Empieza una nueva Era. La caída de los Emperadores Pirata

Mantenía los ojos cerrados mientras respiraba con pesadez. Le dolía la cabeza y algo la oprimía el pecho, no dejándola respirar del todo bien. Sabía que no llevaba el corsé y quizás fuera por eso, acostumbrada a la fuerza de las varillas rodeando su cuerpo. Pero trataba de no darle demasiada importancia haciendo amago de recordar lo que aquella noche había acontecido para ambos, pues no tenía que ser demasiado lista para intuír que la respiración que notaba a su espalda era la de su hermano, Haine. Por el dolor de cabeza y de músculos en general, además de por haber abierto un ojo para poder observar a su alrededor gruñendo por la gran cantidad de luz que había, y por haber observado una botella, podía más o menos recrear lo que había pasado. Aunque había algo que la preocupaba más que todo aquello… Porque lo pasado, pasado está. Y era que no escuchaba ningún ruido en la calle. ¿No se suponía que se encontraban casi en medio de aquella maldita ciudad? Pues no entendía muy bien la falta de griterío. Aunque después se acordó: la ejecución esa, sí. Pero dió un respingo cuando la mano de Haine rozó la piel de su cadera, desnuda, porque para variar la camiseta se le había descolocado y los cortos pantalones -muy cortos- no llegaban a taparle el hueso de la cadera. Pero no se movió. No se quería mover de la cama. Había demasiado sol. Mejor se despertaba mañana ya, si eso.

Cerró los ojos, casi volviéndose a dormir. Fue una de esas veces en las que te duermes durante contados segundos pero que, en realidad, te parecen horas. Y realmente ni siquiera se quedó dormida, solo se puso pensar en todo lo que recordaba de la noche anterior. Haine había robado un par de botellas de licor caro y se habían bebido menos de un cuarto de las mismas antes de llegar al hotel. Para ella, no era lo mismo que para él, entendámoslo… No es lo mismo beberse una botella midiendo un metro setenta -o más- y pesando más de cincuenta kilos que sin llegar casi a los cuarenta ni al metro sesenta. Ella con un cuarto de botella estaba ya casi borracha, apoyada sobre el cuello de él con un brazo en su cintura, mientras él se sujetaba a ella apoyándose en sus hombros. Andaban, por la calle, con bromas de las que ni siquiera se acordaba y chistes estúpidos de las que, muy seguramente, sobria no se hubiera reído. Pero en el hotel se dio más de lo mismo: risas y bromas. Quizás demasiado castas para tratarse de dos desconocidos casi borrachos. “Desconocidos”, por decirlo de alguna forma, porque ya le había perdido Eris a Haine casi todo el respeto que le tenía por ser su hermano. Sin drama por ello y ahora sobria aunque paralizada un poco por la resaca, agradecía a Shiro por haber cuidado de Gato. Podría decirse que no tenía un instinto paternal muy fuerte, pero en el fondo y aunque quizás Haine no quisiera verlo, que el perro se encara de un cachorro de leopardo revoltoso y bastante mordedor (pobre, le estaban saliendo bien los dientes) era bastante extraño. De hecho, no recordaba haberle quitado el arnés y, muy seguramente por ello, el perro se habría podido “hacer con él”.

Pero cómo acabó durmiendo con su hermano en una misma cama, apoyada casi sobre su pecho, era algo de lo que no tenía ni idea. Sabía que le encantaba que la abrazaran -aunque no fuera a reconocerlo en voz alta- pero… Puede que hubiera sido el alcohol, que hubiera inhibido sus miedos y se hubiera atrevido a echarse sobre él y a no haberle dejado dormir sobre el suelo como ya había hecho en alguna otra ocasión. Porque sí, hasta ahora habían sido bastante castos y se habían comportado de una formal manera en la que el contacto físico se había reducido a curas sin importancia y a ese par de abrazos que se habían dado cuando se re-encontraron. Aunque quizás Haine no lo recordara, pero ya habían dormido juntos otra vez, en la llegada a la zona de East Blue, en el barco. Dio otro respingo y ahogó un gemido cuando notó el mordisco y la risa del peliblanco en su cuello. Sintió que toda la sangre se apelmazaba en sus mejillas y sus manos rodearon con algo de fuerza las sábanas de aquella desvencijada cama. Frunció el ceño y gruñó, buscando taparse con la sábana pero para si no-sorpresa (porque no, realmente no la sorprendía) parecía que Haine se la había llevado toda a su lado de la cama. Sin más que eso, rezongó un poco, bajándose un poco aquella camisa blanca algo abierta también por el pecho para tratar de cubrir su cuerpo, quedando boca arriba sobre la cama. —Jod… ¿Por qué coño hace tanto sol? Ya podría llover o algo...— aunque rápidamente pensó que el ruido de la lluvia sería para su resaca como si le clavaran pequeñas agujas en los tímpanos de forma seguida y rítmica. —Nos se nos ha pegado nada— dijo, parando para paladear al notar que tenía la boca terriblemente seca, producto del alcohol —. Aunque bueno, sí, a ti la sábana en el culo porque no he podido tener ni un piquito de ella en toda la noche...— ¿buen despertar? ¿Eris? ¿Estamos de coña? Pero se frotó los ojos, tratando de despejarse.

Se puso en pie, riéndose. —¿Shiro se habrá llevado a Gato?— preguntó casi conociendo la respuesta y no dándole demasiada importancia de verdad. Pero tomando del suelo su ropa, mirando de soslayo a la puerta que, entreabriéndose, dejó ver una cooperación entre animales. Shiro llevaba aquella bolsa que se adosaba a su lomo y dentro, revoltoso, el pequeño gato maullaba para llamar nuestra atención. Pero entonces Eris se metió en el baño, habiendo recabado ya toda su ropa y cerrando la puerta. Se desvistió, poniéndose ropa limpia y lavándose la cara, aprovechándose para peinarse con los dedos. Su falda negra, su cinturón, su camisa blanca abotonada poco y su corsé granate, algo medianamente habitual en ella. Por último, los calcetines y las botas negras, ambas cosas. No obstante, salió deprisa, solo porque sabía que si Haine ya había encontrado a los animales y se había vestido como había podido observar, a toda prisa, no tardaría mucho en llamarla la atención. Seguro que aludiría a que siempre tardaba mucho y ella, tendría que recordarle que no se trataba de una mujer coqueta y que, realmente, no había tardado más de cinco minutos. Ya querría cualquier hombre que su pareja tardara menos que eso, aunque sería pedir un imposible. Pero entonces salió a la habitación.

Se planteó recoger -y no empecemos con elementos machistas- toda la habitación de una sentada. ¿Qué más daba llegar un poco tarde si a la tipa esa la iban a matar de igual manera? De lo que Eris no estaba del todo segura era del peligro real que suponía andar por aquellas calles. Ella no había comenzando todavía sus andanzas con Haine y, teniendo en cuenta que dudaba del control de su poder, podía verse como un tanto indefensa. Y verse así, con el añadido de estar con una persona ególatra y prepotente en tanto a sus armas, te hace verte bastante inferior. Pero como todas las ideas vienen, pueden esfumarse. Se giró sobre sus talones después de coger una de sus katanas y colocársela en la espalda, cerrando la puerta de la habitación a pesar de imaginarse que todos los bandidos andarían ocupados con el “evento”.

Pero cuando salió del todo se dió cuenta de que en la cama había llegado a una correcta resolución: no había nadie. Cuando Haine gritó ya estaba tras él y provocó lo que sería el tercer respingo del día. Sí, la asustó, porque en realidad era bastante sencillo sobresaltarla con esa clase de cosas. Extendió su mano, sobrepasándolo y tratando de golpearle no con demasiada fuerza la parte de atrás de la cabeza a modo de colleja, como reprimenda. —No me seas machista, que te recuerdo que duermes en la misma habitación que yo y tengo conocimientos médicos— le advirtió, girándose para dar un par de pasos de espadas, aunque de frente a él —. Y no dudaría en amariconarte un poco. Quizás así tardaras más que yo y no tendría que escucharte refunfuñar por todo...— le espetó, claramente, bromeando, porque pasó a darse de nuevo la vuelta para andar normal. Anduvo con cuidado, retrasándose poco después para ponerse a la altura de Haine, observando como Shiro y un poco usual callado Gato avanzaban delante. Su torreta, con aquel zumbido que indicaba que se movía, tampoco andaba lejos. —¿Cómo se llamaba la tipa esa? ¿Qué hizo?— preguntó ella. No, realmente ni lo sabía ni le interesaba, pero la quietud a su alrededor la estaba poniendo nerviosa y… ¿Qué hacen las mujeres cuando están nerviosas? Hablan, generalmente. Y sí, eso sonó tan machista como cuando Haine dijo que solían tardar en arreglarse.

Las calles secundarias, estrechas y malolientes parecían la solución más segura para desplazarse por aquella ciudad, y eso hicieron. Habían puesto rumbo a la plaza en la que ocurriría el hecho y, además de con la precaución propia que Eris había adquirido, podía notar -y porque lo conocía-, la precaución que Haine también estaba tomando. Pero apesar de aquello, la de ojos claros ya había medido las distancias el día anterior y sabía, casi a ciencia cierta que no les quedaba demasiado para llegar.

[Off. Mismas acciones que Haine: Noche anterior - Despertar - Salir -Avanzar con precaución ya casi hasta los alrededores de aquella plaza por callejuelas secundarias.]

Sí, todo estaba decidido, me iría por mi cuenta, no podía seguir el plan del chico lechuga, nos quería llevar al suicido, aunque, ir solo por ahí siendo supernova, ¿no lo era? Las dudas, siempre surgían en los peores momento como las odiaba, no pude evitar apretar los puños y la dentadura, maldita impotencia, el no saber cuál era la acción correcta me estaba taladrando el cerebro, impidiéndome pensar con claridad. Fue entonces cuando las palabras de Ikaru, intentando hacer entrar en razón al resto, proponiendo de nuevo el robar un barco, poniendo como escusa que si nos encontrábamos a alguien fuerte, éramos superiores en número… Otro que no tenía ni idea… En el pasado un simple Shichibukai derrotó a la tripulación de Monkey D. Luffy… Todos parecían querer llevarnos al suicidio, hasta estaban intentando ser ayudados por la marina.

Fue entonces, cuando aquel marine, que había entablado conversación con nosotros de un modo respetuoso, había cambiado drásticamente su comportamiento, dejándose llevar por un alarde de superioridad, o simplemente por su ego. No pude evitarlo, en el momento que insultó a uno de mis compañeros, aunque actualmente estaba algo mosqueado con ellos, por su falta de eficiencia, mi sangre comenzó a arder, a agitarse, descontroladamente, aumentando aun más mi enfado, dejando ver en mis ojos solo ira y destrucción.

Me acerqué de nuevo al grupo, y miré fieramente al marine, desafiante, mostrando que me importaba un bledo el puesto de la capitana, si alguien trataba mal a mi familia, lo pagaría caro, el único que podía hablar de esa forma a Midorima o cualquiera de mis compañeros era yo, y en su defecto la capitana. No tardé en agarrarle de la pechera, cuando decidió terminar de dar órdenes, acerqué mi cabeza a la suya, dejando a menos de un centímetro nuestras frentes, cuando sin más preámbulos le grité.

-Te diré algo… ¡Espero que sea la última vez que hablas así a uno de mis camaradas, al fin y al cabo, el puesto de mi capitana me la trae floja! ¡Si es necesario matarte, lo haré, así que déjate de exigencias! ¡Para empezar si quieres comida, te la cocinas tú! ¡Somos piratas, puede que actualmente trabajemos para el gobierno, pero recuerda que estás jugando con fuego y puedes quemarte! ¡Además, por eliminar a un simple recluta como tú, no creo que el gobierno pierda un aliado, y mucho menos en la situación tan delicada en la que nos encontramos! ¡Así que déjate de faroles! ¡Yo soy el que da las órdenes aquí!- Puse toda mi fuerza y sentimientos en aquellas palabras y posteriormente lo solté, sin llegar a golpearlo.- ¡Ahora vamos a buscar todos a Crimson, cuando estemos con él, ya veremos cómo salir de aquí! Después de todo, quienes abandonan a sus compañeros son basura…- Dije finalmente poniendo nuevamente rumbo a la ciudad.