Un único sonido rompió el silencio que se había instaurado en el manglar desde que Ral marchase en busca de Roland Oppenheimer. Qué pudiera ocurrir allí no era algo que le interesase demasiado, aunque suponía cuál sería el final para el criminal si el agente se alzaba con la victoria, visto lo visto. Lo que no se esperaba era ver aquella figura pelirrosa desplomarse como si fuera poco más que una figura de papel, cayendo como un peso muerto sobre el suelo tras haber recibido el impacto de aquella bala.
—¡Polastri! —gritó el pelirrojo, desenvainando su espada y acuclillándose a su lado para intentar comprobar si seguía con ellos. Dirigió su mirada al tirador, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa—. Desgraciado...
Se presentaba como "el Sepultero", un título un tanto grandilocuente y espectácular, casi como sacado de una película con héroes y villanos o... de algún espectáculo de lucha–libre. Si había podido pasar desapercibido para no solo uno, sino cuatro agentes del Cipher Pol —incluyendo a una jefa de personal—, no podía ser moco de pavo. No tardó mucho en verificar sus sospechas, en especial cuando vio aquel extraño fulgor en la pala que provocó que los cuerpos fueran alzándose uno por uno hasta sumar veinte.
Kusanagi se puso en pie, avanzando para interponerse junto a Ruffo entre Polastri y aquella horda de cadáveres resurgidos. No pintaba bien, menos cuando apenas habían llegado a cruzar el primero de los manglares. ¿Estarían tan vigilados los demás? Si habían dejado a gente como el larguirucho custodiándolos tendrían serios problemas para llegar a reunirse con Banners, aunque en ese momento este era el menor de sus problemas. Su superiora estaba herida, sin que supieran bien hasta dónde llegaba la gravedad de la herida, y tenían a todo un contingente para hacerles frente. Las prioridades habían cambiado.
Apretó con rabia la empuñadura de Yujo, poniéndose en guardia cuando los no–muertos se lanzaron contra ellos.
—Sé que no hace falta que te lo diga —comenzó, hablándole a Ruffo—, pero no te contengas. Esta vez no haremos prisioneros.
«Y menos unos prisioneros que, aparentemente, ya han muerto», se dijo, dejando que su compañero se lanzara en primer lugar. No debía suponer un gran problema para él, aunque la superioridad numérica seguía siendo aberrante y debía asegurarse de que Polastri no quedara totalmente desprotegida. Su velocidad era envidiable, así que si superaban al agente debía ser capaz de volver junto a su superiora sin demasiados problemas, pero dudaba de la capacidad de combate que ese hombre pudiera tener. Tendría que ser rápido.
Llevó dos dedos a la base de la hoja de su espada, concentrándose un instante. Recorrió con las yemas el frío metal, impregnándolo del calor de su propio ser. A medida que avanzaban, la aleación iba envolviéndose en candentes llamas que terminaron por ocupar la totalidad del filo. La Llama del Oeste, le llamaban. Iba siendo hora de recordarle al mundo por qué le conocían así con su Espíritu de Fuego. En cuanto Ruffo atacó él hizo lo propio, lanzando en un primer lugar un par de ondas cortantes flamígeras con la esperanza de alcanzar a cuantos resurgidos pudiera. Si ya estaban muertos al ser alzados nada les aseguraba que no pudiera volver a levantarlos pese a que los derrotasen pero, ¿y si hacía arder sus cuerpos? Eso sería otro cantar. Hecho esto, su cuerpo se proyectó a una velocidad inaudita y, por un instante, todo el sonido que pudiera producir se desvaneció. En apenas un parpadeo se habría situado a la espalda del Sepultero si nada se lo había impedido, tan silencioso que ni el aire parecía haber vibrado. Tomó la empuñadura con ambas manos y, tan veloz como había aparecido, lanzó aquel tajo flamígero en ascenso con la intención de partir por la mitad a su objetivo, con su arma vibrando gracias a su voluntad.
Diera o no tomaría cierta distancia, procurando tomar altura para poder jugar desde arriba. La superioridad aérea era una de sus mejores bazas y le permitiría moverse donde fuera necesario en segundos si la situación lo requería. A ver de qué estaba hecha esa gente.
—¡Polastri! —gritó el pelirrojo, desenvainando su espada y acuclillándose a su lado para intentar comprobar si seguía con ellos. Dirigió su mirada al tirador, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa—. Desgraciado...
Se presentaba como "el Sepultero", un título un tanto grandilocuente y espectácular, casi como sacado de una película con héroes y villanos o... de algún espectáculo de lucha–libre. Si había podido pasar desapercibido para no solo uno, sino cuatro agentes del Cipher Pol —incluyendo a una jefa de personal—, no podía ser moco de pavo. No tardó mucho en verificar sus sospechas, en especial cuando vio aquel extraño fulgor en la pala que provocó que los cuerpos fueran alzándose uno por uno hasta sumar veinte.
Kusanagi se puso en pie, avanzando para interponerse junto a Ruffo entre Polastri y aquella horda de cadáveres resurgidos. No pintaba bien, menos cuando apenas habían llegado a cruzar el primero de los manglares. ¿Estarían tan vigilados los demás? Si habían dejado a gente como el larguirucho custodiándolos tendrían serios problemas para llegar a reunirse con Banners, aunque en ese momento este era el menor de sus problemas. Su superiora estaba herida, sin que supieran bien hasta dónde llegaba la gravedad de la herida, y tenían a todo un contingente para hacerles frente. Las prioridades habían cambiado.
Apretó con rabia la empuñadura de Yujo, poniéndose en guardia cuando los no–muertos se lanzaron contra ellos.
—Sé que no hace falta que te lo diga —comenzó, hablándole a Ruffo—, pero no te contengas. Esta vez no haremos prisioneros.
«Y menos unos prisioneros que, aparentemente, ya han muerto», se dijo, dejando que su compañero se lanzara en primer lugar. No debía suponer un gran problema para él, aunque la superioridad numérica seguía siendo aberrante y debía asegurarse de que Polastri no quedara totalmente desprotegida. Su velocidad era envidiable, así que si superaban al agente debía ser capaz de volver junto a su superiora sin demasiados problemas, pero dudaba de la capacidad de combate que ese hombre pudiera tener. Tendría que ser rápido.
Llevó dos dedos a la base de la hoja de su espada, concentrándose un instante. Recorrió con las yemas el frío metal, impregnándolo del calor de su propio ser. A medida que avanzaban, la aleación iba envolviéndose en candentes llamas que terminaron por ocupar la totalidad del filo. La Llama del Oeste, le llamaban. Iba siendo hora de recordarle al mundo por qué le conocían así con su Espíritu de Fuego. En cuanto Ruffo atacó él hizo lo propio, lanzando en un primer lugar un par de ondas cortantes flamígeras con la esperanza de alcanzar a cuantos resurgidos pudiera. Si ya estaban muertos al ser alzados nada les aseguraba que no pudiera volver a levantarlos pese a que los derrotasen pero, ¿y si hacía arder sus cuerpos? Eso sería otro cantar. Hecho esto, su cuerpo se proyectó a una velocidad inaudita y, por un instante, todo el sonido que pudiera producir se desvaneció. En apenas un parpadeo se habría situado a la espalda del Sepultero si nada se lo había impedido, tan silencioso que ni el aire parecía haber vibrado. Tomó la empuñadura con ambas manos y, tan veloz como había aparecido, lanzó aquel tajo flamígero en ascenso con la intención de partir por la mitad a su objetivo, con su arma vibrando gracias a su voluntad.
Diera o no tomaría cierta distancia, procurando tomar altura para poder jugar desde arriba. La superioridad aérea era una de sus mejores bazas y le permitiría moverse donde fuera necesario en segundos si la situación lo requería. A ver de qué estaba hecha esa gente.
- Resumen:
- Pues lanzarse al ataquerl porque le han pegado a la waifu, a grandes rasgos, con haki, fuego y esas movidas chachis.
Normas del capítulo:
- Se moderará los martes entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los martes antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
- Está prohibido metarrolear, powerrolear y demás actitudes tóxicas.
- A más riesgo, más premio.
- Como es tradición, el barco de Sons of Anarchy se hundirá en algún momento.
- Cada post debe ocupar entre 250 y 1.200 palabras. Si no se está en estos límites, el post podría ser ignorado.
- Es responsabilidad de un usuario comunicarse con la gente con la que interactúa.
- Si un post tiene más de 15 faltas ortográficas por párrafo podría ser ignorado.
- Hacer un resumen de acciones relevantes es obligatorio independientemente de la extensión.
- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación:
- El Citas (Manglar 8):
- —Ni la una ni la otra —responde ella mientras le echa un ojo al vehículo—. El dueño de los astilleros no construye barcos, ¿sabes? Seguramente Banners cuenta con un buen equipo de cocineros, pero eso no es lo importante. —Zu se da vuelta y te mira—. El señor Komaroff está seguro de que el narcotráfico es sólo una fachada. Ese hombre, Banners, es mucho más peligroso de lo que estás imaginando, Black. Y no, no es el que trajo el plato especial.
Los vehículos avanzan rápidamente por el camino, dando vueltas y esquivando ruinas y cadáveres. Todo es un caos. Si te interesa, podrás ver las mordeduras en los cuerpos sin vida, todo obra de los perros infernales. Pero hay otros que murieron por causas más… normales, ya sabes, granadas, balas locas y puñaladas al corazón. Por su parte, Zu escucha con atención tus palabras (no preguntes cómo te escucha desde su vehículo, cosas del shonen).
—No hemos negociado con nadie del Gobierno Mundial —aclara desde ya—. Contando al equipo de limpieza somos cinco, así que la cita tendrá que esperar —responde con una sonrisa tierna en el rostro, aunque luego su expresión pasa a la duda—. ¿No peleas? ¿Qué haces aquí? Lo más seguro es que acabemos peleando con los agentes y, si bien puedo defenderme, no prometo que vaya a protegerte.
Zu tiene que esquivar rápidamente los escombros que caen desde un edificio. Tiene buenos reflejos, muy buenos.
—Nadie sabe dónde está Banners. Ya te lo dije: es un hombre peligroso. Si ha permanecido neutral es porque ha podido, ¿entiendes? —Hace una pausa y luego continúa hablando con una sonrisa de suficiencia—. Los agentes tienen que ser muy duros para matar a uno de los limpiadores. Me preocupa más no hacer enfadar a Ronnie, la verdad.
Llegado al manglar 8 desciendes del vehículo por orden de Zu. Se le ve preocupada y, si usas tu mantra, verás que hay presencias cerca. Si aguzas el oído, escucharás un claro TUM PA TUM PA TU que viene desde el este. Estás en una zona ruinosa con decenas de edificios esqueléticos, soportados por milagros de la naturaleza. Hay muchos lugares para esconderse y, de hecho, es lo que te recomiendo que hagas. Tu compañera te hace un gesto con la mano para que te escondas y enseguida ella hace lo mismo. Huele problemas.
Te escondas o no, verás un extraño grupo entrar en escena. Son muy ruidosos, en serio, mucho. Uno de ellos lleva unas gafas circulares tan anchas como la parte baja de una botella, tiene un sombrero de vaquero y no lleva pantalones, sino una tanga en forma de elefante. Ah, y calza pantuflas. Le acompañan dos preciosidades: una morena y otra rubia, aunque no son tan impresionantes como el semigigante con orejas de neko. Por el momento no hacen nada, se han sentado a fumarse un cigarrillo (vaya a saber uno lo que contiene) y a hablar sobre… Ups, están hablando sobre Banners.
¿Quiénes son?
- Perro de caza Ral (Manglar 10):
- Rita te mira con determinación y asiente, se infiltra como buenamente puede entre los escombros y llega al callejón a tiempo para impedir que al menos uno de ellos escape. Se trata del hombre del mazo, quien le queda mirando embobado por semejante belleza.
Si te detienes un segundo, verás que están hablando de algo, algo que a Rita no le ha gustado en lo absoluto de acuerdo a su expresión de enfado. Ella te busca con la mirada y acaba suspirando. Cuando toma aire y comienza a cantar sabes que ha tomado una decisión. Por otra parte, escuchas un disparo proveniente de la frontera con el manglar 9 y, si haces un ejercicio mental bastante sencillo, llegarás a la conclusión de que ahí deberían estar tus compañeros. Tienes una misión entre manos, ¿en serio está bien perder el tiempo con un traidor cuando el futuro del archipiélago casi depende de la participación de Banners?
- Un desafortunado comandante (Manglar 70):
- Los disparos de los fusiles dejan de resonar con fuerza en tu cabeza, incluso los gritos de desesperación y dolor desaparecen. Cierras los ojos en medio de la batalla, seguramente confiando en que ningún enemigo se fijaría en ti. ¿Quieres un consejo? No pierdas el tiempo intentando ganar la lotería porque acabas de gastar toda la suerte de tu vida, pues ninguna bala te impacta; tampoco ningún pirata se fija en ti. Te encuentras solo con el silencio, solo en una búsqueda que parece no tener sentido.
Sin embargo, algo resuena dentro de ti. Puedes sentirlo. Entre los molestos murmullos puedes escuchar una escandalosa voz tan luminosa como atractiva, y no muy cerca de ella puedes oír otras dos voces, ardientes y apasionadas. Estás seguro de que esa presencia pertenece a Procyon, el hermano de Sirio, y no está demasiado lejos de ti. Pero de pronto todo se vuelve un caos. Los murmullos dejan de ser eso, murmullos, para transformarse en gritos de agonía, desesperación y sufrimiento. Oh, mi querido Wyrm, podría decirse que el destino ha respondido a tus caprichosos deseos, pero ha acabado tergiversando tu voluntad.
Sientes el miedo y la furia, el dolor y la esperanza, sientes un mar de sentimientos que no te pertenecen que acaba abrumándote. Por tu posición de comandante y, luego de haber viajado tanto tiempo con gente como Kasai, sabes bien lo que es el haki y cómo funciona. ¿Estás seguro de que puedes lidiar con todo lo que estás sintiendo? Ahora mismo te encuentras paralizado sin poder reaccionar, debiendo enfrentar una prueba de voluntad para continuar adelante.
En mitad de la batalla despiertas el haki de observación, pero quedas abrumado al sentir tantas voces al mismo tiempo.
- Bajá wacho bajá (Manglar 70):
- Tus subordinados terminan los preparativos y escuchas un molesto zumbido como una turbina girando a toda velocidad. Puedes ver que, pese a que los piratas de Sirio fueron atacados por ambos flancos, soportan extraordinariamente bien. Tienen la ventaja numérica, además de unos comandantes fuertes que saben organizar el ejército. Y aun así, con casi todo a su favor, no son capaces de resistir tus disparos.
Sin embargo, lo mejor del espectáculo comienza cuando el cañón de tu derecha dispara. El suelo se tambalea con tal violencia que incluso pierdes el equilibrio. Tus hombres se tapan los oídos, víctimas de un fuerte pitido provocado por el disparo. Menos de un segundo después de este, sucede una brutal explosión de fuego. Tienes la impresión de que la batalla se ha detenido sólo para espectar el poderoso cañonazo. Ha quedado un cráter en el suelo y cientos de vidas piratas fueron diezmadas en un instante. Y el segundo disparo está a punto de suceder.
Un enorme murallón de energía dorada conformada por tres capas aparece en el cielo y detiene el disparo. La primera de ellas desaparece al instante, mientras que la segunda se triza poco después y la tercera acaba resistiendo el impacto. Entre el humo negro aparece una figura que bien conoces: cabellos negros, ojos carmesíes y un porte imponente. Ves a Procyon avanzando rápidamente hacia la Gran Muralla, saltando de plataforma en plataforma. Ha creado una especie de caminillo con las barreras que puede generar. Y, antes de que puedas darte cuenta, unas vigas hechas del mismo material atraviesan los cuerpos de los artilleros.
Procyon desciende hasta el campo de batalla y corre a toda velocidad hacia donde está Sirio. Si nadie intenta siquiera detenerlo, llegará en nada. Y todo Sabaody sabe que esos dos juntos son un verdadero problema.
- Los violadores del verso (Manglar 10):
- Tu cadena barre de izquierda a derecha. Puedes sentir el peso del primer hombre al que alcanza y estás seguro de escuchar el típico sonido de algo cuando se rompe. ¿Habrán sido sus costillas? El pobre cadáver, si es que en verdad es uno, suelta un grito ahogado y enseguida sus compañeros le imitan. ¿Querías que quedaran fuera de combate? Genial, lo has conseguido.
Sin embargo, los cuerpos que están cerca de ti se levantan y cargan a toda velocidad. Ahora son seis y, si bien no son ni de cerca tan rápidos como tu compañero, estás seguro de que no podrás deshacerte de todos ellos con un único barrido. Uno de ellos, el que se acerca por tu espalda, lleva una guadaña que vaya a saber uno de dónde la ha sacado. Los otros varían entre espadas y lanzas, aunque el más peligroso va con un fusil. Por fortuna, es medio tonto y está aprendiendo a disparar. ¿Por qué? Bueno, el primer disparo le ha dado a un compañero, así que ahora son solo cinco.
—¡¿Pero cómo puedes ser tan tonto?! —se queja el de la pala, dándose una palmada en la cara—. Te tomas demasiado en serio el papel de zombi descerebrado, Mory.
El Sepultero suelta un chillido agudo cuando ve al agente Kusanagi acercarse hacia él a una velocidad sobrehumana. Se esconde detrás de sus súbditos y se protege de la onda cortante flamígera. Si los no-muertos no sienten dolor, ¿por qué estos están gritando? Los que no cayeron de primera están luchando contra las llamas. De algún lado han sacado baldes con agua. Están demasiado ocupados lidiando con el incendio como para ver que su maestro está en graves problemas.
Consigues situarte en la espalda del Sepultero, Kus, pero tu espada no consigue más que cortar el aire. Te gustaría decir que por lo menos este hombre ha esquivado tu ataque, pero nada más lejos de la realidad. Dominado por el miedo y la desesperación frente a la muerte ha intentado correr, pero se ha resbalado y ahora está en el suelo. Sonríe porque ha sobrevivido, y no deja ir la oportunidad de un contraataque. Toma con fuerza la pala e intenta golpearte los testículos, pero ya estás en lo alto del cielo.
—¡Bajá, cagón, bajá! —te grita, enfurecido—. Jo, a este ritmo esa señorita morirá. Parece que es cierto que los chicos del Cipher Pol son unos desgraciados sin corazón. ¡Bim, Ban, a sus posiciones!
Dos de los cuerpos se levantan, toman una bazooka y apuntan a Ruffo, pasando por completo de Kusanagi. Cuando el Sepultero da la orden, disparan.
Se abrirá un combate en su respectivo apartado.
- El gato ha pedido algo por favor (manglar 70):
- El doctor escucha todo lo que le dices y, si bien se muestra receloso porque no es tonto como los marines que has conocido hasta ahora, ves que una parte de él quiere creer en tus palabras.
—Tu historia tiene tantos agujeros que hasta un novato que escribe fanfics de Wan Biber puede verlos —comenta entonces, dejando escapar un pesado suspiro, y luego mira a uno de sus hombres. Le hace un gesto con la cabeza y este desaparece—. Harry Johnson, ¿verdad? Todo lo que has hecho me parece cuanto menos curioso. Has preguntado por alguien que deberías conocer desde ya, has robado la apariencia de un marine y sigo sin entender el por qué, y ahora quieres hacerme creer que todas estas medidas de prevención son porque hay un espía entre nosotros.
Suena el DDM del doctor y este atiende la llamada. Tiene una conversación muy corta con la otra persona y al final cuelga. Les hace un gesto a los hombres que están a tu espalda. Uno de ellos intentará golpearte la zona trasera de las rodillas, justo bajo el muslo para que caigas, y entre los dos te reducirán para que no puedas moverte. Te cogerán de los brazos y pondrán sus rodillas sobre tus piernas para que no puedas hacer nada. Si muestras resistencia, uno de los marines te disparará en la pierna derecha. Una vez hayas sido reducido (o no, igual tienes un plan), el doctor se acercará hacia ti y te dará una bofetada.
—A ver si con un golpecito hago que tus neuronas funcionen un poco —te espeta con tono perezoso—. Antes de querer pasarte por alguien lo mínimo que debes hacer es investigar a la persona y tener infinitas coartadas, sino pasa lo que pasa. El agente Harry Johnson se encuentra ocupado en el Reino de Sakura. ¿No pensaste que podíamos confirmar tu identidad con tan solo una llamada? Qué lamentable… —continúa comentando, negando con la cabeza, indignado—. Me lo estás poniendo demasiado fácil… Te inyectaré este suero de la verdad y me dirás todo lo que quiero saber. Puedes resistirte, lo cual hará las cosas más sencillas para mí, pues podré dar la orden de disparar.
El doctor acerca la aguja a tu cuello y, si no haces nada para evitarlo, te inyectará el contenido. Él ha dicho que es un suero de la verdad, pero… ¿Estará mintiendo? Entonces, el vicealmirante se da la media vuelta y mira por el balcón.
—Sirio y Procyon están protagonizando la batalla, sensei. Si no das la orden de liberar el gas, perderemos muchos soldados.
—Tranquilo, ahora mismo la estrategia de Jean debe estar diezmando poco a poco las fuerzas enemigas. Por ahora, me ocuparé de este farsante… Puede que acabe descubriendo algo importante. Ahora, ¿quién eres y qué haces aquí?
No sabes si el suero ha hecho efecto o no, pero no sientes la necesidad de decir la verdad. O igual sí, considerando que una mentira más e igual te cae una bala. Te sugiero que, en caso de que vuelvas a mentir, elabores un poco más la mentira. El doctor te ha demostrado en varias ocasiones que es bastante astuto e inteligente.
- Motos de agua y fiesta (manglar 3):
- El grupo se muestra de acuerdo con tu idea de vestir uniformes de la Marina. Por lo demás, Sarah te muestra una esfera diminuta con un botón encima. Esta emite un pulso electromagnético cada cierto tiempo que inhabilita temporalmente los artefactos eléctricos o basados en ondas de radio, como podrían ser los caracolitos famosos estos. Puedes ver que cuentan con tecnología decente y encima van bien preparados. Igual eres el que mejor se lo está pasando en Sabaody, ¿eh?
Una vez en el agua el plan es llevado a la perfección. Ar’Du Sohl llama la atención de los guardias y, nada más verlo, abandonan sus posiciones para darle caza. El resto del equipo aprovecha el momento y entran a la fortaleza. Sarah, Takeshi, Marcus y tú se encuentran en una habitación rectangular. A juzgar por la cantidad de ropa que hay podrías jurar que se trata de un vestidor. Encontrarás uniformes marines suficientes para ti y tu equipo, así que al menos has completado la primera etapa de la misión. Si inspeccionas a fondo el lugar, igual puedes encontrar algo interesante.
Si abandonas la habitación por la única entrada/salida disponible, aparecerás en un extenso pasillo bien iluminado y hecho mayoritariamente de metal. Puedes ir hacia la derecha, hacia la izquierda o seguir de frente. También debo comentar que tienes el contacto de todos los integrantes de tu equipo, por si decides separarlos y así abarcar un mayor área. Antes de que tomes una decisión podrás escuchar pisadas que provienen del pasillo de en frente y, a juzgar por el ritmo de estas, no tardarán demasiado en llegar a los vestidores.
—¿Qué hacemos, señor Zero? —te pregunta Sarah.
El grupo acatará tu orden y se pondrá manos a la obra.
Una buena noticia y una trágica era lo que se podía extraer de los últimos acontecimientos. Uno de los cañones había abierto fuego sin que nada ni nadie se lo impidiese, barriendo a su paso a un más que considerable número de enemigos. Por desgracia, el segundo se había topado con una muralla infranqueable que le había impedido provocar el mismo efecto sobre el campo de batalla. Ese desgraciado que continuaba avanzando en dirección a Zuko era el responsable, de eso no cabía duda, y aunque desconocía su nombre -probablemente más por dejadez mía que por no haberlo escuchado nunca-, quedaba claro como el agua que era un obstáculo que debía apartar del camino a la mayor brevedad posible.
Los cuerpos de los artilleros se desplomaron a mi alrededor antes de que tuviera opción de hacer algo para evitar su muerte, forzándome a apretar los puños en señal de impotencia y a tomar una decisión en el acto. Desde lo alto de la muralla divisé el cuerpo del sujeto, que se continuaba desplazando por el campo de batalla en dirección al vicealmirante. No podía ni quería permitir que aquel hombre se incorporase a la batalla que Zuko mantenía con Sirio. Si yo había sido capaz de capturarlo en el pasado confiaba en que mi superior lograse hacer lo propio, pero para ello era crucial que no estuviese en clara desventaja numérica.
Desaparecí de lo alto de la muralla, desvaneciéndome en un resplandor que recorrió a una velocidad inhumana el terreno frente a la muralla. Volví a materializarme justo sobre la cabeza del sujeto -al menos eso pretendía-, con mi voluntad impregnando mis piernas y en una actitud corporal que poco o nada dejaba a las conjeturas. Mi rodilla derecha descendió cual castigo divino sobre la testa del enemigo, intentando con ello incrustarla en el suelo con toda la violencia que era capaz de emplear en único golpe.
Si nada me lo impedía me colocaría frente a él, a una distancia de un par de metros, pues dudaba que alguien capaz de detener semejante cañonazo pudiese caer derrotado de un único impacto.
-No creas que voy a permitir que llegues hasta él -dije, dejando que una luz candente comenzase a emanar de mis manos y permitiendo que el calor comenzase a inundar los alrededores dentro de sus capacidades.
Los cuerpos de los artilleros se desplomaron a mi alrededor antes de que tuviera opción de hacer algo para evitar su muerte, forzándome a apretar los puños en señal de impotencia y a tomar una decisión en el acto. Desde lo alto de la muralla divisé el cuerpo del sujeto, que se continuaba desplazando por el campo de batalla en dirección al vicealmirante. No podía ni quería permitir que aquel hombre se incorporase a la batalla que Zuko mantenía con Sirio. Si yo había sido capaz de capturarlo en el pasado confiaba en que mi superior lograse hacer lo propio, pero para ello era crucial que no estuviese en clara desventaja numérica.
Desaparecí de lo alto de la muralla, desvaneciéndome en un resplandor que recorrió a una velocidad inhumana el terreno frente a la muralla. Volví a materializarme justo sobre la cabeza del sujeto -al menos eso pretendía-, con mi voluntad impregnando mis piernas y en una actitud corporal que poco o nada dejaba a las conjeturas. Mi rodilla derecha descendió cual castigo divino sobre la testa del enemigo, intentando con ello incrustarla en el suelo con toda la violencia que era capaz de emplear en único golpe.
Si nada me lo impedía me colocaría frente a él, a una distancia de un par de metros, pues dudaba que alguien capaz de detener semejante cañonazo pudiese caer derrotado de un único impacto.
-No creas que voy a permitir que llegues hasta él -dije, dejando que una luz candente comenzase a emanar de mis manos y permitiendo que el calor comenzase a inundar los alrededores dentro de sus capacidades.
- Resumen:
- Ir a cascarle a Procyon.
Kaito Takumi
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Y en soliloquio, Kaito dijo para sí:
—No, claro, ¿que me va a decir?; un traidor no es buen traidor si va por ahi promulgándolo.
Tras escucharla y, francamente, rebañar lo poco que le ofrecía a través de sus labios, Kaito refunfuñaría.
—Pues vaya de la playa, lo poco que me habéis dicho de Banners me va a resultar super-útil para matarlo. ¿Porque vamos a matarlo, no? Por traidor y eso.
Entonces, sin usar un sexto sentido sino ese que llevaba colgado a ambos lados de la cabeza, el pulpo frunció el ceño con desagrado. Para cuando la belleza del mar hizo su gesto, Kaito estaba terminando de darle un par de toquecitos a Suchu para que hiciera lo propio -todo lo bien que el lagarto podía- antes de desaparecer. Deslizándose como una vil sombra entre los muertos, los escombros y las carcasas de los edificios, Black aguzó el oído y la vista para devorar con ansia cada detalle de aquellos seres.
¡Oh, cuánto le agradaba el esperpéntico espectáculo que le ofrecían los dos hombres! ¡Qué maravillosa visión era aquella del peludo semigigante vestido de criada gatuna! ¡Qué estilo sin par el de aquel cimbrel disfrazado de trompa! Mas que banalidad la belleza de consumo de los dos accesorios colgados del macarra, los que, por supuesto, no se permitió menospreciar a causa del desdén que sus formas le causaban.
¿Y qué hizo Kaito? Pues, obviamente, se acercó dispuesto a saciar el infame apetito de su curiosidad. Y soltando litros de agua en un perfecto silencio, embadurnándose en ellos y contorsionando su forma como un buen invertebrado, se arrastró como un negro charco midiendo ya sí con sus sentido de las corrientes -y su sentido común- las aperturas en la consciencia de aquella gente. Intentó así pues evadir todo lo que pudiese delatarle, hasta ocupar con cuidado su lugar a la espalda de aquella falda desproporcionada. Desde allí intentaría escuchar mejor, todo mientras a través de las rodillas que flexionaban a juego con las muñecas de aquel que se empeñaba en ser "kawai", observaba en ominoso silencio.
—No, claro, ¿que me va a decir?; un traidor no es buen traidor si va por ahi promulgándolo.
- Spoiler:
- Tengo una maestría shonen que me permite hacer soliloquios XD
Tras escucharla y, francamente, rebañar lo poco que le ofrecía a través de sus labios, Kaito refunfuñaría.
—Pues vaya de la playa, lo poco que me habéis dicho de Banners me va a resultar super-útil para matarlo. ¿Porque vamos a matarlo, no? Por traidor y eso.
Entonces, sin usar un sexto sentido sino ese que llevaba colgado a ambos lados de la cabeza, el pulpo frunció el ceño con desagrado. Para cuando la belleza del mar hizo su gesto, Kaito estaba terminando de darle un par de toquecitos a Suchu para que hiciera lo propio -todo lo bien que el lagarto podía- antes de desaparecer. Deslizándose como una vil sombra entre los muertos, los escombros y las carcasas de los edificios, Black aguzó el oído y la vista para devorar con ansia cada detalle de aquellos seres.
¡Oh, cuánto le agradaba el esperpéntico espectáculo que le ofrecían los dos hombres! ¡Qué maravillosa visión era aquella del peludo semigigante vestido de criada gatuna! ¡Qué estilo sin par el de aquel cimbrel disfrazado de trompa! Mas que banalidad la belleza de consumo de los dos accesorios colgados del macarra, los que, por supuesto, no se permitió menospreciar a causa del desdén que sus formas le causaban.
¿Y qué hizo Kaito? Pues, obviamente, se acercó dispuesto a saciar el infame apetito de su curiosidad. Y soltando litros de agua en un perfecto silencio, embadurnándose en ellos y contorsionando su forma como un buen invertebrado, se arrastró como un negro charco midiendo ya sí con sus sentido de las corrientes -y su sentido común- las aperturas en la consciencia de aquella gente. Intentó así pues evadir todo lo que pudiese delatarle, hasta ocupar con cuidado su lugar a la espalda de aquella falda desproporcionada. Desde allí intentaría escuchar mejor, todo mientras a través de las rodillas que flexionaban a juego con las muñecas de aquel que se empeñaba en ser "kawai", observaba en ominoso silencio.
- Spoiler 2:
- Tecnicas y tal usadas:
Rango 4: Tú habla, tú habla: Cuando alguien tiene una habilidad parecida a la superior, Kaito puede actuar no bélicamente hacia él directamente, pero podría ir preparando cosas, darle al botón de autodestrucción, soltarse de sus amarras, todo mientras el otro sigue con su narcisismo
Rango 6: ¿Quién anda ahí? Habrá sido el viento: Esta extraña maestría shonen permite a un personaje asomarse por las puertas, ventanas, o incluso ocultarse detrás de alguien sin que este repare en su presencia. Claro que sin sigilo o agilidad o reflejos suficientes para evitar que le vean (Ya sea ocultandose, andando al mismo ritmo que alguien, o desapareciendo cuando se gire alguien) puede ser una gracieta. No es válido para escaparse del mantra, aunque eso conllevaría que este esté activado.
Llavero del mar me da un x2 en sigilo cuando estoy en agua (Uso una carga de mi umigatana arpxo 40 litros, creo, para el charco, el agua no se gasta porque es agua normal como pasa con el corte).
Según Kárate gyojin (ninjutsu gyojin) en agua/mojado tengo una accion más y puedo pasar 3 turnos omitiendno el mantra si no hago nada bélico. Aparte la maestria de sutileza me hace propenso a encontrar fintas y quiebros en la atencion de la gente.
+ 1 Turno Mantra (sentido de la corriente) usado.
Sigilo 8. Agilidad 9 si no me equivoco. (6+3 por pulpo).
Si llegaran a verme con Mantra, cosa que no creo que tengan activada, yo tampoco la suelo activar hasta que no es apropiada -pero soy mu raro- se comen lo del terror de las profundidasdes, cuidao con eso.
RESUMEN Pues usando técnicas y tal, echandome al suelo envuelto en agua cual charco malrollero, ir pa escuchar.
Mira mamá,¡ soy un charco!
RAL
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Akuma no mi
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Bien, parecía que Rita había engatusado por lo menos a uno, si lograba encargarme de este asunto a tiempo bajaría con ella. Si los otros habían dejado a su compañero intentaríamos llevárnoslo, no tenía pinta de ser muy listo, pero seguro que sabía cosas y entre todos podríamos sacarle algo útil... o ser una buena ofrenda para Banners cuando nos encontrásemos con él. Hablando de los otros, estaban haciendo demasiado ruido, deberían estar ya en otro manglar, pero escuchaba sonidos no muy distintos a los que estaba haciendo aquí. Se habrían encontrado con problemas.
Pero no podía dedicar más atención a esos asuntos, miré de reojo a mi compañera y asentí levemente antes de encararme a Roland de nuevo. Un agujero de bala en el brazo, algo más pequeño de lo que esperaba, ese calibre podía haberle arrancado el brazo, lo que implicaba que podía estar usando el Tekkai. Pero no se quedaba en eso, su mano libre hizo un movimiento que me resultaba familiar, el Shigan, lo había visto usar a Rustal, y me había insistido en buscar tiempo para aprender los secretos del Rokushiki... ¿Pero de dónde narices quería que sacase tiempo si me tenía de trabajo en trabajo? En fin, el caso es que este individuo parecía conocer cuatro de las técnicas, y eso lo convertía en una amenaza más por los conocimientos que podía transmitir. Una segunda oración pasó por mi mente "Fides est scutum meun". Inmediatamente la niebla negra pasó a formar un pequeño vórtice en mi mano libre, no planeaba pararlo, pero sí amortiguarlo. El escudo improvisado entró en contacto con el dedo de mi oponente, absorbiendo parte del golpe que iba dirigido a mi costado, dejando una herida en la palma de la mano.
Sin perder el tiempo afiancé mi postura, dando un paso al frente y tratando de invadir su espacio y golpear su mentón como contraataque con la culata de mi arma. Diera o no la niebla negra de Punit se arremolinó alrededor del cañón, deshaciendo la cuchilla que antes tenía. Cargué un nuevo disparo y apunté a su pecho. Pero antes de apretar el gatillo pensé en su endurecimiento, giré el cañón y disparé al suelo a un lado a su espalda. Los perdigones dejaron una mancha negra en donde dieron, y justo en ese momento activé Captionem. Un zarcillo negro saldría de la mancha del suelo buscando a toda velocidad la marca más cercana, la de su brazo, si conectaba tiraría de ella con la fuerza suficiente como para parar a un rinoceronte.
Pero no podía dedicar más atención a esos asuntos, miré de reojo a mi compañera y asentí levemente antes de encararme a Roland de nuevo. Un agujero de bala en el brazo, algo más pequeño de lo que esperaba, ese calibre podía haberle arrancado el brazo, lo que implicaba que podía estar usando el Tekkai. Pero no se quedaba en eso, su mano libre hizo un movimiento que me resultaba familiar, el Shigan, lo había visto usar a Rustal, y me había insistido en buscar tiempo para aprender los secretos del Rokushiki... ¿Pero de dónde narices quería que sacase tiempo si me tenía de trabajo en trabajo? En fin, el caso es que este individuo parecía conocer cuatro de las técnicas, y eso lo convertía en una amenaza más por los conocimientos que podía transmitir. Una segunda oración pasó por mi mente "Fides est scutum meun". Inmediatamente la niebla negra pasó a formar un pequeño vórtice en mi mano libre, no planeaba pararlo, pero sí amortiguarlo. El escudo improvisado entró en contacto con el dedo de mi oponente, absorbiendo parte del golpe que iba dirigido a mi costado, dejando una herida en la palma de la mano.
Sin perder el tiempo afiancé mi postura, dando un paso al frente y tratando de invadir su espacio y golpear su mentón como contraataque con la culata de mi arma. Diera o no la niebla negra de Punit se arremolinó alrededor del cañón, deshaciendo la cuchilla que antes tenía. Cargué un nuevo disparo y apunté a su pecho. Pero antes de apretar el gatillo pensé en su endurecimiento, giré el cañón y disparé al suelo a un lado a su espalda. Los perdigones dejaron una mancha negra en donde dieron, y justo en ese momento activé Captionem. Un zarcillo negro saldría de la mancha del suelo buscando a toda velocidad la marca más cercana, la de su brazo, si conectaba tiraría de ella con la fuerza suficiente como para parar a un rinoceronte.
- Resumen:
- Pyum, pyum, has caído en mi trampa.
Roland Oppenheimer
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«¿Qué coño está pasando? —pensó Dnalor, furioso. No le estaba gustando el matiz que estaba tomando la situación—. ¿Ahora todo el mundo puede usar humo? Puto imbéciles». Aquel agente era peor que una cucaracha, logrando resistir a cada uno de sus ataques usando un poder extraño e imcomprensible hasta el momento. Y aquello solo le volvía más rabioso.
Retiró la mano con la que efectuó el Shigan y, a sabiendas de que como mero reflejo su permanencia en este mundo era delicada, dio una voltereta lateral hacia la izquierda buscando evitar el golpe con la culata de su arma, a lo que le siguió un disparo, el cuál falló deliberadamente alcanzando el suelo a sus pies. Aquello desconcertó al clon, haciéndole preguntarse si de verdad aquel agente se lo estaba tomando en serio.
—Tanto calibre para disparar con el culo —dijo, burlón—. Deberías pensar en cambiar de estrategia...
Entonces observó como surgía desde el suelo, justo dónde había impactado el disparo de la escopeta, una voluta de humo que buscaba atrapar su brazo. Usando sus excepcionales habilidades físicas, junto al realmente útil Geppou, realizó varios saltos en aire para evitar que el zarcillo de niebla le rozara siquiera. No se podía permitir más daños; corría el riesgo de desaparecer y el Tekkai Kenpo estaba llegando a su límite. Una vez consiguió escapar de las garras de la técnica, decidió continuar el combate desde la distancia, manteniéndose en constante movimiento en el aire gracias a la técnica del Rokushiki. Acto seguido, hizo un gesto con la mano que imitaba a una pitola. Una chispa eléctrica carmesí brotó en la punta del dedo y una pequeña onda de choque salió disparada a la velocidd de una bala contra su rival. Si conseguía acertar sobre su cuerpo, paralizaría la zona que golpease, pero aquello no era más que una distracción.
A la vez que realizaba el kenpo del Shigan, creó un espejo detrás del agente, mirando hacia él, del cuál brotó un amplio rayo de luz con fuerza suficiente para romper un muro de hormigón que iba directo hacia su espalda, realizando así un ataque cruzado. Cuanto antes acabara con aquel estorbo, antes podía seguir con su misión.
A su vez, Roland seguía contra las cuerdas. Sin poder alzar una mano contra los marines, se veía obligado a soportar el tratamiento tan carente de respeto que estaba sufirendo. «Cuando vuelva a mi antigua posición me las pagarán» se decía para soportar el mal trago. Incluso se dejó administrar aquel medicamente tan poco confiable, a sabiendas de que podría ser su perdición. Sin embargo, no fue el caso.
«Esto es genial, soy indrogable —pensó en cuanto se percató de que no sentía la necesidad de decir la verdad—. Bien, si así están las cosas, les daré lo que quieren».
Estaba harto de hacerse pasar por alguien del mismo bando, aunque realmente si lo estuviera. Si seguían reacios a hacerle caso, tendría que actuar como el criminal que creían que era, sin más engaños ni tapujos. Bueno, quizás unos pocos sí.
—Os voy a mostrar quién soy —dijo, sin moverse del sitio—. Disparad si queréis, pero no lo recomendaría.
Su cuerpo empezó a cambiar, haciéndose poco a poco más grande hasta alcanzar un tamaño superior al del vicealmirante, y sustituyendo las vestimenta marine por una llamativa armadura anaranajada.
—Esta es la verdad —dijo confiado, volviendo a mentir—, soy Bleyd. Por motivos obvios era reacio a ocultar mi auténtica identidad, pero me habéis obligado a llegar a este punto.
Adoptando el aspecto de Bleyd, conocido por ser la mente maestra tras la revolución, pretendía engañar por fin a los marines, concretamente al doctor. Su paciencia se había acabado, y no le apetecía seguir con jueguecitos, pero ahora que había descubierto dónde estaban sus objetivos gracias al bocazas del vicealmirante, no tenía ningún motivo para permenecer en aquella estancia por más tiempo, aunque no podía hacer uso de sus espejos para desaparecer o si no se darían cuenta de quién era realmente.
—Respecto a por qué me he infiltrado —prosiguió—, ya os lo he dicho. Quiero acabar con los piratas que amenazan la paz de esta isla. —Un poco de verdad nunca iba mal, aunque sería mejor que ocultara la parte sobre por qué quería acabar con los piratas—. No quiero tener ningún conflicto con el Gobierno, al menos no mientras esta situación se extienda. Como enviado de la Revolución, tengo poder para pactar una alianza si se propiciaban las circunstancias, como es el caso. Si ya estáis contentos, ¿podemos sentarnos a negociar de una puta vez? —terminó, sin poder contener la mala leche. Fingir por tanto tiempo le exasperaba.
Se quedó allí, de rodillas, esperando por una respuesta. No lo había dicho, pero no iba a permitirse más pérdidas de tiempo. Si los marines no daban el brazo a torcer, usaría medidas drásticas, y nadie saldrá beneficiado. No le importaba el resto, pero en esta ocasión prefería conseguir salir de allí por las buenas. Si era por las malas... Quizás nadie saliera.
Retiró la mano con la que efectuó el Shigan y, a sabiendas de que como mero reflejo su permanencia en este mundo era delicada, dio una voltereta lateral hacia la izquierda buscando evitar el golpe con la culata de su arma, a lo que le siguió un disparo, el cuál falló deliberadamente alcanzando el suelo a sus pies. Aquello desconcertó al clon, haciéndole preguntarse si de verdad aquel agente se lo estaba tomando en serio.
—Tanto calibre para disparar con el culo —dijo, burlón—. Deberías pensar en cambiar de estrategia...
Entonces observó como surgía desde el suelo, justo dónde había impactado el disparo de la escopeta, una voluta de humo que buscaba atrapar su brazo. Usando sus excepcionales habilidades físicas, junto al realmente útil Geppou, realizó varios saltos en aire para evitar que el zarcillo de niebla le rozara siquiera. No se podía permitir más daños; corría el riesgo de desaparecer y el Tekkai Kenpo estaba llegando a su límite. Una vez consiguió escapar de las garras de la técnica, decidió continuar el combate desde la distancia, manteniéndose en constante movimiento en el aire gracias a la técnica del Rokushiki. Acto seguido, hizo un gesto con la mano que imitaba a una pitola. Una chispa eléctrica carmesí brotó en la punta del dedo y una pequeña onda de choque salió disparada a la velocidd de una bala contra su rival. Si conseguía acertar sobre su cuerpo, paralizaría la zona que golpease, pero aquello no era más que una distracción.
A la vez que realizaba el kenpo del Shigan, creó un espejo detrás del agente, mirando hacia él, del cuál brotó un amplio rayo de luz con fuerza suficiente para romper un muro de hormigón que iba directo hacia su espalda, realizando así un ataque cruzado. Cuanto antes acabara con aquel estorbo, antes podía seguir con su misión.
A su vez, Roland seguía contra las cuerdas. Sin poder alzar una mano contra los marines, se veía obligado a soportar el tratamiento tan carente de respeto que estaba sufirendo. «Cuando vuelva a mi antigua posición me las pagarán» se decía para soportar el mal trago. Incluso se dejó administrar aquel medicamente tan poco confiable, a sabiendas de que podría ser su perdición. Sin embargo, no fue el caso.
«Esto es genial, soy indrogable —pensó en cuanto se percató de que no sentía la necesidad de decir la verdad—. Bien, si así están las cosas, les daré lo que quieren».
Estaba harto de hacerse pasar por alguien del mismo bando, aunque realmente si lo estuviera. Si seguían reacios a hacerle caso, tendría que actuar como el criminal que creían que era, sin más engaños ni tapujos. Bueno, quizás unos pocos sí.
—Os voy a mostrar quién soy —dijo, sin moverse del sitio—. Disparad si queréis, pero no lo recomendaría.
Su cuerpo empezó a cambiar, haciéndose poco a poco más grande hasta alcanzar un tamaño superior al del vicealmirante, y sustituyendo las vestimenta marine por una llamativa armadura anaranajada.
—Esta es la verdad —dijo confiado, volviendo a mentir—, soy Bleyd. Por motivos obvios era reacio a ocultar mi auténtica identidad, pero me habéis obligado a llegar a este punto.
Adoptando el aspecto de Bleyd, conocido por ser la mente maestra tras la revolución, pretendía engañar por fin a los marines, concretamente al doctor. Su paciencia se había acabado, y no le apetecía seguir con jueguecitos, pero ahora que había descubierto dónde estaban sus objetivos gracias al bocazas del vicealmirante, no tenía ningún motivo para permenecer en aquella estancia por más tiempo, aunque no podía hacer uso de sus espejos para desaparecer o si no se darían cuenta de quién era realmente.
—Respecto a por qué me he infiltrado —prosiguió—, ya os lo he dicho. Quiero acabar con los piratas que amenazan la paz de esta isla. —Un poco de verdad nunca iba mal, aunque sería mejor que ocultara la parte sobre por qué quería acabar con los piratas—. No quiero tener ningún conflicto con el Gobierno, al menos no mientras esta situación se extienda. Como enviado de la Revolución, tengo poder para pactar una alianza si se propiciaban las circunstancias, como es el caso. Si ya estáis contentos, ¿podemos sentarnos a negociar de una puta vez? —terminó, sin poder contener la mala leche. Fingir por tanto tiempo le exasperaba.
Se quedó allí, de rodillas, esperando por una respuesta. No lo había dicho, pero no iba a permitirse más pérdidas de tiempo. Si los marines no daban el brazo a torcer, usaría medidas drásticas, y nadie saldrá beneficiado. No le importaba el resto, pero en esta ocasión prefería conseguir salir de allí por las buenas. Si era por las malas... Quizás nadie saliera.
- Resumen:
- Qué pereza resumir. El clon pelea y el original miente, además de delitos varios como suplantación de identidad o furrismo. Vamos, el día a día del pinche furro.
Hamlet
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Y de repente, una respuesta. Una figura. Danzando veloz entre las filas de los piratas se adivinaba su imponente figura. El infame Procyon, hermano de Sirio el Ardiente, estaba en el campo de batalla, campando a sus anchas y segando vidas. Lo veía perfectamente a pesar de que tantas y tantas personas obstaculizasen mi visión. Allí estaba. Lo había visto.
Y eso no era todo. Voces. Pensamientos. Sensaciones. De algún modo u otro, había logrado captar eso también. El campo de batalla era un hervidero de estas. El dolor de un soldado que acababa de perder su brazo. La angustia de un recluta cuyo pelotón acababa de ser devastado. El terror que inundaba los corazones del pelotón desmoralizado. Sentía todo aquello y más aun, era capaz de distinguir la procedencia de todas esas emociones.
Pero eran demasiado poderosas. Esas emociones intensas que se sublimaban en la rabia de los luchadores o el pavor más absoluto permanecían con intensidad completa en el campo de batalla durante periodos extendidos de tiempo, para luego extinguirse repentinamente, desaparecer por completo. No era la primera vez que había visto morir a un compañero. Pero sí que era la primera vez en la que era consciente del ritmo colosal con el que muchos valientes marines eran asesinados. Cómo desaparecían de la existencia.
Tragué saliva. Seguramente quien me viera se percataría de lo cetrino que estaba, incluso siendo yo una persona naturalmente pálida. Un sudor frío recorrió mi espalda y las lágrimas volvieron a apoderarse de mis ojos. Hinqué la rodilla y sollocé. ¿Cuántas familias perderían a sus valientes hijos? ¿Cuántos padres llorarían otra muerte? ¡Padre! ¡Padre! ¿Dónde estás? Desde que desapareciste, pasaron muchas cosas. ¿He gastado mi vida? Si muriese aquí, como tantos otros lo están haciendo. ¿podrías estar orgulloso? ¿Merezco tu amor, padre?
¡Madre! Te siento cerca, pues con cada vida que veo desaparecer estoy más y más seguro de que este campo de batalla será mi tumba. ¿Te enfadarías por haber descuidado el legado familiar? ¿Por haber vivido una vida infeliz en la que no quedaría nadie para llorarme? Y si muero hoy, ¿me darás la bienvenida allá donde estés?
Me sentía solo, cada vez más solo. Muchos amigos habían muerto y otros se habían ido para no volver. Iulio y Kasai combatían poniendo todo su ser en este infierno, y estaban tan cerca de la muerte como esos amigos. Cada vida que se desvanecía con la velocidad de un pestañeo me hacía pensar si no sería uno de mis queridos amigos el siguiente. No dejaba de llorar. Hinqué mis uñas en mi cuero cabelludo hasta hacerme sangrar, pero ni siquiera el dolor físico pudo calmar esa voz en mi cabeza que me pedía huir, tumbarme y acallar mi conciencia. Entendí a los adictos, a los que una vez consideré lacra. ¿Por esto pasan constantemente? ¿Se enfrentan a un mundo terrible y necesitan silenciar la realidad?
Quizás yo mismo lo sería, si seguía en este infierno. La cabeza me ardía, como si hubiera contraído la peor de las fiebres. Había llorado tanto que de mis ojos enrojecidos no brotaba ni una sola lágrima más. No había forma de racionalizar esto, de ninguna manera. No había lógica ni objetividad que pudieran extinguir este miedo. Todo estaba perdido. Había fallado a todos los que habían depositado su confianza en mí. Aquel era mi fin. Cansado de tanta emoción, mi torso se desplomó sobre la rodilla que mantenía en alto, mientras aquel calor abrasador que no sabía si procedía de mi rubor o de las llamas del campo de batalla se terminaba de apoderar de mi cuerpo...
Wyrm frunció el ceño. Con cierta desmañadez y lentitud, se alzó, irguiéndose en mitad del campo de batalla. Es seguro decir que en este momento cualquier atisbo de racionalidad e inteligencia que pudiera tener había quedado completamente anulado. Como si de un muerto en vida se tratase, Wyrm permaneció allí, en pie, respirando pesadamente. Su respiración, sin embargo, no tardó en acelerarse. Respiró con tanta rapidez como si estuviera hiperventilando. Había un sentido detrás de toda esta muerte, un culpable. Inconscientemente, frunció el ceño y apretó los puños. Cualquiera que lo viera podría jurar que su imperturbable expresión estaba tomando un aspecto horroroso. Salivaba como un perro rabioso, apretando los dientes con toda su fuerza.
Wyrm estaba enajenado. Un trauma tan intenso puede destrozarle la mente a cualquiera. Pero su voluntad aún se manifestaba a través de su subconsciente, que animaba el cuerpo del marine como una marioneta. Una marioneta descoordinada, de movimientos bruscos y violentos. En el fragor de la batalla se perdió un aullido. Uno grito de ira y dolor procedente del traumatizado comandante.
Como si de un acto reflejo se tratase, su cuerpo empezó a bombear sangre a mayor velocidad y concentró energía en sus brazos, de la misma manera que Wyrm sabía hacer conscientemente. El marine flexionó las piernas y saltó hacia delante, corriendo con toda la rapidez que le permitían sus musculosas piernas. Atravesaría filas de enemigos, dejándose golpear por los ataques que le lanzaran en un intento de interceptarlo. La ira le había cegado momentáneamente. Solo percibía una cosa entre tanta negrura: Procyon. El iracundo comandante no se frenaría hasta hacerle caer. Seguiría corriendo a toda velocidad hasta alcanzarle -y sorprenderle, si la fortuna sonreía al marine- para después golpearle con todas sus fuerzas en la cabeza, con un poderosísimo puñetazo. Aquel podía ser el fin del marine, y de haber estado en sus cabales, no habría tomado una decisión tan precipitada, pero no sentía miedo alguno. Solo rabia.
Y eso no era todo. Voces. Pensamientos. Sensaciones. De algún modo u otro, había logrado captar eso también. El campo de batalla era un hervidero de estas. El dolor de un soldado que acababa de perder su brazo. La angustia de un recluta cuyo pelotón acababa de ser devastado. El terror que inundaba los corazones del pelotón desmoralizado. Sentía todo aquello y más aun, era capaz de distinguir la procedencia de todas esas emociones.
Pero eran demasiado poderosas. Esas emociones intensas que se sublimaban en la rabia de los luchadores o el pavor más absoluto permanecían con intensidad completa en el campo de batalla durante periodos extendidos de tiempo, para luego extinguirse repentinamente, desaparecer por completo. No era la primera vez que había visto morir a un compañero. Pero sí que era la primera vez en la que era consciente del ritmo colosal con el que muchos valientes marines eran asesinados. Cómo desaparecían de la existencia.
Tragué saliva. Seguramente quien me viera se percataría de lo cetrino que estaba, incluso siendo yo una persona naturalmente pálida. Un sudor frío recorrió mi espalda y las lágrimas volvieron a apoderarse de mis ojos. Hinqué la rodilla y sollocé. ¿Cuántas familias perderían a sus valientes hijos? ¿Cuántos padres llorarían otra muerte? ¡Padre! ¡Padre! ¿Dónde estás? Desde que desapareciste, pasaron muchas cosas. ¿He gastado mi vida? Si muriese aquí, como tantos otros lo están haciendo. ¿podrías estar orgulloso? ¿Merezco tu amor, padre?
¡Madre! Te siento cerca, pues con cada vida que veo desaparecer estoy más y más seguro de que este campo de batalla será mi tumba. ¿Te enfadarías por haber descuidado el legado familiar? ¿Por haber vivido una vida infeliz en la que no quedaría nadie para llorarme? Y si muero hoy, ¿me darás la bienvenida allá donde estés?
Me sentía solo, cada vez más solo. Muchos amigos habían muerto y otros se habían ido para no volver. Iulio y Kasai combatían poniendo todo su ser en este infierno, y estaban tan cerca de la muerte como esos amigos. Cada vida que se desvanecía con la velocidad de un pestañeo me hacía pensar si no sería uno de mis queridos amigos el siguiente. No dejaba de llorar. Hinqué mis uñas en mi cuero cabelludo hasta hacerme sangrar, pero ni siquiera el dolor físico pudo calmar esa voz en mi cabeza que me pedía huir, tumbarme y acallar mi conciencia. Entendí a los adictos, a los que una vez consideré lacra. ¿Por esto pasan constantemente? ¿Se enfrentan a un mundo terrible y necesitan silenciar la realidad?
Quizás yo mismo lo sería, si seguía en este infierno. La cabeza me ardía, como si hubiera contraído la peor de las fiebres. Había llorado tanto que de mis ojos enrojecidos no brotaba ni una sola lágrima más. No había forma de racionalizar esto, de ninguna manera. No había lógica ni objetividad que pudieran extinguir este miedo. Todo estaba perdido. Había fallado a todos los que habían depositado su confianza en mí. Aquel era mi fin. Cansado de tanta emoción, mi torso se desplomó sobre la rodilla que mantenía en alto, mientras aquel calor abrasador que no sabía si procedía de mi rubor o de las llamas del campo de batalla se terminaba de apoderar de mi cuerpo...
Wyrm frunció el ceño. Con cierta desmañadez y lentitud, se alzó, irguiéndose en mitad del campo de batalla. Es seguro decir que en este momento cualquier atisbo de racionalidad e inteligencia que pudiera tener había quedado completamente anulado. Como si de un muerto en vida se tratase, Wyrm permaneció allí, en pie, respirando pesadamente. Su respiración, sin embargo, no tardó en acelerarse. Respiró con tanta rapidez como si estuviera hiperventilando. Había un sentido detrás de toda esta muerte, un culpable. Inconscientemente, frunció el ceño y apretó los puños. Cualquiera que lo viera podría jurar que su imperturbable expresión estaba tomando un aspecto horroroso. Salivaba como un perro rabioso, apretando los dientes con toda su fuerza.
Wyrm estaba enajenado. Un trauma tan intenso puede destrozarle la mente a cualquiera. Pero su voluntad aún se manifestaba a través de su subconsciente, que animaba el cuerpo del marine como una marioneta. Una marioneta descoordinada, de movimientos bruscos y violentos. En el fragor de la batalla se perdió un aullido. Uno grito de ira y dolor procedente del traumatizado comandante.
Como si de un acto reflejo se tratase, su cuerpo empezó a bombear sangre a mayor velocidad y concentró energía en sus brazos, de la misma manera que Wyrm sabía hacer conscientemente. El marine flexionó las piernas y saltó hacia delante, corriendo con toda la rapidez que le permitían sus musculosas piernas. Atravesaría filas de enemigos, dejándose golpear por los ataques que le lanzaran en un intento de interceptarlo. La ira le había cegado momentáneamente. Solo percibía una cosa entre tanta negrura: Procyon. El iracundo comandante no se frenaría hasta hacerle caer. Seguiría corriendo a toda velocidad hasta alcanzarle -y sorprenderle, si la fortuna sonreía al marine- para después golpearle con todas sus fuerzas en la cabeza, con un poderosísimo puñetazo. Aquel podía ser el fin del marine, y de haber estado en sus cabales, no habría tomado una decisión tan precipitada, pero no sentía miedo alguno. Solo rabia.
- Resumen:
- Wyrm queda completamente traumatizado por la visión, sufriendo una "Heroic Blue Screen of Death" para luego dejarse llevar por la ira y, a riesgo de llevarse más de un ataque de oportunidad y un claro contraataque del hermano de Sirio, cargar contra Procyon.
- Cosas:
Las técnicas que usa inconscientemente (para un total de Potencia 10 y Aceleración 5):
Necrotic Executioner: De forma pasiva, Wyrm mejora considerablemente su capacidad cardíaca. Activamente, Wyrm puede intentar superar los límites que su cuerpo le impone mediante un esfuerzo masivo, a costa de su vitalidad. A efectos prácticos, puede perder 2 rangos de Resistencia obtener un bonificador de un rango a su Fuerza y Velocidad. El efecto durará 2 turnos y tendrá otros tres de recarga. El abuso de esta técnica puede dejar a Wyrm fuera de combate por la extenuación. Al usarla, los vasos sanguíneos de Wyrm toman un color oscuro y sus ojos se inyectan en sangre.
King: Besieger: Apretando sus puños, Wyrm comienza a acumular fuerza en sus brazos (aumentando de forma escénica su tamaño y su musculatura), de modo que sus impactos adquieren una mayor potencia. No obstante, esto dificulta la coordinación de sus golpes, pudiendo apenas lanzar un par seguidos. De este modo, aumenta su Fuerza en un dos rangos durante cuatro turnos y disminuye su Agilidad en un rango, con recarga de uso de tres turnos. Tras usar esta técnica, Wyrm queda bastante agotado.
Normas del capítulo:
Los cañonazos resuenan por toda la isla y no es ningún secreto que decenas de llamas, si es que no cientos, se extinguen conforme la batalla avanza. Los gritos de desesperación y auxilio de piratas, marines, civiles y criminales, pueden oírse de este a oeste, de norte a sur. Muchos se preguntan cuándo parará este infierno, pero lo único cierto es que parece no tener fin. Y los que lo pueden imaginar no lo hacen con esperanza, sino que ven un futuro dominado por la piratería, un futuro donde la fuerza se alzará por sobre todas las cosas. ¿Quién defenderá a los más débiles cuando llegue ese momento? ¿Acaso se alzará un valiente héroe entre las huestes marines?
En el manglar 70 se cuece una sangrienta y brutal batalla entre los piratas de Sirio y las agotadas fuerzas marines. Un desesperado vicealmirante, en un intento de terminar la guerra, puso en marcha un plan que muchos podrían catalogar como suicida. Con un centro marine aparentemente debilitado, las tropas piratas cargaron sin piedad para atravesar la imperturbable Gran Muralla, cayendo en una trampa mortal. Cientos de vidas se perdieron cuando las infanterías marines cargaron desde ambos flancos, atrapando a los piratas en una perfecta “V”. Sin embargo, la fuerza bruta de los actores antagónicos permitió que la fuerza invasora pudiera sobrevivir.
Ahora mismo, los piratas empujan con fervor los flancos marines y poco a poco recuperan terreno. Y lo peor está por llegar, al menos para las fuerzas aliadas. Un sable atrevido y mortífero atraviesa el pecho del vicealmirante Jean, el hombre que ha liderado y resistido durante semanas el asedio a la Gran Muralla. Los hombres que le acompañan contemplan aterrorizados la escena y cargan en un ataque suicida, intentando salvar al vicealmirante. Pero una salva de cañones destroza sus cuerpos, matándolos al instante. Desmoralizados por perder a su líder, los marines empiezan a huir e inicia un «sálvese quien pueda».
Sin embargo, son las últimas palabras de un hombre moribundo, de un hombre que apenas puede mantenerse en pie, de un hombre que alza con sus últimas fuerzas su espada, de un hombre que reúne el valor que sus tropas esperan, que cambian una vez más el panorama de la batalla:
—¡LA JUSTICIA PREVALECERÁ Y EL ARCHIPIÉLAGO DE SABAODY VOLVERÁ A SER UNA TIERRA LIBRE! ¡PELEEN, MIS SOLDADOS, PELEEN!
- Se moderará los martes entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los martes antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
- Está prohibido metarrolear, powerrolear y demás actitudes tóxicas.
- A más riesgo, más premio.
- Como es tradición, el barco de Sons of Anarchy se hundirá en algún momento.
- Cada post debe ocupar entre 250 y 1.200 palabras. Si no se está en estos límites, el post podría ser ignorado.
- Es responsabilidad de un usuario comunicarse con la gente con la que interactúa.
- Si un post tiene más de 15 faltas ortográficas por párrafo podría ser ignorado.
- Hacer un resumen de acciones relevantes es obligatorio independientemente de la extensión.
- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación:
Los cañonazos resuenan por toda la isla y no es ningún secreto que decenas de llamas, si es que no cientos, se extinguen conforme la batalla avanza. Los gritos de desesperación y auxilio de piratas, marines, civiles y criminales, pueden oírse de este a oeste, de norte a sur. Muchos se preguntan cuándo parará este infierno, pero lo único cierto es que parece no tener fin. Y los que lo pueden imaginar no lo hacen con esperanza, sino que ven un futuro dominado por la piratería, un futuro donde la fuerza se alzará por sobre todas las cosas. ¿Quién defenderá a los más débiles cuando llegue ese momento? ¿Acaso se alzará un valiente héroe entre las huestes marines?
En el manglar 70 se cuece una sangrienta y brutal batalla entre los piratas de Sirio y las agotadas fuerzas marines. Un desesperado vicealmirante, en un intento de terminar la guerra, puso en marcha un plan que muchos podrían catalogar como suicida. Con un centro marine aparentemente debilitado, las tropas piratas cargaron sin piedad para atravesar la imperturbable Gran Muralla, cayendo en una trampa mortal. Cientos de vidas se perdieron cuando las infanterías marines cargaron desde ambos flancos, atrapando a los piratas en una perfecta “V”. Sin embargo, la fuerza bruta de los actores antagónicos permitió que la fuerza invasora pudiera sobrevivir.
Ahora mismo, los piratas empujan con fervor los flancos marines y poco a poco recuperan terreno. Y lo peor está por llegar, al menos para las fuerzas aliadas. Un sable atrevido y mortífero atraviesa el pecho del vicealmirante Jean, el hombre que ha liderado y resistido durante semanas el asedio a la Gran Muralla. Los hombres que le acompañan contemplan aterrorizados la escena y cargan en un ataque suicida, intentando salvar al vicealmirante. Pero una salva de cañones destroza sus cuerpos, matándolos al instante. Desmoralizados por perder a su líder, los marines empiezan a huir e inicia un «sálvese quien pueda».
Sin embargo, son las últimas palabras de un hombre moribundo, de un hombre que apenas puede mantenerse en pie, de un hombre que alza con sus últimas fuerzas su espada, de un hombre que reúne el valor que sus tropas esperan, que cambian una vez más el panorama de la batalla:
—¡LA JUSTICIA PREVALECERÁ Y EL ARCHIPIÉLAGO DE SABAODY VOLVERÁ A SER UNA TIERRA LIBRE! ¡PELEEN, MIS SOLDADOS, PELEEN!
- Los salvaguardas del dragón (Manglar 70):
- Como se acaban de enterar, el vicealmirante Jean ha caído en batalla, aunque no sin antes dar un último mensaje: la justicia prevalecerá. Aun así, la infantería aliada dispuesta en los flancos está desconcertada y a la espera de que un nuevo comandante se alce. Lamentablemente, el vicealmirante Kasai Zuko está demasiado ocupado lidiando con Sirio porque, cómo no, le ha parecido mejor pegarse con el líder enemigo que liderar a sus tropas.
Pero vamos a lo que importa: Procyon. Iulio, te desvaneces y apareces encima del pirata para estamparle el rostro contra el suelo. Sin embargo, cuando recién comienzas a caer es que Procyon se frena de golpe y realiza una voltereta hacia atrás, haciendo gala de una agilidad increíble. Un hombre como tú seguramente distinguirá un mantra prodigiosamente desarrollado. ¿De qué otra forma habría esquivado tu ataque? Golpeas el suelo y lo agrietas, y es en ese momento cuando ves un extraño movimiento en tu enemigo. Procyon tiene los dedos índices y corazón juntos en cada una de sus manos, una extraña postura esotérica, y las mueve con tal fluidez que parecen un río.
Sea lo que sea que haya pensado hacer, es interceptado por un enajenado comandante Wyrm. Para sorpresa de todos, consigues hacer impactar tu puño en tu objetivo. Procyon sale disparado hacia atrás y rebota en el suelo como una piedra bien lanzada sobre el agua, pero logra recuperarse. Un hilillo de sangre corre por su sien y, si no hubiera amortiguado una buena parte del impacto, habría recibido muchísimo más daño. Pero oye, has lastimado a uno de los hombres más peligrosos de la guerra.
Escupe sangre y busca con la mirada a su hermano, pero se da cuenta de que no podrá asistirlo sin antes ocuparse de ustedes. Y, a diferencia de Sirio, Procyon sí que usa las neuronas.
—Han caído en la trampa tal y como lo ha predicho Géminis —comenta entonces. Su voz es profunda, grave y se oye incluso en el calor de la batalla—. Usar a mi hermano como cebo para romper la formación enemiga ha funcionado. El vicealmirante Zuko es un hombre tan predecible como estúpido. Ríndanse, esta isla nos pertenece. ¿No se dan cuenta? Han perdido la batalla. —Apunta con un dedo hacia el flanco izquierdo—. Su general está muerto y sus hombres desmoralizados, no pueden ganar. Además… Puedo hacer todo lo que ustedes, y mucho mejor —comenta por último, mirando a Iulio.
Procyon da un salto muy alto a tal velocidad que cuesta seguirlo con la mirada, sosteniéndose en una plataforma dorada, y realiza esta misma postura esotérica-budista con sus manos. Inmediatamente después, una multitud de vigas doradas (digamos que unas treinta) aparecen a su alrededor. Expande los brazos y los proyectiles salen disparados hacia los flancos, dañando a los marines apostados en la retaguardia. Por alguna razón no parece estar tan enfocado en ustedes, chicos.
¿Y bien? ¿Alguna idea?
- Espiar es de bandidos (Manglar 8):
- —Oye, Bunny, ¿los agentes no están tardando demasiado? Igual se han metido en problemas —dice el de las orejitas de gatito.
—Normaliti, hermano, esta shit está llena de criminales. Igual se los pitiaron, qué voy a saber yo —responde el que no lleva pantalones, el tal Bunny, y enciende un cigarro. Tiene un acento muy, muy particular—. Al patrón no le gusta que la gente se demore, deberíamos ir a ayudarlos. Oye, Miku, ¿no te parece que estos huevones son unos inútiles? Yo hubiera llegao’ en menos de una hora, y ya ha pasado ene rato.
—Bueno, ayudémosles. Son como princesitas en apuros, ¿verdad? —comenta Miku con una voz increíblemente varonil, ruda, grave, como si en vez de tener dos testículos tuviera diez—. Oye… ¿No sientes algo raro?
—Hermano, míranos, voy sin pantalones y se te ocurrió andar con esas orejas de puta cochina. ¡¿Cómo mierda no voy a sentir algo raro?! Vámonos al manglar 10, deben andar hueveando por ahí. No sé por qué el patrón Banners tiene que depender de estos cagones.
—Porque él solo no puede conseguir esa cosa estelar, creo. Eso nos dijo.
—No era necesario que respondieras, obvio que sé porque los necesita. El patrón tiene secretos, pero no hace falta ser un crack para especular mierdas sobre su pasado. Acuérdate, Miku, el patrón no es cualquier narcotraficante… Es como un comando, un guerrillero. Ahora mueve la raja, hay que caminar harto. Menos mal chantamos la bomba en la fiesta, a ver si nos bajamos al Géminis.
Los hombres caminan hacia el sur. Van caminando, así que, si te apresuras, igual llegas antes que ellos y les tiendes una trampa.
- El clon que nunca debió haber sido un clon y el jefe de «protección a testigos»:
- Ral, tu compañera lo está haciendo genial al contener a esa mole de gelatina. Su oponente parece haber caído bajo los efectos de cualquiera que sea su habilidad. Hipnosis, lo llaman algunos. Está haciendo un gran esfuerzo por controlarlo y dentro de poco seguro que acaba ayudándote.
Por otra parte, una figura conocida aparece desde el cielo e interrumpe en el campo de batalla. Por si alguno lo pregunta, es la persona que entró con Ronnie al edificio. Hace gala de una maniobrabilidad extraordinaria, casi como si no fuera un humano, y dispara la cerbatana. Cualquiera esperaría un proyectil silencioso y pequeño, pero aparece tanto la cabeza como el cuerpo de un dragón oriental que atrapa a Dnalor entre sus fauces, presionando con tanta fuerza que… Uf, menos mal solo se trata de un clon. Dnalor desaparece del mapa, trasladando toda la información al cuerpo original.
—¿Quieres escuchar una historia, pequeñajo? —Puedes escuchar una voz detrás de ti, Ral. Se trata del hombre gordo y enorme. Ronnie. ¿Cómo ha llegado tan rápido? Y más importante, ni siquiera lo has escuchado ni sentido su presencia.
Algo dentro de ti te dice que es mala idea dispararle, pero puedes intentarlo. Ahora, si te quedas a escuchar la historia…
—Hace veintidós años nació la voz más hermosa de todo Mont Santo, una criatura con un talento otorgado por los propios ángeles. Dominaba cualquier técnica que le enseñaran y su voz resultaba hipnotizante, tanto que los hombres, rendidos ante ella, hacían lo que les ordenaran —comenzó Ronnie con una sonrisa en el rostro—. Pero un día su vida cambió por completo, ¿sabes? Una noche, unos crueles piratas decidieron atacar y redujeron a cenizas Mont Santo. Se dice que violaron a todas las mujeres y luego las vendieron como esclavas, salvo a una: Rita Simons. —Su sonrisa se extiende hasta ser perturbadora—. Pese a ser humillada y ultrajada por los piratas, decidió acompañarlos. Desde entonces ha estado trabajando para ellos hasta que cierto individuo —te mira— decidió intervenir. ¿No te parece curioso? ¿Por qué trabajarías para los hombres que hicieron de tu vida un infierno? ¡Eso es lo divertido, agente! ¡La venganza todo lo puede!
Si bajas la mirada hacia donde está Rita, puedes ver que entre el chico del dragón oriental y el del mazo la han capturado.
—¿Por qué no vienes con nosotros? El señor Komaroff está ansioso de conocerte, después de todo, vas camino a negociar con un viejo enemigo, ¿no?
Ronnie se levanta del escombro en el que está sentado y camina hacia ti, despreocupado. No teme que le vayas a disparar o algo. Ahora bien… ¿Qué es lo que harás? Recuerda que tienes más opciones que solo hacerle caso.
- Antiguo agente Roland Oppenheimer:
- Sientes como un impacto llega a tu cabeza y no, no te preocupes que no te han disparado, es solo tu clon que ha desaparecido. Toda la información, que tampoco es mucha porque tiene mala suerte, llega hasta ti. Sabes sobre los agentes y también sobre Ronnie. Conoces un nombre, Komaroff. Ahora, vamos a lo que de verdad te interesa: tu situación.
El doctor te mira incrédulo cuando te transformas y revelas la identidad de Bleyd, y entonces sonríe.
—Lo que te he inyectado en realidad no es un suero de la verdad —dice, sacando un dispositivo con un botón y una pantalla digital—, sino que se trata de un chip con una «bomba» en su interior. No necesitas saber los detalles, pero con tan solo pulsar este botón habré roto mi juramento como médico, ¿entiendes?
Por si lo notas, Oppen Bleydheimer, el vicealmirante apostado tras el doctor está enfadadísimo tras recibir la noticia sobre la muerte del vicealmirante Jean Leporré.
—Sensei, encárgate de este asunto. Desplegaremos las reservas para ganar esta batalla —dice con el ceño fruncido y sale de la habitación.
—Bueno, tengo la autoridad absoluta para negociar contigo… —Hace un gesto para que los soldados te suelten. No dejan de apuntarte, pero puedes ponerte cómodo sin miedo a que te vayan a disparar—. Tu plan continúa teniendo tantísimos agujeros… Pero finjamos por un momento que te creo y resultas ser la mente maestra de la Armada Revolucionaria, resulta ser que eres un aliado y no un enviado de Sirio. ¿Qué es lo que quieres? —te pregunta, aunque no te deja responder, sino que él sigue hablando—. Yo sé lo que quiero: deshacerme de la puta artillería enemiga. Están preparando algo muy peligroso que podría echar abajo la Gran Muralla. El vicealmirante enviará un escuadrón bien dotado para la operación de sabotaje, pero ahora que estás tú aquí… ¿Por qué vamos a sacrificar a esos buenos hombres? Escúchame, supuesto Bleyd, si tú y tu gente se pueden ocupar de la artillería apostada en la retaguardia del ejército enemigo, haré todo lo posible para formalizar una alianza temporal entre la Armada y la Marina. Ahora sí puedes hablar.
- Señor WW:
- Tus hombres esperan órdenes y los pasos se acercan. La moderación anterior se mantiene, pero quién sabe en realidad lo que sucederá...
Kaito Takumi
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Debía tomar una decision. Las sinapsis en el cerebro del octópodo relampaguearon dentro de su cráneo. En menos de una milésima de segundo, aquellos pensamientos llovieron en su mente como un súbito monzón de verano. Y tras aquella impetuosa lluvia, las semillas germinaron extendiendo sus retorcidos brotes al cielo, buscándo dónde agarrarse.
—No hagáis nada estúpido... —amenazó el sireno.
Habiendo desplazado una parte mínima del líquido que le empapaba a las puntas de sus dos primeras falanges, lo suficientemente grande como para asegurarse un proyectil mortal, el pelirrojo se había reincorpordado del suelo, con el brazo extendido hacia un lugar donde nunca había dado el sol; un lugar blando y débil sin importar cuán fuerte era uno, desprovisto de todo músculo o resistencia. Ah, dónde metia uno la mano cuando las cosas estaban muy feas y necesitaba ganar tiempo. Bueno, él había estado en peores sitios. Doblando el tridente para usarlo como detrimento adicional por si el semigigante decidía tirarse sobre él, continuó hablando antes de que la sorpresa -y su oportunidad- se desvaneciera.
—Ya ha sido bastante estúpido insultar al cuerpo, señor Bunny, por no mencionar el desagradable calificativo de Miku. ¿Acaso tiene algo en contra de la nobleza? Porque podría ponerlo en el informe —continuó, emponzoñando su tono con una fría y falsa diplomacia—. Pero ninguno de nuestros jefes quiere... más problemas ¿verdad?
Y tras aquello mediría sus rostros, atento a cualquier atisbo de verdadero combate. Kaitoi se estaba arriesgando mucho, y aquello no le gustaba en absoluto. Él era un gusano, una serpiente, un carroñero; y aunque lo que hacía era bien propio de una alimaña, seguían siendo cuatro contra uno.
—La unidad designada para el encuentro se ha dado de bruces con un desagradable imprevisto —continuó, bajando su amenaza mientras se enroscaba por la pierna del semigigante para treparlo como una húmeda y desagradable boa—. Me alegra haber podido confirmar que esto no haya sido una trampa, aunque me incomoda la desventaja numerica en la que ahora me hayo. Claro que... si el trato debe llegar a término, deberé volver sano y salvo, ¿no? —susurró, aferrándose a aquella idea de sobrevivir; algo que no tenía que falsear en absoluto—. Pero...—añadió, molesto, tan molesto como estaba de todo lo que había pasado desde que habían llegado allí, desde que había sido negado sus respuestas. Intentó trepar hasta el rostro del hombre vestido de criada, abrazándose a su cuello por detrás como un vil diablillo—. Esto también significa que alguien se ha ido de la lengua.
Abriendo uno de sus ojos al máximo, acercando sin ningún sentido del espacio personal -pero sí del alcance de su mandíbula- a Miku, Kaito sondeó la pupila del amante del cosplay.
—Me recuerdas a un antiguo miembro...—dijo con asco, tristeza y un kilo de odio—. Qué, ¿a los gatos no les gusta comer lenguas? Y...—volvio a mirar al de las pantuflas—. ¿Qué está especulando de su jefe? ¿Y cuáles son los nombres de las señoritas? Porque estarán aquí por algo.
- Resumen:
- Arriesgarme, recomiendo leer.. ¿Queríais que tomara un gran risk? Toma un paquete de risketos
Roland Oppenheimer
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Un criminal grotesco de brazos negros, otro con el poder de la gelatina y uno capaz de lanzar putos dragones orientales. Eso, y la presencia de un agente especializado en armas de fuego era todo lo que había sido capaz de descubrir su clon, Dnalor, además del comienzo de conflictos en la zona. «Si tan solo hubiera ido yo... —se dijo en un intento de autocompadecerse—. Todo habría sido distinto si hubiera estado yo en persona».
Si tan solo hubiera ido él... Habría matado al agente fácilmente, sin dejar rastro y ganándose la confianza de los criminales. Hubiera llegado hasta el hombre que se había apoderado de los bajos fondos de Sabaody, Komaroff, y podría haber obtenido toda la información necesaria para acabar con la amenaza pirata por su cuenta.
Si tan solo hubiera ido él... El explosivo se lo hubieran inyectado a un clon, que podría desaparecer en cualquier momento, o incluso morir sin repercusión alguna. Hubiera sido todo más sencillo, más fácil, pero la vida nunca había sido gentil con él, y no iba a empezar ahora. «¿Y qué? ¿Ahora voy a lamentarme de que todo ha ido mal desde que pisé esta isla como un puto crío de cuatro años que echa de menos a su mamá? Que soy Roland Oppenheimer, cojones. Si yo no puedo salir de esta, nadie puede, joder.»
—Mira, viejo, cree lo que quieras. Yo no soy el único agujeros en su plan. Para empezar, ¿cómo puedo saber que realmente me has inyectado un explosivo? Eres un buen mentiroso, lo suficiente para engañarme hasta a mí —explicó—. Pero supongamos que es verdad. Si me acerco a lo suficiente a ti... ¿serás capaz de activar la bomba? ¿Serías capaz de sacrificarte por una posible amenaza?
Hizo un ademán de levantarse y acercarse al doctor. Quería ver su reacción, y, fuera la que fuera, se echaría a reír.
—Mi paciencia se está agotando, y estoy haciendo un esfuerzo por no liarme a hostias con vosotros, pero la guerra no os está siendo favorable y necesitáis mi ayuda. Si es que... Los marines siempre habéis sido muy ineptos, no me sorprende. Pero descuida, haré eso que me dices. No porque me estés obligando, sino porque estoy de vuestro lado, y es obvio que me necesitáis. —Se acomodó en el asiento—. Eso sí, vine solo, sin mi gente. Dame a ese escuadrón y la artillería enemiga caerá como viejos en un geriátrico. Entonces, hablaremos tú y yo, viejo.
Quizás no se tratara de matar al jefe pirata, aquel que aún no había aparecido, pero si destruía la artillería enemiga y desvelaba su identidad podría alzarse como el héroe de la guerra de Sabaody. Es más, incluso podría aprovechar la ocasión para recabar información sobre Orión para encontrarlo y acabar con él más adelante. Desde luego, solo alguien tan capaz como él podía sacar algo positivo de aquella nefasta situación. El Cipher Pol, la Marina, los criminales, los piratas... Hasta la Revolución. Todos ellos unos incompetentes categóricos. A veces se preguntaba que por qué quería volver a las filas del gobierno. ¿De verdad le valía la pena pasar por todo aquello? Pero entonces se recordaba que era la forma de darle un escarmiento a todos los de su alrededor, de hacer que le reconocieran y de demostrar que él siempre había tenido la razón.
Si tan solo hubiera ido él... Habría matado al agente fácilmente, sin dejar rastro y ganándose la confianza de los criminales. Hubiera llegado hasta el hombre que se había apoderado de los bajos fondos de Sabaody, Komaroff, y podría haber obtenido toda la información necesaria para acabar con la amenaza pirata por su cuenta.
Si tan solo hubiera ido él... El explosivo se lo hubieran inyectado a un clon, que podría desaparecer en cualquier momento, o incluso morir sin repercusión alguna. Hubiera sido todo más sencillo, más fácil, pero la vida nunca había sido gentil con él, y no iba a empezar ahora. «¿Y qué? ¿Ahora voy a lamentarme de que todo ha ido mal desde que pisé esta isla como un puto crío de cuatro años que echa de menos a su mamá? Que soy Roland Oppenheimer, cojones. Si yo no puedo salir de esta, nadie puede, joder.»
—Mira, viejo, cree lo que quieras. Yo no soy el único agujeros en su plan. Para empezar, ¿cómo puedo saber que realmente me has inyectado un explosivo? Eres un buen mentiroso, lo suficiente para engañarme hasta a mí —explicó—. Pero supongamos que es verdad. Si me acerco a lo suficiente a ti... ¿serás capaz de activar la bomba? ¿Serías capaz de sacrificarte por una posible amenaza?
Hizo un ademán de levantarse y acercarse al doctor. Quería ver su reacción, y, fuera la que fuera, se echaría a reír.
—Mi paciencia se está agotando, y estoy haciendo un esfuerzo por no liarme a hostias con vosotros, pero la guerra no os está siendo favorable y necesitáis mi ayuda. Si es que... Los marines siempre habéis sido muy ineptos, no me sorprende. Pero descuida, haré eso que me dices. No porque me estés obligando, sino porque estoy de vuestro lado, y es obvio que me necesitáis. —Se acomodó en el asiento—. Eso sí, vine solo, sin mi gente. Dame a ese escuadrón y la artillería enemiga caerá como viejos en un geriátrico. Entonces, hablaremos tú y yo, viejo.
Quizás no se tratara de matar al jefe pirata, aquel que aún no había aparecido, pero si destruía la artillería enemiga y desvelaba su identidad podría alzarse como el héroe de la guerra de Sabaody. Es más, incluso podría aprovechar la ocasión para recabar información sobre Orión para encontrarlo y acabar con él más adelante. Desde luego, solo alguien tan capaz como él podía sacar algo positivo de aquella nefasta situación. El Cipher Pol, la Marina, los criminales, los piratas... Hasta la Revolución. Todos ellos unos incompetentes categóricos. A veces se preguntaba que por qué quería volver a las filas del gobierno. ¿De verdad le valía la pena pasar por todo aquello? Pero entonces se recordaba que era la forma de darle un escarmiento a todos los de su alrededor, de hacer que le reconocieran y de demostrar que él siempre había tenido la razón.
- Resumen:
- Oppen no cede ante el chantaje. Él hace favores, que no es lo mismo.
RAL
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Era algo más ágil de lo que esperaba, había logrado evitar que lo anclase al suelo, pero a cambio había logrado que fuera él quien se alejase, ahora en el aire sería un objetivo fácil. Me apuntó con los dedos y pude ver como una chispa los rodeaba antes de que algo saliera de estos. Me hice a un lado, esquivando el disparo y disparando por reflejo con la pistola. Sólo para poder ver por el rabillo del ojo un reflejo a mi espalda. No era el único capaz de usar distracciones. A penas me dio tiempo a ponerme en posición defensiva y recibir el ataque desde el espejo. Un golpe me dejó sin respiración y me mandó al suelo tras hacerme volar un par de metros. Durante los segundos que tardé en incorporarme di gracias a que fuera precisamente en la espalda donde tenía la prótesis de titanio... de ser hueso normal y corriente hubiera acabado de nuevo sin poder usar las piernas.
Alcé la pistola de nuevo, pero lo que vi me sorprendió, aunque no tanto como lo que sucedería a continuación. Roland desapareció aplastado entre las fauces de un dragón, dejando solo pequeños trozos de espejo en su lugar. Una serie de maldiciones empezaron a apoderarse de mis pensamientos al tiempo que se pasaba el pitido de mis oídos. Apreté la empuñadura de la pistola hasta el punto de casi hacerme daño o estropear el acabado de esta. Era uno falso, y no sólo eso, por venir a por él me había metido en un fregado del cual estaba empezando a ser consciente. Tres nuevos enemigos, sus habilidades eran total o parcialmente desconocidas, rodeada y con mi única aliada capturada. Joder, si los conocía pudo haberme dicho algo, o hacerme una seña o negarse... también para ser justos con ella había que decir que no se podía razonar conmigo cuando me ponía así.
La historia de Rita coincidía en parte con lo que me había dicho, nunca me comentó nada de estos tipos, aunque el hecho de que conociera las relaciones de los criminales de la isla con tanto detalle me debió haber dado una pista. Mientras escuchaba procuré no hacer movimientos bruscos a la vez que barajaba mis opciones. Definitivamente tratar de rescatar a Rita desataría un enfrentamiento contra los tres, era algo que quería evitar, la peor opción de todas. Tratar de escapar sólo me enfrentaría directamente al tipo que tenía delante, pero en el caso de que le superase uno de ellos podría venir a ayudar, los dos si dejaban inconsciente a Rita. Lo mirase por donde lo mirase la mejor opción era obvia.
Levanté la pistola, apuntando al aire. Puse el seguro y liberé el tambor, la única bala que quedaba en este cayó. La atrapé con la mano y la dejé en el bolsillo. La escopeta le siguió, dejándola en vertical y deslizando el guardamontes dos veces para que salieran los dos cartuchos que quedaban en el tubo de alimentación, guardándolos en la cartuchera. Puse el arma a la espalda y procuré aparentar lo menos amenazador posible.
- Bien, si Komaroff se toma tantas molestias para invitarme... no puedo rechazar la oferta. - Comenté sin romper contacto visual. Estaba bajo amenaza, si, pero si lo que pretendía era intimidarme tendría que hacerlo mejor.
Por ahora les seguiría a donde sea que quisieran llevarme. Puede que hablar con una de las cabezas que estaba detrás de este caos fuera una baza inesperada, o un problema más. Pero algo me decía que dependería de mí el que las cosas salieran bien.
Alcé la pistola de nuevo, pero lo que vi me sorprendió, aunque no tanto como lo que sucedería a continuación. Roland desapareció aplastado entre las fauces de un dragón, dejando solo pequeños trozos de espejo en su lugar. Una serie de maldiciones empezaron a apoderarse de mis pensamientos al tiempo que se pasaba el pitido de mis oídos. Apreté la empuñadura de la pistola hasta el punto de casi hacerme daño o estropear el acabado de esta. Era uno falso, y no sólo eso, por venir a por él me había metido en un fregado del cual estaba empezando a ser consciente. Tres nuevos enemigos, sus habilidades eran total o parcialmente desconocidas, rodeada y con mi única aliada capturada. Joder, si los conocía pudo haberme dicho algo, o hacerme una seña o negarse... también para ser justos con ella había que decir que no se podía razonar conmigo cuando me ponía así.
La historia de Rita coincidía en parte con lo que me había dicho, nunca me comentó nada de estos tipos, aunque el hecho de que conociera las relaciones de los criminales de la isla con tanto detalle me debió haber dado una pista. Mientras escuchaba procuré no hacer movimientos bruscos a la vez que barajaba mis opciones. Definitivamente tratar de rescatar a Rita desataría un enfrentamiento contra los tres, era algo que quería evitar, la peor opción de todas. Tratar de escapar sólo me enfrentaría directamente al tipo que tenía delante, pero en el caso de que le superase uno de ellos podría venir a ayudar, los dos si dejaban inconsciente a Rita. Lo mirase por donde lo mirase la mejor opción era obvia.
Levanté la pistola, apuntando al aire. Puse el seguro y liberé el tambor, la única bala que quedaba en este cayó. La atrapé con la mano y la dejé en el bolsillo. La escopeta le siguió, dejándola en vertical y deslizando el guardamontes dos veces para que salieran los dos cartuchos que quedaban en el tubo de alimentación, guardándolos en la cartuchera. Puse el arma a la espalda y procuré aparentar lo menos amenazador posible.
- Bien, si Komaroff se toma tantas molestias para invitarme... no puedo rechazar la oferta. - Comenté sin romper contacto visual. Estaba bajo amenaza, si, pero si lo que pretendía era intimidarme tendría que hacerlo mejor.
Por ahora les seguiría a donde sea que quisieran llevarme. Puede que hablar con una de las cabezas que estaba detrás de este caos fuera una baza inesperada, o un problema más. Pero algo me decía que dependería de mí el que las cosas salieran bien.
- Resumen:
- Recibir daños, cagarme en todo internamente, descargar las armas y ofrecerme a acompañarlos.
Hamlet
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Del mismo modo en el que un muelle vuelve a su posición original tras ser presionado, la consciencia de mi situación retornó a mi cabeza. No sabía que había pasado en los últimos segundos, pero allí me hallaba, con el puño en alto, junto a Iulio y frente a un lastimado Procyon. El terror de la situación volvió a apoderarse de mi cuerpo, y noté mis rodillas temblar, pero pude aunar la resolución suficiente como para determinar que huir solo iba a regalarle una baja más a la enorme lista de matanzas que ese criminal debía acumular. Además, me acompañaba el miembro más talentoso de la brigada. Podía sentirme, al menos, con la espalda cubierta.
Ahora bien, eso no significaba, en ningún caso, que hubiésemos alcanzado la victoria. Todo lo contrario, según lo que Procyon clamaba con vehemencia. No solo insultó al Vicealmirante, una de las personas a las que más admiraba, sino que tardó más bien poco en asegurar que no teníamos nada que hacer. Apreté los dientes. Tanta era su superioridad que lanzó un ataque rápido contra nuestras filas, resultando en más bajas. Estaba a punto de volver a estallar.
Decidí calmarme. Si tan indefenso estaba, era hora de jugar bazas que no solía tener en mi arsenal. La provocación, para ser concretos.
-Escúchame, ignorante -respondí, con la intención de sonar tan insultante como me fuera posible-. Vosotros habéis sido los estúpidos. Tan idiotas que os creéis inteligentes, y tú el que más. La batalla está lejos de estar perdida, mientras quede uno solo de nosotros en pie, jamás os dejaremos campar a vuestras anchas. Además, ya que te gusta tratar de estúpido a Kasai... Déjame preguntarte, ¿de qué te sirve romper la formación si vuestro rey cae en batalla? No hay posibilidad de que Sirio salga vivo de ese combate, y en cuanto eso suceda, te darás cuenta de que todos vuestros esfuerzos por alcanzar esas vacías promesas de fortuna y gloria se desvanecen en el aire al enfrentarlos al poder de la Marina. Años de piratería... ¡Perdidos! Te lo repìto, Procyon, porque veo que es tu cerebro el incapaz de procesar esta información, no hay forma de que ganes hoy. Enviar a tu hermano como cebo fue, en realidad, la jugada más estúpida para un vil pirata como él. Vil, e ignorante.
Insultar su inteligencia podía tener algún efecto. Para alguien que se vanagloriaba tanto de esta, seguro que la argucia serviría de algo. Conseguiría atrapar su atención, quizás el tiempo suficiente como para que Iulio preparase un golpe por sorpresa. Y si eso no ocurría, ya me encargaría de poner todo de mi parte como para que dejase de hostigar nuestras filas.
Activé los cohetes de la armadura, y de un salto me puse a su altura, cargando más energía en mis ya fortalecidos puños. Lancé varios golpes frontales, simples, sencillos, pero devastadores si le impactaban. Mi verdadero objetivo, no obstante, sería cortar su visión del campo de batalla y dar una oportunidad a Iulio para que le atacase desde un ángulo muerto.
Ahora bien, eso no significaba, en ningún caso, que hubiésemos alcanzado la victoria. Todo lo contrario, según lo que Procyon clamaba con vehemencia. No solo insultó al Vicealmirante, una de las personas a las que más admiraba, sino que tardó más bien poco en asegurar que no teníamos nada que hacer. Apreté los dientes. Tanta era su superioridad que lanzó un ataque rápido contra nuestras filas, resultando en más bajas. Estaba a punto de volver a estallar.
Decidí calmarme. Si tan indefenso estaba, era hora de jugar bazas que no solía tener en mi arsenal. La provocación, para ser concretos.
-Escúchame, ignorante -respondí, con la intención de sonar tan insultante como me fuera posible-. Vosotros habéis sido los estúpidos. Tan idiotas que os creéis inteligentes, y tú el que más. La batalla está lejos de estar perdida, mientras quede uno solo de nosotros en pie, jamás os dejaremos campar a vuestras anchas. Además, ya que te gusta tratar de estúpido a Kasai... Déjame preguntarte, ¿de qué te sirve romper la formación si vuestro rey cae en batalla? No hay posibilidad de que Sirio salga vivo de ese combate, y en cuanto eso suceda, te darás cuenta de que todos vuestros esfuerzos por alcanzar esas vacías promesas de fortuna y gloria se desvanecen en el aire al enfrentarlos al poder de la Marina. Años de piratería... ¡Perdidos! Te lo repìto, Procyon, porque veo que es tu cerebro el incapaz de procesar esta información, no hay forma de que ganes hoy. Enviar a tu hermano como cebo fue, en realidad, la jugada más estúpida para un vil pirata como él. Vil, e ignorante.
Insultar su inteligencia podía tener algún efecto. Para alguien que se vanagloriaba tanto de esta, seguro que la argucia serviría de algo. Conseguiría atrapar su atención, quizás el tiempo suficiente como para que Iulio preparase un golpe por sorpresa. Y si eso no ocurría, ya me encargaría de poner todo de mi parte como para que dejase de hostigar nuestras filas.
Activé los cohetes de la armadura, y de un salto me puse a su altura, cargando más energía en mis ya fortalecidos puños. Lancé varios golpes frontales, simples, sencillos, pero devastadores si le impactaban. Mi verdadero objetivo, no obstante, sería cortar su visión del campo de batalla y dar una oportunidad a Iulio para que le atacase desde un ángulo muerto.
- Resumen:
- Insultar la inteligencia de Procyon y atacarle.
- Cosas:
- Necrotic Executioner: De forma pasiva, Wyrm mejora considerablemente su capacidad cardíaca. Activamente, Wyrm puede intentar superar los límites que su cuerpo le impone mediante un esfuerzo masivo, a costa de su vitalidad. A efectos prácticos, puede perder 2 rangos de Resistencia obtener un bonificador de un rango a su Fuerza y Velocidad. El efecto durará 2 turnos y tendrá otros tres de recarga. El abuso de esta técnica puede dejar a Wyrm fuera de combate por la extenuación. Al usarla, los vasos sanguíneos de Wyrm toman un color oscuro y sus ojos se inyectan en sangre.
King: Besieger: Apretando sus puños, Wyrm comienza a acumular fuerza en sus brazos (aumentando de forma escénica su tamaño y su musculatura), de modo que sus impactos adquieren una mayor potencia. No obstante, esto dificulta la coordinación de sus golpes, pudiendo apenas lanzar un par seguidos. De este modo, aumenta su Fuerza en un dos rangos durante cuatro turnos y disminuye su Agilidad en un rango, con recarga de uso de tres turnos. Tras usar esta técnica, Wyrm queda bastante agotado.
Haki de Armadura: Nivel 2
William White
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El plan había salido a pedir de boca, Ar’Du Sohl tomó toda la atención de la guardia de soldados que resguardaban la entrada de la estoica fortaleza, dejándonos vía libre a una sala rectangular de grandes dimensiones que no resultó ser otra cosa que una de las lavanderías de la base, la estancia estaba repleta de contenedores repletos de ropa sucia junto con numerosos puestos de lavadoras y planchas de tamaño industrial.
-Bien, vosotros dos ocultar las motos, usar cualquier sabana o algo que se os ocurra, es posible que las volvamos a necesitar- ordené a Takeshi y Marcus con un tono moderado -Tu y yo nos encargamos de encontrar algo de nuestras tallas, y si puedes revisar los bolsillos de lo que revises, hazlo- mascullé con tono imperativo -En cuanto terminéis uniros a ella- finalicé mientras emprendía la búsqueda de ropa de mi talla.
Sin perder mucho tiempo los distintos integrantes fuimos encontrando ropa de nuestra talla, por lo que, sin más dilación fuimos cambiándonos de ropa sin ningún tipo de percance, dejando incluso que los más pudorosos se cambiarán tras una segunda fila sin miradas que los incomodarán. Una vez que estuviéramos todos vestidos ordenaría al grupo que buscará y revisará la estancia de la forma más rápida que pudiera buscando principalmente dos cosas, una tarjeta de identificación de la marina y un mapa, aunque cualquier otra cosa que nos fuera de utilidad sería bienvenida.
Una vez hubiera pasado el tiempo que me había propuesto, y en el caso de que alguno de nosotros encontrará una identificación, pediría que inmediatamente me la diera. Para que una vez hubiera memorizado su rostro y sus datos básicos, pudiera usar mis poderes de “The man with many names”, lo cual me permitía tomar el aspecto de cualquier persona que pudiera imaginar, y si bien no era un proceso agradable, resultaba tremebundamente útil, aunque la técnica tenía sus fallas, como que era incapaz de emular la voz de la víctima o que desconocía la vida de esta, cosas que por lo general podía suplir con mucha investigación pero que dadas las circunstancias me resultaban imposibles.
En el caso de que no dispusiera tanta suerte, trataría de emular un rostro diferente al mío, que, si bien no evitaría alguna sospecha de algún ojo perspicaz, evitaría ser conocido por cualquier conocedor de carteles de recompensas. Fuera como fuera esperaba que la situación de caos de la fortaleza jugará más a nuestro favor que en contra.
Lamentablemente justo cuando cruzaba el umbral de la puerta, comenzamos a escuchar unos pasos aproximándose a donde nos encontrábamos, sin mediar palabra, ordené de un gesto a Sarah y a Marcus que fuera por la otra dirección, indicando con un segundo que nos comunicaríamos unos segundos más tarde. Por último, señale a Takeshi para que me acompañara y sin más dilación iría para ver de dónde escuchábamos lo pasos, si bien era una maniobra peligrosa, debía cerciorarme de que todavía nadie se había percatado de nuestra inocente visita o de lo contrario controlar la fuga. Una vez nos encontráramos con el origen del sonido, realizaría un saludo con la visera de la gorra como marcaba le canon militar, aunque sin llegar a detenerme, que era lo que entendía que era lo más habitual entre los soldados.
Solo esperaba que Takeshi me siguiera el juego y no hubiera nadie capaz de reconocer al espadachín mercenario, aunque claro, en el caso de que algo saliera mal también podría contar con su espada.
-Bien, vosotros dos ocultar las motos, usar cualquier sabana o algo que se os ocurra, es posible que las volvamos a necesitar- ordené a Takeshi y Marcus con un tono moderado -Tu y yo nos encargamos de encontrar algo de nuestras tallas, y si puedes revisar los bolsillos de lo que revises, hazlo- mascullé con tono imperativo -En cuanto terminéis uniros a ella- finalicé mientras emprendía la búsqueda de ropa de mi talla.
Sin perder mucho tiempo los distintos integrantes fuimos encontrando ropa de nuestra talla, por lo que, sin más dilación fuimos cambiándonos de ropa sin ningún tipo de percance, dejando incluso que los más pudorosos se cambiarán tras una segunda fila sin miradas que los incomodarán. Una vez que estuviéramos todos vestidos ordenaría al grupo que buscará y revisará la estancia de la forma más rápida que pudiera buscando principalmente dos cosas, una tarjeta de identificación de la marina y un mapa, aunque cualquier otra cosa que nos fuera de utilidad sería bienvenida.
Una vez hubiera pasado el tiempo que me había propuesto, y en el caso de que alguno de nosotros encontrará una identificación, pediría que inmediatamente me la diera. Para que una vez hubiera memorizado su rostro y sus datos básicos, pudiera usar mis poderes de “The man with many names”, lo cual me permitía tomar el aspecto de cualquier persona que pudiera imaginar, y si bien no era un proceso agradable, resultaba tremebundamente útil, aunque la técnica tenía sus fallas, como que era incapaz de emular la voz de la víctima o que desconocía la vida de esta, cosas que por lo general podía suplir con mucha investigación pero que dadas las circunstancias me resultaban imposibles.
En el caso de que no dispusiera tanta suerte, trataría de emular un rostro diferente al mío, que, si bien no evitaría alguna sospecha de algún ojo perspicaz, evitaría ser conocido por cualquier conocedor de carteles de recompensas. Fuera como fuera esperaba que la situación de caos de la fortaleza jugará más a nuestro favor que en contra.
Lamentablemente justo cuando cruzaba el umbral de la puerta, comenzamos a escuchar unos pasos aproximándose a donde nos encontrábamos, sin mediar palabra, ordené de un gesto a Sarah y a Marcus que fuera por la otra dirección, indicando con un segundo que nos comunicaríamos unos segundos más tarde. Por último, señale a Takeshi para que me acompañara y sin más dilación iría para ver de dónde escuchábamos lo pasos, si bien era una maniobra peligrosa, debía cerciorarme de que todavía nadie se había percatado de nuestra inocente visita o de lo contrario controlar la fuga. Una vez nos encontráramos con el origen del sonido, realizaría un saludo con la visera de la gorra como marcaba le canon militar, aunque sin llegar a detenerme, que era lo que entendía que era lo más habitual entre los soldados.
Solo esperaba que Takeshi me siguiera el juego y no hubiera nadie capaz de reconocer al espadachín mercenario, aunque claro, en el caso de que algo saliera mal también podría contar con su espada.
- resumen:
Buscar algo de utilidad en la sala, en especial tarjetas de identificación.
Utilizar técnica para emular nueva identidad, ya sea de tarjeta o ficticia.
Dividir al grupo y ir con Takeshi hacia el grupo que se acerca, con intención de interceptar en caso de ser una amenaza.- The man with many names:
Nombre de la técnica: The man with many names
Categoría: Genuina
Naturaleza: Akuma
Descripción: Gracias a los poderes de su fruta del diablo, White es capaz de modificar tanto su cuerpo como rostro para tomar el aspecto de una persona de complexión similar, pudiendo copiar cualquier tipo de rasgo o detalle de la persona siempre que sea conocido y recordado por el usuario. en esta nueva forma, el usuario puede seguir usando sus habilidades siempre que estas no sean incompatibles con la forma tomada.
¿Lo había esquivado? Me hubiese esperado mil y una forma de sobreponerse a mi ataque por sorpresa, pero jamás que lo hubiese evadido con semejante facilidad. Habló con la arrogancia de quien se sabe -o se cree- muy superior a quienes se encuentran frente a él. ¿Que si me molestó? Lo cierto es que no demasiado, aunque como cualquier ser vivo pensante tenía mi orgullo y en cierto modo había sido herido. Por otro lado, aquel tipo parecía poseer la peculiar costumbre de muchos en el mundo en el que me había tocado vivir: el vicealmirante Jean había muerto.
Miré hacia la posición de Zuko, descubriendo enseguida que mi superior no estaba en disposición de hacerse cargo de la situación. Yo tampoco, a decir verdad, pero alguien debía hacerlo. Retirarme para intentar reorganizar a las tropas estaba fuera de lugar, por lo que no me quedaba más remedio que intentar hacerlo desde allí. Aquel pensamiento acababa de asomar en mi mente cuando el sujeto luminoso volvió a atacar. Wyrm también estaba en la zona, así que se lo dejé encargado durante un breve instante mientras mi cuerpo comenzaba a elevarse hacia las altura.
Los rostros de los marines que nos rodeaban en la encarnizada batalla comenzaban a mostrarse completamente poseídos por el miedo, lo que hacía descender nuestras probabilidades de victoria a un ritmo alarmante. Jamás me podría perdonar que hubiese una deserción en la Marina durante una batalla en la que yo estuviese porque nadie se hiciese cargo de la situación. ¿Con qué cara miraría al capitán Kensington cuando me lo volviese a encontrar? No. Podría ser muchas cosas, pero jamás un pusilánime que se pusiese de perfil cuando alguien debía encajar el golpe por los demás.
Brillé con toda la fuerza que pude, convirtiéndome en una refulgente figura que bañó con su luz todo el campo de batalla. Nunca había sido alguien inclinado a pensar que darlo todo de forma altruista estuviese entre las labores de un soldado, pero...
-¡Mirad a vuestro lado! -exclamé sin apartar una serena mirada cargada de velada furia de Procyon-. ¡Mirad a vuestros pies! ¿Los veis? ¡Claro que sí! Son vuestros compañeros. Han caído mientras vosotros seguís vivos. ¿Por vuestra culpa? ¡No, porque protegían vuestras espaldas! Sois los encargados de velar por el orden en el mundo, sí, pero más importante aún: ¡tenéis la responsabilidad de defender la vida de los vuestros! ¡De todos y cada uno de ellos! No tomarán este lugar, porque si lo hacen Sabaody estará perdido, y con él todos y cada uno de los marines que han venido a defenderla junto a vosotros. Vuestros amigos, vuestros enemigos y aquellos a los que ni siquiera conocéis. ¡Esos mismos que, sin saber ni cómo sois, dan su vida en otro lugar por vosotros! ¡Pagadles con la misma moneda! ¡No dejéis que mueran para nada, no al menos mientas vosotros huíais! ¡Luchad por proteger los cuerpos de quienes ya han caído y porque quien está a vuestro lado no muere por vuestro descuido, porque os habéis dejado llevar por el pánico! ¡Cerrad filas allí donde haya muchas bajas y no permitáis que la formación se vuelva a romper! Este desgraciado estará muerto antes de que se le ocurra pensar en hacer algo parecido de nuevo.
No había nada mejor que predicar con el ejemplo, así que grité de pura rabia, dejando que luz candente también inundase mis pies. Acto seguido, me lancé hacia la plataforma sobre la que se había detenido Procyon. Giraba sobre mí mismo, intentando con ello propinarle un golpe con el talón de mi pie derecho en la cabeza. Cualquier cosa antes que permitir que los míos pensasen que había bajado los brazos.
Contaba con que aquel sujeto hiciese un movimiento similar al que había ejecutado previamente, por lo que, sin esperar a comprobar si mi patada acertaba en el blanco, mi cuerpo se comenzó a disgregar en un sinfín de esferas que quedaron flotando en la zona. Yo era todas ellas y ellas eran yo. Emitían el mismo calor que manaba de luz candente, haciendo que la temperatura en el área que ocupaban comenzase a ascender. Mi brazo se materializó a partir de una de ellas, la colocada más cerca de la cabza de Procyon, intentando propinarle un puñetazo en el lateral de la cabeza.
Miré hacia la posición de Zuko, descubriendo enseguida que mi superior no estaba en disposición de hacerse cargo de la situación. Yo tampoco, a decir verdad, pero alguien debía hacerlo. Retirarme para intentar reorganizar a las tropas estaba fuera de lugar, por lo que no me quedaba más remedio que intentar hacerlo desde allí. Aquel pensamiento acababa de asomar en mi mente cuando el sujeto luminoso volvió a atacar. Wyrm también estaba en la zona, así que se lo dejé encargado durante un breve instante mientras mi cuerpo comenzaba a elevarse hacia las altura.
Los rostros de los marines que nos rodeaban en la encarnizada batalla comenzaban a mostrarse completamente poseídos por el miedo, lo que hacía descender nuestras probabilidades de victoria a un ritmo alarmante. Jamás me podría perdonar que hubiese una deserción en la Marina durante una batalla en la que yo estuviese porque nadie se hiciese cargo de la situación. ¿Con qué cara miraría al capitán Kensington cuando me lo volviese a encontrar? No. Podría ser muchas cosas, pero jamás un pusilánime que se pusiese de perfil cuando alguien debía encajar el golpe por los demás.
Brillé con toda la fuerza que pude, convirtiéndome en una refulgente figura que bañó con su luz todo el campo de batalla. Nunca había sido alguien inclinado a pensar que darlo todo de forma altruista estuviese entre las labores de un soldado, pero...
-¡Mirad a vuestro lado! -exclamé sin apartar una serena mirada cargada de velada furia de Procyon-. ¡Mirad a vuestros pies! ¿Los veis? ¡Claro que sí! Son vuestros compañeros. Han caído mientras vosotros seguís vivos. ¿Por vuestra culpa? ¡No, porque protegían vuestras espaldas! Sois los encargados de velar por el orden en el mundo, sí, pero más importante aún: ¡tenéis la responsabilidad de defender la vida de los vuestros! ¡De todos y cada uno de ellos! No tomarán este lugar, porque si lo hacen Sabaody estará perdido, y con él todos y cada uno de los marines que han venido a defenderla junto a vosotros. Vuestros amigos, vuestros enemigos y aquellos a los que ni siquiera conocéis. ¡Esos mismos que, sin saber ni cómo sois, dan su vida en otro lugar por vosotros! ¡Pagadles con la misma moneda! ¡No dejéis que mueran para nada, no al menos mientas vosotros huíais! ¡Luchad por proteger los cuerpos de quienes ya han caído y porque quien está a vuestro lado no muere por vuestro descuido, porque os habéis dejado llevar por el pánico! ¡Cerrad filas allí donde haya muchas bajas y no permitáis que la formación se vuelva a romper! Este desgraciado estará muerto antes de que se le ocurra pensar en hacer algo parecido de nuevo.
No había nada mejor que predicar con el ejemplo, así que grité de pura rabia, dejando que luz candente también inundase mis pies. Acto seguido, me lancé hacia la plataforma sobre la que se había detenido Procyon. Giraba sobre mí mismo, intentando con ello propinarle un golpe con el talón de mi pie derecho en la cabeza. Cualquier cosa antes que permitir que los míos pensasen que había bajado los brazos.
Contaba con que aquel sujeto hiciese un movimiento similar al que había ejecutado previamente, por lo que, sin esperar a comprobar si mi patada acertaba en el blanco, mi cuerpo se comenzó a disgregar en un sinfín de esferas que quedaron flotando en la zona. Yo era todas ellas y ellas eran yo. Emitían el mismo calor que manaba de luz candente, haciendo que la temperatura en el área que ocupaban comenzase a ascender. Mi brazo se materializó a partir de una de ellas, la colocada más cerca de la cabza de Procyon, intentando propinarle un puñetazo en el lateral de la cabeza.
- Resumen:
- Intentar hacerme cargo de la situación y ser la referencia durante el combate, al menos mientras Zuko siga sin poder hacerlo. Intentar cascarle en la cabeza y usar Baile de las luciérnagas para, por último, intentar zurrarle otra vez.
Normas del capítulo:
- Se moderará los martes entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los martes antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
- Está prohibido metarrolear, powerrolear y demás actitudes tóxicas.
- A más riesgo, más premio.
- Como es tradición, el barco de Sons of Anarchy se hundirá en algún momento.
- Cada post debe ocupar entre 250 y 1.200 palabras. Si no se está en estos límites, el post podría ser ignorado.
- Es responsabilidad de un usuario comunicarse con la gente con la que interactúa.
- Si un post tiene más de 15 faltas ortográficas por párrafo podría ser ignorado.
- Hacer un resumen de acciones relevantes es obligatorio independientemente de la extensión.
- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación:
- El Funas (Manglar 8):
- —Kya~ —gime el semigigante cuando siente que algo se le sube por la pierna—. ¿Qué es esto…? —continúa con la cara ruborizada, dejándose llevar por el placer.
—Oe, oe, oe, stop. Esto está siendo demasiado raro —dice Bunny cuando ve que llegas y ultrajas a su compañero. Cuando retrocede asustado sus compañeras hacen lo mismo.
Te quedan mirando y evidentemente Miku no mueve un solo músculo, no porque no pueda zafarse o algo, es solo que le gusta. Tu piel en contacto con la suya, tu boca cerca de su oreja, la consistencia de tus tentáculos… No sé tú, pero Miku se lo está pasando bien. Pero Bunny pasa de la sorpresa al asco, y de este a la incredulidad. Te mira con recelo.
—¿Eres el único que ha podido llegar? —te pregunta—. Puedo decir lo que quiera, esto es tierra de nadie, pero no quiero empezar una discusión ideológica. Me cargan. ¿Cuál es tu nombre? —Espera a que se lo digas y continúa—. Iremos a ver al señor Banners, está el manglar 7. Quiere negociar cuanto antes con el Gobierno Mundial, la guerra se está saliendo de las manos de todos. Miku, tú ve a ver si los otros agentes están bien. Yo guío aquí al compadre. ¿Nos vamos?
Miku aceptará las órdenes de su compañero y se soltará de tu agarre sin problema, te dedicará una mirada coqueta (turbia) y se irá hacia el sur. Por otra parte…
—Esta es Ana y la otra es Jaina, pero no las mires muchas. Son mis muñecas. Ahora vamos.
Si no te mueves, Bunny se quedará ahí. Ahora bien, si decides marchar con él comenzará a caminar. Incluso puedes quedarte a sacar más información.
- Furrogancia (Manglar 70):
- —No tendré una discusión contigo porque directamente eres idiota y, si bien no es contagiable como algunos piensan, es sumamente tedioso hablar con alguien así. Te diré una cosa, revolucionario —el doctor te mira con unos ojos que dan miedo—, un paso y eres hombre muerto.
Cuando haces el ademán, uno de los hombres dispara y te roza el lóbulo de tu oreja izquierda. Esta gente va en serio. ¿No has mentido lo suficiente como para seguir provocándolos? Pero eso no te importa porque tú sigues hablando, ¿verdad? Si puedes ver las caras de los marines… Furia, odio, impotencia. Sus dedos acarician con deseo los gatillos de sus fusiles: quieren vaciar sus cargadores contigo.
—Resulta como poco ofensivo que un retrasado como tú nos trate de ineptos y necesitados. Si puedes cambiar de apariencia, ¿en serio piensas que me creeré el cuento de que eres Bleyd? Un revolucionario importante que debe enfrentar a las principales fuerzas piratas de la isla y sin ayuda de la Armada Revolucionaria se infiltra en la base marine cuando, en realidad, pudo haber solicitado una reunión de manera formal… —Hace un gesto con la mano y uno de los marines te deja de apuntar—. Kyle, ponle la correa. He cambiado de opinión: no podemos depender de un hombre como este. Lo siento, chicos, tendré que sacrificar a buenos marines para destruir la artillería enemiga.
Los hombres no dejan de apuntarte mientras ese tal Kyle, a quien no puedes ver a menos que te des la vuelta, se acerca a ti y te amarra las muñecas. A menos que encuentres una manera de detenerlo, ambos sabemos lo que ocurrirá. Terminarás en las mazmorras, un sitio húmedo, oscuro y frío donde se escucha el fervor de la batalla. Te habrán golpeado un poco y, tras comprobar que tu armadura no guarda ningún arma, te darán una celda para ti solo. Por cierto, hay al menos unas cincuenta personas allí: piratas, criminales, actores pornográficos, etc. Incluso hay un enano con muy mala pinta.
¿Y bien? ¿Qué harás? Todavía puedes ser el héroe, pero igual no del bando al que has querido ayudar...
- El salvador (Manglar 1):
- —Has tomado la decisión correcta —te dice Ronnie, sonriendo de oreja a oreja—. Ahora es hora de dormir.
El mafioso se acerca a ti e intentará darte un golpe en la nuca para que pierdas el conocimiento. Antes de que lo hagas, te darás cuenta de que hacen lo mismo con tu compañera. Rita cae en los brazos del hombre de gelatina y los criminales entran al edificio de antes.
[Tiempo más tarde…]
Despiertas sentada frente a un enorme escritorio. Hay estanterías llenas de libros a cada lado, plantas tropicales a modo de decoración y un bonito piso de madera. Más allá del escritorio hay un balcón separado por un ventanal, y aún más allá se ve un gran bosque de palmeras. ¿Escuchas el sonido de las olas? Rita está a tu lado, parece distraída. Cuando ve que despiertas…
—Lo siento, me tomaron por sorpresa. Nunca había visto a esta gente…
La puerta se abre y un hombre de traje negro con una refinada camisa de seda blanca aparece en la oficina. Rostro medio arrugado, aparenta unos cincuenta años. Tiene el cabello negro y los ojos grises. Se mueve con gracia por la habitación y notan lo alto que es incluso cuando está sentado. Primero mira a Rita y luego sus ojos saltan a ti; entonces, sonríe.
—Buenas tardes, señoritas, por fin han despertado. Soy Vasili Komaroff, un humilde servidor de la familia Ambrosse —se presenta con el semblante amable, entrelazando sus enguantadas manos—. Tú debes ser Rita, la pirata de Sirio. Y tú eres… —Espera a que digas tu nombre—. A los jefes de la familia les gusta el archipiélago que los ha visto crecer. Están interesados en controlarlo de sur a norte, de este a oeste. Y eso les ha prometido Sirio. —La expresión del señor Komaroff se vuelve seria—. Diría que una promesa es todo lo que sostiene nuestra alianza, pero lo cierto es que ese pirata solo representa caos… He escuchado que el Gobierno Mundial está interesado en negociar con Leroy Banners, pero estoy seguro de que puedo ofrecerte algo mejor.
Alguien vuelve a entrar: es Ronnie. Se apoya en una estantería mientras los vigila sin perder esa sonrisa tan turbia que lleva a todos sitios. Ahora, si estás dispuesta a escuchar la propuesta del señor Komaroff...
—A la familia Ambrosse le importan sus negocios, es decir, da igual si es el Gobierno Mundial o los piratas de Sirio los que “controlan” públicamente el archipiélago. Y dicho esto iré al grano: si aseguras la permanencia y la estabilidad de los negocios de la familia, traicionaremos a los piratas y volcaremos nuestra fuerza en su contra, le daremos la estocada que necesitas para vencer —te dice con la mirada imperturbable—. Para ello tendrás que hacer dos cosas: conseguir una reunión con los representantes del Gobierno Mundial, y traerme la cabeza de Leroy Banners —termina de decir, denostando cierto… odio.
- Comandante Wyrm (manglar 70):
- —¿Mientras quede uno solo de ustedes, dices? —te pregunta y vuelve a conjurar una enorme viga dorada. Esta revienta el cuerpo del soldado que está a tu derecha, un joven de dieciocho años cuyo pecho ha sido destrozado por la fuerza del proyectil—. Desventaja numérica, tropas desmoralizadas, un comandante inepto… El que no puedas analizar con objetividad la situación habla de tu falta de profesionalismo. Eres un amateur, marine. Tu vicealmirante será devorado por las fauces de mi hermano.
Si quieres insultar su inteligencia, intenta no abogar a sentimentalismos. Procyon se ve un hombre muy calmado, a diferencia de su hermano. Ahora bien, te abalanzas hacia tu enemigo y le intentas propinar una lluvia de puñetazos. Sin embargo, pronto te das cuenta de que lo único que has golpeado es un muro hecho de algún material dorado como las vigas que ha usado para masacrar a tus compañeros. Espera pacientemente a que termines tu combo y entonces aprovecha el momento para atacar, pero…
[Continúa leyendo en la moderación de Iulio, por favor]
- Contraalmirante Tuxio (Manglar 70):
- Tus palabras resuenan por todo el campo de batalla y parece que esta se detiene por un momento. Los marines escuchan tus gritos de ánimo. Los que están huyendo aferran sus manos a los fusiles y sables, dan la media vuelta y deciden enfrentarse valientemente a los piratas. Sí, eres consciente de que son superados en número y la artillería continúa causando estragos en la muralla, pero también puedes ver un atisbo de esperanza entre tanta desesperación.
Las tropas aliadas continúan peleando mientras tú te lanzas hacia Procyon, quien está a punto de golpear al comandante Wyrm. Te das cuenta de que lo has sorprendido cuando apenas puede reaccionar a tu patada. Ha alcanzado a colocar la mano para protegerse, pero lo ves dañado. Ahora es cuando tu puño impacta en su rostro, sacándolo de la plataforma en la que estaba hace un momento. Sin embargo, ¿por qué sientes que ese último golpe apenas le ha hecho daño…?
La misma plataforma recoge el cuerpo de Procyon, rebotando sobre esta. Se levanta con expresión dolorida y te mira primero a ti y luego a Wyrm, luego busca a su hermano y frunce el ceño.
—Ah… Tienes una habilidad muy complicada. Eres un usuario logia, ¿verdad? —Los ojos de Procyon están brillando intensamente—. Pese a que me gustaría destrozarte ahora mismo, debo seguir con el plan, pero…
En un movimiento imperceptible desenfunda una pistola negra y de cañón largo y, antes de que se puedan dar cuenta, presiona cuatro veces el gatillo. Por cada disparo sale una viga de dos metros de largo. Estas se posicionan de tal manera que podrían formar una caja si es que hubiera algo para aislar el interior. Y es exactamente lo que sucede. Energía dorada se desprende de estos objetos y amenaza con dejarlos encerrados si es que no son lo suficientemente rápidos. Luego de los disparos, Procyon retoma el camino hacia la pelea entre Sirio y Zuko.
- Míster White (Manglar 65):
- Tus hombres encuentran un mapa de la fortaleza. En este aparecen la cafetería, la sala de máquinas ubicada en un nivel curiosamente inferior, y otra serie de habitaciones de las cuales, si quieres saber más, te llegará más información por parte de tu nuevo subordinado. Otro de ellos encuenta una identificación y, bueno, haces tus cositas de espía y voilá, eres Pepito Mujica, un marine rechoncho, con bigote y bastante bajito. Se le ve muy querido.
—… fistas? Deberían usarlos luego, sino terminaremos perdiendo la batalla —escuchas que dice uno de los marines con los que te encuentras—. Oh, señor Mujica, buenas tardes.
—Sí, creo que el vicealmirante de la fortaleza del manglar 70 ha terminado la burocracia. Enviarán a los nuevos prototipos. Venceremos, ya verás —responde su compañero.
Puedes quedarte para tratar de conseguir más información, estos dos chicos que hacen guardia parecen amables y sumamente inocentes. Bueno, cada uno no tiene más de veinte años y seguramente ninguno ha estado en el campo de batalla. También puedes continuar el pasillo y, en caso de que lo hagas, acabarás en una habitación circular casi completamente blanca que se divide en dos posibles caminos. Uno de ellos es una escalera en espiral que te conduce al nivel superior. Hay una puerta con un sistema de seguridad bastante sofisticado, el cual tiene verificación de retina y huella dactilar. Incluso alguien como tú tendría problemas para abrir una puerta como esa.
—¿Qué hacemos? —te pregunta Takeshi—. Los cañones están arriba. Si inutilizamos las salas donde están, habremos completado la misión.
Kaito Takumi
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Kaito pensó desde el primer momento que aquello iba a resultar intimidante, y de hecho siguió creyéndolo pese a las obvias pruebas del extremo gustirrinin que recorría al semigigante. Para él el gritito y el leve temblor del cuerpo sobre el que se sostenia no eran signos de una experiencia placentera y casi orgásmica, sino la clara señal de que su papel como ser temible y rastrero había salido a la percepción. Al pelirrojo siempre le había resultado imposible reconocer aquella emoción que a él tanto le había sido denegada.
Omitiendo la primera pregunta, Kaito ladeó su cabeza. ¿Cuál sería su nombre de agente? ¿Pulpo? ¿Matagatos? No, aquello era demasiado rancio y amargo...
—Mi designación es.... Alfanjor. Me hubiera gustado llamarme Mermelada, pero me decían que ese era nombre de mujer. Oh, ¿en el manglar 7?—repitió con molestia—. Puñetas, yo creía que iba a ser en un puente...
El ningyo se quedó sorprendido -y no gratamente- de la facilidad con que aquella criatura se había zafado de su abrazo. Sí, no había usado sus ventosas con gran insistencia, pero que algo tan grande se desembarazara tan pronto de él le molestaba. Por supuesto en aquello y su pequeña mueca no pensó que pudiera ser malinterpretable.
—Hm...—murmuró, observando cómo el hombre se iba dando saltitos tras zafarse de su turbio y húmedo agarre—. No te equivocarás, se me parecen—comunicó al que partiá con un deje de ironía que marcaba aquel comentario racista.
Envuelto en su pequeño manto de agua, Kaito se quedó muy pero que muy callado. No había hecho falta esperar mucho para que el hombre vestido de felino se marchara, pero tampoco es que se hubiera mantenido en silencio por su presencia. No. Pensaba. Pensaba tanto que casi podría haberse escuchado cómo los mil engranajes de su mente machacaban y fundían una y otra vez sus opciones.
Si iba con él estaba solo. Solo ante el traficante de temible reputación y ante su curiosa espada con guarnición de dos hembras. Pero si no iba con él, allí llegaría gente. ¿Y eso era lo peor, no? Si era el enemigo, estaba en peores condiciones. Si eran aliados, no podía saber si realmetne lo eran. Y, bueno, estaba ese asunto.
Debía tomar una decisión ante de que la sospecha que ya había sembrado madurara con su falta de prisas y lo crucial de aquella operación.
—Todavía hay un problema. Bueno, tres. El primero es que me molesta que traigas... muñecas, a una operación secreta. Sospecho que pueden ser ellas quienes se hayan ido de la lengua, dado que las has encajado como simples accesorios y juguetes. Me parecen un peligro. El siguiente problema es que necesito ir con su jefe cuanto antes, pero necesito algo para ir a hablar con él y encontrarle sin necesidad de que esté usted, porque, bueno —comentó el ninigyo, rascándose el cuello—. No puedo perder más el tiempo enfrentándome a la mujer que está escondida... allí—y entonces señalaría a la última localización donde había visto a Zuu.
Qué hijo de la gran puta estaba hecho. ¡Pero qué hijo de la grandísima puta! ¿Traicionando la primera de cambio a su gente? ¡¿Por qué?! Sí, eso es lo que pensaría cualquiera con dos dedos de frente; y Will aunque utilizara otras palabras mínimo lo cortaba en dos cachos. Pero bueno, es que quería ir a conocer a Rogers, y en aquel momento Zuu, tanto como Bunny, eran poco más que una traba en lo que deseaba que fuera su reunión privada.
Omitiendo la primera pregunta, Kaito ladeó su cabeza. ¿Cuál sería su nombre de agente? ¿Pulpo? ¿Matagatos? No, aquello era demasiado rancio y amargo...
—Mi designación es.... Alfanjor. Me hubiera gustado llamarme Mermelada, pero me decían que ese era nombre de mujer. Oh, ¿en el manglar 7?—repitió con molestia—. Puñetas, yo creía que iba a ser en un puente...
El ningyo se quedó sorprendido -y no gratamente- de la facilidad con que aquella criatura se había zafado de su abrazo. Sí, no había usado sus ventosas con gran insistencia, pero que algo tan grande se desembarazara tan pronto de él le molestaba. Por supuesto en aquello y su pequeña mueca no pensó que pudiera ser malinterpretable.
—Hm...—murmuró, observando cómo el hombre se iba dando saltitos tras zafarse de su turbio y húmedo agarre—. No te equivocarás, se me parecen—comunicó al que partiá con un deje de ironía que marcaba aquel comentario racista.
Envuelto en su pequeño manto de agua, Kaito se quedó muy pero que muy callado. No había hecho falta esperar mucho para que el hombre vestido de felino se marchara, pero tampoco es que se hubiera mantenido en silencio por su presencia. No. Pensaba. Pensaba tanto que casi podría haberse escuchado cómo los mil engranajes de su mente machacaban y fundían una y otra vez sus opciones.
Si iba con él estaba solo. Solo ante el traficante de temible reputación y ante su curiosa espada con guarnición de dos hembras. Pero si no iba con él, allí llegaría gente. ¿Y eso era lo peor, no? Si era el enemigo, estaba en peores condiciones. Si eran aliados, no podía saber si realmetne lo eran. Y, bueno, estaba ese asunto.
Debía tomar una decisión ante de que la sospecha que ya había sembrado madurara con su falta de prisas y lo crucial de aquella operación.
—Todavía hay un problema. Bueno, tres. El primero es que me molesta que traigas... muñecas, a una operación secreta. Sospecho que pueden ser ellas quienes se hayan ido de la lengua, dado que las has encajado como simples accesorios y juguetes. Me parecen un peligro. El siguiente problema es que necesito ir con su jefe cuanto antes, pero necesito algo para ir a hablar con él y encontrarle sin necesidad de que esté usted, porque, bueno —comentó el ninigyo, rascándose el cuello—. No puedo perder más el tiempo enfrentándome a la mujer que está escondida... allí—y entonces señalaría a la última localización donde había visto a Zuu.
Qué hijo de la gran puta estaba hecho. ¡Pero qué hijo de la grandísima puta! ¿Traicionando la primera de cambio a su gente? ¡¿Por qué?! Sí, eso es lo que pensaría cualquiera con dos dedos de frente; y Will aunque utilizara otras palabras mínimo lo cortaba en dos cachos. Pero bueno, es que quería ir a conocer a Rogers, y en aquel momento Zuu, tanto como Bunny, eran poco más que una traba en lo que deseaba que fuera su reunión privada.
- Resumen:
- ¡Traición! ¡Traición y más tración! ¿Riesgo? ¡Riesgo! Kaito hijo de tilapia. Básicamente quiere ir a conocer a Rogers XD, y esta haciendo todo lo que puede para ir solo.
Sí, lo había notado. Había podido percibir a la perfección cómo mi golpe daba en el blanco. Aquel tipo estaba lejos de ser derrotado, por supuesto, pero no era intocable. Y entonces, cuatro varas de metal fueron a aterrizar justo sobre la zona a la que él mismo había dado forma. ¿Qué clase de poder tenía? ¿Qué era ese energía amarillenta que producía y controlaba a voluntad? No había que ser un genio para darse cuenta de que las vigas estaban colocadas de una forma demasiado conveniente, formando un perímetro que nos dejaba en su interior. ¿Para qué? Para encerrarnos, lo que quedó claro en cuanto esa dichosa energía comenzó a intentar conectar todos los pilares entre sí.
Por desgracia para ese tipo, no había nacido quien fuese capaz de hacer algo así antes de que yo me moviese -al menos eso pensaba-. Me desmaterialicé en cuanto fui consciente de sus intenciones, huyendo hacia arriba -e intentando llevar a Wyrm conmigo de poder- para escapar al cerco. Una vez fuera, de haber logrado zafarme de su prisión, orientaría el canalizador de luz de una de mis manos hacia el enemigo en movimiento, disparando un único proyectil con el fin de impedir que continuase por ese camino. Nada más que una mera distracción, claro está, pues no dudaría en volver a tomar forma frente a él, en paralelo al suelo y con la pierna derecha cargada, para tratar de lanzar un poderoso puntapié cargado de mi voluntad a la boca de su estómago.
-Me parece bien que tengas planes y estrategias que cumplir, pero me parece que no te ha quedado claro que no vas a conseguirlo mientras yo esté en pie para evitarlo.
Ya había dejado suficiente margen para las charlas de aclimatación, así que no volví a brindarle la oportunidad de operar con tranquilidad. Desenfundé los espejos de Blancanieves en un santiamén, arrojándolos al aire y quedando estos suspendidos en la zona y a voluntad de mi mirada. No recordaba haberlos empleado jamás en batalla, al menos todos a la vez, pero la situación lo merecía. Y es que me brindaban una movilidad que hacía de mi velocidad algo difícil de combatir.
Asumiendo una vez más mi forma etérea, me lancé al ataque, pero no a por mi enemigo. El destello se desplazó hacia la derecha, pero tras ser reflejado dos veces recuperé mi corporeidad junto al costado izquierdo de mi enemigo. Dos relucientes dedos devoraron el aire que los separaba de su costado, donde intenté proyectar dos láseres con la intención de atravesar su cuerpo al completo en dirección ascendente.
Por desgracia para ese tipo, no había nacido quien fuese capaz de hacer algo así antes de que yo me moviese -al menos eso pensaba-. Me desmaterialicé en cuanto fui consciente de sus intenciones, huyendo hacia arriba -e intentando llevar a Wyrm conmigo de poder- para escapar al cerco. Una vez fuera, de haber logrado zafarme de su prisión, orientaría el canalizador de luz de una de mis manos hacia el enemigo en movimiento, disparando un único proyectil con el fin de impedir que continuase por ese camino. Nada más que una mera distracción, claro está, pues no dudaría en volver a tomar forma frente a él, en paralelo al suelo y con la pierna derecha cargada, para tratar de lanzar un poderoso puntapié cargado de mi voluntad a la boca de su estómago.
-Me parece bien que tengas planes y estrategias que cumplir, pero me parece que no te ha quedado claro que no vas a conseguirlo mientras yo esté en pie para evitarlo.
Ya había dejado suficiente margen para las charlas de aclimatación, así que no volví a brindarle la oportunidad de operar con tranquilidad. Desenfundé los espejos de Blancanieves en un santiamén, arrojándolos al aire y quedando estos suspendidos en la zona y a voluntad de mi mirada. No recordaba haberlos empleado jamás en batalla, al menos todos a la vez, pero la situación lo merecía. Y es que me brindaban una movilidad que hacía de mi velocidad algo difícil de combatir.
Asumiendo una vez más mi forma etérea, me lancé al ataque, pero no a por mi enemigo. El destello se desplazó hacia la derecha, pero tras ser reflejado dos veces recuperé mi corporeidad junto al costado izquierdo de mi enemigo. Dos relucientes dedos devoraron el aire que los separaba de su costado, donde intenté proyectar dos láseres con la intención de atravesar su cuerpo al completo en dirección ascendente.
- Resumen:
- Intentar cagarme a piñas con Procyon.
Hamlet
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-¿Poco profesional? -mascullé, afectado por sus palabras.
Aquello resultaba más insultante que el propio hecho de minusvalorar los esfuerzos del Vicealmirante Kasai. Quedé tan absorto por la respuesta que no reparé en que mi golpe era fácilmente repelido por su muro de luz. "Poco profesional". ¿Por eso me estaba dejando llevar tanto por las emociones? ¿Es por eso que mostraba una clara inferioridad respecto a mis compañeros? ¿Había acaso otra explicación coherente?
En un pestañeo, me hallé desplazado, aferrado por un raudo Iulio que me acababa de apartar de lo que parecía ser un letal ataque. De no ser por él, habría resultado atrapado entre las vigas. Ahora más concentrado en lo que me rodeaba, traté de ignorar aquellas divagaciones y simplemente levanté la mirada. No iba a sumirme en otro trance de inconsciencia. ¿Se mofaba de mi falta de profesionalidad? Iba a demostrarle cuán metódico podía ser.
-Reglamento 03/01 de la Marina -recité en voz baja, en susurros casi inaudibles-, del procedimiento general de intervención. Artículo 5.1: si el intervenido se negare a someterse bajo la tutela de los oficiales interventores, estos quedan autorizados a usar toda la fuerza que resulte necesaria para someterlo.
Me noté algo extenuado: aquello significaba que estaba empezando a sufrir los efectos negativos de mis técnicas. Lo mejor sería poner toda la carne en el asador antes de que quedase completamente exhausto en mitad del campo de batalla. Y eso implicaba utilizar toda mi fuerza. Si era necesario, de forma letal.
Mi rostro se iluminó con la luz carmesí que provenía de mis encendidos puños. Observé a Iulio lanzar una poderosa patada contra el pirata mientras desplegaba una de sus armas. No podía utilizar mi único ataque a distancia, puesto que aquello arruinaría su táctica. Tratando de pasar desapercibido -y sabiendo que era difícil, puesto que la armadura y sus cohetes no eran exactamente discretos-, dejé que Iulio atrapase su atención y volé hasta su espalda, descargando una lluvia de puños flamígeros contra uno de los criminales más desagradables que había conocido. Esta vez, no obstante, traté de no dejarme llevar por la rabia y concentrarme para que el siguiente ataque no me pillase desprevenido.
Aquello resultaba más insultante que el propio hecho de minusvalorar los esfuerzos del Vicealmirante Kasai. Quedé tan absorto por la respuesta que no reparé en que mi golpe era fácilmente repelido por su muro de luz. "Poco profesional". ¿Por eso me estaba dejando llevar tanto por las emociones? ¿Es por eso que mostraba una clara inferioridad respecto a mis compañeros? ¿Había acaso otra explicación coherente?
En un pestañeo, me hallé desplazado, aferrado por un raudo Iulio que me acababa de apartar de lo que parecía ser un letal ataque. De no ser por él, habría resultado atrapado entre las vigas. Ahora más concentrado en lo que me rodeaba, traté de ignorar aquellas divagaciones y simplemente levanté la mirada. No iba a sumirme en otro trance de inconsciencia. ¿Se mofaba de mi falta de profesionalidad? Iba a demostrarle cuán metódico podía ser.
-Reglamento 03/01 de la Marina -recité en voz baja, en susurros casi inaudibles-, del procedimiento general de intervención. Artículo 5.1: si el intervenido se negare a someterse bajo la tutela de los oficiales interventores, estos quedan autorizados a usar toda la fuerza que resulte necesaria para someterlo.
Me noté algo extenuado: aquello significaba que estaba empezando a sufrir los efectos negativos de mis técnicas. Lo mejor sería poner toda la carne en el asador antes de que quedase completamente exhausto en mitad del campo de batalla. Y eso implicaba utilizar toda mi fuerza. Si era necesario, de forma letal.
Mi rostro se iluminó con la luz carmesí que provenía de mis encendidos puños. Observé a Iulio lanzar una poderosa patada contra el pirata mientras desplegaba una de sus armas. No podía utilizar mi único ataque a distancia, puesto que aquello arruinaría su táctica. Tratando de pasar desapercibido -y sabiendo que era difícil, puesto que la armadura y sus cohetes no eran exactamente discretos-, dejé que Iulio atrapase su atención y volé hasta su espalda, descargando una lluvia de puños flamígeros contra uno de los criminales más desagradables que había conocido. Esta vez, no obstante, traté de no dejarme llevar por la rabia y concentrarme para que el siguiente ataque no me pillase desprevenido.
- Resumen:
- Aprovechar la distracción y atacar a Procyon por la espalda.
- Cosas:
- King: Besieger: Apretando sus puños, Wyrm comienza a acumular fuerza en sus brazos (aumentando de forma escénica su tamaño y su musculatura), de modo que sus impactos adquieren una mayor potencia. No obstante, esto dificulta la coordinación de sus golpes, pudiendo apenas lanzar un par seguidos. De este modo, aumenta su Fuerza en un dos rangos durante cuatro turnos y disminuye su Agilidad en un rango, con recarga de uso de tres turnos. Tras usar esta técnica, Wyrm queda bastante agotado.
Haki de Armadura: Nivel 2
Nero's Wildfire: Pasivamente, la ira de Wyrm se expresa en un ardiente anillo carmesí que refulge y titila alrededor de su pupila, que es más evidente cuanto más enfadado se halle. Activamente, el marine puede envolver sus puños en llamas de este color con un movimiento raudo, que arden a 200º C. La duración de este efecto es de 2 turnos, con otros tres de recarga.
RAL
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Lo debió haber visto venir, estaba claro que no dejarían que hiciera nada sospechoso por el camino o que memorizase la ruta. Si la iban a llevar a ver al jefazo lo lógico era asegurarse de que fuera lo menos peligrosa posible, y eso incluía deshacerse de las armas, así como todo lo que pareciera sospechoso. De todas formas que no estuviera atada y que hubieran respetado todo lo que estaba debajo de la gabardina denotaba cierto grado de confianza, era un mensaje "no te hemos puesto una correa, no hagas estupideces". Todos estos pensamientos pasaban por la cabeza de Roberta mientras analizaba la sala con una mirada nerviosa, tenía que poner la cabeza en su sitio rápidamente, pero estar sin la máscara era prácticamente como estar desnuda.
Por fin entró el hombre que ella esperaba, Vasili Komaroff, aquel que estaba detrás de las operaciones de los Ambrosse en esta zona, se presentó y esperó a que Roberta hiciera lo propio, pero no podía hacer ni contacto visual, parecía estar a punto de tener una crisis y estaba al borde de hiperventilar. De todas formas tomó aire y dijo unas pocas palabras por lo bajo, lo suficiente como para que sólo las personas de la mesa las escuchasen.
- ¿P-Puedo tener mi máscara? - Unos segundos después esta estaba en la mesa, estaba claro que la habían investigado para asegurarse de que no tenía ningún mecanismo sospechoso, seguramente Vasili no viera motivo para rechazar la petición. Una vez esta volvió a cubrir el rostro de la joven la transformación fue casi instantánea.
Miré alrededor, si pudieran ver mi rostro tras la máscara estaría claro que podrían ver una mirada de pura ira. Pero no estaba en posición de permitirme hacer una locura dejándome llevar. Si estaba aquí era porque nos querían vivas.
- Por ahora puede llamarme Agente RAL. - Me presenté con tono seco y monótono. Tras eso escuché en completo silencio los motivos que movían a la familia y los planes que tenían, así como su propuesta. - Si me permite Señor Komaroff...- Comenté mientras palpaba el bolsillo de mi camisa, sacando la pluma y la libreta, poniendo esta sobre la mesa y comenzando a hacer un pequeño esquema. - Si mal no he entendido, lo que busca es librarse de tres problemas usando un único peón ¿No es acaso eso demasiado ambicioso? Con todo el debido respeto. - Comenté mientras dibujaba una serie de círculos y los marcaba, cada uno representando una facción diferente. - La persecución del gobierno, los piratas de Sirio y un rival. En efecto el gobierno nos envió a negociar con Banners y el resto del grupo ya debería estar a punto de encontrarse con su contacto ¿Qué cree que les dirá Banners? Exactamente lo mismo que usted. Así no llegaremos a nada, y desde luego el Gobierno no tiene tiempo para hacer de mediador entre dos familias de criminales. Tal y como lo veo, propongamos que accedo, en medio de la guerra estallaría un conflicto con Banners, exactamente lo mismo si los otros acceden. Si, uno de los dos se alzará como el nuevo rey en las sombras del archipiélago, pero será un rey de un montón de cenizas sin valor, ni negocios, ni archipiélago que la familia tanto adora. Con cualquiera de las dos opciones se abren demasiados frentes como para acabar la guerra en un tiempo aceptable, para evitar daños colaterales. - Dejé la pluma sobre la mesa y miré a Vasili a los ojos. - Mi contraoferta. Tachemos a Banners de la ecuación y trataré de que pueda negociar con el Gobierno. Mi propuesta a título personal, no como agente, olvídese de sus viejas rencillas con Banners, estoy seguro de que entre ambos poseen una fuerza más que suficiente como para expulsar a los piratas, una vez acabe todo esto tendrán tiempo de sobra para volver a disputar el dominio del archipiélago. Además... estoy seguro de que ya tiene más de un infiltrado aquí, controlando el mercado de las drogas es fácil ganar adeptos dependientes. Será fácil ponerse en contacto con él. - Me recliné en el asiento y me llevé la mano al ceño, apretando aquella zona de la máscara y cerrando los ojos un momento a la vez que respiraba. Demasiadas palabras a la vez, demasiada interacción, esto no era lo mío. Volví a mirar a mi anfitrión. - Bien, a mi parecer esas son las cartas sobre la mesa, este es mi análisis de situación ¿Le interesa?
Por fin entró el hombre que ella esperaba, Vasili Komaroff, aquel que estaba detrás de las operaciones de los Ambrosse en esta zona, se presentó y esperó a que Roberta hiciera lo propio, pero no podía hacer ni contacto visual, parecía estar a punto de tener una crisis y estaba al borde de hiperventilar. De todas formas tomó aire y dijo unas pocas palabras por lo bajo, lo suficiente como para que sólo las personas de la mesa las escuchasen.
- ¿P-Puedo tener mi máscara? - Unos segundos después esta estaba en la mesa, estaba claro que la habían investigado para asegurarse de que no tenía ningún mecanismo sospechoso, seguramente Vasili no viera motivo para rechazar la petición. Una vez esta volvió a cubrir el rostro de la joven la transformación fue casi instantánea.
Miré alrededor, si pudieran ver mi rostro tras la máscara estaría claro que podrían ver una mirada de pura ira. Pero no estaba en posición de permitirme hacer una locura dejándome llevar. Si estaba aquí era porque nos querían vivas.
- Por ahora puede llamarme Agente RAL. - Me presenté con tono seco y monótono. Tras eso escuché en completo silencio los motivos que movían a la familia y los planes que tenían, así como su propuesta. - Si me permite Señor Komaroff...- Comenté mientras palpaba el bolsillo de mi camisa, sacando la pluma y la libreta, poniendo esta sobre la mesa y comenzando a hacer un pequeño esquema. - Si mal no he entendido, lo que busca es librarse de tres problemas usando un único peón ¿No es acaso eso demasiado ambicioso? Con todo el debido respeto. - Comenté mientras dibujaba una serie de círculos y los marcaba, cada uno representando una facción diferente. - La persecución del gobierno, los piratas de Sirio y un rival. En efecto el gobierno nos envió a negociar con Banners y el resto del grupo ya debería estar a punto de encontrarse con su contacto ¿Qué cree que les dirá Banners? Exactamente lo mismo que usted. Así no llegaremos a nada, y desde luego el Gobierno no tiene tiempo para hacer de mediador entre dos familias de criminales. Tal y como lo veo, propongamos que accedo, en medio de la guerra estallaría un conflicto con Banners, exactamente lo mismo si los otros acceden. Si, uno de los dos se alzará como el nuevo rey en las sombras del archipiélago, pero será un rey de un montón de cenizas sin valor, ni negocios, ni archipiélago que la familia tanto adora. Con cualquiera de las dos opciones se abren demasiados frentes como para acabar la guerra en un tiempo aceptable, para evitar daños colaterales. - Dejé la pluma sobre la mesa y miré a Vasili a los ojos. - Mi contraoferta. Tachemos a Banners de la ecuación y trataré de que pueda negociar con el Gobierno. Mi propuesta a título personal, no como agente, olvídese de sus viejas rencillas con Banners, estoy seguro de que entre ambos poseen una fuerza más que suficiente como para expulsar a los piratas, una vez acabe todo esto tendrán tiempo de sobra para volver a disputar el dominio del archipiélago. Además... estoy seguro de que ya tiene más de un infiltrado aquí, controlando el mercado de las drogas es fácil ganar adeptos dependientes. Será fácil ponerse en contacto con él. - Me recliné en el asiento y me llevé la mano al ceño, apretando aquella zona de la máscara y cerrando los ojos un momento a la vez que respiraba. Demasiadas palabras a la vez, demasiada interacción, esto no era lo mío. Volví a mirar a mi anfitrión. - Bien, a mi parecer esas son las cartas sobre la mesa, este es mi análisis de situación ¿Le interesa?
- Resumen:
- Pedir la máscara y presentar mi contraoferta.
Hayden Ashworth
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Había cometido el error de creer que Sirio ya estaba combatiendo con todo. Todo ese rato, aquella bestia no había hecho nada sino jugar con él. Cambió de forma y aquel fuego azul que alcanzaba una temperatura que nadie sería capaz de resistir... no le hizo absolutamente nada. Sintió su agarre en su brazo mientras el tamaño del dragón disminuía, volviendo a su forma humana, siendo ahora la diferencia entre ambos notable, ahora físicamente. Sintió los huesos de su brazo quebrarse tan solo con la fuerza del perro que, sin ningún problema, lo levantó en el aire.
El suelo chocó contra su espalda, haciendo que perdiese la respiración durante un instante. Le costaba sentir sus extremidades, era como si todo su cuerpo estuviese entumecido. Vio venir un golpe directo a su rostro, que intentó parar con un brazo, sin éxito. El segundo golpe ni siquiera le dio tiempo a pensar en detenerlo. Y luego un tercero. Cada golpe entumecía y nublaba aún más su vista. En un momento de desespero, su cuerpo rápidamente empezó a cubrirse por la armadura del dragón azul, pero antes de poder cubrirlo por completo, recibió un golpe más. Aquel golpe arrancó la armadura y la hizo añicos, separándola del cuerpo de Zuko y dejando a un lado restos de metal azul.
No podía hacer absolutamente nada, pero vaya si lo iba a intentar. Tras un último golpe, con la vista nublada y un pitido en los oídos, se giró en el suelo para estar bocabajo. Intentó ponerse en pie, pero... Una mano en su hombro le obligó a ponerse bocarriba de nuevo. Sintió su pie, chocar contra su pecho, castigando sus costillas rotas. Dejó escapar sangre abriendo la boca. Con sus últimas fuerzas agarró el tobillo con la mano, pero... estaba demasiado débil por su brazo roto y todas sus heridas. Por mucho que gritase y lo intentase, no podía quitarse al perro de encima.
Pudo ver como movía la boca, pero lo único que oía era un pitido. Sintió como tiraba de su brazo y... gritó cuando este fue separado de su hombro. Su otra mano sujetó entonces la muñeca, separándola de su pie sin una sola dificultad. El dragón intentó hacer de todo para librarse. Intentó activar la quinta puerta del Chi, sin éxito alguno. Era incapaz de poner la mente en blanco. Intentó golpearle con las piernas, pero estas chocaban contra un muro que no caía. Finalmente, su otro brazo también se separó. Zuko gritó, sintiendo como su consciencia se desvanecía pero haciendo todo lo posible por mantenerla.
En aquella vista que se oscurecía lo vio, alzando el brazo como una flecha. Este iba directo hacia él, amenazando con terminar por fin con su vida tras aquella sesión de tortura. Fue en aquel instante que, para él, el tiempo se detuvo. No como cuando utilizaba el mantra y predecía ataques, no como cuando vaciaba su mente y esquivaba por instinto... No podía moverse, y veía la muerte acercarse cada vez más. Cerró los ojos... O él creyó que cerró los ojos. Su vista se volvió negra. Iba a utilizar sus últimas energías en...
"Kus..." —Lo había visto hace nada. Estaba cerca. Podía establecer la conexión mental con él... o eso esperaba— ... No he podido pararle... Dile a Iulio y los demás que... Lo siento."
Y, tras ese último mensaje enviado a su mejor amigo... Perdió el conocimiento. No sin antes parecerle oír a alguien pronunciar su rango y su nombre.
El suelo chocó contra su espalda, haciendo que perdiese la respiración durante un instante. Le costaba sentir sus extremidades, era como si todo su cuerpo estuviese entumecido. Vio venir un golpe directo a su rostro, que intentó parar con un brazo, sin éxito. El segundo golpe ni siquiera le dio tiempo a pensar en detenerlo. Y luego un tercero. Cada golpe entumecía y nublaba aún más su vista. En un momento de desespero, su cuerpo rápidamente empezó a cubrirse por la armadura del dragón azul, pero antes de poder cubrirlo por completo, recibió un golpe más. Aquel golpe arrancó la armadura y la hizo añicos, separándola del cuerpo de Zuko y dejando a un lado restos de metal azul.
No podía hacer absolutamente nada, pero vaya si lo iba a intentar. Tras un último golpe, con la vista nublada y un pitido en los oídos, se giró en el suelo para estar bocabajo. Intentó ponerse en pie, pero... Una mano en su hombro le obligó a ponerse bocarriba de nuevo. Sintió su pie, chocar contra su pecho, castigando sus costillas rotas. Dejó escapar sangre abriendo la boca. Con sus últimas fuerzas agarró el tobillo con la mano, pero... estaba demasiado débil por su brazo roto y todas sus heridas. Por mucho que gritase y lo intentase, no podía quitarse al perro de encima.
Pudo ver como movía la boca, pero lo único que oía era un pitido. Sintió como tiraba de su brazo y... gritó cuando este fue separado de su hombro. Su otra mano sujetó entonces la muñeca, separándola de su pie sin una sola dificultad. El dragón intentó hacer de todo para librarse. Intentó activar la quinta puerta del Chi, sin éxito alguno. Era incapaz de poner la mente en blanco. Intentó golpearle con las piernas, pero estas chocaban contra un muro que no caía. Finalmente, su otro brazo también se separó. Zuko gritó, sintiendo como su consciencia se desvanecía pero haciendo todo lo posible por mantenerla.
En aquella vista que se oscurecía lo vio, alzando el brazo como una flecha. Este iba directo hacia él, amenazando con terminar por fin con su vida tras aquella sesión de tortura. Fue en aquel instante que, para él, el tiempo se detuvo. No como cuando utilizaba el mantra y predecía ataques, no como cuando vaciaba su mente y esquivaba por instinto... No podía moverse, y veía la muerte acercarse cada vez más. Cerró los ojos... O él creyó que cerró los ojos. Su vista se volvió negra. Iba a utilizar sus últimas energías en...
"Kus..." —Lo había visto hace nada. Estaba cerca. Podía establecer la conexión mental con él... o eso esperaba— ... No he podido pararle... Dile a Iulio y los demás que... Lo siento."
Y, tras ese último mensaje enviado a su mejor amigo... Perdió el conocimiento. No sin antes parecerle oír a alguien pronunciar su rango y su nombre.
- Resumen:
- Defenderme hasta el último momento y, justo antes, mandarle un mensaje mental a Kus cuando creía que iba a morir
William White
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El plan estaba saliendo ni pintado, nos habíamos hecho con un mapa exacto de las instalaciones, localizando así la dichosa sala de máquinas, la cual se encontraba en un piso inferior. Además, había logrado una de esas tarjetas de identificación, por lo guardándomela exactamente en el mismo bolsillo izquierdo que en el que el pantalón que la había encontrado uno de mis compinches, me decidí a meterme bien en el papel de Mujica, un hombre de aspecto rechoncho y afable.
Fuera como fuera, lo que escuchó a continuación del par de jóvenes cadetes que lo saludaron, por el contrario, no fue para nada agradable. La introducción de un nuevo prototipo en la guerra podría ser nefasta para su bando, y por el tono y el hecho de que un vicealmirante debiera pedir permiso para poder usar tal material incluso en tiempos de guerra, solo era indicativo de cuan destructivo podía ser algo así. Fuera como fuera, debía saber un detalle más antes de marcharse.
Y es que el apellido no me era del todo desconocido, los Mujica había un conocido gobernante local de una de esas regiones latinas que solía salir en los periódicos, independientemente de si era familia cercana o no, aquello no me dejaba otra alternativa a emular un acento latino simular a lo que había escuchado de algún marinero de Dressrosa.
-Buenos días- respondería con una voz algo ronca, esperando que el tal Mujica no resultará ser mudo -Me alegra oír eso, ¿Se sabe ya cuándo llegar…? - continué antes de fingir un golpe de tos sumamente violento, tras el cual carraspearía varias veces, tratando de ocultar así un posible tono o acento incorrecto, o más bien justificarlo.
Una vez escuchará la respuesta, si no encontraba ninguna oposición continuaría con su camino, despidiéndose con un gesto mientras se llevaba la mano a la garganta, aquejando un posible malestar de garganta. Si nadie lo impedía, examinó la bifurcación una vez llegó a la sala blanca, por un lado, una escalera de caracol que conducía al piso superior, y por otro lado una puerta de doble factor, esta con un ojo y una huella dactilar, tras confirmar si aquella puerta conducía el nivel inferior, se detuvo a ver si había alguna forma de traspasarla.
-Maldición- masculló para sus adentros, consciente de que aquella puerta quedaba lejos de la capacidad que podía llegar con “los secretos del bandido”, lo cuales resultaban una gran colección de secretos profesionales, sí, pero de la vieja escuela. Aún así puede que no estuviera todo perdido.
-Dame un momento- musitó a su compañero haciendo un gesto de que vigilará para evitar invitados inesperados, -Sarah, nos hemos topado con una puerta de doble factor: ocular y dactilar- arrancaría haciendo contacto con su pequeño auricular a la vez que trataba de decir el nombre o la marca del terminal si la encontraba a la vista cerca del panel -¿Alguna forma de traspasarlo? ¿Fiabilidad? ¿Sistemas de alarma en caso de fallo? - preguntaría a la ingeniera mientras sacaba la tarjeta y generando un fina lamina de “Bungee gum” trataba de sacar huellas dactilares de la tarjeta, ya que el tenía por costumbre y gracias a los poderes de fruta diabólica, él no solía dejar ningún tipo de rastro -Y de paso informe de situación- masculló con tono increíblemente bajo.
Si se daba la casualidad y podía emular el aspecto tanto del ojo gracias a la imagen de la tarjeta, como de la posible huella que pudiera hallar en la misma, trataría de pasar la puerta, pesé a los riesgos que pudiera haber advertido su compañera, aunque estaría preparado antes las contingencias que le pudiera haber dicho.
En el caso de que no logrará pasar la puerta de aquella forma y su compañera no le diera una alternativa válida, se resignaría a hacer caso a su cómplice Takeshi, subiendo a la planta de arriba, y es que por muy tentadora que pudiera resultar la idea de atajar trabajo bajando a la sala de máquinas, con destruir las posiciones también bastaba, aunque aquello implicará patearse aún más la base.
Fuera como fuera, lo que escuchó a continuación del par de jóvenes cadetes que lo saludaron, por el contrario, no fue para nada agradable. La introducción de un nuevo prototipo en la guerra podría ser nefasta para su bando, y por el tono y el hecho de que un vicealmirante debiera pedir permiso para poder usar tal material incluso en tiempos de guerra, solo era indicativo de cuan destructivo podía ser algo así. Fuera como fuera, debía saber un detalle más antes de marcharse.
Y es que el apellido no me era del todo desconocido, los Mujica había un conocido gobernante local de una de esas regiones latinas que solía salir en los periódicos, independientemente de si era familia cercana o no, aquello no me dejaba otra alternativa a emular un acento latino simular a lo que había escuchado de algún marinero de Dressrosa.
-Buenos días- respondería con una voz algo ronca, esperando que el tal Mujica no resultará ser mudo -Me alegra oír eso, ¿Se sabe ya cuándo llegar…? - continué antes de fingir un golpe de tos sumamente violento, tras el cual carraspearía varias veces, tratando de ocultar así un posible tono o acento incorrecto, o más bien justificarlo.
Una vez escuchará la respuesta, si no encontraba ninguna oposición continuaría con su camino, despidiéndose con un gesto mientras se llevaba la mano a la garganta, aquejando un posible malestar de garganta. Si nadie lo impedía, examinó la bifurcación una vez llegó a la sala blanca, por un lado, una escalera de caracol que conducía al piso superior, y por otro lado una puerta de doble factor, esta con un ojo y una huella dactilar, tras confirmar si aquella puerta conducía el nivel inferior, se detuvo a ver si había alguna forma de traspasarla.
-Maldición- masculló para sus adentros, consciente de que aquella puerta quedaba lejos de la capacidad que podía llegar con “los secretos del bandido”, lo cuales resultaban una gran colección de secretos profesionales, sí, pero de la vieja escuela. Aún así puede que no estuviera todo perdido.
-Dame un momento- musitó a su compañero haciendo un gesto de que vigilará para evitar invitados inesperados, -Sarah, nos hemos topado con una puerta de doble factor: ocular y dactilar- arrancaría haciendo contacto con su pequeño auricular a la vez que trataba de decir el nombre o la marca del terminal si la encontraba a la vista cerca del panel -¿Alguna forma de traspasarlo? ¿Fiabilidad? ¿Sistemas de alarma en caso de fallo? - preguntaría a la ingeniera mientras sacaba la tarjeta y generando un fina lamina de “Bungee gum” trataba de sacar huellas dactilares de la tarjeta, ya que el tenía por costumbre y gracias a los poderes de fruta diabólica, él no solía dejar ningún tipo de rastro -Y de paso informe de situación- masculló con tono increíblemente bajo.
Si se daba la casualidad y podía emular el aspecto tanto del ojo gracias a la imagen de la tarjeta, como de la posible huella que pudiera hallar en la misma, trataría de pasar la puerta, pesé a los riesgos que pudiera haber advertido su compañera, aunque estaría preparado antes las contingencias que le pudiera haber dicho.
En el caso de que no logrará pasar la puerta de aquella forma y su compañera no le diera una alternativa válida, se resignaría a hacer caso a su cómplice Takeshi, subiendo a la planta de arriba, y es que por muy tentadora que pudiera resultar la idea de atajar trabajo bajando a la sala de máquinas, con destruir las posiciones también bastaba, aunque aquello implicará patearse aún más la base.
- Resumen:
- Pues trato de sacar una fecha de llegada de los pacifistas (¿debería conocer lo que son?) y trato de traspasar la puerta de doble factor tirando de algo de inventiva, ¿y muchas horas de CSI encima? Utilizo rasgos de todos los oficios de lingüista + investigador + infiltrado, tanto con el tema de la voz como con el plan de la puerta ^^
Lingüista [Rango 9 + 1 Humano]
Infiltrado [Rango 12 + 1 Excelencia]
Investigador [Rango 12 + 1 Excelencia]
Roland Oppenheimer
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«Putos marines» era lo único en lo que podía pensar el mink en la celda del gigantesco muro. Allí, solo, en un lecho de paja sin ventanas ni iluminación, meditaba sobre los sucesos que le habían llevado a su situación actual. De haberlo sabido, hubiera evitado la fortaleza marine, pero no era ningún adivino. Ni el más prodigioso ser vivo sobre la faz de la tierra podía predecir la estupidez e ineptitud de los demás, y de lo único que estaba seguro es que estaba cogiéndole aún más asco a los marines, si es que eso era posible. «No me arrepiento de haber cogido esa puta lanza —pensó—. Le doy más partido del que le hubieran dado ellos».
Sin embargo, no pudo evitar pensar en el doctor Minamoto Tatsue. El hombre tenía carácter, no podía negarlo, y mucha sangre fría. Más arrogancia de la que se podía permitir, y en ningún momento le faltaron las ganas a Roland de abrirle la cabeza, pero la presencia constante de marines se lo había impedido. ¿Cómo podría volver al Cipher Pol después de hacerlo cuando el cuerpo militar era aliado de la agencia de espionaje? El odio que sentía hacia el símbolo de la gaviota y quiénes lo portaban no hacía más que crecer por segundos y, sin embargo, se veía en la obligación de permanecer quieto, agachando la cabeza cuál cachorro que escucha una reprimenda. Y estaba harto.
—Te arrepentirás de esto—avisó al doctor cuando el tal Kyle empezó a atarle la cinta de cuero alrededor de las muñecas—. Has cometido el mayor error que podías.
Dejarse atar y esposar había sido una humillación mayor a las que ya había experimentado. ¿De verdad creían que así lograrían deshacerse de él? Solo habían dejado un fuego muy cerca de un barril de pólvora, y ese fuego estaba por extenderse y arrasar con todo. «Pero primero, las armas».
Le habían arrebatado a Vrontí, su orgullo y su vergüenza. Cuando se la arrebataron, se quedó callado; ni se inmutó. Si daba la más mínima alarma por el hecho de perder la lanza, podrían acabar relacionándolo con su auténtica identidad, y aquello solo le ocasionaría más problemas. No, debía esperar y no hacer nada, por mucho que lo odiara.
Y el momento había llegado. Creó un espejo gigantesco enfrente suyo y lo colocó en la puerta de la celda, de espaldas, bloqueando toda visibilidad. Una vez hecho, cruzó hacia su dimensión donde hizo acopio de armas nuevamente. Con Dyplon en el brazo izquierdo y Greathammer en el derecho, recogió varios explosivos con sus respectivos detonadores y volvió a su celda, donde deshizo el espejo hasta el punto de no existir.
—Diez segundos —murmuró a un par de cartuchos de dinamita antes de colocarlos en la cerradura y bisagras de la puerta. Se alejó lo más que pudo y se protegió con su escudo. En cuanto pasaron los diez segundos, la dinamita explotó.
Si todo había salido bien, la puerta de la celda tendría que haber que haber caído. Si no... Tan solo la golpearía sin parar con el partillo hasta lanzarla por los aires.
—Damas y caballeros —comenzaría su discurso, paseando por las celdas colindantes—. ¿Oís eso? Es el sonido de la derrota. La derrota de esos bastardos blanquiazules con aires de grandeza. Esos viles hombres que nos han encerrado aquí, sin compasión. ¿Es que acaso somos ratas? Somos hombres y mujeres libres, con derecho a vivir como queremos, y no sé vosotros, pero yo ya me cansé de sus cuidados. Compañeros de prisión, acabemos con la opresión de la gaviota, castiguemos a nuestros tiranos y calmemos nuestra sed de sangre. ¡Por la libertad!
A base de explosivos y martillazos, empezaría a forzar, empezando —si hay— por las comunitarias con más personas. Liberando a todos los presos encontraría su oportunidad.
—Tú —le diría al enano—. Eres pequeño, seguro que no te ven mucho. Toma estos explosivos y colócalos por donde quieras. En quince minutos los haré explotar —confiaba en que su sed de venganza le hiciera seguir sus ordenes.
«Ahora, a la armería» pensó, encaminándose a dicho lugar.
Sin embargo, no pudo evitar pensar en el doctor Minamoto Tatsue. El hombre tenía carácter, no podía negarlo, y mucha sangre fría. Más arrogancia de la que se podía permitir, y en ningún momento le faltaron las ganas a Roland de abrirle la cabeza, pero la presencia constante de marines se lo había impedido. ¿Cómo podría volver al Cipher Pol después de hacerlo cuando el cuerpo militar era aliado de la agencia de espionaje? El odio que sentía hacia el símbolo de la gaviota y quiénes lo portaban no hacía más que crecer por segundos y, sin embargo, se veía en la obligación de permanecer quieto, agachando la cabeza cuál cachorro que escucha una reprimenda. Y estaba harto.
—Te arrepentirás de esto—avisó al doctor cuando el tal Kyle empezó a atarle la cinta de cuero alrededor de las muñecas—. Has cometido el mayor error que podías.
Dejarse atar y esposar había sido una humillación mayor a las que ya había experimentado. ¿De verdad creían que así lograrían deshacerse de él? Solo habían dejado un fuego muy cerca de un barril de pólvora, y ese fuego estaba por extenderse y arrasar con todo. «Pero primero, las armas».
Le habían arrebatado a Vrontí, su orgullo y su vergüenza. Cuando se la arrebataron, se quedó callado; ni se inmutó. Si daba la más mínima alarma por el hecho de perder la lanza, podrían acabar relacionándolo con su auténtica identidad, y aquello solo le ocasionaría más problemas. No, debía esperar y no hacer nada, por mucho que lo odiara.
Y el momento había llegado. Creó un espejo gigantesco enfrente suyo y lo colocó en la puerta de la celda, de espaldas, bloqueando toda visibilidad. Una vez hecho, cruzó hacia su dimensión donde hizo acopio de armas nuevamente. Con Dyplon en el brazo izquierdo y Greathammer en el derecho, recogió varios explosivos con sus respectivos detonadores y volvió a su celda, donde deshizo el espejo hasta el punto de no existir.
—Diez segundos —murmuró a un par de cartuchos de dinamita antes de colocarlos en la cerradura y bisagras de la puerta. Se alejó lo más que pudo y se protegió con su escudo. En cuanto pasaron los diez segundos, la dinamita explotó.
Si todo había salido bien, la puerta de la celda tendría que haber que haber caído. Si no... Tan solo la golpearía sin parar con el partillo hasta lanzarla por los aires.
—Damas y caballeros —comenzaría su discurso, paseando por las celdas colindantes—. ¿Oís eso? Es el sonido de la derrota. La derrota de esos bastardos blanquiazules con aires de grandeza. Esos viles hombres que nos han encerrado aquí, sin compasión. ¿Es que acaso somos ratas? Somos hombres y mujeres libres, con derecho a vivir como queremos, y no sé vosotros, pero yo ya me cansé de sus cuidados. Compañeros de prisión, acabemos con la opresión de la gaviota, castiguemos a nuestros tiranos y calmemos nuestra sed de sangre. ¡Por la libertad!
A base de explosivos y martillazos, empezaría a forzar, empezando —si hay— por las comunitarias con más personas. Liberando a todos los presos encontraría su oportunidad.
—Tú —le diría al enano—. Eres pequeño, seguro que no te ven mucho. Toma estos explosivos y colócalos por donde quieras. En quince minutos los haré explotar —confiaba en que su sed de venganza le hiciera seguir sus ordenes.
«Ahora, a la armería» pensó, encaminándose a dicho lugar.
- Resumen:
- Amotinarse.
Normas del capítulo:
- Se moderará los martes entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los martes antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
- Está prohibido metarrolear, powerrolear y demás actitudes tóxicas.
- A más riesgo, más premio.
- Como es tradición, el barco de Sons of Anarchy se hundirá en algún momento.
- Cada post debe ocupar entre 250 y 1.200 palabras. Si no se está en estos límites, el post podría ser ignorado.
- Es responsabilidad de un usuario comunicarse con la gente con la que interactúa.
- Si un post tiene más de 15 faltas ortográficas por párrafo podría ser ignorado.
- Hacer un resumen de acciones relevantes es obligatorio independientemente de la extensión.
- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación:
- Esta traision no me la esperaba (Manglar 8):
- —Tus problemas me los paso por toda la punta de lo que se llama pene —te responde así de primeras mientras te levanta el dedo del medio—. Me da igual si te molestan mis muñecas, reineta, me importa una mierda que quieras ir a ver al patrón. Y encima… ¿Qué? ¿Enfrentándote a una mujer?
Bueno, creo que la traición no se la esperado nadie. Una de las chicas de Bunny, sin ninguna expresión en el rostro, camina hacia la posición señalada. Mira hacia todos lados, busca en todos los posibles escondites aledaños, pero no encuentra nada. Has traicionado a la espía del señor Komaroff, has intentado venderla a uno de los hombres de Banners. Sin embargo, para ser considerado un auténtico hijo de puta tienes que estar un paso por delante de la gente.
—Escúchame lo que te voy a decir, cara caimán, te estaba llevando a una trampa para secuestrarte e interrogarte. ¿Se suponía que debía creerme el cuento del agente gyojin? No porque vaya sin pantalones significa que las neuronas no me funcionan —te dice mientras la otra chica vuelve rápidamente; si te fijas, ni siquiera está tocando el suelo, sino deslizándose sobre el aire—. Te hacen falta veinte vidas para mentirle a un pro como yo.
Bunny saca un machete de estos que usan los cocineros orientales (un cuchillo de cocina, mejor dicho) y carga hacia ti frontalmente. Las chicas le acompañan, pero ninguna toca el suelo. A cinco metros se detiene y traza un corte horizontal y una onda cortante en forma de media luna se proyecta hacia delante, saliendo disparada y buscando tu estómago. Al mismo tiempo que Bunny realiza su ataque, las muñecas te intentan rodear (cada una por un flanco). La del flanco derecho te lanzará desde la boca una nube de gas verde pestilente, mientras que la del flanco izquierdo intentará cortarte con la mano a la altura del cuello. Sí, con la mano.
Se te abrirá un combate en su respectivo apartado, aunque puedes notificar a la moderación que harás algo para huir o abandonar la pelea.
- Déjenlo en paz, Procyon está chikito:
- El pirata se detiene y luego gira cuando los nota, por el rabillo del ojo, salir de la prisión. Frunce el ceño y los mira con la mano empuñada firmemente. Está molesto, no hace falta ser un psicólogo para darse cuenta de ello. ¿Han notado que siempre está tranquilo, incluso en el calor de la batalla? Bueno, han conseguido romper a alguien que no lo merece.
En vez de responder como lo hubiera hecho antes se prepara para el combate. Empuña la misma pistola de antes, pero tras presionar un botón, y al mismo tiempo que Iulio desenfunda los espejos, el arma ahora tiene doble cañón. Y luego los ojos le brillan a Procyon.
Iulio, te abalanzas hacia el pirata y ves que este no se mueve; está ahí sin mover un solo músculo. O eso parece. Tampoco hace nada cuando te preparas para dispararle, y ni siquiera se inmuta cuando tú, comandante Wyrm, te colocas a su espalda para soltar una lluvia de puñetazos flamígeros. La típica explosión que envuelve a la víctima de turno con humitos y todo envuelve, bueno, a la víctima de turno. Pero cuando el viento dispersa la nube de humo pueden ver que a Procyon no le ha pasado nada. A cada lado e incluso a la espalda tiene barreras hexagonales y doradas suspendidas que han bloqueado sus ataques.
—Está bien, retrasaré el plan unos… treinta segundos —dice Procyon, nuevamente estando tranquilo—. Si tuviera honor como ustedes, no haría lo que estoy a punto de hacer. Lo siento.
Procyon mueve su brazo como si fuera un látigo y saben que ha disparado únicamente porque ha sonado el rugir de su arma. Iulio, tú, como estás acostumbrado a viajar a grandes velocidades, igual habrás visto dos destellos dorados salir de la pistola de Procyon. En cualquier caso, el pirata aparece en un abrir y cerrar de ojos frente a Wyrm. Coloca la pistola a la altura de su estómago y dispara dos enormes vigas revestidas con haki. Te den o no, comandante, Procyon hará lo posible para ubicarse a tu espalda y darte una patada bañada en haki endurecido con la intención de enviarte al suelo. Por último, hará caer sobre ti (y todos los que estén cerca) una lluvia de vigas doradas como las de siempre.
- Prometo no quitarte otra vez la máscara:
- El señor Komaroff te mira sin ninguna expresión en el rostro. Escucha con atención cada una de tus palabras, mira el reloj y espera a que termines para darte una respuesta.
—Al menos eres mucho más lista que el pulpo de hace un rato. Acabas de hacer un análisis decente sobre la situación y has dado un pronóstico bastante probable…, si es que Banners fuera como yo o como cualquier otro criminal. Ese hombre es una calamidad, agente, a él no le interesa mi cabeza ni este archipiélago. —El hombre se levanta y mira por la ventana—. ¿Por qué Banners estará tan obsesionado con el cielo…? —pregunta más para sí que para ti—. Mis hombres controlan el centro del archipiélago y están logrando avances importantes para derribar la fortaleza del manglar 65, además conocemos a un hombre que está cansado de vivir bajo la sombra de su hermano. Con las palabras adecuadas él puede estar de nuestro lado. Un ataque coordinado pondría en jaque a las tropas de Sirio, pero para eso necesito la cabeza de Banners. Si él entra a la guerra, incluso el Gobierno Mundial se dará cuenta de que jamás debieron haber despertado a ese gigante dormido.
—Si no están interesadas en esta propuesta, las dejaremos en un lugar… seguro —dice Ronnie, aún apoyado en la estantería y con la permanente sonrisa—. Somos criminales y enemigos, pero incluso nosotros podemos respetar las viejas costumbres de la guerra.
Puedes intentar hacer una última contrapropuesta, aceptar la condición del señor Komaroff (la cual no ha cambiado nada, solo te ha dado más motivos para aceptarla), o confiar en que te enviarán a ti y a Rita a un lugar seguro para que puedas reunirte con el resto de tus compañeros.
- El que lo ha dado todo (manglar 70):
- Despiertas sin saber cuánto tiempo ha pasado. La luz blanca te molesta y te hace arder la cabeza; te sientes mareado. Si te das cuenta, verás que te han vendado ambos muñones y han tratado la mayoría de tus heridas. Si te fijas, verás a un hombre delgado y medio bajito con unas ojeras enormes. En caso de distinguir más detalles, notarás que tiene la nariz respingada y los ojos grises como sus desordenados cabellos.
—Por fin despiertas, vicealmirante. Soy el doctor Minamoto Tatsue —se presenta—. Podría pasarme el día entero diciendo la cantidad de heridas que tienes, pero lo importante es que las hemos tratado casi todas. Bueno, las he tratado casi todas. Hubieras muerto en manos de otro médico —te dice así tan tranquilo—. ¿Por qué lo hiciste? —te pregunta luego, mirándote casi con decepción—. Se suponía que eras el símbolo de la Marina. El héroe que los soldados necesitaban. ¿Por qué dejaste que mandaran tus pelotas en vez de tus neuronas? ¡Cientos de hombres murieron por tu culpa, por tu incompetencia militar!
—Doctor, c-creo que este no es el m-momento para algo así… —intenta tranquilizarle una enfermera—. El v-vicealmirante está cansado y…
—¡Y ellos muertos, Eva! Pero tienes razón… Este no es el momento, además hemos conseguido información importante sobre nuestro enemigo gracias a la pelea del vicealmirante Kasai Zuko. —El doctor te mira—. Desde mi punto de vista, ahora tu vida solo le pertenece a la voluntad de los hombres que murieron por los que somos demasiado cobardes como para disparar un arma. Al menos cumplirás su última voluntad, ¿verdad?
- Willi a prueba de balas (Manglar 65):
- —¿El nuevo modelo de los pacifistas? Hmm, los desplegarán en cualquiera de estas batallas… Si no lo han hecho todavía es porque son muy peligrosos, pero considerando la situación…
Los chicos se despiden amablemente de ti y continúas tu camino. Enfrentas a tu primer gran adversario: la cerradura de doble sistema. Pero afortunadamente eres lo suficientemente bueno (y listo, todo hay que decirlo) como para vencerla. Y esto es en gran parte gracias a Sarah, quien ha respondido con suma profesionalidad todas tus preguntas. Al cabo de un rato consigues abrir la puerta, aunque has escuchado una especie de pitido. Igual esto es normal, imagino.
—¿Estaremos bien…? —pregunta tu compañero justo después de entrar.
Te encuentras en un pasillo muy largo con caracocámaras, pero como vas vestido de marine igual no te importa. Todo es blanco como la cocaína y hay un montón de puertas cerradas que, en cualquier caso, no debiera interesarte abrir. Si continúas hasta el fondo, podrás descender unas largas escaleras que te conducirán al último nivel de la fortaleza. A medida que vayas hacia este, escucharás el terrible y molesto sonido de los engranajes. Y es que cuando llegues te encontrarás en una gigantesca habitación llena de máquinas, suelo de metal y con larguísimos tubos que se pierden en el techo.
Puedes ver que hay gente trabajando, pero ninguno repara especialmente en ti. Son ingenieros, civiles que trabajan para la Marina. Ahora bien… ¿Qué es lo que harás para encontrar el sistema conectado a los cañones?
- ¡REBOLUSION!:
- Por fin has conseguido deshacerte de… REBOLUSION… ese maldito doctor, pero de pronto todo te suena a… REBOLUSION!! Ejem, suficiente. Sabes que tienes que recuperar tu lanza, aunque ni idea por qué estás tan ensimismado en demostrarle a esos perros del Gobierno Mundial que te necesitan. Lo tuyo es ser un espíritu libre, ¿verdad?
La táctica de tu espejo ha funcionado bien y, si bien has llamado un poco la atención, consigues lanzar por los aires la puerta de la celda. Ha sonado horrible y el resto de los prisioneros, sobre todo el enano, se fijan en ti. Pero es lo que querías, ¿no? Todos y cada uno de ellos, a excepción de un chico medio emo y con cara de rata, escuchan tus palabras y comienzan a gritar en apoyo a tus palabras. Como si todos fueran unos simios salvajes, empiezan a aullar, gritar, rugir y cualquier sinónimo de ruido que te puedas imaginar. Poco a poco los vas liberando, y lo más probable es que termines enfrentándote a los marines. Pero te da igual. Ni siquiera te ha importado a quién has liberado porque lo mismo aquí hay gente peligrosa. Por algo están encerrados, no sé.
—¡D-D-Dinamita! —te dice el enano, mirándote con los ojos hechos estrellas—. Solía hacer K-BOOM en la escuela. ¡Déjame hacer explotar la fortaleza! Por cierto, soy Keñy. ¿Cómo te llamas, bro?
Bueno, hay un único camino posible y tienes vía libre para ir por este. Si es así, te encontrarás en un largo pasillo, aunque necesitarás más tiempo para atravesarlo por completo. O también puedes socializar con tus compañeros, igual es importante conocer con quién trabajas.
[Puedes describir a tu gusto a un máximo de cinco compañeros]
- Señorita Celeste (Manglar 17):
- Bueno, imagino que sabes más o menos lo que pasa. Una cruel batalla se cuece en el oeste, las fuerzas unidas del Bajo Mundo intenta hacer caer la fortaleza del manglar 65 y una fiesta caótica avanza desde el norte hacia el sur por los manglares del este de la isla. Oh sí, es todo un maldito caos. Por fortuna para ti, te encuentras a salvo en una gigantesca mansión que aún se mantiene en pie. Un hombre amable y que se ha presentado como Joseph te ha recogido luego de que llegases a la isla.
Joseph, ese hombre de setenta años y metro ochenta, porte de caballero y ojos celestes, dice pertenecer a la familia del señor Banners. Al parecer, ha visto algo en tus ojos que le ha llamado la atención y, quién sabe, igual le recuerdas a sus años de juventud. En cualquier caso, te ha ofrecido estar en una de las tantas mansiones hasta que pase la guerra, sin embargo…
—Me gustaría saber sus cualidades, señorita… —Espera a que digas tu nombre—. Si bien le ofrezco la seguridad dentro de estas paredes, mi señor me reprendería por tratarla como una perrita callejera. Así que, por favor, cuénteme sus expectativas y por qué ha venido al archipiélago en tiempos tan… turbulentos.
Me gustaría que me contaras qué haces aquí y qué esperas de todo esto y, una vez lo hagas, el señor Joseph te dará una bonita misión que bien puedes rechazar o no, pero de eso hablaremos luego.
Roland Oppenheimer
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
«Al fin algo que me sale bien —pensó, con una sonrisa en el rostro—. Aunque estaba claro que me iba a salir bien». El sonido que salía de la boca de los criminales era como música para sus oídos, y sus casi alabanzas no hacían más que subirle el ego, si es que aquello era posible. «Piratas, criminales y revolucionarios nunca faltarán. Puedo destacar y volver al CP en cualquier otro momento... Pero la venganza es la venganza».
—Keñy, ¿eh? Tienes un nombre muy raro, chaval. —Observó los ojos del pequeño, de los que saltaban chiribitas—. Pero me gusta tu afán por las explosiones. Toma —se colgó el martillo de la espalda y le tendió varias cargas de sus explosivos acoplativos de alta demolición a distancia y un espejo de mano que creó con sus habilidades—, coloca los explosivos donde mejor crear y cuando vaya a detonarlos te avisaré por este pequeño espejo. Y... por el momento me puedes llamar señor Dios.
Entonces se fijó en el resto de criminales. Algunos parecían nenazas, otros estaban heridos y la mayoría tenían un aspecto rudo y peligroso. Pero sin duda todos y cada uno de ellos eran unos descerebrados con más músculos que neuronas, y aquello era perfecto. Había conseguido un grupo de hombres que tenían una deuda con él, con el hombre los había liberado de aquel aburrido y fatídico destino. Debía aprovechar que estaban los ánimos caldeados y dirigir a sus tropas para hacer caer el muro. Solo necesitaba ganárselos con las palabras «libertad» y «justicia», y así le seguirían hasta el fin del mundo.
—¡Hermanos. hermanas! ¡Escuchad mis palabras! —dijo, usando la altura que su transformación le profería una voz gravel, varonil y metálica para hacerse escuchar—. Somos libres de nuestras prisiones de hierro, pero hasta que no acabemos con el control que ejerce esta base no alcanzaremos la libertad. Uníos a mí, hermanos de espíritu, y acabemos con el dominio del Gobierno Mundial. ¡Hoy nos haremos con Sabaody, pero mañana conquistaremos el mundoooooo!
Esperaba que los prisioneros fueran lo suficientemente listos para escuchar las palabras de su salvador. Fuera como fuera, seguramente los marines no tardarían en aparecer; hasta esos ineptos debían de saber que algo iba mal si sonaban explosiones en sus mazmorras. Por lo que Roland aprovechó el tiempo todo lo que pudo.
—Los marines, con sus aires de grandeza, portando sus ropas blanquiazules y creyéndose más que los demás, están a punto de llegar para volver a encerrarnos a todos. ¿Se lo vamos a permitir? ¡Yo digo no! Escuchadme bien, compañeros y compañeras, mientras yo esté aquí nadie volverá a encerraros en vuestras vidas. ¡Larga vida a la libertad! —Esperó a escuchar las aclamaciones de los criminales para empezar a darles órdenes—. En cuanto los marines aparezcan por esas puertas —señaló la entrada a las celdas— los asaltaremos. Estaremos esperando hasta que las hayan cruzado, nos libraremos de ellos, robaremos sus armas y avanzaremos hasta la armería donde podremos aprovisionarnos con todo tipo de armas. ¡¿Quién está conmigo?!
Entonces buscaría con la mirada a los que creía que serían los más capaces del lugar. A ellos los dejaría a cargo de dirigir a la morralla. Escudriñó uno a uno a sus compañeros; había más de cincuenta personas allí encerradas. Entre ellas un hombre alto, con un traje completo hecho harapos, un cabello pelirrojo rizado y un sombrero de copa. También había otro hombre joven, esbelto y con rasgos duros y afilados, con los brazos cubiertos de sangre seca hasta los codos, y a su lado otro hombre, algo más mayor, con patas de palo en las piernas y muñones en las manos, ataviado con ropajes de pirata. En el otro extremo había una mujer con coleta y gafas simples que no paraba de salivar, y cerca suyo había un hombre, de mediana edad, con un mono a rayas blancas y negras y afilados cuernos en su cabeza. Todos ellos compartían un rasgo en común: la locura se reflejaba en sus ojos.
Sin parar a pensar si sería buena idea o no, los fue señalando y llamando uno a uno.
—A ver, tú, Sombrerero, ven para acá. Tú, Manosrrojas y tú, Muñones. Por último, tú y tú, Babitas y Cornudo. Cada uno coged a nueve o diez hombre y lideradlos en la batalla. Seréis vosotros quiénes esperéis al lado de la puerta a que aparezcan los marines. Una vez hayan entrado, cogéis sus armas y guiais al resto hasta la armería. Que se armen hasta los dientes. Ah, y esto por si lo necesitáis —les dio a cada uno dos cartuchos de su dinamita regulada y les explicó como funcionaban, y volvió a dirigirse al resto—. ¿Alguna duda? En caso contrario, ¡es la hora de la libertad! —gritó, levantando el brazo con el martillo. Una señal de que la guerra había comenzado.
Y lo mejor es que él no tenía que hacer nada. Una vez todos alcanzaran la armería, recuperaría sus armas y causaría la caída y destrucción del muro. Si los marines no querían ayudarle, los usaría para alcanzar sus objetivos. Durante su breve encierro, había estado pensando, y se había dado cuenta de que no todo era tan malo. Tan solo tenía que ayudar a los piratas a ganar la batalla y lograría infiltrarse en sus filas hasta llegar a Orión. Un plan sin fisuras, y sus nuevos esbirros le ayudarían a lograrlo.
—Keñy, ¿eh? Tienes un nombre muy raro, chaval. —Observó los ojos del pequeño, de los que saltaban chiribitas—. Pero me gusta tu afán por las explosiones. Toma —se colgó el martillo de la espalda y le tendió varias cargas de sus explosivos acoplativos de alta demolición a distancia y un espejo de mano que creó con sus habilidades—, coloca los explosivos donde mejor crear y cuando vaya a detonarlos te avisaré por este pequeño espejo. Y... por el momento me puedes llamar señor Dios.
Entonces se fijó en el resto de criminales. Algunos parecían nenazas, otros estaban heridos y la mayoría tenían un aspecto rudo y peligroso. Pero sin duda todos y cada uno de ellos eran unos descerebrados con más músculos que neuronas, y aquello era perfecto. Había conseguido un grupo de hombres que tenían una deuda con él, con el hombre los había liberado de aquel aburrido y fatídico destino. Debía aprovechar que estaban los ánimos caldeados y dirigir a sus tropas para hacer caer el muro. Solo necesitaba ganárselos con las palabras «libertad» y «justicia», y así le seguirían hasta el fin del mundo.
—¡Hermanos. hermanas! ¡Escuchad mis palabras! —dijo, usando la altura que su transformación le profería una voz gravel, varonil y metálica para hacerse escuchar—. Somos libres de nuestras prisiones de hierro, pero hasta que no acabemos con el control que ejerce esta base no alcanzaremos la libertad. Uníos a mí, hermanos de espíritu, y acabemos con el dominio del Gobierno Mundial. ¡Hoy nos haremos con Sabaody, pero mañana conquistaremos el mundoooooo!
Esperaba que los prisioneros fueran lo suficientemente listos para escuchar las palabras de su salvador. Fuera como fuera, seguramente los marines no tardarían en aparecer; hasta esos ineptos debían de saber que algo iba mal si sonaban explosiones en sus mazmorras. Por lo que Roland aprovechó el tiempo todo lo que pudo.
—Los marines, con sus aires de grandeza, portando sus ropas blanquiazules y creyéndose más que los demás, están a punto de llegar para volver a encerrarnos a todos. ¿Se lo vamos a permitir? ¡Yo digo no! Escuchadme bien, compañeros y compañeras, mientras yo esté aquí nadie volverá a encerraros en vuestras vidas. ¡Larga vida a la libertad! —Esperó a escuchar las aclamaciones de los criminales para empezar a darles órdenes—. En cuanto los marines aparezcan por esas puertas —señaló la entrada a las celdas— los asaltaremos. Estaremos esperando hasta que las hayan cruzado, nos libraremos de ellos, robaremos sus armas y avanzaremos hasta la armería donde podremos aprovisionarnos con todo tipo de armas. ¡¿Quién está conmigo?!
Entonces buscaría con la mirada a los que creía que serían los más capaces del lugar. A ellos los dejaría a cargo de dirigir a la morralla. Escudriñó uno a uno a sus compañeros; había más de cincuenta personas allí encerradas. Entre ellas un hombre alto, con un traje completo hecho harapos, un cabello pelirrojo rizado y un sombrero de copa. También había otro hombre joven, esbelto y con rasgos duros y afilados, con los brazos cubiertos de sangre seca hasta los codos, y a su lado otro hombre, algo más mayor, con patas de palo en las piernas y muñones en las manos, ataviado con ropajes de pirata. En el otro extremo había una mujer con coleta y gafas simples que no paraba de salivar, y cerca suyo había un hombre, de mediana edad, con un mono a rayas blancas y negras y afilados cuernos en su cabeza. Todos ellos compartían un rasgo en común: la locura se reflejaba en sus ojos.
Sin parar a pensar si sería buena idea o no, los fue señalando y llamando uno a uno.
—A ver, tú, Sombrerero, ven para acá. Tú, Manosrrojas y tú, Muñones. Por último, tú y tú, Babitas y Cornudo. Cada uno coged a nueve o diez hombre y lideradlos en la batalla. Seréis vosotros quiénes esperéis al lado de la puerta a que aparezcan los marines. Una vez hayan entrado, cogéis sus armas y guiais al resto hasta la armería. Que se armen hasta los dientes. Ah, y esto por si lo necesitáis —les dio a cada uno dos cartuchos de su dinamita regulada y les explicó como funcionaban, y volvió a dirigirse al resto—. ¿Alguna duda? En caso contrario, ¡es la hora de la libertad! —gritó, levantando el brazo con el martillo. Una señal de que la guerra había comenzado.
Y lo mejor es que él no tenía que hacer nada. Una vez todos alcanzaran la armería, recuperaría sus armas y causaría la caída y destrucción del muro. Si los marines no querían ayudarle, los usaría para alcanzar sus objetivos. Durante su breve encierro, había estado pensando, y se había dado cuenta de que no todo era tan malo. Tan solo tenía que ayudar a los piratas a ganar la batalla y lograría infiltrarse en sus filas hasta llegar a Orión. Un plan sin fisuras, y sus nuevos esbirros le ayudarían a lograrlo.
- Resumen:
- Caldear los ánimos, repartir explosivos y dar órdenes para alcanzar la armería.
De nuevo el desgraciado había conseguido salir indemne de mi ataque, lo que comenzaba a resultar más que frustrante. De cualquier modo, había quedado claro que mi voluntad era del todo insuficiente para quebrar la sólida defensa que conformaban esos dichosos pilares. En numerosas ocasiones me habían dicho que, habiendo descubierto sus secretos, debía centrarme más en perfeccionar al máximo mi dominio sobre el haki, y era en momento como aquél cuando maldecía la desidia que habitualmente me gobernaba. Fuera como fuese, debía continuar empleándolo si quería acercarme a dañarle, aún si con mis capacidades por el momento no podía vencerle en ese aspecto.
Por otro lado, se vio obligado a posponer su urgencia para hacernos frente, lo que no dejaba de ser algo tremendamente positivo. Había dejado claro que tenía un plan, por lo que evitar que lo llevase a cabo resultaba crucial. No, aquello era conformarse con muy poco; le derrotaría costase lo que costase.
De nuevo, un fogonazo y su ofensiva. Era muy rápido, tanto que cuando quise darme cuenta estaba frente a Wyrm y nuevos pilares caían del cielo con la promesa de cometer una nueva masacre entre nuestras filas. Pero si pensaba que dejaría que actuase de ese modo cuantas veces le apeteciese estaba muy equivocado. Resplandecí con una fuerza inusitada en cuando vi la columnas emerger, y la luz que manaba de mí se consolidó en forma de dos colosos de cuatro metros de alto. Estos se inclinaron, cubriendo la zona que abarcaban los pilares y protegiendo a quienes se encontraban bajo ellos. Sus cuerpos fueron perforados en varias posiciones, pero comenzaron a erguirse con cierta dificultad.
-¡Nadie acabará con mis hombres mientras yo esté aquí para evitarlo! -bramé para que todos los que se encontraban en las cercanías pudiesen escucharme. Confiaba en que Wyrm se las hubiese ingeniado para salir con vida de su ataque, pues el movimiento de Procyon, dejándome de lado, había sido totalmente inesperado por mi parte. Era fuerte, no un marine indefenso, y confiaba plenamente en sus capacidades.
Ya erguidos, los colosos se volvieron para encarar al enemigo, avanzando con furia y lanzando golpes a diestro y siniestro para tratar de mermar sus filas todo lo posible. No podría mantenerlos allí para siempre, pero sí lo suficiente como para que causasen un nada desdeñable número de bajas en el enemigo. Fuera como fuese, perdíamos la batalla y necesitábamos reagruparnos si no queríamos perder el terreno.
-¡Marines, agrupaos y formad un único muro frente a las murallas! ¡Desde allí podrán apoyarnos sin que nos convirtamos en el blanco de nuestros aliados! ¡No dejéis que avancen! ¡Proteged a los vuestros!
Mi cuerpo comenzó a resplandecer una vez más, pero la luz apenas iba más allá de mi cuerpo, convirtiendo un pequeño área en torno a mí en un destello cegador. Volví a lanzarme hacia los espejos a una velocidad que cualquier habría considerado imposible en un ser humano. El estímulo de mi luz no había desaparecido de la retina de quien lo mirase cuando yo volvía a pasar por la zona. Mi objetivo era cegar a Procyon, aunque fuese durante un breve instante, para lanzarme de nuevo a la carga. Traté de lanzar un rodillazo cargado con mi voluntad al centro de su abdomen, el cual fue seguido de un puñetazo ascendente de las mismas características hacia su mentón.
Por otro lado, se vio obligado a posponer su urgencia para hacernos frente, lo que no dejaba de ser algo tremendamente positivo. Había dejado claro que tenía un plan, por lo que evitar que lo llevase a cabo resultaba crucial. No, aquello era conformarse con muy poco; le derrotaría costase lo que costase.
De nuevo, un fogonazo y su ofensiva. Era muy rápido, tanto que cuando quise darme cuenta estaba frente a Wyrm y nuevos pilares caían del cielo con la promesa de cometer una nueva masacre entre nuestras filas. Pero si pensaba que dejaría que actuase de ese modo cuantas veces le apeteciese estaba muy equivocado. Resplandecí con una fuerza inusitada en cuando vi la columnas emerger, y la luz que manaba de mí se consolidó en forma de dos colosos de cuatro metros de alto. Estos se inclinaron, cubriendo la zona que abarcaban los pilares y protegiendo a quienes se encontraban bajo ellos. Sus cuerpos fueron perforados en varias posiciones, pero comenzaron a erguirse con cierta dificultad.
-¡Nadie acabará con mis hombres mientras yo esté aquí para evitarlo! -bramé para que todos los que se encontraban en las cercanías pudiesen escucharme. Confiaba en que Wyrm se las hubiese ingeniado para salir con vida de su ataque, pues el movimiento de Procyon, dejándome de lado, había sido totalmente inesperado por mi parte. Era fuerte, no un marine indefenso, y confiaba plenamente en sus capacidades.
Ya erguidos, los colosos se volvieron para encarar al enemigo, avanzando con furia y lanzando golpes a diestro y siniestro para tratar de mermar sus filas todo lo posible. No podría mantenerlos allí para siempre, pero sí lo suficiente como para que causasen un nada desdeñable número de bajas en el enemigo. Fuera como fuese, perdíamos la batalla y necesitábamos reagruparnos si no queríamos perder el terreno.
-¡Marines, agrupaos y formad un único muro frente a las murallas! ¡Desde allí podrán apoyarnos sin que nos convirtamos en el blanco de nuestros aliados! ¡No dejéis que avancen! ¡Proteged a los vuestros!
Mi cuerpo comenzó a resplandecer una vez más, pero la luz apenas iba más allá de mi cuerpo, convirtiendo un pequeño área en torno a mí en un destello cegador. Volví a lanzarme hacia los espejos a una velocidad que cualquier habría considerado imposible en un ser humano. El estímulo de mi luz no había desaparecido de la retina de quien lo mirase cuando yo volvía a pasar por la zona. Mi objetivo era cegar a Procyon, aunque fuese durante un breve instante, para lanzarme de nuevo a la carga. Traté de lanzar un rodillazo cargado con mi voluntad al centro de su abdomen, el cual fue seguido de un puñetazo ascendente de las mismas características hacia su mentón.
- Resumen:
- Bloquear los pilares con One Man's Brigade e intentar convertir la defensa en un ataque haciendo que los colosos de cuatro metros avancen hacia el enemigo y arrasen con todo lo que puedan. Ordenar a los marines que se reagrupen frente a la muralla para poder contar con fuego de apoyo desde la muralla y hacer una defensa más compacta. Por último, intentar cegar a Procyon como si no hubiese un mañana para zuarrarle bien duro.
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