba algo que añadir a su contraoferta se lanzaría al ataque sin duda alguna, aunque antes realizaría un ataque sorpresa a la espalda de los habitantes del mar. El viento rugió con fuerza en las cercanías, arrastrando consigo la promesa de una masacre que nadie habría podido prever. Si la música aún podía servía de guía debía haber cierta organización en las tropas de los hombres, y así era. Ello implicaba ambas fuerzas no podían estar mezcladas en un combate sin cuartel; no al menos en toda la extensión que abarcaba la cruenta batalla. En otras palabras: retaguardia.
Obedeciendo los designios de quien lo dominaba, el viento se agitó con fuerza a las espaldas de los seres de escamas que conformaban la última línea, consolidándose en un poderoso tornado que, de forma medida, comenzó a recorrer en horizontal la formación que nutrían quienes sin duda estaban destinados a ser los refuerzos de la primera línea.
Acto seguido, y sin perder en ningún momento la concentración para manipular su creación, se abalanzó sobre el enemigo. Las ondas cortantes nacían de sus espadas de forma incansable, dando lugar a una lluvia cortante que identificaba sin lugar a dudas al ave de presa que se precipitaba en picado.
Si Marc no encontraba algo que añadir a su contraoferta se lanzaría al ataque sin duda alguna, aunque antes realizaría un ataque sorpresa a la espalda de los habitantes del mar. El viento rugió con fuerza en las cercanías, arrastrando consigo la promesa de una masacre que nadie habría podido prever. Si la música aún podía servía de guía debía haber cierta organización en las tropas de los hombres, y así era. Ello implicaba ambas fuerzas no podían estar mezcladas en un combate sin cuartel; no al menos en toda la extensión que abarcaba la cruenta batalla. En otras palabras: retaguardia.
Obedeciendo los designios de quien lo dominaba, el viento se agitó con fuerza a las espaldas de los seres de escamas que conformaban la última línea, consolidándose en un poderoso tornado que, de forma medida, comenzó a recorrer en horizontal la formación que nutrían quienes sin duda estaban destinados a ser los refuerzos de la primera línea.
Acto seguido, y sin perder en ningún momento la concentración para manipular su creación, se abalanzó sobre el enemigo. Las ondas cortantes nacían de sus espadas de forma incansable, dando lugar a una lluvia cortante que identificaba sin lugar a dudas al ave de presa que se precipitaba en picado.
- Resumen:
- Intentar hacer pupa en la retaguardia de los gyojines con un tornadete y lanzarme en picado lanzando ondas cortantes. El plan es preguntarle luego al señor comandante... Ojalá fuese Maki... Okno. Es broma.
En realidad, no tenía demasiado claro por qué había hecho una pregunta tan estúpida, pero tampoco importaba. El plan que tenía en mente no necesitaba de una temperatura específica, tan solo de frío. Mucho frío, a decir verdad, y una fuente de calor explosivo como Arthur. En realidad, seguramente el enano ya supiese de qué pie cojeaba él y por eso respondía con cierta socarronería, lo cual comprendía y en cierto modo aprobaba. Al fin y al cabo, los marines indisciplinados llevaban demasiado tiempo comportándose como el brazo inteligente de la Marina y eso, aunque estaba en cierto modo bien, hablaba muy mal de la organización en general. Distender un poco en una situación de peligro era, cuanto menos, un ejercicio de paz para las atribuladas mentes de los oficiales.
- Lo que no entiendo es qué hace un nido en med...
Un temblor. Eso no podía estar ahí siempre, alguien lo había colocado. O eso o era un mecanismo de seguridad que recientemente alguien había encendido. Llevaban dos semanas ahí abajo, maldita sea, y a pesar de que los últimos días hubiesen estado dominados por una cierta relajación de las formas y una cosmovisión cúbica, no habían percibido todo aquello. O sea, sí habían notado el calor, pero los temblores eran nuevos. Si bien la gitana le había hablado de artrópodos ígneos, no había dicho nada de artrópodos capaces de manipular la tectónica de placas... Fuera lo que fuese eso.
Además, tampoco eran artrópodos. No sabía mucho de biología, pero hasta un niño de cinco años podía diferenciar na serpiente de una hormiga. Obviando el tamaño, pues hablando de animales gigantes este factor no importaba, las hormigas tenían tres partes bien diferenciadas mientras las serpientes tenían forma de churro, o de guinalda. Además, la coraza de una hormiga era pura queratina sólida en forma de exoesqueleto, y las escamas eran una suave y delicada armadura. Un detalle sin relevancia era que las serpientes no tenían patas, pero dado que existían varanos -lagartos muy parecidos a las serpientes- bien podía considerar que la ausencia de patas era puramente casual. O podrían ser hormigas sin patas, todo podía ser. Pero claro, las hormigas no parecerían un calcetín escamoso vuelto del revés, así que por fin llegaban al momento cumbre del día: La gitana había mentido.
Aun así, poca diferencia había frente al peligro comparado de ser devorado por una bestia a la otra. Su sentido común le alertaba de que no sería agradable ninguna de las opciones, por lo que en cuanto tres saltaron contra él se hizo de hielo al instante, dejando que el impacto de la primera lo tirase por el suelo y reformándose de un pequeño cacho tras las tres criaturas.
- ¿Alguien las controla o es que me ven más carne? -preguntó. Arthur era el listo, seguro que tenía una respuesta correcta o como mínimo más ingeniosa. Él solía limitarse a decir "chúpate esa" o a soltar frases mordaces a los enemigos.
Pero en aquella ocasión optó por desenvainar la espada. Estaba claro que si vivía en una falla el calor le sentaba bien, pero como bien sabía por su naturaleza estival, a nadie que disfrutase el calor le gustaba el frío. Y esas serpientes iban a compartir su tormento.
Chasqueó los dedos.
Al instante, del suelo surgieron cuatro estacas heladas a una velocidad endiablada, tratando de empalar el cuello -o, dado que esos bichos eran todo cuello, lo más cercano del cuello a lo que tuviesen en sustitución de un bulbo raquídeo- de esas criaturas. No era una estrategia muy trabajada, pero tampoco iba a hacer más por unas serpientes. El verdadero show se lo guardaba para Hipatia... Y para la gorda idiota.
- Lo que no entiendo es qué hace un nido en med...
Un temblor. Eso no podía estar ahí siempre, alguien lo había colocado. O eso o era un mecanismo de seguridad que recientemente alguien había encendido. Llevaban dos semanas ahí abajo, maldita sea, y a pesar de que los últimos días hubiesen estado dominados por una cierta relajación de las formas y una cosmovisión cúbica, no habían percibido todo aquello. O sea, sí habían notado el calor, pero los temblores eran nuevos. Si bien la gitana le había hablado de artrópodos ígneos, no había dicho nada de artrópodos capaces de manipular la tectónica de placas... Fuera lo que fuese eso.
Además, tampoco eran artrópodos. No sabía mucho de biología, pero hasta un niño de cinco años podía diferenciar na serpiente de una hormiga. Obviando el tamaño, pues hablando de animales gigantes este factor no importaba, las hormigas tenían tres partes bien diferenciadas mientras las serpientes tenían forma de churro, o de guinalda. Además, la coraza de una hormiga era pura queratina sólida en forma de exoesqueleto, y las escamas eran una suave y delicada armadura. Un detalle sin relevancia era que las serpientes no tenían patas, pero dado que existían varanos -lagartos muy parecidos a las serpientes- bien podía considerar que la ausencia de patas era puramente casual. O podrían ser hormigas sin patas, todo podía ser. Pero claro, las hormigas no parecerían un calcetín escamoso vuelto del revés, así que por fin llegaban al momento cumbre del día: La gitana había mentido.
Aun así, poca diferencia había frente al peligro comparado de ser devorado por una bestia a la otra. Su sentido común le alertaba de que no sería agradable ninguna de las opciones, por lo que en cuanto tres saltaron contra él se hizo de hielo al instante, dejando que el impacto de la primera lo tirase por el suelo y reformándose de un pequeño cacho tras las tres criaturas.
- ¿Alguien las controla o es que me ven más carne? -preguntó. Arthur era el listo, seguro que tenía una respuesta correcta o como mínimo más ingeniosa. Él solía limitarse a decir "chúpate esa" o a soltar frases mordaces a los enemigos.
Pero en aquella ocasión optó por desenvainar la espada. Estaba claro que si vivía en una falla el calor le sentaba bien, pero como bien sabía por su naturaleza estival, a nadie que disfrutase el calor le gustaba el frío. Y esas serpientes iban a compartir su tormento.
Chasqueó los dedos.
Al instante, del suelo surgieron cuatro estacas heladas a una velocidad endiablada, tratando de empalar el cuello -o, dado que esos bichos eran todo cuello, lo más cercano del cuello a lo que tuviesen en sustitución de un bulbo raquídeo- de esas criaturas. No era una estrategia muy trabajada, pero tampoco iba a hacer más por unas serpientes. El verdadero show se lo guardaba para Hipatia... Y para la gorda idiota.
- Resumen:
- Empalar serpientes, si se puede.
Normas del capítulo:
- Se moderará los martes entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los martes antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
- Está prohibido metarrolear, powerrolear y demás actitudes tóxicas.
- A más riesgo, más premio.
- Como es tradición, el barco de Sons of Anarchy se hundirá en algún momento.
- Cada post debe ocupar entre 250 y 1.200 palabras. Si no se está en estos límites, el post podría ser ignorado.
- Es responsabilidad de un usuario comunicarse con la gente con la que interactúa.
- Si un post tiene más de 15 faltas ortográficas por párrafo podría ser ignorado.
- Hacer un resumen de acciones relevantes es obligatorio independientemente de la extensión.
- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación:
- La banda del patio:
- La situación sigue siendo sumamente aburrida a pesar del silencio que adopta Grimes bajo orden del cerdo. Tal vez no se deba tanto a su carencia de gracia, a su falta de carisma o a su habilidad para arruinar cualquier intento de chiste, sino a su mera existencia que abate al universo en un vórtice de tedio inabarcable. Pepito bosteza, desganado, y asiente con pocos ánimos mientras lentamente se arrastra hacia las pobres víctimas, refunfuñando.
¡Mientras tanto, en el salón de la Justisia! El veneno que desprende la mujer cae por todas partes. El suelo humea y la hierba comienza a arder, mientras gente a su alrededor chilla de sufrimiento. Parece que es bastante fuerte y sin duda corrosivo. Ella, mientras tanto, observa los movimientos de Xandra detenidamente, como si estuviese calculando algo hasta que esta, finalmente, se lanza en picado a por ella.
El movimiento que realiza ella es de choque. Literalmente. Mientras las dos hojas caen intentando sajar sus brazos, se mantiene impertérrita hasta que ve la oportunidad y, girándose de golpe, embiste con el hombro guarnecido bajo la navaja, que desvía la hoja levemente, si bien esta llega a rozar su piel dejando un leve reguero de sangre… Y dejando una pátina en el hueso, que humea a pesar del Haki.
Puedes escuchar un aullido salir de sus dientes castañeantes, y sabes que el calambrazo te ha librado de un golpe bastante fuerte. Sin embargo logra reponerse, aunque se le ha encrespado el cabello por completo formando un enorme afro. Sí, parece que eso es lo que más le molesta.
- Te vas a enterar.
Arrastra un poco de veneno de su piel con el filo, untándolo, y comienza a caminar a tu alrededor accelerando más y más, hasta que cinco imágenes especulares se conforman claras. Entre ellas parece haber una pequeña capa de veneno que flota en el aire, y de pronto todas se detienen. Como una sábana opaca, las paredes se ciernen sobre ti, intentando bañarte en una fina pero suficiente superficie de veneno.
Por otro lado, Ino, a lo que más se parece esa carne es a la de alguna clase de reptil, o ave. Color algo blanquecino, textura de pollo, y seguramente en cuanto lo pruebes notes la textura gomosa de algunos pescados. Sin embargo se hace bastante antinatural, pero empanado y con salsa barbacoa seguro que está de vicio.
- Katharina:
- Parece que Ivan no contesta. Debe estar ocupado matando a inocentes aldeanos o devorando el banana Split más grande del mundo, con mucho chocolate. Mucho, mucho chocolate. Mucho. Chocolate. Mucho.
Chocolate. Mucho, chocolate.
La voz del narrador susurra: Chocolate.
Parece que algo te distrae mientras Onesyas se presenta, pero es fácil leerlo, como un libro abierto: Simplón, como cualquier noble, bien entrenado pero con un físico más bien destinado a lucir, no a luchar. Tal vez sea hijo de un noble importante, o un rico con mucho tiempo libre. Dado que no se ve asustado sino totalmente decidido, claramente está deseando demostrar su valía a… ¿Su padre? No, parece que quiere impresionar a alguna clase de figura materna. Sus acompañantes son larguiruchos pero decididos, seguramente batidores de élite. Sin duda no los mejores luchadores, pero tal vez puedan aportar conocimientos de terreno y adelantarse a reconocer el territorio.
- Gracias, pero no hemos venido hasta aquí para tomar el té -dice, declinando tu invitación. Puede que sea porque ha notado algo en tu cara, o porque simplemente no le apetece-. El resto de la armada está en el cinturón exterior de Wano, buscando un ascenso sencillo. Las cascadas no son terreno seguro para galeones, pero nos está costando encontrar un pasaje alternativo, por lo que el equipo de zapadores está tendiendo un puente naval por si no queda más remedio. Complicaciones logísticas.
Claro, es que llamas a soldados de tierra a batallas navales… A ti también ya te vale. El mar es terreno de piratas, jovencita. Pero de todos modos, parece que el capitán deposita su vista sobre los mapas de la región.
- Un emperador del Nuevo Mundo. Parece un desafío adecuado de la armada más fuerte del mundo. ¿Pero por qué en Onigashima?
- Prometeo y Bimbo-chan:
- El hombre parece relajarse ante vuestras palabras, pero sigue tenso mientras medita. Las lágrimas caen con solemnidad por su rostro ajado, hasta que finalmente se ve capaz de contestar:
- No puedo salí de akí, hóvenes. Los kappa hacen redadas cada sierto tiempo. Si no ehtoy cuando regresen, matarán a mi familia. Hasta que la guerra temmine, estoy atado a esta torre. Y… Mi nombre es Kagemusha. Meteoro caerá en Paraíso. Así llamar gaijin a otra mitad del mundo; muy cerca de centro mundo. Una catástrofe. No saber por qué quieren, pero haber leyenda sobre oro estelar. Decir que mejor material mundo, capaz volcar guerra. Ahí mucho oro estelar.
Se queda mirando a Shinobu por un largo rato tras ello, tomando el té con las manos y agradeciéndolo en silencio mientras sorbe sin hacer ruido. Tras ello, deja el vaso en una mesita cercana.
- Mi familia… Presa en algún lugar. Capital, supongo, fue primer lugar tomado. Pero io no sé ya nada. Solo kieo verlos de nuevo. No debería haber dicho nada.
- Zane:
- - Da igual lo que aguante el cuerpo cuando te rompen el espíritu, muchacho -responde otro anciano, que mira con lástima al prisionero-. Tras treinta años encerrado por su propia familia, rodeado de gente a la que en su día él mismo sentenció a este lugar. Y es para lo que nos envían aquí; da igual si eres esclavo o rey, aquí no vales nada. Los que llevan poco tiempo, o los que no éramos nadie cuando llegamos lo soportamos mejor, pero cuanta más alta la torre… Más dura la caída.
Si te fijas bien podrás ver surcos en la mirada perdida del viejo shogun. Podría haber sal de lágrimas secas en sus mejillas, pero son solo marcas casi tan ancianas como él. Aunque hasta un río seco podría resurgir, ¿no?
En cualquier caso, si bien los más ancianos parecen no decidirse a tomar tu camino los más recientes se arriman a ti. Hasta puedes coger una de las espadas del soldado inconsciente. La del achicharrado se ha deformado bastante y empieza a delaminarse, así que ha quedado inservible si no pasa por un buen herrero previamente. Ah, y empiezas a escuchar una campana. Sin duda, se trata de una alarma. La del primero que huyó, seguramente, que ya haya llegado para informar. Curiosamente esto no produce cientos de guardias corriendo hacia ti, sino más bien todo lo contrario. Oyes el taconeo incesante de zapatos por la piedra en una carrera desesperante. Se mueven en todas direcciones, por lo que o es un laberinto o la salida es central, y cuando vas ascendiendo pisos solo encuentras pasillos vacíos y celdas hacinadas. Podrías intentar liberarlos o perseguir a los captores, pero ahí ya es decisión tuya. Seguro que algo encuentras si sigues los pasos en el siguiente piso.
- Therax y Marc:
- El tornado empieza a engullir cada vez más y más gente. A medida que coge velocidad devora miembros amputados, cadáveres y hombres pez aún vivos que poco a poco ascienden por el torbellino hasta que, bueno, salen despedidos por todas partes. Pocos sobreviven cuando entran a esta rueda letal, pero si alguno escapa a ella las ondas cortantes del rubio van poco a poco rompiendo la caótica formación gyojin, de la que se desprenden individuos a medida que Therax se acerca, entre gritos de horror.
La batalla sigue su curso, pero a medida que vuestra carga se intensifica los defensores de Wano van logrando avanzar y, si bien la batalla no termina, empieza a decantarse de forma bastante evidente hacia el lado humano. Podéis uniros a las tropas de exterminio, si queréis, pero parece que os interesaba otra cosa. Allí, en una colina, un hombre de kabuto dorado vigila el curso de acción. Estáis seguros de que os ha visto, pero no hace ningún ademán para indicarlo; sin embargo, no parece haber una orden de deteneros si intentáis acercaros. O podéis… Bueno, no sé. Hay gente herida por el campo, claro, y están lloviendo gyojins cortesía de alguien. En realidad podéis hacer lo que os parezca, pero recordad que los empachos de hacheese son peligrosos antes de una reunión.
- Kiritsu:
- Jack, el hombre te sonríe, como si entendiese de tus palabras que verdaderamente te has puesto nervioso. Sea como sea, no sé si te lo comente, pero por su indumentaria puedes deducir que no es un civil al uso. Tampoco hay nada que lo identifique como uno de los hombres de Hipatia o alguno de los monstruos de los siete mares que actualmente se encuentran en Wano. Es más, si me preguntas diría que es un… ¿preso? Sí, todo apunta a que estaba preso en las minas y con tanto ajetreo ha quedado libre. Pero ¿qué clase de persona no saldría corriendo en busca de la libertad en una situación así?
El sujeto rasca la pared con una de sus relucientes huyas, arrancando pequeños fragmentos con la facilidad con la que un niño deshace la plastilina para jugar con ella.
-Diría que eres de la Marina a juzgar por tu uniforme, pero no vistes como todos esos estirados. Me gusta tu estilo –sonríe-. Creo que me quedaré tu ropa para mí; seguro que me queda mejor que a ti.
Y cualquiera esperaría un ataque por su parte después de decir eso, pero durante unos segundos se queda inmóvil. A continuación te lanza los trozos que ha arrancado de la pared con cierta inocencia, por decirlo de algún modo. Un instante después está a tu lado, intentando emplear sus uñas para alcanzar tu cara. Te atravesará sin más si no haces nada por evitarlo, por supuesto, pues no está al tanto de tus habilidades.
En cuanto a vosotros dos, las serpientes son empaladas y partidas por la mitad desde la estoica posición en la que se ha situado Arthur. Por supuesto, las vibraciones no se detienen. ¿Dónde estaría la diversión si el reto no fuese más que esto? Algunas más surgen como proyectiles de los orificios, aunque podrán tener la misma suerte que las previas si os lo proponéis. De cualquier modo, lo relevante no está ahí.
Con la salida de cada una de ellas los orificios han ido resquebrajándose y aumentando de tamaño poco a poco. De las nuevas oquedades surgen ejemplares de mayor tamaño. Estos no salen disparados ni muchísimo menos; tampoco se comportan como bestias poseídas por la cólera. Simplemente os miran durante un instante antes de recorrer en armonía los pequeños senderos que discurren frente a los agujeros y, cuando os queréis dar cuenta, se plantan frente a vosotros de un modo un tanto peculiar.
Está a una distancia aproximada de cinco metros de vosotros cuando comienzan a montarse unas sobre otras en medio de un ígneo siseo producido por todas al unísono. Los fragmentos de aquellas que habéis derrotado se mueven por el suelo, reptando hasta alcanzar la mole negra que se ha formado ante vosotros. Un único ejemplar se encuentra frente a vuestras narices, casi tan alto como el recinto. Alza buena parte de su cuerpo cual sierpe embrujada por un encantador, y una candente lengua sondea el caluroso ambiente.
¿Habéis oído hablar de esos bichos asquerosos que escupen veneno? Pues ésta hace algo parecido, pero con piroclastos. Creo que podéis haceros una idea de lo que está comenzando a llover sobre vosotros.
- Ryuu:
- -¿Del tercero? ¿Pero qué os han hecho? ¿Quién ha sido? ¿Sólo quedas tú? –te responde con una voz en cierto modo cándida que orienta a que no es el más experimentado soldado. No obstante, su compañero le da un toque en el hombro para sugerirle de forma amigable que se centre-. Aquí no hay ningún médico. Están todos en los hospitales de campaña y debidamente escoltados, por supuesto, para que no intenten nada raro.
Estaría genial que te diese alguna indicación sobre los campamentos que sin duda deben haber erigido con esa función, pero comprende que dan por hecho que conoces la distribución del campamento y que no dudarás sobre qué dirección tomar.
De cualquier modo, si observas los alrededores verás que no eres el único malherido. No son pocos los congéneres que se mueven siguiendo flujos de enfermedad hasta tiendas visiblemente más grandes que las demás, de las cuales escapan lamentos y un inconfundible sonido a hospital. Incluso puedes oler la muerte, lo que queda patente cuando sacan dos cuerpos cubiertos por lonas de una de las tiendas.
En caso de que optes por entrar verás que lo que te han dicho no es mentira. Media docena de doctores se esfuerzan por aplicar sus conocimientos sobre anatomía y fisiología humanas a seres que sólo se parecen a las personas en que hablan y caminan erguidos –al menos en su mayoría-. Los laterales de las lonas están llenos de gyojines armados hasta los dientes, claro está.
- Yaki:
- Miedo me dais… Bueno, voy a dejar mis temores a un lado para mostraros la situación con todo el detalle posible mientras conversáis y trazáis un plan de acción. Los hombres pez que se habían comenzado a mover ya han abandonado las inmediaciones, como os dije, en sentido contrario al lugar donde se desarrollan todos los conflictos armados: buscando el mar.
Aquellos que siguen en las inmediaciones siguen con sus faenas, aunque más de uno y de dos os dirige una mirada de soslayo, entre respetuosa al encontrarse ante el gran Maki Jefe Yakuza y sorprendidas al verle junto al nuevo amigo de la reina. Hay algunos rumores acerca de la relación que mantiene con el apuesto rubio a quien permite campar a sus anchas casi por completo en sus dominios, pero lo mantendremos en secreto para que Maki no se entere.
Sea como sea, es cierto que las guarniciones que protegen el palacio del shogun han mermado considerablemente. Es más, salta a la vista que muchos de los nuevos centinelas son más jóvenes e inexpertos que los que han guardado el palacio hasta el momento. Seguramente en estos momentos no haya un lugar más seguro para el pueblo abisal que la Capital de las Flores, y es por eso que los mejores guerreros, los más experimentados, han sido enviados a cumplir con una misión tan importante como la que Hipatia les ha encomendado.
Si me preguntáis, diría que nunca tendréis una oportunidad mejor que esta para intentar que vuestras intenciones cristalicen en algún progreso.
- Dexter Black:
- -Muchos de los que consiguieron sobrevivir a los ataques del mar huyeron a Udon en cuanto llegaron los rumores –te dice quien te ha estado informando hasta el momento de la situación en Wano-. Los que no terminábamos de fiarnos de que no fuese una trampa somos las personas que has encontrado. Por desgracia no hay mucho más que decir –se lamente, consciente de que una contestación tan simple no hace sino confirmar el terrible destino al que se ha enfrentado el pueblo de tu antiguo dominio.
Dicho esto, hagamos recuento de tropas. Has ejecutado un considerable barrido por la zona. De un territorio donde habría cabido esperar una población de en torno a cinco mil personas extraes a cincuenta jóvenes, mujeres y hombres, tan cargados de valor como de miedo. ¿Pero qué es el valor sin miedo? Inconsciencia, temeridad y una muerte segura. Ocho de ellos se irguieron como defensores de sus villas cuando la sombra del mar se cernió sobre ellas, por lo que puedes contar con ellos como guerreros cuerpo a cuerpo en caso de ser necesario. El resto se ha dedicado a la caza en su mayoría, algunos con arcos y flechas y otros con jabalinas, pero imagino que ya sabes cuáles son sus habilidades.
-La forja más cercana se encuentra en Datebaio –responde entonces el muchacho que te ha hablado antes, que se ha catalogado como uno de los defensores que te comenté antes-. Está a media jornada de camino en esa dirección –Y extiende el dedo en una dirección que, por fortuna, coincide con el lugar donde en teoría se celebrará la reunión a la que te ha invitado Ai D. Arlia-, aunque no sé cómo se encontrará.
Al contacto que intentas establecer vía molusco turbio y cansado responde una voz cansada aunque inconfundiblemente segura y, por qué no, poderosa; digna de quien fue durante años tu tercero al mando:
-Detesto admitirlo, pero estaba esperando tu llamada. ¿Qué has hecho?
Se le nota intrigado por tu prematura disculpa.
- Aki y Osuka:
- La niña se queda mirándote, pensativa, durante un momento. Parece que se le pasa por la cabeza la idea de luchar, pero niega varias veces, desechándola. No le da más importancia y vuelve a la red de túneles, comenzando a colocar soldados de latón sobre los mapas.
- Está bien. Cinco soldados en cada túnel deberían bastar para contener un ataque sorpresa mientras llega la fuerza de choque. -Sopesa dónde colocar dos figurines más, pero se decanta finalmente por la sala en la que estáis-. Diez a mi espalda; hay que demostrar una recatada fuerza, por lo menos.
Agita una campana, que resuena por toda la estancia, y no tarda en llegar un hombre de armadura ligera, armado con su espada y un arco.
- ¿Mi señora?
- Preparad el salón de reuniones y haced subir a esa escoria. Tenemos que hablar con ella.
No dice nada más y comienza a caminar hacia allá. Seguramente el soldado comprenda el mapa que ha dejado ella allí, puesto que por un momento se queda mirándolo antes de desorganizarlo y marchar. Con ello, si seguís a Hitomi llegaréis a una amplia sala envuelta en sutiles paredes de papel y puertas correderas, con decoración sencilla pero elegante. No tarda en prepararse la escena y, al poco, un grupo de quince personas del mar entra por la puerta. Hitomi reprime malamente una mueca de desagrado, pero sonríe y saluda:
- ¿Qué puede ofreceros el pueblo de Wano, mis humildes huéspedes?
La embajadora, una mujer gyojin de color nacarado y tentáculos en vez de cabello, muestra cierta disconformidad ante el tono de la niña, particularmente en las últimas palabras de esta.
- Lo único que buscamos en estas pobres tierras es paz y alivio. Que esta guerra finalice sin más sangre... Y castigar a quienes atacaron a nuestra gente, en este mismo castillo. -Mira a Osu y a Aki-. Además, cuando nuestro pueblo abandone el país va a hacer falta un gobernador... Ahora que ha desaparecido el candidato ideal. Sutil mensaje, alteza. Pero lo hemos entendido.
Política. Juego de puñaladas y traiciones, negociación y un desastroso resultado. Hitomi sigue escuchando, por ahora, pero tal vez queráis tomar cartas en el asunto porque empieza a parecer... ¿atenta?
Ivan Markov
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Akuma no mi
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¿Un helado? La mirada que le dedicó al tendero mientras soltaba su monólogo fue una mezcla de aburrimiento y desinterés, con un ligerísimo acento de sorpresa. No todos los días se encontraba a alguien tan extravagante como él. La escala Aburrido-Raro decía que debía ser alguien muy poderoso. Qué diablos. No tenía nada mejor que hacer, y puestos a elegir entre iniciar otra masacre y tomarse un helado... un helado solo tendría consecuencias para su cartera. Se sentó junto a la barra, apoyando el codo derecho en esta y la cabeza sobre la mano. Los diferentes olores del puesto alcanzaron su fino olfato, sin provocarle reacciones físicas relacionadas con el apetito, a pesar de que le dio un antojo. Fue por eso por lo que se dio cuenta de que seguía en forma completa. Hacía cerca de dos semanas que no la abandonaba.
En cuanto volvió a su forma humana, sintió una repentina sensación de alivio. Como si hubiese tenido hasta entonces una losa sobre su peso y acabasen de sacársela. Respiró hondo y expiró lentamente. Últimamente había mantenido muy poco control sobre sus acciones. Estaba volviendo lentamente a comportarse como lo era muchos años atrás. No, era peor que eso. En sus tiempo de cazador se comportaba como un monstruo devorando gente por placer. Jugaba con su comida y luego se alimentaba de ellos. Porque en aquel entonces le resultaba divertido. Ahora... las cosas eran diferentes. Había cambiado, y ya no encontraba en ello más que un aburrimiento banal. El único motivo por el que se había comportado así aquellas últimas semanas había sido otro. Estaba furioso.
El den den mushi sonó. Observó su capa con aburrimiento. Sabía de sobra qué significaba aquello, pero aún no quería volver. ¿Cuánto le había costado sentarse a lidiar de frente con su problema? Y le hacía falta. Si iba con aquella furia a la batalla contra Julius, podía cometer un error fatal. Comenzó a tomar el helado, ignorando el caracol hasta que dejó de hacer ruido. ¿Por qué estaba furioso? ¿Por no haber ido a Hallstat? Lo pensó y se imaginó la situación. No, no era eso. La idea de volver no resultaba tranquilizadora. ¿Era saber que su hermana estaba en peligro? O tal vez que era Brianna la que lo estaba. Detuvo la cucharilla a medio camino entre el plato. Suspiró y la devolvió al sitio. Entonces dejó un puñado de berries sobre la mesa y se levantó.
- Quédese con el cambio.
Buscó en el aire el aroma de su capitana. El viento arrastró hacia él aquel matiz tan peculiar, el olor de Katharina, intensamente dulce. No se apresuró, aunque tampoco dio un desvío. Simplemente puso dirección hacia ella, caminando con tranquilidad. Sentir sus músculos trabajar era hasta cierto punto su mejor bálsamo. Tal vez hacía tiempo que debería haber salido a tomar un paseo en forma humana. A lo mejor incluso hacer ejercicio. Caminar le ayudaba a pensar. Respiró hondo y suspiró de nuevo. Su problema seguía siendo ella. Ella y el hecho de que aún no había tomado una elección. Una parte de él seguía asumiendo que todo volvería a su curso en algún momento. Ahora empezaba a entender que lo único que estaba haciendo era evitar tomar una decisión. Pero ahora que era consciente de ello, y dado que las dudas y la indecisión no eran propias de él, se sentía impulsado a elegir.
¿Su vida de pirata o la mujer de la que estaba enamorado?
Se detuvo por un momento. Estaba a tiempo de dejarlo todo. Echar a volar, meterse en el submarino e irse de Wano. Si avisaba a Katharina antes de que hiciera algo estúpido de que marchaba, se enfadaría con él, pero al menos no marcharía a la guerra creyendo que él y los zombies aparecerían. Con Brianna le esperaría una vida calmada en alguna isla alejada, tal vez incluso formando una familia. Una vida tranquila, sin sobresaltos ni preocupaciones. No más matanzas, luchas, aventuras. Cerró los ojos y se imaginó una cabaña pequeña pero cómoda, cálida y bien amueblada. Una olla al fuego, el olor a carne cocida, risas de niños, la voz de Brianna tarareando suavemente. Abrió los ojos y negó la cabeza tratando de reafirmar sus propios pensamientos. Él no sería feliz viviendo así. Sería una existencia miserable que odiaría cada minuto de su vida.
- He hecho mi elección - sentenció, en un murmullo.
Llegó finalmente junto a Katharina. La acompañaban tres hombres que, por su acento y enseñas reconoció como miembros del ejército de Tlaseseyan. Los miró en silencio durante un instante y se situó junto a su capitana.
- Entonces, ¿es el momento?
Miró a los ojos de ella, y en cuanto tuvo la confirmación, envió la orden mental a Friedrich de que fuese hacia ellos. La estrategia militar era el fuerte del caballero, mejor que la suya al menos. Derian nunca se había molestado en entrenarle como general porque no había pretendido usarlo como heredero.
En cuanto volvió a su forma humana, sintió una repentina sensación de alivio. Como si hubiese tenido hasta entonces una losa sobre su peso y acabasen de sacársela. Respiró hondo y expiró lentamente. Últimamente había mantenido muy poco control sobre sus acciones. Estaba volviendo lentamente a comportarse como lo era muchos años atrás. No, era peor que eso. En sus tiempo de cazador se comportaba como un monstruo devorando gente por placer. Jugaba con su comida y luego se alimentaba de ellos. Porque en aquel entonces le resultaba divertido. Ahora... las cosas eran diferentes. Había cambiado, y ya no encontraba en ello más que un aburrimiento banal. El único motivo por el que se había comportado así aquellas últimas semanas había sido otro. Estaba furioso.
El den den mushi sonó. Observó su capa con aburrimiento. Sabía de sobra qué significaba aquello, pero aún no quería volver. ¿Cuánto le había costado sentarse a lidiar de frente con su problema? Y le hacía falta. Si iba con aquella furia a la batalla contra Julius, podía cometer un error fatal. Comenzó a tomar el helado, ignorando el caracol hasta que dejó de hacer ruido. ¿Por qué estaba furioso? ¿Por no haber ido a Hallstat? Lo pensó y se imaginó la situación. No, no era eso. La idea de volver no resultaba tranquilizadora. ¿Era saber que su hermana estaba en peligro? O tal vez que era Brianna la que lo estaba. Detuvo la cucharilla a medio camino entre el plato. Suspiró y la devolvió al sitio. Entonces dejó un puñado de berries sobre la mesa y se levantó.
- Quédese con el cambio.
Buscó en el aire el aroma de su capitana. El viento arrastró hacia él aquel matiz tan peculiar, el olor de Katharina, intensamente dulce. No se apresuró, aunque tampoco dio un desvío. Simplemente puso dirección hacia ella, caminando con tranquilidad. Sentir sus músculos trabajar era hasta cierto punto su mejor bálsamo. Tal vez hacía tiempo que debería haber salido a tomar un paseo en forma humana. A lo mejor incluso hacer ejercicio. Caminar le ayudaba a pensar. Respiró hondo y suspiró de nuevo. Su problema seguía siendo ella. Ella y el hecho de que aún no había tomado una elección. Una parte de él seguía asumiendo que todo volvería a su curso en algún momento. Ahora empezaba a entender que lo único que estaba haciendo era evitar tomar una decisión. Pero ahora que era consciente de ello, y dado que las dudas y la indecisión no eran propias de él, se sentía impulsado a elegir.
¿Su vida de pirata o la mujer de la que estaba enamorado?
Se detuvo por un momento. Estaba a tiempo de dejarlo todo. Echar a volar, meterse en el submarino e irse de Wano. Si avisaba a Katharina antes de que hiciera algo estúpido de que marchaba, se enfadaría con él, pero al menos no marcharía a la guerra creyendo que él y los zombies aparecerían. Con Brianna le esperaría una vida calmada en alguna isla alejada, tal vez incluso formando una familia. Una vida tranquila, sin sobresaltos ni preocupaciones. No más matanzas, luchas, aventuras. Cerró los ojos y se imaginó una cabaña pequeña pero cómoda, cálida y bien amueblada. Una olla al fuego, el olor a carne cocida, risas de niños, la voz de Brianna tarareando suavemente. Abrió los ojos y negó la cabeza tratando de reafirmar sus propios pensamientos. Él no sería feliz viviendo así. Sería una existencia miserable que odiaría cada minuto de su vida.
- He hecho mi elección - sentenció, en un murmullo.
Llegó finalmente junto a Katharina. La acompañaban tres hombres que, por su acento y enseñas reconoció como miembros del ejército de Tlaseseyan. Los miró en silencio durante un instante y se situó junto a su capitana.
- Entonces, ¿es el momento?
Miró a los ojos de ella, y en cuanto tuvo la confirmación, envió la orden mental a Friedrich de que fuese hacia ellos. La estrategia militar era el fuerte del caballero, mejor que la suya al menos. Derian nunca se había molestado en entrenarle como general porque no había pretendido usarlo como heredero.
- resumen:
- Feels y desarrollo de personaje. Los no interesados en mi historia pueden obviar casi todo este post. Lo único resaltaba es que voy junto a Katharina y llamo a mi ghoul Friedrich para que venga junto a nosotros y aporte un poco de visión estratégica a la reunión.
Aki D. Arlia
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Asintió en silencio a los preparativos de la niña. Le parecían excesivos, pero sabía cuando no debía insistir. Tan solo saldría perdiendo y no quería perder mucho más tiempo. Lo mejor que podían hacer ahora era acabar cuanto antes con la reunión. Era de sobras sabido que no iban a llegar a ningún acuerdo, no era más que un acto de burocracia, un trámite necesario. Hitomi no iba a ceder, lógicamente, igual que las gentes de la sirena. La guerra se olía en el aire y demasiadas vidas se habían perdido por el camino como para siquiera contemplar un final pacífico.
Se colocó con tranquilidad al lado de Hitomi y aguardó a que llegaran los intermediarios mientras examinaba la sala. Era un lugar sencillo y cerrado. Perfecto para una emboscada, si se terciaba. Seguía creyendo que habían exagerado con los preparativos, pero no perdían nada por cubrirse en extremo las espaldas.
Quince parlamentarios aparecieron en la estancia. Arqueó una ceja, sin entender. De nuevo, eran demasiados. ¿Trataba de mostrar su fuerza o genuinamente creía que para una charla en pos de la paz eran necesarias más de dos personas? Absurdo. Quizá la guerra simplemente no era lo suyo.
Dejaron que la embajadora hablase. Aki puso los ojos en blanco, pero en cuanto los bajó vio como Hitomi escuchaba atentamente. ¿De verdad se estaba planteando hacerle caso? No pudo reprimir una carcajada. Se levantó y caminó hasta situarse en medio de ambos bandos, con los brazos cruzados y una sonrisa en el rostro dirigida expresamente hacia la embajadora.
-En efecto, lo idea sería que esta guerra terminara sin sangre… guerra que la princesa aquí presente no ha iniciado. Lamento que vuestro peón haya desaparecido del mapa. Supongo que tus superiores darían lo que fuera por reemplazarlo rápidamente, ¿no es así?
Se acercó un poco más e hizo que su fruta actuase en la embajadora, todavía sonriéndole.
-Tuvisteis suerte la primera vez, ¿sabes? No llevo mucho tiempo aquí, pero la gente de Wano parece ser… tenaz. Resiliente. Tienen un gran sentido del deber que, personalmente, no termino de compartir. No hacia un lugar, al menos. Pero ellos se deben a sus gentes. Y tu trabajo aquí es… corromper ese deber, ¿me equivoco? Paz, a cambio de que las tierras sean vuestras. Vaya. Lo dices como si realmente no fuera a haber absolutamente ninguna batalla, tan solo conque la princesa diga que… sí. Qué bonito suena. Casi tanto como tú. Casi.
La dejó estar, esperando al menos haberla confundido un poco. En realidad, solo quería que se callara para darle tiempo a Hitomi a pensar. Se giró hacia ella y resistió el impulso de darle una palmadita en la frente. Si la avergonzaba ahora, seguramente no se lo perdonara. En lugar de eso, simplemente se encogió de hombros.
-No son los únicos que se encuentran en Wano, majestad. La marina y la revolución también están aquí, cada uno con sus propios objetivos… entre los cuales se encuentra cierta sirenita. La guerra es simplemente inevitable, provenga o no de nosotros.- se rió entre dientes, recordando lo que había visto al llegar.- Diablos, quiero ver a Hipatia tratando de largarse de Wano sin cruzarse con Kenshin. Eso si Dexter o sus hombres no la atrapan primero. No es tan sencillo, embajadora. Lo lamento. Majestad, sé que ya lo sabéis, pero lo único que está tratando de hacer esta mujer es lograr que cometáis el mismo error que vuestro predecesor. Por suerte para Wano...- comentó mientras regresaba a su sitio al lado de Hitomi y se sentaba con una sonrisa de oreja a oreja.- al menos usted sabe lo que se hace.
O con eso contaba. Esperaba que apelar a su orgullo y a su honor hubiera surtido el efecto deseado, porque de lo contrario la situación se iba a poner muy fea… y muy rápido.
Se colocó con tranquilidad al lado de Hitomi y aguardó a que llegaran los intermediarios mientras examinaba la sala. Era un lugar sencillo y cerrado. Perfecto para una emboscada, si se terciaba. Seguía creyendo que habían exagerado con los preparativos, pero no perdían nada por cubrirse en extremo las espaldas.
Quince parlamentarios aparecieron en la estancia. Arqueó una ceja, sin entender. De nuevo, eran demasiados. ¿Trataba de mostrar su fuerza o genuinamente creía que para una charla en pos de la paz eran necesarias más de dos personas? Absurdo. Quizá la guerra simplemente no era lo suyo.
Dejaron que la embajadora hablase. Aki puso los ojos en blanco, pero en cuanto los bajó vio como Hitomi escuchaba atentamente. ¿De verdad se estaba planteando hacerle caso? No pudo reprimir una carcajada. Se levantó y caminó hasta situarse en medio de ambos bandos, con los brazos cruzados y una sonrisa en el rostro dirigida expresamente hacia la embajadora.
-En efecto, lo idea sería que esta guerra terminara sin sangre… guerra que la princesa aquí presente no ha iniciado. Lamento que vuestro peón haya desaparecido del mapa. Supongo que tus superiores darían lo que fuera por reemplazarlo rápidamente, ¿no es así?
Se acercó un poco más e hizo que su fruta actuase en la embajadora, todavía sonriéndole.
-Tuvisteis suerte la primera vez, ¿sabes? No llevo mucho tiempo aquí, pero la gente de Wano parece ser… tenaz. Resiliente. Tienen un gran sentido del deber que, personalmente, no termino de compartir. No hacia un lugar, al menos. Pero ellos se deben a sus gentes. Y tu trabajo aquí es… corromper ese deber, ¿me equivoco? Paz, a cambio de que las tierras sean vuestras. Vaya. Lo dices como si realmente no fuera a haber absolutamente ninguna batalla, tan solo conque la princesa diga que… sí. Qué bonito suena. Casi tanto como tú. Casi.
La dejó estar, esperando al menos haberla confundido un poco. En realidad, solo quería que se callara para darle tiempo a Hitomi a pensar. Se giró hacia ella y resistió el impulso de darle una palmadita en la frente. Si la avergonzaba ahora, seguramente no se lo perdonara. En lugar de eso, simplemente se encogió de hombros.
-No son los únicos que se encuentran en Wano, majestad. La marina y la revolución también están aquí, cada uno con sus propios objetivos… entre los cuales se encuentra cierta sirenita. La guerra es simplemente inevitable, provenga o no de nosotros.- se rió entre dientes, recordando lo que había visto al llegar.- Diablos, quiero ver a Hipatia tratando de largarse de Wano sin cruzarse con Kenshin. Eso si Dexter o sus hombres no la atrapan primero. No es tan sencillo, embajadora. Lo lamento. Majestad, sé que ya lo sabéis, pero lo único que está tratando de hacer esta mujer es lograr que cometáis el mismo error que vuestro predecesor. Por suerte para Wano...- comentó mientras regresaba a su sitio al lado de Hitomi y se sentaba con una sonrisa de oreja a oreja.- al menos usted sabe lo que se hace.
O con eso contaba. Esperaba que apelar a su orgullo y a su honor hubiera surtido el efecto deseado, porque de lo contrario la situación se iba a poner muy fea… y muy rápido.
- resumen:
- reírme, intentar encandilar con mi fruta a la embajadora para confundirla y soltar un discursito apelando al honor y el orgullo de Hitomi, sin menospreciar su autoridad.
Katharina von Steinhell
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Siempre había buenas noticias y había que mostrarse agradecido con ellas. El que el comandante de Tlaseseyan no fuera a tocar ninguno de sus bocadillos era algo estupendo. Maravilloso. Bueno, no es que le molestase compartir…, pero cuando se trataba de tiramisú y tarta de chocolate con fresas las cosas eran muy distintas. ¿Y la mala noticia? La armada de Tlaseseyan estaba teniendo complicaciones importantes a la hora de entrar a Wano. No podía evitar sentirse decepcionada, pero era su culpa por haber esperado tanto del imperio. Al parecer el título de Flota Invencible era sólo eso, un título. Podía ayudar en la construcción del puente naval, seguramente con su intervención estaría construido en poco tiempo, pero la capitana tenía que estar en las reuniones importantes. No podía dejárselo todo a Ivan.
La bruja estudió el mapa cuando los ojos de Onesyas lo miraron. «¿Un desafío adecuado para la armada más fuerte del mundo? ¿Esa no es la Marina? Como sea, no habrá ningún desafío si es que los barcos no consiguen entrar en Wano». Por lo demás, ¿qué respuesta esperaba Onesyas? ¿No era su pregunta demasiado… obvia? Julius estaba en Onigashima, se había encerrado en la isla por razones que desconocía. Se le ocurrían algunas ideas, pero necesitaba evidencias para comentarlas con propiedad. Pudo haberse escondido por el peligro que representaba Katharina, pero no era demasiado realista. Ante los ojos del mundo, la bruja era una chica con un gran poder individual, pero poco más. No tenía dominios ni un ejército propio, carecía de la fuerza de un Emperador del Mar. Había un motivo por el que Julius estaba en Onigashima, pero no estaba relacionado con la declaración de guerra.
Iba a responder cuando de pronto Ivan llegó a la tienda. Le notó diferente a cómo se había comportado los últimos días. Parecía… decidido. ¿Qué había cambiado? ¿Y por qué? Bueno, ya lo hablaría cuando tuviesen tiempo. Ahora lo que más importaba era la invasión a Onigashima, y para ello había que resolver ciertas complicaciones.
—Hace dos semanas le declaré la guerra al emperador y poco tiempo después marchó a Onigashima. A menos que encontremos la manera de hacerle salir, la batalla será en esa isla —contestó la bruja—. Onigashima es un punto estratégico fundamental a dominar. Está muy bien protegida por un cordón montañoso, tiene un único acceso y los remolinos resguardan las aguas día y noche. —Miró a Ivan. Era hora de presentar el plan que había pensado el vampiro—. Pero no tenemos las manos vacías. Adelantaremos el Leviatán, el submarino de Ivan Markov, y exploraremos la zona con el radar. Nos entregará información sobre la formación de la flota enemiga y los puntos de acceso. Una vez seleccionada la entrada, haremos un ataque concentrado. El Horror Circus iría directo a desembarcar mientras tus barcos navegan en paralelo, cubriéndole contra disparos enemigos. Una vez en la isla, nuestros guerreros más poderosos desembarcarán para despejar la zona de desembarco.
Ese era el plan general, otra de las tantas obras del vampiro. Había ignorado ciertos detalles, como que los guerreros más fuertes fueran ghouls, pero ya lo comentaría. ¿Por qué lo había dicho ahora y no en otro momento? Fundamentalmente porque debía mostrarle algo a Onesyas, cualquier cosa que le mostrase que no era solo una mocosa de veinte años con intenciones de librar una guerra que no podía ganar.
La bruja estudió el mapa cuando los ojos de Onesyas lo miraron. «¿Un desafío adecuado para la armada más fuerte del mundo? ¿Esa no es la Marina? Como sea, no habrá ningún desafío si es que los barcos no consiguen entrar en Wano». Por lo demás, ¿qué respuesta esperaba Onesyas? ¿No era su pregunta demasiado… obvia? Julius estaba en Onigashima, se había encerrado en la isla por razones que desconocía. Se le ocurrían algunas ideas, pero necesitaba evidencias para comentarlas con propiedad. Pudo haberse escondido por el peligro que representaba Katharina, pero no era demasiado realista. Ante los ojos del mundo, la bruja era una chica con un gran poder individual, pero poco más. No tenía dominios ni un ejército propio, carecía de la fuerza de un Emperador del Mar. Había un motivo por el que Julius estaba en Onigashima, pero no estaba relacionado con la declaración de guerra.
Iba a responder cuando de pronto Ivan llegó a la tienda. Le notó diferente a cómo se había comportado los últimos días. Parecía… decidido. ¿Qué había cambiado? ¿Y por qué? Bueno, ya lo hablaría cuando tuviesen tiempo. Ahora lo que más importaba era la invasión a Onigashima, y para ello había que resolver ciertas complicaciones.
—Hace dos semanas le declaré la guerra al emperador y poco tiempo después marchó a Onigashima. A menos que encontremos la manera de hacerle salir, la batalla será en esa isla —contestó la bruja—. Onigashima es un punto estratégico fundamental a dominar. Está muy bien protegida por un cordón montañoso, tiene un único acceso y los remolinos resguardan las aguas día y noche. —Miró a Ivan. Era hora de presentar el plan que había pensado el vampiro—. Pero no tenemos las manos vacías. Adelantaremos el Leviatán, el submarino de Ivan Markov, y exploraremos la zona con el radar. Nos entregará información sobre la formación de la flota enemiga y los puntos de acceso. Una vez seleccionada la entrada, haremos un ataque concentrado. El Horror Circus iría directo a desembarcar mientras tus barcos navegan en paralelo, cubriéndole contra disparos enemigos. Una vez en la isla, nuestros guerreros más poderosos desembarcarán para despejar la zona de desembarco.
Ese era el plan general, otra de las tantas obras del vampiro. Había ignorado ciertos detalles, como que los guerreros más fuertes fueran ghouls, pero ya lo comentaría. ¿Por qué lo había dicho ahora y no en otro momento? Fundamentalmente porque debía mostrarle algo a Onesyas, cualquier cosa que le mostrase que no era solo una mocosa de veinte años con intenciones de librar una guerra que no podía ganar.
- Resumen:
- Hablar con Onesyas y exponer el plan de Ivan.
Prometeo
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Qué estupidez. ¿Había otra manera de llamar el comportamiento de los seres humanos? ¿En serio se mataban los unos a los otros por una leyenda? Y lo peor de todo era que, lo que tanto anhelaban, traería más guerra. No pudo evitar sonreír con amargura, pensando en el precio en sangre del oro estelar. ¿Cuántas vidas serían suficientes? ¿Mil? ¿Diez mil? ¿O un millón? ¿Cuántos más tendrían que morir por el deseo de unos pocos? Se sentía impotente porque no tenía la fuerza para detener la guerra. Se sentía frustrado porque carecía de lo necesario para salvar a los seres humanos que sufrían inmerecidamente. Se sentía débil, pequeño ante un mundo demasiado grande para él.
Sin embargo, no dejaría de creer incluso tras acercarse a la verdad. Confiaba en los milagros. No quería sentirse más importante que los demás, pero, si él dejaba de tener esperanza, ¿quién la tendría, entonces? No tenía la fuerza para sacar a la reina Hipatia de la Capital de las Flores; mucho menos para hacerle frente a un Emperador del Mar. Pero ahora mismo tenía algo que bien podía darle la ventaja al Ejército Revolucionario.
—Todo estará bien, señor Kagemusha —dijo entonces Prometeo, intentando dejar las dudas de lado y concentrarse en la misión más importante: proteger a la humanidad.
Sabía que por sí solo nunca conseguiría la paz en Wano, por lo que sacó el distinguido caracol de ojos caídos y voz perezosa. Marcó el número del comandante que hacía dos semanas le había ordenado que ocupase el castillo de Hakumai junto a otros revolucionarios, y le solicitó el número de contacto del Gran Jefe. Así debía llamarle, ¿no? Todavía no conocía de memoria el MANUAL y no estaba seguro de haber leído algo sobre títulos para gente importante. Ay, si sólo el señor Gelatina le hubiera preparado para un momento así… ¿Líder era mejor que Gran Jefe? ¿O acaso debía llamarle Supremo Comandante? ¿Se sentiría incómodo si le llamaba Guía?
En caso de conseguir el número del Máximo Revolucionario, miraría el caracolito e intentaría buscar sabiduría en sus ojos. Si bien tenían más profundidad que los del señor Gelatina, seguiría siendo… nada. Suspiraría, nervioso, y entonces marcaría el número del hombre llamado Dexter Black. ¿Tendría un nombre clave? El suyo era Pulmones, así que igual lo tenía. Ahora bien, si había respuesta del otro lado…
—¿Gran Líder Revolucionario? Soy el teniente Prometeo del Ejército Revolucionario, es todo un honor hablar con usted. —¿Siquiera sabía lo que era el honor? Como lo había leído en muchos libros suponía que quedaría bien—. No gastaré más de un minuto de su tiempo, así que escúcheme, por favor, tengo información importante.
Prometeo improvisaría el mejor resumen de su vida. Comenzaría con la existencia de Hitomi-sama, la última esperanza de Wano. Le diría que era la hija del Shogun y, por tanto, la legítima heredera; le diría que era buscada por los piratas del César y que habían asesinado a muchísima gente en su búsqueda. Pasaría a comentarle cuanto antes lo que el señor Kagemusha le había contado: el meteorito, el interés de los gyojins en este, la leyenda del oro estelar y, lo más importante de todo, la posible ubicación de su caída.
Tras la conversación se voltearía hacia el señor Kagemusha y le sonreiría una última vez.
—Volverá a ver a su familia, lo prometo —le aseguraría y luego le preguntaría—: ¿Tiene las coordenadas exactas de la caída del meteorito?
Esperaría la respuesta del señor Kagemusha para luego coger las tazas y cualquier implemento usado que delatase su presencia en el observatorio. Si los gyojins se daban cuenta, el astrónomo estaría en problemas. Finalmente, descendería las escaleras e intentaría salir de la torre.
Sin embargo, no dejaría de creer incluso tras acercarse a la verdad. Confiaba en los milagros. No quería sentirse más importante que los demás, pero, si él dejaba de tener esperanza, ¿quién la tendría, entonces? No tenía la fuerza para sacar a la reina Hipatia de la Capital de las Flores; mucho menos para hacerle frente a un Emperador del Mar. Pero ahora mismo tenía algo que bien podía darle la ventaja al Ejército Revolucionario.
—Todo estará bien, señor Kagemusha —dijo entonces Prometeo, intentando dejar las dudas de lado y concentrarse en la misión más importante: proteger a la humanidad.
Sabía que por sí solo nunca conseguiría la paz en Wano, por lo que sacó el distinguido caracol de ojos caídos y voz perezosa. Marcó el número del comandante que hacía dos semanas le había ordenado que ocupase el castillo de Hakumai junto a otros revolucionarios, y le solicitó el número de contacto del Gran Jefe. Así debía llamarle, ¿no? Todavía no conocía de memoria el MANUAL y no estaba seguro de haber leído algo sobre títulos para gente importante. Ay, si sólo el señor Gelatina le hubiera preparado para un momento así… ¿Líder era mejor que Gran Jefe? ¿O acaso debía llamarle Supremo Comandante? ¿Se sentiría incómodo si le llamaba Guía?
En caso de conseguir el número del Máximo Revolucionario, miraría el caracolito e intentaría buscar sabiduría en sus ojos. Si bien tenían más profundidad que los del señor Gelatina, seguiría siendo… nada. Suspiraría, nervioso, y entonces marcaría el número del hombre llamado Dexter Black. ¿Tendría un nombre clave? El suyo era Pulmones, así que igual lo tenía. Ahora bien, si había respuesta del otro lado…
—¿Gran Líder Revolucionario? Soy el teniente Prometeo del Ejército Revolucionario, es todo un honor hablar con usted. —¿Siquiera sabía lo que era el honor? Como lo había leído en muchos libros suponía que quedaría bien—. No gastaré más de un minuto de su tiempo, así que escúcheme, por favor, tengo información importante.
Prometeo improvisaría el mejor resumen de su vida. Comenzaría con la existencia de Hitomi-sama, la última esperanza de Wano. Le diría que era la hija del Shogun y, por tanto, la legítima heredera; le diría que era buscada por los piratas del César y que habían asesinado a muchísima gente en su búsqueda. Pasaría a comentarle cuanto antes lo que el señor Kagemusha le había contado: el meteorito, el interés de los gyojins en este, la leyenda del oro estelar y, lo más importante de todo, la posible ubicación de su caída.
Tras la conversación se voltearía hacia el señor Kagemusha y le sonreiría una última vez.
—Volverá a ver a su familia, lo prometo —le aseguraría y luego le preguntaría—: ¿Tiene las coordenadas exactas de la caída del meteorito?
Esperaría la respuesta del señor Kagemusha para luego coger las tazas y cualquier implemento usado que delatase su presencia en el observatorio. Si los gyojins se daban cuenta, el astrónomo estaría en problemas. Finalmente, descendería las escaleras e intentaría salir de la torre.
- Resumen:
- Reflexionar, intentar contactar con Dexter y contarle tanto de Hitomi como del meteorito. Luego, intentar abandonar la torre sin dejar rastro.
Shinobu Yamamoto
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Akuma no mi
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Escuché atentamente las palabras del sensei mientras una sensación de serenidad absoluta invadía mi cuerpo. ¿Era el efecto del té? Seguramente al maestro le habría gustado probar una bebida como esta. Ahora, ¿cómo podía aportar en esta situación? Mi ignorancia se había vuelto una costumbre: no tenía idea de lo que hablaban. ¿Cómo que Paraíso era la otra mitad del mundo? No, la verdadera pregunta era qué tan grande era este. Y la única manera de salir de las dudas era preguntando.
—¿A qué leyenda se refiere, sensei? ¿Qué es todo esto del oro estelar? —le pregunté, y eso que recién había dicho que se trataba del mejor material del mundo. Espera, ¿si venía de fuera cómo podía ser el «mejor material del mundo»? ¿No sería algo así como lo mejor de la creación de Izanagi-sama? ¡Ay, todo era demasiado complicado!
Mientras Tori-san hablaba con un caracol con… ¿Qué era esa cosa unida a una cuerda? ¿Y por qué le hablaba al animal? El mundo era un lugar tan extraño que temía no entenderlo jamás. Daba igual, ahora mismo tenía mis propias preocupaciones: salvar Udon y rescatar a la familia del sensei. Había dicho que estaba en la Capital, ¿no? Esa debía ser la gigantesca ciudad que estaba un poco más allá de la torre. ¿Cómo entraríamos a un sitio dominado por los kappas? Yo podía transformarme en uno y, si bien mi transformación no era eterna, me daría el tiempo suficiente para encontrar información sobre el paradero de la familia de Kagemusha-sensei.
Sonreí con nostalgia al ver a Tori-san tan esperanzado. Me recordaba a mí misma cuando decidí enfrentarme a las fuerzas del clan Konoe. ¿Cómo enfrentaría esta guerra si estaba completamente sola? Me llevaba bien con Tori-san y sentía que teníamos cosas en común, pero… ¿Éramos amigos? Creía que podía confiar en él, pero no sabía si era recíproco. ¿Qué podía hacer para aportar mi grano de arena en este nuevo mundo? El caos de la guerra, el olor de la sangre y los gritos de desesperación eran los mismos de Fuji, pero debía haber algo más allá, ¿no? ¡Me negaba a creer que los seres humanos estaban condenados a repetir la misma historia una y otra vez!
Me levanté bruscamente, junté ambos pies con fuerza, dejé la mano izquierda empuñada en mi espalda y llevé el puño derecho a mi corazón mientras miraba con determinación a Kagemusha-sensei. No encontraba otra manera de rendirle mis respetos que haciendo el saludo militar del ejército Takamoto.
—¡Juro por mi honor que traeré de regreso a su familia, sensei! —le prometería sin romper la postura—. Creo que usted no merece estar lejos de la gente que tanto ama.
Por último, esperaría a Tori-san por si tenía algo más que hablar con Kagemusha-sensei y entonces me despediría con una reverencia. Luego, intentaría abandonar la torre, aunque no sin antes verificar que no hubiera kappas cerca. ¿Mi próximo objetivo? No, más bien nuestro objetivo era infiltrarnos en la ciudad y hallar a la familia del sensei.
—¿A qué leyenda se refiere, sensei? ¿Qué es todo esto del oro estelar? —le pregunté, y eso que recién había dicho que se trataba del mejor material del mundo. Espera, ¿si venía de fuera cómo podía ser el «mejor material del mundo»? ¿No sería algo así como lo mejor de la creación de Izanagi-sama? ¡Ay, todo era demasiado complicado!
Mientras Tori-san hablaba con un caracol con… ¿Qué era esa cosa unida a una cuerda? ¿Y por qué le hablaba al animal? El mundo era un lugar tan extraño que temía no entenderlo jamás. Daba igual, ahora mismo tenía mis propias preocupaciones: salvar Udon y rescatar a la familia del sensei. Había dicho que estaba en la Capital, ¿no? Esa debía ser la gigantesca ciudad que estaba un poco más allá de la torre. ¿Cómo entraríamos a un sitio dominado por los kappas? Yo podía transformarme en uno y, si bien mi transformación no era eterna, me daría el tiempo suficiente para encontrar información sobre el paradero de la familia de Kagemusha-sensei.
Sonreí con nostalgia al ver a Tori-san tan esperanzado. Me recordaba a mí misma cuando decidí enfrentarme a las fuerzas del clan Konoe. ¿Cómo enfrentaría esta guerra si estaba completamente sola? Me llevaba bien con Tori-san y sentía que teníamos cosas en común, pero… ¿Éramos amigos? Creía que podía confiar en él, pero no sabía si era recíproco. ¿Qué podía hacer para aportar mi grano de arena en este nuevo mundo? El caos de la guerra, el olor de la sangre y los gritos de desesperación eran los mismos de Fuji, pero debía haber algo más allá, ¿no? ¡Me negaba a creer que los seres humanos estaban condenados a repetir la misma historia una y otra vez!
Me levanté bruscamente, junté ambos pies con fuerza, dejé la mano izquierda empuñada en mi espalda y llevé el puño derecho a mi corazón mientras miraba con determinación a Kagemusha-sensei. No encontraba otra manera de rendirle mis respetos que haciendo el saludo militar del ejército Takamoto.
—¡Juro por mi honor que traeré de regreso a su familia, sensei! —le prometería sin romper la postura—. Creo que usted no merece estar lejos de la gente que tanto ama.
Por último, esperaría a Tori-san por si tenía algo más que hablar con Kagemusha-sensei y entonces me despediría con una reverencia. Luego, intentaría abandonar la torre, aunque no sin antes verificar que no hubiera kappas cerca. ¿Mi próximo objetivo? No, más bien nuestro objetivo era infiltrarnos en la ciudad y hallar a la familia del sensei.
- Resumen:
- Un poco de reflexión y decidir infiltrarme en la ciudad para rescatar a la familia del sensei.
Dexter Black
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El estruendo resonó ensordecedor, llevando el mensaje por todo Wano: Dexter Black había llegado. Aliados y enemigos probablemente no tardasen en hacerse ver, y si bien era un peligro para los cincuenta soldados que había reclutado -de los cuales ni siquiera diez eran grandes luchadores- alejaría a las tropas enemigas del éxodo hacia el desembarco. Al fin y al cabo, no tendría sentido que si decidían adentrarse en Kuri se arriesgasen a su presencia si no podían confrontarlo, o que no tratasen de detenerlo si es que podían hacerlo.
- Datebaio... Media jornada -reflexionó, entre dientes. Seguramente volando fuese mucho menos, pero no podría asegurarse de encontrar nuevas tropas en el suelo ni podría asegurar la seguridad de los pueblos-. No queda más remedio que ir hasta allí; necesitáis armas de verdad. ¡Recoged cuanto metal encontréis por el suelo, vamos a necesitarlo!
Debía seguir organizando a su tropa, pero Berthil contestó. Más cansado que nervioso, claro, con esa seguridad que rozaba lo arrogante que tenía desde que era un niño pelirrojo en el South Blue... Suficientes años a su lado para saber que la tormenta se avecinaba entre las fauces del dragón, pero paso a paso sin poner un solo pie en el terreno sin estar totalmente convencido. Akagami era, sin dudarlo, el más cauto de toda la tripulación, aunque esa cautela a veces lo llevaba a una sensación de falsa tranquilidad que en esos momentos no podía permitirse. O tal vez sí. Sus motivos tendría, eso estaba claro.
- Llegar demasiado tarde. -No tenía costumbre de disculparse con él. Normalmente ambos tenían una postura enfrentada, pero era él quien demostraba tener razón a la larga. Pero daba igual hacia dónde mirase, había ido demasiado lejos-. Debería haber venido aquí en primer lugar, debería haber estado más atento... -El mundo se estaba volviendo loco. Su tono trataba de romperse, pero lo recomponía una y otra vez para hilar de nuevo una voz calmada-. Vamos a arreglar esto. No hagas ninguna tontería.
Colgó la llamada, y al instante su den den mushi sonó de nuevo. Los ojos del caracol se abrieron del todo para mostrar un relampagueante azul que reflejaba en la concha a dos colores.
Contestó de inmediato. Al otro lado de la línea se encontraba un tal Prometeo, teniente de la Armada Revolucionaria. Igual que la de Nassor, su hoja estaba llena de buenos informes y un examen de personalidad cuanto menos llamativo. Sus respuestas a cada entrevista y las observaciones de cada superior evidenciaban que se trataba del futuro de la Causa, más aún tras su adhesión informal al equipo de Augustus Makintosh, el legendario héroe de la causa. De hecho, si no recordaba mal, él mismo había enviado a Prometeo junto a Augustus y Osuka para desembarcar en Hakumai. La toma del castillo era fundamental para tener un centro de operaciones tras la caída del shogunato, pero las últimas noticias...
- La sangre corre por todo Wano. -Fue lo único que alcanzó a responder. El César había ido demasiado lejos, pero no tenía fuerzas efectivas para lanzarse a por él si quería liberar la isla.
Meditó por unos segundos, respirando profundamente. Intentaba relajarse, pero el olor a sangre que invadía todos los rincones no dejaba de alterarle. La perspectiva de que el meteorito cayese de un momento a otro en medio del Paraíso tampoco era una buena noticia: Llegaba tarde a Wano y abandonaba de nuevo el lugar donde debía estar. Lo estaba haciendo todo mal.
Golpeó el suelo con el puño. Este se hundió limpiamente, como si un cuchillo cortase mantequilla. ¡No era suficiente! ¿De qué servía ver el futuro si no podía evitar nada? Había posicionado tropas en cada mar, y no era suficiente. La muerte por culpa de Kepler se extendía aquí y allá, como una enfermedad que no podía detener. Hipatia en la capital, el Hemperador en el mar, Sirio en Sabaody y Marte en medio de Sakura. No podía estar en todas partes, y sus fuerzas cada vez más mermadas luchaban una batalla perdida, una lucha que no podían ganar solos.
Tampoco podían evitar las muertes que vendrían.
- Voy de camino a un pueblo de Udon llamado Datebaio -dijo, tras un amargo silencio-. Avisaré a las tropas para abandonar Hakumai; la Marina puede encargarse de la zona. Reúnete conmigo tan pronto como puedas, yo contactaré con cuanto aliado pueda ayudarnos a resolver este problema. Ah, y no vuelvas a llamarme "gran Líder". Soy un Comandante más.
"Comandante en jefe" era el título que dentro de los papeles de la Armada hacía referencia al Líder de la Revolución, una fórmula que habían adoptado desde su llegada para recordar a los oficiales, pasados, presentes y futuros, que el liderazgo no ponía a nadie sobre los demás; un recordatorio también para sí mismo.
Colgó el den den mushi y de inmediato realizó llamadas. A cada persona que conocía, aunque ya quedaban pocos con vida, los fue llamando. Primero a Zane, aunque dudaba que contestase; luego a Nemo D. Armonia, el navegante que lo había traicionado uniéndose a Derian.
- Aún me debes una por eso -le dijo-. Ven a Wano inmediatamente.
Era un shichibukai, y aunque no lo fuera no tendría por qué obedecerle. Le había escrito una carta hacía casi un año, explicándole que lo sabía todo. Por qué había abandonado la banda sin decirle nada, que se había aliado con Hallstat durante la gran guerra, todas sus operaciones en el Bajo Mundo... No necesitaba decirle todo lo que podía usar en su contra, solo le recordaba que en cualquier momento toda su vida podía saltar por los aires.
No, recurrir al chantaje no era de buena persona. Pero Wano no necesitaba buenas personas, necesitaba salvación.
La siguiente persona en recibir su llamada fue Osuka. Si este contestaba, tenía una orden muy simple:
- Ceded Hakumai a la Marina. Te espero a ti y a toda la flota en Datebaio. Debemos salvar esta tierra.
Siguiente llamada: Aki. Prometeo le había dicho que Hitomi estaba junto a una mujer de cabello negro llamada Lysbeth; no podía ser casualidad.
- ¿Podrás traer a la heredera hasta Datebaio? Al final han surgido problemas y no podré asistir a esa reunión, pero me muero por conocer personalmente a la princesa.
Informó también a Deathstroke y a las tropas de Hakumai. Los soldados del sudeste debían moverse hacia Udon, mientras que la compañía de Slade debía asegurar y fortificar el norte de Kuri. Con Kibi tomado por Berthil y Udon por la Revolución, Kuri podría acoger a los refugiados, pero para eso debía ser custodiada. Debería tal vez llamar a las tropas de la Marina, pero lo evitó por el momento. La nota que debía dejar la flota en zona neutral sería suficiente para que el recién liberado Kurookami entendiese que el ataque a la Capital debía ser omnidireccional. Esperaba, al menos, que lo entendiese.
Tras las conversaciones decidió tomar un curso de acción. Si quería salvar a la mayoría debía abandonar por el momento a unos pocos. Podría poner de patrulla a sus soldados una vez llegasen, así que tomó la decisión.
- Os he dado tiempo -constató-. Es hora de volar.
Hizo los cálculos. En veinte metros de extensión cabrían cincuenta personas, pero amontonadas e incómodas. Aun así se transformó en dragón y ordenó subir a él. Podían engancharse a cualquier espacio salvo a la articulación de las alas o a su cola. Incluso podía desplegar el vuelo y sujetar a hasta dos personas por garra.
Una vez todos estuviesen listos se lanzaría al vuelo, asegurándose de que nadie caía pero llegando cuanto antes pudiese hasta el pueblo. Tenía que ponerse a forjar equipo para todos mientras las reuniones comenzaban.
- Datebaio... Media jornada -reflexionó, entre dientes. Seguramente volando fuese mucho menos, pero no podría asegurarse de encontrar nuevas tropas en el suelo ni podría asegurar la seguridad de los pueblos-. No queda más remedio que ir hasta allí; necesitáis armas de verdad. ¡Recoged cuanto metal encontréis por el suelo, vamos a necesitarlo!
Debía seguir organizando a su tropa, pero Berthil contestó. Más cansado que nervioso, claro, con esa seguridad que rozaba lo arrogante que tenía desde que era un niño pelirrojo en el South Blue... Suficientes años a su lado para saber que la tormenta se avecinaba entre las fauces del dragón, pero paso a paso sin poner un solo pie en el terreno sin estar totalmente convencido. Akagami era, sin dudarlo, el más cauto de toda la tripulación, aunque esa cautela a veces lo llevaba a una sensación de falsa tranquilidad que en esos momentos no podía permitirse. O tal vez sí. Sus motivos tendría, eso estaba claro.
- Llegar demasiado tarde. -No tenía costumbre de disculparse con él. Normalmente ambos tenían una postura enfrentada, pero era él quien demostraba tener razón a la larga. Pero daba igual hacia dónde mirase, había ido demasiado lejos-. Debería haber venido aquí en primer lugar, debería haber estado más atento... -El mundo se estaba volviendo loco. Su tono trataba de romperse, pero lo recomponía una y otra vez para hilar de nuevo una voz calmada-. Vamos a arreglar esto. No hagas ninguna tontería.
Colgó la llamada, y al instante su den den mushi sonó de nuevo. Los ojos del caracol se abrieron del todo para mostrar un relampagueante azul que reflejaba en la concha a dos colores.
Contestó de inmediato. Al otro lado de la línea se encontraba un tal Prometeo, teniente de la Armada Revolucionaria. Igual que la de Nassor, su hoja estaba llena de buenos informes y un examen de personalidad cuanto menos llamativo. Sus respuestas a cada entrevista y las observaciones de cada superior evidenciaban que se trataba del futuro de la Causa, más aún tras su adhesión informal al equipo de Augustus Makintosh, el legendario héroe de la causa. De hecho, si no recordaba mal, él mismo había enviado a Prometeo junto a Augustus y Osuka para desembarcar en Hakumai. La toma del castillo era fundamental para tener un centro de operaciones tras la caída del shogunato, pero las últimas noticias...
- La sangre corre por todo Wano. -Fue lo único que alcanzó a responder. El César había ido demasiado lejos, pero no tenía fuerzas efectivas para lanzarse a por él si quería liberar la isla.
Meditó por unos segundos, respirando profundamente. Intentaba relajarse, pero el olor a sangre que invadía todos los rincones no dejaba de alterarle. La perspectiva de que el meteorito cayese de un momento a otro en medio del Paraíso tampoco era una buena noticia: Llegaba tarde a Wano y abandonaba de nuevo el lugar donde debía estar. Lo estaba haciendo todo mal.
Golpeó el suelo con el puño. Este se hundió limpiamente, como si un cuchillo cortase mantequilla. ¡No era suficiente! ¿De qué servía ver el futuro si no podía evitar nada? Había posicionado tropas en cada mar, y no era suficiente. La muerte por culpa de Kepler se extendía aquí y allá, como una enfermedad que no podía detener. Hipatia en la capital, el Hemperador en el mar, Sirio en Sabaody y Marte en medio de Sakura. No podía estar en todas partes, y sus fuerzas cada vez más mermadas luchaban una batalla perdida, una lucha que no podían ganar solos.
Tampoco podían evitar las muertes que vendrían.
- Voy de camino a un pueblo de Udon llamado Datebaio -dijo, tras un amargo silencio-. Avisaré a las tropas para abandonar Hakumai; la Marina puede encargarse de la zona. Reúnete conmigo tan pronto como puedas, yo contactaré con cuanto aliado pueda ayudarnos a resolver este problema. Ah, y no vuelvas a llamarme "gran Líder". Soy un Comandante más.
"Comandante en jefe" era el título que dentro de los papeles de la Armada hacía referencia al Líder de la Revolución, una fórmula que habían adoptado desde su llegada para recordar a los oficiales, pasados, presentes y futuros, que el liderazgo no ponía a nadie sobre los demás; un recordatorio también para sí mismo.
Colgó el den den mushi y de inmediato realizó llamadas. A cada persona que conocía, aunque ya quedaban pocos con vida, los fue llamando. Primero a Zane, aunque dudaba que contestase; luego a Nemo D. Armonia, el navegante que lo había traicionado uniéndose a Derian.
- Aún me debes una por eso -le dijo-. Ven a Wano inmediatamente.
Era un shichibukai, y aunque no lo fuera no tendría por qué obedecerle. Le había escrito una carta hacía casi un año, explicándole que lo sabía todo. Por qué había abandonado la banda sin decirle nada, que se había aliado con Hallstat durante la gran guerra, todas sus operaciones en el Bajo Mundo... No necesitaba decirle todo lo que podía usar en su contra, solo le recordaba que en cualquier momento toda su vida podía saltar por los aires.
No, recurrir al chantaje no era de buena persona. Pero Wano no necesitaba buenas personas, necesitaba salvación.
La siguiente persona en recibir su llamada fue Osuka. Si este contestaba, tenía una orden muy simple:
- Ceded Hakumai a la Marina. Te espero a ti y a toda la flota en Datebaio. Debemos salvar esta tierra.
Siguiente llamada: Aki. Prometeo le había dicho que Hitomi estaba junto a una mujer de cabello negro llamada Lysbeth; no podía ser casualidad.
- ¿Podrás traer a la heredera hasta Datebaio? Al final han surgido problemas y no podré asistir a esa reunión, pero me muero por conocer personalmente a la princesa.
Informó también a Deathstroke y a las tropas de Hakumai. Los soldados del sudeste debían moverse hacia Udon, mientras que la compañía de Slade debía asegurar y fortificar el norte de Kuri. Con Kibi tomado por Berthil y Udon por la Revolución, Kuri podría acoger a los refugiados, pero para eso debía ser custodiada. Debería tal vez llamar a las tropas de la Marina, pero lo evitó por el momento. La nota que debía dejar la flota en zona neutral sería suficiente para que el recién liberado Kurookami entendiese que el ataque a la Capital debía ser omnidireccional. Esperaba, al menos, que lo entendiese.
Tras las conversaciones decidió tomar un curso de acción. Si quería salvar a la mayoría debía abandonar por el momento a unos pocos. Podría poner de patrulla a sus soldados una vez llegasen, así que tomó la decisión.
- Os he dado tiempo -constató-. Es hora de volar.
Hizo los cálculos. En veinte metros de extensión cabrían cincuenta personas, pero amontonadas e incómodas. Aun así se transformó en dragón y ordenó subir a él. Podían engancharse a cualquier espacio salvo a la articulación de las alas o a su cola. Incluso podía desplegar el vuelo y sujetar a hasta dos personas por garra.
Una vez todos estuviesen listos se lanzaría al vuelo, asegurándose de que nadie caía pero llegando cuanto antes pudiese hasta el pueblo. Tenía que ponerse a forjar equipo para todos mientras las reuniones comenzaban.
- Resumen (Osukita, den den Zane, lean):
- Llamar a Osu, Aki y Zane (si alguien tiene su teléfono, holi). También a Nemo. Montar a mi escuadrón sobre mí e ir volando hasta Datebaio.
AEG93
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Por desgracia para él los médicos capturados no se hallaban allí, sino en los hospitales de campaña. Y para completar su mala suerte, el vigilante no le dio la menor indicación acerca de cómo llegar a alguno de esos lugares, tal vez presuponiendo que como compañero del ejército gyojin conocía la ubicación de las diferentes partes del enorme campamento.
Sin embargo el joven samurái era un hombre avispado y de recursos, y no tardó en darse cuenta de que todos los soldados heridos parecían caminar en las mismas direcciones. Por lo tanto comenzó a seguir a uno de ellos hasta que llegaron a lo que sin ningún tipo de duda era uno de esos hospitales de campaña, pues se trataba de una tienda de tamaño considerablemente superior a lo habitual y de la que escapaban gritos de dolor que podían escucharse con total claridad desde el exterior.
En su interior algunos sanitarios humanos se afanaban por tratar a multitud de habitantes del mar heridos mientras una gran cantidad de soldados les vigilaban sin quitarles el ojo de encima. Desde luego sacar a uno de los médicos de allí iba a suponer un enorme riesgo además de entrañar una dificultad extrema. Si quería tener éxito y salvar a su maestro iba a necesitar trazar un plan excelente y que la fortuna estuviera a su favor.
Así pues lo primero que hizo fue mirar a los médicos con atención tratando de ver si conocía a alguno de ellos. Era posible que alguno de los doctores de Okobore o de alguno de los pueblos vecinos hubiera sido destinado allí. En caso de haberlo se acercaría a él solicitando atención. En caso de que no encontrar a ningún conocido simplemente solicitaría la atención del que menos atareado estuviese en aquel momento. Una vez estuviera tumbado y con el sanitario junto a él, le hablaría en voz baja asegurándose de que no resultaba audible para los guardias o para el resto de soldados que estaban recibiendo atención:
- Saludos, compatriota. Mi nombre es Ryuu Akiyama, de Pueblo Okobore. Me he infiltrado en el ejército gyojin para encontrar ayuda para mi maestro. SI eres de Kuri seguro que lo conoces, es el sensei del dojo de Okobore. Está herido de gravedad y necesita asistencia médica urgente, pero todos los médicos supervivientes habéis sido secuestrados y forzados a trabajar para el enemigo. Así que he venido a rescatar a alguno de vosotros si a cambio acepta atender a mi maestro. ¿Qué me dices?
Si el tipo aceptaba, el joven continuaría susurrando:
- ¿Dónde os tienen durante la noche? Creo que resultará más sencillo rescatarte en ese momento, ya que intentarlo aquí sería un suicidio.
Sin embargo el joven samurái era un hombre avispado y de recursos, y no tardó en darse cuenta de que todos los soldados heridos parecían caminar en las mismas direcciones. Por lo tanto comenzó a seguir a uno de ellos hasta que llegaron a lo que sin ningún tipo de duda era uno de esos hospitales de campaña, pues se trataba de una tienda de tamaño considerablemente superior a lo habitual y de la que escapaban gritos de dolor que podían escucharse con total claridad desde el exterior.
En su interior algunos sanitarios humanos se afanaban por tratar a multitud de habitantes del mar heridos mientras una gran cantidad de soldados les vigilaban sin quitarles el ojo de encima. Desde luego sacar a uno de los médicos de allí iba a suponer un enorme riesgo además de entrañar una dificultad extrema. Si quería tener éxito y salvar a su maestro iba a necesitar trazar un plan excelente y que la fortuna estuviera a su favor.
Así pues lo primero que hizo fue mirar a los médicos con atención tratando de ver si conocía a alguno de ellos. Era posible que alguno de los doctores de Okobore o de alguno de los pueblos vecinos hubiera sido destinado allí. En caso de haberlo se acercaría a él solicitando atención. En caso de que no encontrar a ningún conocido simplemente solicitaría la atención del que menos atareado estuviese en aquel momento. Una vez estuviera tumbado y con el sanitario junto a él, le hablaría en voz baja asegurándose de que no resultaba audible para los guardias o para el resto de soldados que estaban recibiendo atención:
- Saludos, compatriota. Mi nombre es Ryuu Akiyama, de Pueblo Okobore. Me he infiltrado en el ejército gyojin para encontrar ayuda para mi maestro. SI eres de Kuri seguro que lo conoces, es el sensei del dojo de Okobore. Está herido de gravedad y necesita asistencia médica urgente, pero todos los médicos supervivientes habéis sido secuestrados y forzados a trabajar para el enemigo. Así que he venido a rescatar a alguno de vosotros si a cambio acepta atender a mi maestro. ¿Qué me dices?
Si el tipo aceptaba, el joven continuaría susurrando:
- ¿Dónde os tienen durante la noche? Creo que resultará más sencillo rescatarte en ese momento, ya que intentarlo aquí sería un suicidio.
- Resumen:
- Intentar entablar una conversación a susurros con uno de los médicos humanos, comprobando previamente si conozco a alguno.
Marc Kiedis
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Therax había llegado a una conclusión que requería medidas mucho más drásticas que la suya, y el enorme tornado que generó diezmó rápidamente las tropas de los habitantes del mar. Superados, los gyojin fueron cediendo terreno hasta que quedó patente que iban a sufrir una dolorosa derrota en la contienda. Tal vez no una decisiva para el devenir de aquella guerra, pero desde luego sí una nada despreciable.
No muy lejos de allí, un hombre ataviado con un extraño casco de color dorado y una lujosa armadura vigilaba el campo de batalla con atención. Por su aspecto y su actitud parecía tratarse de uno de los líderes del ejército de Wano, o al menos de aquella parte del mismo. Y parecía claro que les había visto.
- ¡Vayamos a hablar con él! ¡Seguro que sabe dónde está la prisión donde tienen a Zane! - dijo el semigigante a su compañero.
Acto seguido cambió su rumbo para dirigirse a la posición de aquel oficial, como era lógico con Kotai-Hi guardada en su vaina y con expresión alegre, dejando claro que no pretendía causar daño a nadie. Gracias a su nube de mozzarella desplazarse a gran velocidad por las alturas no suponía un problema.
Aterrizaría con suavidad, evitando los movimientos bruscos y los gestos demasiado exagerados. Con una sincera sonrisa adornando su rostro se dirigiría a él y diría:
- ¡Hola! Somos Marc Kiedis y Therax Palatiard, de los Arashi no Kyoudai. Hemos venido a ayudar a los habitantes de Wano en la guerra, pero nuestro capitán Zane D. Kenshin ha sido apresado. Sabemos que le tienen cautivo en una antigua prisión situada por aquí cerca, en las faldas de la montaña. ¿Sería tan amable de indicarnos cómo llegar hasta allí por favor?
El semigigante, todo educación, esperaría entonces para ver si su compañero quería añadir algo más, pues tal vez a él se le hubiera escapado algún dato. Therax era mucho más inteligente que él, probablemente la persona más inteligente que conocía después de Spanner, y siempre aportaba puntos de vista diferentes.
No muy lejos de allí, un hombre ataviado con un extraño casco de color dorado y una lujosa armadura vigilaba el campo de batalla con atención. Por su aspecto y su actitud parecía tratarse de uno de los líderes del ejército de Wano, o al menos de aquella parte del mismo. Y parecía claro que les había visto.
- ¡Vayamos a hablar con él! ¡Seguro que sabe dónde está la prisión donde tienen a Zane! - dijo el semigigante a su compañero.
Acto seguido cambió su rumbo para dirigirse a la posición de aquel oficial, como era lógico con Kotai-Hi guardada en su vaina y con expresión alegre, dejando claro que no pretendía causar daño a nadie. Gracias a su nube de mozzarella desplazarse a gran velocidad por las alturas no suponía un problema.
Aterrizaría con suavidad, evitando los movimientos bruscos y los gestos demasiado exagerados. Con una sincera sonrisa adornando su rostro se dirigiría a él y diría:
- ¡Hola! Somos Marc Kiedis y Therax Palatiard, de los Arashi no Kyoudai. Hemos venido a ayudar a los habitantes de Wano en la guerra, pero nuestro capitán Zane D. Kenshin ha sido apresado. Sabemos que le tienen cautivo en una antigua prisión situada por aquí cerca, en las faldas de la montaña. ¿Sería tan amable de indicarnos cómo llegar hasta allí por favor?
El semigigante, todo educación, esperaría entonces para ver si su compañero quería añadir algo más, pues tal vez a él se le hubiera escapado algún dato. Therax era mucho más inteligente que él, probablemente la persona más inteligente que conocía después de Spanner, y siempre aportaba puntos de vista diferentes.
- Resumen:
- Ir hacia el tipo del kabuto dorado, presentarse y preguntar por la prisión.
Inosuke Dru-zan
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Emití un alarido y bostecé mientras la comida se va cocinando lentamente. Hacía un momento estaba emocionado ante la perspectiva de probar la deliciosa carne de los hombres pez, pero de pronto me encontraba aburrido, sin ganas de hacer nada. Me quedé sentado al lado del fuego, dando vueltas a la carne de forma monótona, sin ganas, hasta que estuvo hecha. Los jugos chorreaban sobre la crujiente piel, y al probarlo lo noté...soso. No era en absoluto como creía que sería. Tal vez se debiera a que no era un ejemplar de alta calidad, o a que lo había cocinado de una forma sencilla, pero no podía dejar de pensar en que la culpa era de Grimes. Cuando uno se encontraba a su lado, no se podía disfrutar de nada.
Me levanté, agarré un pinchito de carne de hombre pez y me alejé de allí, con Cazapeces al hombro. Dejando atrás a una Kaya con muy poco sentido del humor, me acerqué hasta el grupito que rodeaba a Xan y su nueva amiga. Ao Kashigami me siguió, mostrando con su gesto perezoso que también se encontraba aburrido. Había estado observando el combate desde la lejanía, sin preocuparme demasiado a sabiendas de que Xandra ganaría, pero como no había mucho más que hacer decidí aproximarme a la marea variocolor de peces de todas las clases.
—Caza, ¿poder ir a por Hebikiba, espada de Ino? Yo dejar en combate contra Mancha-Maldición, hacer par de semanas. —De un salto ágil tomó el vuelo, yendo a buscar la espada. Con todo el vaivén de los genocidios de la capitana y el peliblanco, además de la incipiente guerra, no había tenido tiempo de ir a buscarla, pero la había echado en falta cuando empecé el ataque a los pescados.
«¿Por qué empezar atacar pescados? —me pregunté. Desde luego no había sido por comer, no habían resultado tan sabrosos como esperaba—. Ah, ya recordar. Katha querer peces muertos y hombres libres —recordé».
Levanté la cabeza de jabalí lo suficiente para dar otro bocado. El sabor parecía haber mejorado ahora que Grimes ya no estaba cerca, pero sabía que podía ser mejor; solo tenía que cambiar la receta. Dejando a un lado mis pensamientos sobre la comida, toqué educadamente el hombro del pez que tenía más cerca.
—¿Dónde estar jefe pez? —pregunté amablemente, aún masticando—. Yo querer pelear contra jefe pez —declaré.
Tragué la comida restante de mi boca, eructé y le lancé lo que me quedaba de carne en la mano a Kashi, quién la atrapó al vuelo. Me rasqué la nuca y me volví otra vez hacia el gyojin, esperando su respuesta.
Me levanté, agarré un pinchito de carne de hombre pez y me alejé de allí, con Cazapeces al hombro. Dejando atrás a una Kaya con muy poco sentido del humor, me acerqué hasta el grupito que rodeaba a Xan y su nueva amiga. Ao Kashigami me siguió, mostrando con su gesto perezoso que también se encontraba aburrido. Había estado observando el combate desde la lejanía, sin preocuparme demasiado a sabiendas de que Xandra ganaría, pero como no había mucho más que hacer decidí aproximarme a la marea variocolor de peces de todas las clases.
—Caza, ¿poder ir a por Hebikiba, espada de Ino? Yo dejar en combate contra Mancha-Maldición, hacer par de semanas. —De un salto ágil tomó el vuelo, yendo a buscar la espada. Con todo el vaivén de los genocidios de la capitana y el peliblanco, además de la incipiente guerra, no había tenido tiempo de ir a buscarla, pero la había echado en falta cuando empecé el ataque a los pescados.
«¿Por qué empezar atacar pescados? —me pregunté. Desde luego no había sido por comer, no habían resultado tan sabrosos como esperaba—. Ah, ya recordar. Katha querer peces muertos y hombres libres —recordé».
Levanté la cabeza de jabalí lo suficiente para dar otro bocado. El sabor parecía haber mejorado ahora que Grimes ya no estaba cerca, pero sabía que podía ser mejor; solo tenía que cambiar la receta. Dejando a un lado mis pensamientos sobre la comida, toqué educadamente el hombro del pez que tenía más cerca.
—¿Dónde estar jefe pez? —pregunté amablemente, aún masticando—. Yo querer pelear contra jefe pez —declaré.
Tragué la comida restante de mi boca, eructé y le lancé lo que me quedaba de carne en la mano a Kashi, quién la atrapó al vuelo. Me rasqué la nuca y me volví otra vez hacia el gyojin, esperando su respuesta.
- Resumen:
- » Alejarse de Grimes.
» Enviar a Cazapeces a por la espada del combate contra Dark Ino.
» Hablar con un gyojin de forma muy educada y para nada grosera sobre su jefe.
» Intentar disfrutar de la comida.
Alexandra Holmes
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No había conseguido hacerle daño físico pero sí psicológico con el divertido afro que le había dejado -de paso comprobó lo mal que le quedaba el pelo a los gyojins-. Además, había podido comprobar que, en efecto, se trataba de una sustancia más corrosiva que venenosa. Mentiría si dijera que no le apetecía comprobar los efectos de aquella sustancia y calcular los cambios que tendría que hacer en su propio cuerpo para poder utilizarla pero... antes tenía que quitársela de encima.
Antes había utilizado su Mantra de forma bastante sutil y, por lo que veía, había sido una buena decisión. Después de haberse movido rápidamente a su alrededor, unas cinco imágenes residuales la rodeaban y amenazaban con cubrirla con paredes de veneno. No le quitaría mérito, era rápida y fuerte. Pero... esa capa de veneno no podía ser demasiado gruesa, por lo que había visto no tenía tanta capacidad de producción.
Ahora fue bastante menos discreta a la hora de utilizar sus habilidades de predicción y observación. Utilizaría su Mantra esta vez no para predecir un ataque, porque era bastante obvio, si no para localizar y predecir el lugar en el que estaría la gyojin en el momento adecuado.
Guardó la cuchilla de hueso de su brazo derecho y utilizó la fuerza bruta de su brazo para golpear al aire antes de que fuera demasiado tarde. El puñetazo sería lo bastante fuerte como para proyectar una onda de choque de medio metro de radio en dirección a... bueno, había intentado localizar a la gyojin y apuntaría ahí, aunque le daba igual si le daba o no. La verdadera intención de la onda de choque era dispersar el veneno en su camino, esparciéndolo con la esperanza de abrir un agujero de un metro de diámetro -y atizarle a quien estuviera detrás si no le daba a la rosa-. Al hacerlo y abrirse una vía de escape, Xandra se lanzó rápidamente utilizando su velocidad y agilidad aumentadas, con algo de suerte antes de que ese manto corrosivo la envolviera por completo.
Si su defensa funcionaba, se llevaría la mano derecha a la varita e-nucleus, totalmente cargada. Lo siguiente sería más una lotería. Se la jugó haciendo caso al Mantra de antes y descargaría su E-Nucleus en dirección a la gyojin. Aquella vara robada soltaba descargas de muy pequeño tamaño, pero tenían una potencia absurda capaz de atravesar muros de quince metros y un alcance máximo igual de ridículo con 30 metros. No sabía si le daría a ella, pero alguien acabaría comiéndose la descarga. Procuraría no darle a ningún aliado... esperaba que ni Ino ni Kaya se acercaran más de lo necesario, no podía estar atenta a absolutamente todo con la visibilidad reducida por culpa de un corrillo de idiotas.
Los que la rodeaban eran todos gyojins, no tenía que preocuparse por herir a humanos.
Ah, la electricidad de su cuerpo comenzó a dispersarse y, tras lanzar la descarga de la E-Nucleus, su Metaestabilidad se terminó de disipar.
Antes había utilizado su Mantra de forma bastante sutil y, por lo que veía, había sido una buena decisión. Después de haberse movido rápidamente a su alrededor, unas cinco imágenes residuales la rodeaban y amenazaban con cubrirla con paredes de veneno. No le quitaría mérito, era rápida y fuerte. Pero... esa capa de veneno no podía ser demasiado gruesa, por lo que había visto no tenía tanta capacidad de producción.
Ahora fue bastante menos discreta a la hora de utilizar sus habilidades de predicción y observación. Utilizaría su Mantra esta vez no para predecir un ataque, porque era bastante obvio, si no para localizar y predecir el lugar en el que estaría la gyojin en el momento adecuado.
Guardó la cuchilla de hueso de su brazo derecho y utilizó la fuerza bruta de su brazo para golpear al aire antes de que fuera demasiado tarde. El puñetazo sería lo bastante fuerte como para proyectar una onda de choque de medio metro de radio en dirección a... bueno, había intentado localizar a la gyojin y apuntaría ahí, aunque le daba igual si le daba o no. La verdadera intención de la onda de choque era dispersar el veneno en su camino, esparciéndolo con la esperanza de abrir un agujero de un metro de diámetro -y atizarle a quien estuviera detrás si no le daba a la rosa-. Al hacerlo y abrirse una vía de escape, Xandra se lanzó rápidamente utilizando su velocidad y agilidad aumentadas, con algo de suerte antes de que ese manto corrosivo la envolviera por completo.
Si su defensa funcionaba, se llevaría la mano derecha a la varita e-nucleus, totalmente cargada. Lo siguiente sería más una lotería. Se la jugó haciendo caso al Mantra de antes y descargaría su E-Nucleus en dirección a la gyojin. Aquella vara robada soltaba descargas de muy pequeño tamaño, pero tenían una potencia absurda capaz de atravesar muros de quince metros y un alcance máximo igual de ridículo con 30 metros. No sabía si le daría a ella, pero alguien acabaría comiéndose la descarga. Procuraría no darle a ningún aliado... esperaba que ni Ino ni Kaya se acercaran más de lo necesario, no podía estar atenta a absolutamente todo con la visibilidad reducida por culpa de un corrillo de idiotas.
Los que la rodeaban eran todos gyojins, no tenía que preocuparse por herir a humanos.
Ah, la electricidad de su cuerpo comenzó a dispersarse y, tras lanzar la descarga de la E-Nucleus, su Metaestabilidad se terminó de disipar.
- resumen:
» Utiliza Mantra de forma más cantosa para predecir el movimiento de la señora afro y tenerla localizada.
» Guarda la cuchilla de hueso de su brazo derecho, mantiene la del izquierdo.
» Se defiende del manto corrosivo con una onda de choque (de las de Potencia 6) para dispersar la capa de veneno y abrir una vía de escape -intenta darle a la señora esta pero su objetivo es salir de ahí-. Al haber visto cómo produce veneno, intuye que no es una capa gruesa y trata de dispersarla.
» Si sale bien y no se muere usa su velocidad aumentada para salir por el agujero hecho por la onda de choque.
» Si sale bien y no se muere (x2), agarra la E-Nucleus y tira un petardazo con ella donde cree que está la rosa. La vara lleva cargándose desde la anterior parte así que va con la máxima potencia, le da igual si le da a ella o a cualquier gyojin random.
» La Signatura entra en recarga y sus atributos vuelven a la normalidad.
Rainbow662
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No hay tapón que valga para contener semejante ola de obsceno aburrimiento. La tela no filtra el discurso de Grimes adecuadamente, ni tampoco el tremendo sopor que me inocula. Mientras llevaba a cabo mi plan de liberación del pueblo he estado seriamente tentada de meterme en la zanja con estos peces para escapar del tedio. De no haber llegado Inosuke dando espadazos como un descerebrado tal vez lo habría hecho. Ahora la duda es si lo entierro a él. Creo que se va a librar por falta de motivación.
Ni siquiera su intento de canibalizar a los gyojins resulta mínimamente entretenido. N con el contable dando la brasa. Y eso que le dedico un largo rato a meditar si el hecho de comerse a un hombre-pez constituye canibalismo o no. Vale, tienen buena parte de pescado, pero no dejan de ser humanos de otro color con cierto atrezzo de fauna marina. Es preocupante saber que si me crecieran aletas Inosuke me comería. Por otro lado, estoy casi segura de que lo haría de todos modos.
-Bueno, pues supongo que... ¡Grimes, cierra el pico de una vez! Supongo que al cuerno el plan. Vamos a tener que arrastrar del pescuezo a todos esos soldados antes de que se les pase la modorra y se pregunten qué acaba de pasar aquí.
Qué poco me apetece todo esto...
Dejo la comida a merced de quien la quiera y me resigno a hacer el trabajo de la forma difícil. Voy a tener que buscar a todos los gyojins del pueblo y darles una buena tunda uno a uno. Un par de puñetazos deberían bastar para tumbar a estos tipos. Si fuesen soldados de los peligrosos no estarían guarnecidos en esta aldea de mala muerte. Confío en que la bruja se contente con dejarlos noqueados. Lo que me faltaba ya sería tener que ir aplastándoles las cabezas como a huevos.
-Vale, peces, acabemos cuanto antes -murmuro con desgana mientras busco alguien a quien atizar.
A veces mi trabajo es una lata.
Ni siquiera su intento de canibalizar a los gyojins resulta mínimamente entretenido. N con el contable dando la brasa. Y eso que le dedico un largo rato a meditar si el hecho de comerse a un hombre-pez constituye canibalismo o no. Vale, tienen buena parte de pescado, pero no dejan de ser humanos de otro color con cierto atrezzo de fauna marina. Es preocupante saber que si me crecieran aletas Inosuke me comería. Por otro lado, estoy casi segura de que lo haría de todos modos.
-Bueno, pues supongo que... ¡Grimes, cierra el pico de una vez! Supongo que al cuerno el plan. Vamos a tener que arrastrar del pescuezo a todos esos soldados antes de que se les pase la modorra y se pregunten qué acaba de pasar aquí.
Qué poco me apetece todo esto...
Dejo la comida a merced de quien la quiera y me resigno a hacer el trabajo de la forma difícil. Voy a tener que buscar a todos los gyojins del pueblo y darles una buena tunda uno a uno. Un par de puñetazos deberían bastar para tumbar a estos tipos. Si fuesen soldados de los peligrosos no estarían guarnecidos en esta aldea de mala muerte. Confío en que la bruja se contente con dejarlos noqueados. Lo que me faltaba ya sería tener que ir aplastándoles las cabezas como a huevos.
-Vale, peces, acabemos cuanto antes -murmuro con desgana mientras busco alguien a quien atizar.
A veces mi trabajo es una lata.
- Resumen:
- Ir a patear peces random hasta que llegue la jefa.
Maki
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¿Tendría razón Sonrisas? ¿El fracaso de su matrimonio había sido culpa suya? Últimamente estaba recibiendo muchas lecciones de mucha gente. Su mente se abría a posibilidades nuevas, algunas de las cuales no entendía del todo. ¿Y si Hipatia buscaba algo en él que no había sabido darle? Oh, qué cruel era el destino al darle en los morros con esa ironía.
-Entonces, ¿el malo era yo todo este tiempo? ¿Cuando engordó once kilos en tres días y me dijo que me sacaría los ojos si volvía a pasar a su lado me estaba pidiendo algo que no entendí? Qué mal marido he sido... Me quitaré la vida.
Maki chasqueó los dedos y los Centellas le llevaron el kit de suicidio samurái. Bata blanca, espadita, cesta para la cabeza... Maki se arrodilló y se preparó para el sepukku.
Entonces Sonrisas le dijo que le ayudaría. Detuvo la hoja a un centímetro de su barriga y se lo pensó. ¿Podría recuperar su honor maridístico? No tenía claro si el código de los samurái permitía algo así. Esa gente era muy suya para esas cosas. Lo mejor sería rajarse la tripa y luego ya ir viendo. Pero por otro lado, el sushiman de su interior se resistía. No podía dejarlo estar como si nada. Era su deber compensar lo que había hecho.
-Vale, vamos -le dijo a su padrino y consejero sentimental.
Por el camino a saber a dónde uno de sus chicos le hizo saber que casi todo el ejército asentado en la capital iba a salir en alguna misión. El palacio estaría poco protegido y sería el momento perfecto para raptar a la reina. Pero Maki ya no estaba por esas. Sonrisas tenía razón: un saco no arreglaría nada, ni siquiera uno no-rosa. En cambio, la obra kabuki todavía valía. La usarían para entrar en palacio y serviría como carta de amor a su esposa. Aunque no estaba muy seguro de si la quería o solo le daba miedo, pero Sonrisas hacía que todo pareciese muy romántico.
-Parece una buena oportunidad. Podemos colarnos, representar la obra de cumpleaños y recuperar el corazón de Hipatia. Pero solo para mí, eh, que nos conocemos -le dijo a Tom el Sobón-. ¿Qué opinas, Sonrisas? Todos los soldados se van... Así que podemos hacerlo en una semana. Iremos un poco justos para tus ensayos, pero yo creo que valdrá. Aunque habrá que buscar un disfraz de burro de tu talla. Por cierto, ¿a dónde vamos?
-Entonces, ¿el malo era yo todo este tiempo? ¿Cuando engordó once kilos en tres días y me dijo que me sacaría los ojos si volvía a pasar a su lado me estaba pidiendo algo que no entendí? Qué mal marido he sido... Me quitaré la vida.
Maki chasqueó los dedos y los Centellas le llevaron el kit de suicidio samurái. Bata blanca, espadita, cesta para la cabeza... Maki se arrodilló y se preparó para el sepukku.
Entonces Sonrisas le dijo que le ayudaría. Detuvo la hoja a un centímetro de su barriga y se lo pensó. ¿Podría recuperar su honor maridístico? No tenía claro si el código de los samurái permitía algo así. Esa gente era muy suya para esas cosas. Lo mejor sería rajarse la tripa y luego ya ir viendo. Pero por otro lado, el sushiman de su interior se resistía. No podía dejarlo estar como si nada. Era su deber compensar lo que había hecho.
-Vale, vamos -le dijo a su padrino y consejero sentimental.
Por el camino a saber a dónde uno de sus chicos le hizo saber que casi todo el ejército asentado en la capital iba a salir en alguna misión. El palacio estaría poco protegido y sería el momento perfecto para raptar a la reina. Pero Maki ya no estaba por esas. Sonrisas tenía razón: un saco no arreglaría nada, ni siquiera uno no-rosa. En cambio, la obra kabuki todavía valía. La usarían para entrar en palacio y serviría como carta de amor a su esposa. Aunque no estaba muy seguro de si la quería o solo le daba miedo, pero Sonrisas hacía que todo pareciese muy romántico.
-Parece una buena oportunidad. Podemos colarnos, representar la obra de cumpleaños y recuperar el corazón de Hipatia. Pero solo para mí, eh, que nos conocemos -le dijo a Tom el Sobón-. ¿Qué opinas, Sonrisas? Todos los soldados se van... Así que podemos hacerlo en una semana. Iremos un poco justos para tus ensayos, pero yo creo que valdrá. Aunque habrá que buscar un disfraz de burro de tu talla. Por cierto, ¿a dónde vamos?
Sasaki
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Akuma no mi
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Una sonrisa apareció en el rostro de aquel joven, parecía que mis palabras le habían hecho gracia. Y a quién lo le harían si te decían que estaba perdido en un túnel y tu sabes la respuesta. El hombre tras rascar la pared con sus uñas desnudas, de la que se cayeron varios trozos con facilidad, este comenzó a hablar. Adivinó que pertenecía a la marina, Impresionante dado que vestía prácticamente igual que un pirata salvo que en mi túnica ponía mi rango. Luego me dijo que me la quitaría para quedársela.
El hombre se quedó inmóvil unos segundos, tiempo que me ayudó a prevenirme de lo que haría a continuación. Lanzó las piedrecitas que había arrancado de la pared y en un parpadeo apareció frente a mí intentando darme un zarpazo en la cara. Pude retroceder un poco y sin embargo, con el filo de sus uñas pudo alcanzarme la cara dándome unos arañazos superficiales.
Sin embargo, de estos comenzó a brotar el caramelo, aunque de un tono rojo sangre imitándola. Me llevé las manos a la cara para intentar detener la “hemorragia”. Separé mis manos de la cara al notar que era superficial y giré la cabeza hacia la derecha como si hubiese allí alguien. “¿Pero qué clase de tipo hace eso? ¿Qué se cree?, ¿la puta Catwoman?” dije como si hablase alguien.
-Vale vale, lo he entendido.
Cogiendo más espacio entre aquel hombre y yo, me quité la túnica, la camisa y poco a poco toda la ropa, salvo los calzoncillos. La ropa, seguía siendo de azúcar, de igual forma que lo era cuando era cuando llegué a la isla. Lo que llevaba puesto realmente, aunque debajo de otra capa de azúcar que simulaba mi cuerpo a la perfección, era el R.O.C.K.S..
-Ahí tienes la ropa, te la regalo. – dije sosteniendo aún el alfanje, aunque esta vez apuntando al suelo hacia los pies de aquel hombre, y el caramelo, que simulaba sangre, resbalaba lentamente por la cara hacia el pecho.
El hombre se quedó inmóvil unos segundos, tiempo que me ayudó a prevenirme de lo que haría a continuación. Lanzó las piedrecitas que había arrancado de la pared y en un parpadeo apareció frente a mí intentando darme un zarpazo en la cara. Pude retroceder un poco y sin embargo, con el filo de sus uñas pudo alcanzarme la cara dándome unos arañazos superficiales.
Sin embargo, de estos comenzó a brotar el caramelo, aunque de un tono rojo sangre imitándola. Me llevé las manos a la cara para intentar detener la “hemorragia”. Separé mis manos de la cara al notar que era superficial y giré la cabeza hacia la derecha como si hubiese allí alguien. “¿Pero qué clase de tipo hace eso? ¿Qué se cree?, ¿la puta Catwoman?” dije como si hablase alguien.
-Vale vale, lo he entendido.
Cogiendo más espacio entre aquel hombre y yo, me quité la túnica, la camisa y poco a poco toda la ropa, salvo los calzoncillos. La ropa, seguía siendo de azúcar, de igual forma que lo era cuando era cuando llegué a la isla. Lo que llevaba puesto realmente, aunque debajo de otra capa de azúcar que simulaba mi cuerpo a la perfección, era el R.O.C.K.S..
-Ahí tienes la ropa, te la regalo. – dije sosteniendo aún el alfanje, aunque esta vez apuntando al suelo hacia los pies de aquel hombre, y el caramelo, que simulaba sangre, resbalaba lentamente por la cara hacia el pecho.
- resumen:
- Recibir su arañazo en la cara pero como algo superficial, hacer que de estas heridas salga caramelo líquido como la sangre y del mismo color que esta. Retroceder y quedarme en calzoncillos dándole mi ropa (la cual es azúcar, por cierto), mi piel es de azúcar también, llevo puesto el R.O.C.K.S.
Las palabras de uno de los presos hicieron que el pirata observara con más detenimiento en el rostro del anciano, que parecía haber perdido mucho con el paso de los años. Sus ojos no tenían ese brillo de decisión, pero hubiera apostado sus plumas a que en ellos todavía había algún ápice determinación. ¿Pero como activar la chispa que encendiera la llama que, seguramente, continuaba latente dentro de él? Era algo difícil, pues Zane solía tener la misma sensibilidad y empatía que una piedra, es decir: ninguna.
No obstante, algunas de las palabras que también dijo le hicieron enfadar, hasta el punto que sus ojos mostraban ligero desprecio por lo que había dicho. No era capaz de concebir que algo fuera blanco o negro, habiendo una gran gama de grises entre un color y el otro. Y de pronto, haciendo gala de sus modales piratas, habló:
—¿Y quién decide que una persona vale o no? —cuestionó en voz alta, haciendo que más de uno le observara, aunque de reojo—. ¿El gobierno mundial? ¿Los dragones celestiales con sus peceras en la cabeza? ¿El shogun? —hizo una pequeña pausa, observando la espada que tenía entre las manos con detalle—. El valor de una persona se mide por sus acciones y la paz que uno sienta consigo mismo. Lo que piensen terceras personas debería daros igual. Ese es el problema que tiene este puto mundo, que la gente juzga observando la katana por su funda y su mango, sin llegar a sostenerla entre sus manos y llegar a probarla para saber si está equilibrada o es válida para la batalla —dijo, haciendo una pausa sabiendo que se estaba yendo por las ramas—. No sé si me entiendes, anciano. Pero ahora tienes la oportunidad de salir y demostrar de que pasta estás hecha, limpiar tu nombre y vivir lo que te quede de vida fuera de esta mugrienta celda con los pocos que te aprecian —La mirada de Zane se desvió hacia aquellos que parecían sentir aprecio por el viejo shogun, que por sus posturas parecían resguardarlo en todo momento—. Yo ahora tengo que salir de aquí para buscar a mi gente y hacerme con un juego de espadas que me sirvan para batirme con la persona que me metió aquí y su organización de genocidas. Así que si cambias de opinión y decides salir… —miró de nuevo al anciano—. Tendrás el camino despejado.
Después de eso, le hubiera hablado o no el shogun o alguno de sus seguidores, miraría a aquellos que han decidido seguirle en su fuga de la cárcel y hablaría con ellos.
—Como os dije antes quien quiera puede unirse a mí, pero sois libres de no hacerlo. Sin embargo, quien quiera que levante la mano. Os prometo una casa, comida, bebida, aventuras y fortuna a cascoporro —esperó a que alguno la levantara—. Aquellos que no lo hagan… Recordad quien os ha liberado y llevaos por delante a cualquiera que tenga relación con Estrella Oscura y los extranjeros que están asolando esta isla, ¿entendido? Sobre todo, contra los peces. Y si os encontráis con un pirata llamado Therax Palatiar o Marc Kiedis decidle que estoy bien y que cuando arregle un par de cosas me reuniré con ellos —alzó la espada y la dejó hacer hacia el frente—. ¡A LIARLA CHAVALES!
Salió de donde estaba y todo el mundo parecía estar yendo hacia abajo, concretamente hacia el centro del edificio, bajando a las prisas. Los guardias de aquella prisión parecían tener mucha prisa, incluso se pisaban el uno al otro.
Si primera idea era soltar un fogonazo y salir de allí a base de hostias, pero algo en su interior le decía que quizá, tan solo quizá, aquella cárcel aguardaba en su interior algo de interés. Llevaban trayendo gente desde hacía muchas décadas, y eso le hizo pensar que quizá podía haber algo de valor o algún tipo de arma que alguien hubiera pasado por alto. «Quizá investigar un poco no estaría de más», pensó.
Subió al primer piso y allí se topó con una serie de celdas cerradas y largos pasillos sin un alma caminando por ellos. Ojeó y eran más presos, así que los liberó y les incitó a unirse a él, explicándoles todo lo que estaba ocurriendo en la isla. ¿Qué no lo hacían? Pues les daría las mismas directrices que al resto: que se llevaran por delante a algún miembro de estrella oscura, los putos peces o los extranjeros. Y seguiría buscando algún tipo de sala que no fuera una celda.
No obstante, algunas de las palabras que también dijo le hicieron enfadar, hasta el punto que sus ojos mostraban ligero desprecio por lo que había dicho. No era capaz de concebir que algo fuera blanco o negro, habiendo una gran gama de grises entre un color y el otro. Y de pronto, haciendo gala de sus modales piratas, habló:
—¿Y quién decide que una persona vale o no? —cuestionó en voz alta, haciendo que más de uno le observara, aunque de reojo—. ¿El gobierno mundial? ¿Los dragones celestiales con sus peceras en la cabeza? ¿El shogun? —hizo una pequeña pausa, observando la espada que tenía entre las manos con detalle—. El valor de una persona se mide por sus acciones y la paz que uno sienta consigo mismo. Lo que piensen terceras personas debería daros igual. Ese es el problema que tiene este puto mundo, que la gente juzga observando la katana por su funda y su mango, sin llegar a sostenerla entre sus manos y llegar a probarla para saber si está equilibrada o es válida para la batalla —dijo, haciendo una pausa sabiendo que se estaba yendo por las ramas—. No sé si me entiendes, anciano. Pero ahora tienes la oportunidad de salir y demostrar de que pasta estás hecha, limpiar tu nombre y vivir lo que te quede de vida fuera de esta mugrienta celda con los pocos que te aprecian —La mirada de Zane se desvió hacia aquellos que parecían sentir aprecio por el viejo shogun, que por sus posturas parecían resguardarlo en todo momento—. Yo ahora tengo que salir de aquí para buscar a mi gente y hacerme con un juego de espadas que me sirvan para batirme con la persona que me metió aquí y su organización de genocidas. Así que si cambias de opinión y decides salir… —miró de nuevo al anciano—. Tendrás el camino despejado.
Después de eso, le hubiera hablado o no el shogun o alguno de sus seguidores, miraría a aquellos que han decidido seguirle en su fuga de la cárcel y hablaría con ellos.
—Como os dije antes quien quiera puede unirse a mí, pero sois libres de no hacerlo. Sin embargo, quien quiera que levante la mano. Os prometo una casa, comida, bebida, aventuras y fortuna a cascoporro —esperó a que alguno la levantara—. Aquellos que no lo hagan… Recordad quien os ha liberado y llevaos por delante a cualquiera que tenga relación con Estrella Oscura y los extranjeros que están asolando esta isla, ¿entendido? Sobre todo, contra los peces. Y si os encontráis con un pirata llamado Therax Palatiar o Marc Kiedis decidle que estoy bien y que cuando arregle un par de cosas me reuniré con ellos —alzó la espada y la dejó hacer hacia el frente—. ¡A LIARLA CHAVALES!
Salió de donde estaba y todo el mundo parecía estar yendo hacia abajo, concretamente hacia el centro del edificio, bajando a las prisas. Los guardias de aquella prisión parecían tener mucha prisa, incluso se pisaban el uno al otro.
Si primera idea era soltar un fogonazo y salir de allí a base de hostias, pero algo en su interior le decía que quizá, tan solo quizá, aquella cárcel aguardaba en su interior algo de interés. Llevaban trayendo gente desde hacía muchas décadas, y eso le hizo pensar que quizá podía haber algo de valor o algún tipo de arma que alguien hubiera pasado por alto. «Quizá investigar un poco no estaría de más», pensó.
Subió al primer piso y allí se topó con una serie de celdas cerradas y largos pasillos sin un alma caminando por ellos. Ojeó y eran más presos, así que los liberó y les incitó a unirse a él, explicándoles todo lo que estaba ocurriendo en la isla. ¿Qué no lo hacían? Pues les daría las mismas directrices que al resto: que se llevaran por delante a algún miembro de estrella oscura, los putos peces o los extranjeros. Y seguiría buscando algún tipo de sala que no fuera una celda.
- Resumen:
- Tratar de convencer al shogun para que luche por última vez, preguntar a los presos si quieren unirse a él y subir al piso superior a buscar cosicas interesantes.
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