Katharina von Steinhell
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Los rehenes eran el único seguro de vida que tenían los soldados de C. Zar, así que hacían bien en no liberarlos, aunque tampoco hubiera dejado caer la bola de fuego sobre ellos. No es que sus insignificantes vidas carentes de propósito le significasen algo, pero quería estar en “buenos términos” con Black, incluso tras haber usado la inútil vara moralizadora con Katharina. Toda la isla estaba en guerra y un enfrentamiento entre las fuerzas de la bruja y el Ejército Revolucionario sólo fortalecería el bando enemigo. Sin embargo, tampoco toleraría que el «hombre más fuerte del mundo», quien hasta ahora no había aportado absolutamente nada en Wano, le hablase de deber.
Así que cuando llegó la ilusión de Black, respondió de la misma manera. Cualquier otro que no fuera el líder de la Armada sentiría una brisa natural sin nada especial, pero sus palabras serían transmitidas por esta como una especie de susurro al oído de Black.
—Para ser tan inteligente no te has dado cuenta de la posición en la que estás, Black. —El sol sobre Datebaio continuó creciendo—. Podría hacer llover fuego sobre el enemigo y provocar la muerte de los rehenes. Ni siquiera tú serías capaz de detener la masacre, y el nombre del Ejército Revolucionario se mancharía una vez más. —La brisa que transportaba sus palabras volvió a soplar, pero esta vez del otro lado—. Hablarme de deber es como cantarle a un sordo, Black. Yo no tengo ninguna responsabilidad moral con el pueblo de Wano y, si intentas encontrar a los verdaderos culpables de esta situación, vuelve tu mirada al incompetente de Berthil y al irresponsable de Zane. Trabajé con la Estrella Oscura creyendo que defenderían Wano, y los traicioné cuando conocí sus intenciones. —El suelo comenzó a estremecerse cuando la bruja dejó de contener su presencia—. Así que no vuelvas a juzgarme como si todo esto fuera mi culpa. ¿Dónde estabas tú cuando toda esta gente necesitaba ayuda? ¿Disfrutando de hacerte el muerto otra vez? No me interesa caerte bien, mucho menos compartir una cosmovisión del mundo, lo único que me interesa es formalizar una alianza para evitar destruirnos entre nosotros y enfrentar a un enemigo que ni siquiera tú podrás derrotar sin ayuda. La única promesa que busco es la de trabajar juntos hasta que la triada deje de existir. No volveré a perder mi tiempo en más negociaciones porque tengo una guerra que ganar, Black, y la victoria me importa muchísimo más que las vidas de estos pobres hombres. Tú eliges.
¿Estaba haciendo una apuesta demasiado arriesgada…? Bueno, no es que hubiera sido especialmente amable en sus palabras. Incluso, visto desde algún punto de vista, estas podrían interpretarse como chantaje (fuego o alianza) o una sutil declaración de guerra. Pero se sentía muy ofendida. Sabía que a Black no le encantaba la idea de trabajar con alguien como ella, pero, si lo que le interesaba era ayudar al pueblo de Wano, no iniciaría un conflicto con una bruja cuyas tendencias al genocidio estaban alcanzando nuevos límites.
Katharina esperaría la respuesta de Black y, en caso de ser agradable, haría desaparecer la bola de fuego para cumplir su parte del trato. Abandonaría Datebaio y regresaría al campamento militar, aunque antes intentaría conseguir el número del caracolófano del comandante de la Armada. Por otra parte, si notaba algún indicio de otra respuesta moralista o algún comentario de esa índole, interrumpiría a Black y haría llover lenguas de fuego sobre los hombres de C. Zar. Detestaba a la gente que se creía moralmente superior, y prefería enfrentar a Black antes que agachar la cabeza y aceptar cual cachorrita asustada las palabras de un hombre al que no respetaba ni admiraba.
En caso de regresar al campamento militar (volando, evidentemente)…
—Alexandra, reúne a los chicos. Pronto marcharemos a Onigashima.
Así que cuando llegó la ilusión de Black, respondió de la misma manera. Cualquier otro que no fuera el líder de la Armada sentiría una brisa natural sin nada especial, pero sus palabras serían transmitidas por esta como una especie de susurro al oído de Black.
—Para ser tan inteligente no te has dado cuenta de la posición en la que estás, Black. —El sol sobre Datebaio continuó creciendo—. Podría hacer llover fuego sobre el enemigo y provocar la muerte de los rehenes. Ni siquiera tú serías capaz de detener la masacre, y el nombre del Ejército Revolucionario se mancharía una vez más. —La brisa que transportaba sus palabras volvió a soplar, pero esta vez del otro lado—. Hablarme de deber es como cantarle a un sordo, Black. Yo no tengo ninguna responsabilidad moral con el pueblo de Wano y, si intentas encontrar a los verdaderos culpables de esta situación, vuelve tu mirada al incompetente de Berthil y al irresponsable de Zane. Trabajé con la Estrella Oscura creyendo que defenderían Wano, y los traicioné cuando conocí sus intenciones. —El suelo comenzó a estremecerse cuando la bruja dejó de contener su presencia—. Así que no vuelvas a juzgarme como si todo esto fuera mi culpa. ¿Dónde estabas tú cuando toda esta gente necesitaba ayuda? ¿Disfrutando de hacerte el muerto otra vez? No me interesa caerte bien, mucho menos compartir una cosmovisión del mundo, lo único que me interesa es formalizar una alianza para evitar destruirnos entre nosotros y enfrentar a un enemigo que ni siquiera tú podrás derrotar sin ayuda. La única promesa que busco es la de trabajar juntos hasta que la triada deje de existir. No volveré a perder mi tiempo en más negociaciones porque tengo una guerra que ganar, Black, y la victoria me importa muchísimo más que las vidas de estos pobres hombres. Tú eliges.
¿Estaba haciendo una apuesta demasiado arriesgada…? Bueno, no es que hubiera sido especialmente amable en sus palabras. Incluso, visto desde algún punto de vista, estas podrían interpretarse como chantaje (fuego o alianza) o una sutil declaración de guerra. Pero se sentía muy ofendida. Sabía que a Black no le encantaba la idea de trabajar con alguien como ella, pero, si lo que le interesaba era ayudar al pueblo de Wano, no iniciaría un conflicto con una bruja cuyas tendencias al genocidio estaban alcanzando nuevos límites.
Katharina esperaría la respuesta de Black y, en caso de ser agradable, haría desaparecer la bola de fuego para cumplir su parte del trato. Abandonaría Datebaio y regresaría al campamento militar, aunque antes intentaría conseguir el número del caracolófano del comandante de la Armada. Por otra parte, si notaba algún indicio de otra respuesta moralista o algún comentario de esa índole, interrumpiría a Black y haría llover lenguas de fuego sobre los hombres de C. Zar. Detestaba a la gente que se creía moralmente superior, y prefería enfrentar a Black antes que agachar la cabeza y aceptar cual cachorrita asustada las palabras de un hombre al que no respetaba ni admiraba.
En caso de regresar al campamento militar (volando, evidentemente)…
—Alexandra, reúne a los chicos. Pronto marcharemos a Onigashima.
- Resumen:
- Kathacosas:
» Hacer crecer aún más la bola de fuego.
» Soltarle bilis a Dexter y decirle que la única promesa que aceptará será la de una alianza.
» Dependiendo de las palabras de Dexter, soltar la bola de fuego sobre el ejército de C. Zar o marchar al campamento.
» Comunicarse con Xandra para dar inicio a la Campaña de Onigashima (trompetas del AoE).
Dexter Black
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La espera siempre era la peor parte. Sentir el latido del corazón, palpitando desbocado a un ritmo atronador, o el sudor frío bajo la nuca, eran experiencias a las que por mucho que viviese nunca terminaría de acostumbrarse. Podía ver los ojos de los soldados, pero se veía en ellos la borrosa sombra de los suyos, de sus deseos y miedos. ¿Aceptarían el trato? ¿Podrían salvarlos a todos? Era un tormento solo pensar en todas las cosas que, de un instante a otro y solo por un simple soldado con más mal ímpetu que cerebro, podían girar en un sentido desastrosamente peliagudo.
Aki se puso a su altura, grilletes en las manos. Tampoco le gustaba la idea, pero sabía tan bien como él que era lo correcto; una medida un tanto desesperada para poder salvar cuantas más vidas mejor. Osuka estaba tardando en reaccionar, pero era consciente de que no tardaría en ponerse en movimiento, y cuando lo hiciera seguiría sus pasos con la determinación que siempre había caracterizado al ex-segundo de Krauser. Quien no pareció comprender la gravedad de la situación fue Katharina, que llevada por su vanidad osó dar rienda suelta a tanto veneno como pudo concentrar en su mezquina lengua. Él había cometido errores, sí, y asumir que Wano podría defenderse solo había sido uno de ellos. Confiar en sus zafias y burdas amenazas, no iba a ser una de ellas.
No evitó mostrar su malestar ante sus palabras. No respondiendo, claro. ¿Qué le iba a decir? Más aún, ¿qué explicación le debía? A una mujer que amenazaba la vida de miles de personas por el capricho de sentarse a la mesa de los mayores, una versión genocida del desplante que los Arashi habían acometido durante la competencia para encontrar a un nuevo Emperador del Nuevo Mundo. Pero todavía le quedaba mucho que aprender si quería siquiera aspirar a mirar la mesa desde abajo, y no escondida tras el quicio de una puerta en otra habitación.
Alzó una mano, mostrando la palma a los soldados. Plegó los dedos sobre ella, cerrando el puño, y estiró los dedos de golpe. La fuerza acumulada en el impacto hizo que se levantara una ligera onda, débil, pero lo bastante fuerte como para que el chasquido resonase en todo el campo de batalla; suficiente para generar viento.
Movió las yemas de los dedos al principio, y las falanges al completo instantes después. Cuando liberó hacia su espalda un vendaval, este habría sido suficientemente fuerte como para desarraigar un abeto, quizá un eucalipto centenario. Desde luego, era lo bastante fuerte como para torcer una secuoya. Un huracán de esas características había sido suficiente en su día para asfixiar el incendio de Gray Rock, pero que se hubiese formado una esfera perfecta de llamas hacía todo, al final, mucho más sencillo.
El viento se movió por encima de los edificios, rodeando la esfera y haciéndose sus lenguas cada vez más evidentes. Normalmente el viento era invisible, pero a aquellas velocidades formaba una capa translúcida y blanquecina a causa del polvo en suspensión. El principio que seguía era evidente: una corteza semisólida de viento, impenetrable para el oxígeno, de modo que el fuego se fuese asfixiando. Dejó que en la parte superior naciese un hueco mínimo, el justo y necesario para que el calor se liberase y su viento no ardiese hasta la incandescencia, aunque ante el intercambio constante de materia, la temperatura se mantenía relativamente estable.
No se detuvo hasta que la esfera de fuego se hubo disipado, y entonces se giró hacia Katharina, con el ceño notablemente fruncido. No estaba contento, en absoluto, pero solo digo una palabra, que retumbó por todas partes.
- Largo.
Aki se puso a su altura, grilletes en las manos. Tampoco le gustaba la idea, pero sabía tan bien como él que era lo correcto; una medida un tanto desesperada para poder salvar cuantas más vidas mejor. Osuka estaba tardando en reaccionar, pero era consciente de que no tardaría en ponerse en movimiento, y cuando lo hiciera seguiría sus pasos con la determinación que siempre había caracterizado al ex-segundo de Krauser. Quien no pareció comprender la gravedad de la situación fue Katharina, que llevada por su vanidad osó dar rienda suelta a tanto veneno como pudo concentrar en su mezquina lengua. Él había cometido errores, sí, y asumir que Wano podría defenderse solo había sido uno de ellos. Confiar en sus zafias y burdas amenazas, no iba a ser una de ellas.
No evitó mostrar su malestar ante sus palabras. No respondiendo, claro. ¿Qué le iba a decir? Más aún, ¿qué explicación le debía? A una mujer que amenazaba la vida de miles de personas por el capricho de sentarse a la mesa de los mayores, una versión genocida del desplante que los Arashi habían acometido durante la competencia para encontrar a un nuevo Emperador del Nuevo Mundo. Pero todavía le quedaba mucho que aprender si quería siquiera aspirar a mirar la mesa desde abajo, y no escondida tras el quicio de una puerta en otra habitación.
Alzó una mano, mostrando la palma a los soldados. Plegó los dedos sobre ella, cerrando el puño, y estiró los dedos de golpe. La fuerza acumulada en el impacto hizo que se levantara una ligera onda, débil, pero lo bastante fuerte como para que el chasquido resonase en todo el campo de batalla; suficiente para generar viento.
Movió las yemas de los dedos al principio, y las falanges al completo instantes después. Cuando liberó hacia su espalda un vendaval, este habría sido suficientemente fuerte como para desarraigar un abeto, quizá un eucalipto centenario. Desde luego, era lo bastante fuerte como para torcer una secuoya. Un huracán de esas características había sido suficiente en su día para asfixiar el incendio de Gray Rock, pero que se hubiese formado una esfera perfecta de llamas hacía todo, al final, mucho más sencillo.
El viento se movió por encima de los edificios, rodeando la esfera y haciéndose sus lenguas cada vez más evidentes. Normalmente el viento era invisible, pero a aquellas velocidades formaba una capa translúcida y blanquecina a causa del polvo en suspensión. El principio que seguía era evidente: una corteza semisólida de viento, impenetrable para el oxígeno, de modo que el fuego se fuese asfixiando. Dejó que en la parte superior naciese un hueco mínimo, el justo y necesario para que el calor se liberase y su viento no ardiese hasta la incandescencia, aunque ante el intercambio constante de materia, la temperatura se mantenía relativamente estable.
No se detuvo hasta que la esfera de fuego se hubo disipado, y entonces se giró hacia Katharina, con el ceño notablemente fruncido. No estaba contento, en absoluto, pero solo digo una palabra, que retumbó por todas partes.
- Largo.
- Resumen:
- Seguirle el juego a Katharina.
Alexandra Holmes
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El problema con los zombies era ese, que no todo el mundo era capaz de apreciar la belleza de un alma resistiéndose a irse al más allá. Si solo fuera que les daba asco le daría igual, pero el populacho estaba poniéndose bastante garrulo y oh, oh. No había mucha gente que pudiera superar a Alexandra en una competición de ser garrula.
—¡Eh! —exclamó —. Primero que todo soy humana, es más, soy más humana que todos los hombres de este pueblo juntos, o por lo menos tengo más cojones por lo que he visto antes.
La vena de la frente se le empezaba a marcar. Kaya estaba siendo más diplomática y lo agradecía, pero Alexandra llevaba haciendo el paripé de mujer buena desde que desembarcaron y si había algo que llevaba mal eran las puñaladas traperas. Ino iba a batirse en duelo con el espadachín aquel, pero el duelo no le libraría de su parte de bronca por parte de la que podría considerarse la madre de los... los... como se llamaran ahora.
—Vamos a ver, llamas a este muchacho llocai por su cabeza, ¿no? —sin cortarse un pelo tiró un poco de la careta de Ino —. Es una puñetera máscara, pedazo de paleto. Dios, es que me agotan los idiotas —voceó, con un evidente tono sarcástico. Joder, si hasta había una tarada soltando a los gyojin, ¿es que quería que se los cargaran o qué? Mira, ¿sabes qué? que le den.
—¿Quieres saber cual es la primera jodida diferencia, halterofílico de pueblo? ¡Que con ellos estaban crucificados vuestros familiares y con nosotros los que están crucificados son esas sardinas! ¡Y por cierto, se te veía muy feliz ayudándome a colgarlos!, ¿dónde cojones estabas tú cuando estábamos expulsándolos? ¿eh? Hay que tener cuajo para amenazarme después de jugarme el tipo para ayudaros, ¿y vosotros sois habitantes de Wano? Mi jefa me había dicho que érais gente de honor, pero he visto ratas con mejor actitud que vosotros —dijo, echándoles la bronca a todos sin pestañear ni una vez. Esta vez dirigió su voz a los zombies que estaban siendo atacados —. ¡No matéis a quienes os hacen daño pero defendéos si os atacan, joder, vamos a dar una imagen ridícula! ¡Y nada de creer que Kaya os ataca, eh! —una vez dada su orden, volvería su atención a los aldeanos, que ya se habían alzado en armas. Los muertos sabían defenderse solitos y les había especificado que no atacaran a nadie que no les atacara antes.
Aquella última frase le había tocado los bajos de una manera demasiado grande como para dejarlo pasar por alto. Pero bueno, Ino ya se había ofrecido para un duelo así que lo dejaría ir.
—Todo tuyo, Ino.
Esta vez se dirigió al pueblo, a la turba esa que estaba armándose con todas las mierdas caseras que encontraban para hacer daño. Por respeto a las órdenes de su capitana, Xandra intentaría la vía "diplomática" una última vez.
—Tenéis dos opciones: Bajáis las armas y dejáis que os ayudemos... o demostráis una total falta de honor, dignidad y agradecimiento e intentáis matarme —extendió entonces su brazo derecho, dejando fluir algo de electricidad por él para que vieran que iba totalmente en serio—. Acordáos de quiénes han dado la cara por vosotros, quiénes os han permitido enterrar a los vuestros y quiénes están intentando ponerse gallitos. Este es mi último aviso, estoy hasta el coño ya de esta mierda.
Esperó, y reprimió las ganas de abrirle la cabeza a más de uno. Más le valía a la jefa compensarle el esfuerzo de tener que aguantar a semejante panda de paletos, sentía sus neuronas morir cada vez que alguien decía "yokai".
Si Katharina llegaba o llamaba, respondería.
—Un momento jefa, estoy intentando poner orden aquí.
—¡Eh! —exclamó —. Primero que todo soy humana, es más, soy más humana que todos los hombres de este pueblo juntos, o por lo menos tengo más cojones por lo que he visto antes.
La vena de la frente se le empezaba a marcar. Kaya estaba siendo más diplomática y lo agradecía, pero Alexandra llevaba haciendo el paripé de mujer buena desde que desembarcaron y si había algo que llevaba mal eran las puñaladas traperas. Ino iba a batirse en duelo con el espadachín aquel, pero el duelo no le libraría de su parte de bronca por parte de la que podría considerarse la madre de los... los... como se llamaran ahora.
—Vamos a ver, llamas a este muchacho llocai por su cabeza, ¿no? —sin cortarse un pelo tiró un poco de la careta de Ino —. Es una puñetera máscara, pedazo de paleto. Dios, es que me agotan los idiotas —voceó, con un evidente tono sarcástico. Joder, si hasta había una tarada soltando a los gyojin, ¿es que quería que se los cargaran o qué? Mira, ¿sabes qué? que le den.
—¿Quieres saber cual es la primera jodida diferencia, halterofílico de pueblo? ¡Que con ellos estaban crucificados vuestros familiares y con nosotros los que están crucificados son esas sardinas! ¡Y por cierto, se te veía muy feliz ayudándome a colgarlos!, ¿dónde cojones estabas tú cuando estábamos expulsándolos? ¿eh? Hay que tener cuajo para amenazarme después de jugarme el tipo para ayudaros, ¿y vosotros sois habitantes de Wano? Mi jefa me había dicho que érais gente de honor, pero he visto ratas con mejor actitud que vosotros —dijo, echándoles la bronca a todos sin pestañear ni una vez. Esta vez dirigió su voz a los zombies que estaban siendo atacados —. ¡No matéis a quienes os hacen daño pero defendéos si os atacan, joder, vamos a dar una imagen ridícula! ¡Y nada de creer que Kaya os ataca, eh! —una vez dada su orden, volvería su atención a los aldeanos, que ya se habían alzado en armas. Los muertos sabían defenderse solitos y les había especificado que no atacaran a nadie que no les atacara antes.
Aquella última frase le había tocado los bajos de una manera demasiado grande como para dejarlo pasar por alto. Pero bueno, Ino ya se había ofrecido para un duelo así que lo dejaría ir.
—Todo tuyo, Ino.
Esta vez se dirigió al pueblo, a la turba esa que estaba armándose con todas las mierdas caseras que encontraban para hacer daño. Por respeto a las órdenes de su capitana, Xandra intentaría la vía "diplomática" una última vez.
—Tenéis dos opciones: Bajáis las armas y dejáis que os ayudemos... o demostráis una total falta de honor, dignidad y agradecimiento e intentáis matarme —extendió entonces su brazo derecho, dejando fluir algo de electricidad por él para que vieran que iba totalmente en serio—. Acordáos de quiénes han dado la cara por vosotros, quiénes os han permitido enterrar a los vuestros y quiénes están intentando ponerse gallitos. Este es mi último aviso, estoy hasta el coño ya de esta mierda.
Esperó, y reprimió las ganas de abrirle la cabeza a más de uno. Más le valía a la jefa compensarle el esfuerzo de tener que aguantar a semejante panda de paletos, sentía sus neuronas morir cada vez que alguien decía "yokai".
Si Katharina llegaba o llamaba, respondería.
—Un momento jefa, estoy intentando poner orden aquí.
- resumen:
Cagarse en todos los muertos de todo el mundo en ese pueblo.
Ordenar a los zombies que se defiendan solo si les atacan y que procuren no matar a nadie.
Darles un ultimátum.
Vile Spectre
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Vile corrió hasta el lugar del accidente, empezando a fantasear con la recompensa que le esperaba tras hacer aquella "tarea". Sus largas piernas no tardaron en llevarle hasta el lugar de la explosión. No pudo reprimir la sonrisa. Nox debía de pensar que el músico de Arabasta estaba atolondrado y, ciertamente... La ambición estaba empezando a nublar su racionalidad.
Una vez llegaron al cráter, Vile desenvainó su nueva espada. Comprobó que aún podía hacer uso de sus habilidades y se calmó. Con una serie de veloces tajos, lanzó varios chorros de agua a los fuegos más grandes, buscando retrasar su expansión lo antes posible. Se giró para avisar a Nox:
-Habría que advertir a la gente del campamento cuanto antes, ¿eh?
Sin pensárselo demasiado, se aproximó al centro del cráter, el epicentro de la explosión, y dio una rápida ojeada a los restos de la bomba. Con un rápido movimiento, se quitó el abrigo y lo utilizó para cubrir los restos del artefacto, así como para apagar cualquier ascua superficial que pudiera estar acercándose a los restos de pólvora. Una vez acabase, tomaría los restos cubiertos por la prenda para darles un análisis en mayor profundidad en otro momento.
Al salir del cráter, tuvo la casualidad de encontrar un rastro... Vile se llegó a plantear si merecería la pena arriesgarse y seguirlo. Decidió hacerlo. No había ido tan lejos para plantarse delante de Berthil con las manos vacías. No había hablado con Berthil para presentarse ante Kenshin con las manos vacías. Vile sonrió, viendo como su filosofía de vida quedaba puesta en práctica. Sea como fuere, todo el mundo quería acabar con las manos llenas. Vile se enorgulleció de no ser diferente a todos ellos. Sabiéndose en el buen camino, avanzó siguiendo las huellas a toda velocidad.
Una vez llegaron al cráter, Vile desenvainó su nueva espada. Comprobó que aún podía hacer uso de sus habilidades y se calmó. Con una serie de veloces tajos, lanzó varios chorros de agua a los fuegos más grandes, buscando retrasar su expansión lo antes posible. Se giró para avisar a Nox:
-Habría que advertir a la gente del campamento cuanto antes, ¿eh?
Sin pensárselo demasiado, se aproximó al centro del cráter, el epicentro de la explosión, y dio una rápida ojeada a los restos de la bomba. Con un rápido movimiento, se quitó el abrigo y lo utilizó para cubrir los restos del artefacto, así como para apagar cualquier ascua superficial que pudiera estar acercándose a los restos de pólvora. Una vez acabase, tomaría los restos cubiertos por la prenda para darles un análisis en mayor profundidad en otro momento.
Al salir del cráter, tuvo la casualidad de encontrar un rastro... Vile se llegó a plantear si merecería la pena arriesgarse y seguirlo. Decidió hacerlo. No había ido tan lejos para plantarse delante de Berthil con las manos vacías. No había hablado con Berthil para presentarse ante Kenshin con las manos vacías. Vile sonrió, viendo como su filosofía de vida quedaba puesta en práctica. Sea como fuere, todo el mundo quería acabar con las manos llenas. Vile se enorgulleció de no ser diferente a todos ellos. Sabiéndose en el buen camino, avanzó siguiendo las huellas a toda velocidad.
- Resumen:
- Tratar de reducir la intensidad de los fuegos, agarrar los restos de la bomba y seguir el rastro.
- Cosas:
- Bloody Dance: Usando por una parte su aura (para mantener el líquido cohesionado) y por otra su destreza con la espada, Vile es capaz de utilizar la sangre de las heridas de sus enemigos que haya quedado en el filo de su arma (o agua si la encuentra cerca) como extensión de su arma, pudiendo modelar el líquido a su antojo para afrontar distintas situaciones (látigos, balas...).
Seaside Killer: Pasivamente, cuando Vile desenvaina un arma, su hoja comienza a gotear, generando lentamente agua sobre el filo. Activamente, aprende a lanzar ataques más rápidos y fluidos, como una corriente de agua, lo que se traduce en un aumento del 100% de su agilidad durante 2 turnos, con una recarga de uso de otros dos.
.
Las larvas -porque con ese tamaño lamentable ya no podían ser consideradas serpientes- terminaron por expirar. Lo hicieron soltando lava y fluidos piroclásticos, lo que le obligó a contener la respiración mientras el deplorable espectáculo que concluyó en el repentino colapso del techo. Se habría preocupado por la extraña presencia que creyó sentir escabuyéndose entre los restos, pero tenía temas más urgentes que tratar, como que, por ejemplo, se les estuviese cayendo el techo encima.
Miró a Arthur. No creía que tuviese demasiados problemas para resistir los impactos, pero no era cuestión de permitir que los escombros dificultasen su salida hacia lo que fuera que hubiese encima de sus cabezas, por lo que se juntó a él y proyectó sobre ambos un cono de hielo que fue creciendo hasta que el suelo dejó de retumbar. En ese momento, teniendo por seguro que el peligro -al menos el que venía desde arriba- había cesado, abrió como una flor la estructura y, golpeando con fuerza las paredes heladas, comenzó a escalar por él. A esas temperaturas el hielo tenía la curiosa propiedad de no derretirse, por lo que más que deslizante los zapatos casi se pegaban, haciendo el ascenso mucho más sencillo. Podría haber ido saltando entre las paredes, pero eso requería una energía que no estaba dispuesto a gastar.
Una vez en lo alto, cayó en cuenta de dos cosas: La primera, que Jack seguía desaparecido y, la segunda, que habían llegado a la primera zona que no estaba casi completamente arrasada. O sea, era una zona claramente pobre, pero si no habían perdido mucho el rumbo debían de haber llegado, tras dos semanas perdidos en un camino de las viejas minas. Aún no entendía muy bien todo lo que había sucedido, pero estaba seguro de que ent...
- ¿Que qué? -preguntó, como respuesta al den den mushi-. ¿Y qué se supone que está haciendo Douglas?
Miró a Arthur. Tras tantos años apenas necesitaban hablar para comunicarse. Eran como dos estrellas en un sistema binario, orbitando el mismo sistema en armonía. Él, una gigante amarilla, y el pequeño una enana roja, pero ambos imprescindibles para que la Brigada se mantuviese como debía estar. Esa era la ley de la gravedad, o algo así. Lo que fuera de la manzana y el tío de las tartas. En cualquier caso, con solo centrar los ojos en él podía saber que, antes de desmaterializarse en una ventisca, le había dicho, sin palabras, "ve avanzando, enano". Las dos primeras eran orden, la última una suerte de motivación a través del enfado.
En cualquier caso Arthur había escuchado tan bien como él lo que sucedía, y no había un segundo que perder. En aquella forma, que podía recorrer varios kilómetros por minuto, echó a volar hacia el sur, recorriendo los campos a cierta altura buscando el mar. Si había un solo bicho que estuviese atacando desde el agua no podría hacerlo si todo estaba congelado, y esa era su idea. Una vez llegara al desembarco formaría un pequeño perímetro alrededor de las naves y, una vez cerca, comenzaría a congelar todo el agua en un radio de doscientos cincuenta metros a su alrededor, asegurándose de congelar a cualquier bicho marino que estuviese mínimamente cerca. Eso, si llegaba a tiempo.
Miró a Arthur. No creía que tuviese demasiados problemas para resistir los impactos, pero no era cuestión de permitir que los escombros dificultasen su salida hacia lo que fuera que hubiese encima de sus cabezas, por lo que se juntó a él y proyectó sobre ambos un cono de hielo que fue creciendo hasta que el suelo dejó de retumbar. En ese momento, teniendo por seguro que el peligro -al menos el que venía desde arriba- había cesado, abrió como una flor la estructura y, golpeando con fuerza las paredes heladas, comenzó a escalar por él. A esas temperaturas el hielo tenía la curiosa propiedad de no derretirse, por lo que más que deslizante los zapatos casi se pegaban, haciendo el ascenso mucho más sencillo. Podría haber ido saltando entre las paredes, pero eso requería una energía que no estaba dispuesto a gastar.
Una vez en lo alto, cayó en cuenta de dos cosas: La primera, que Jack seguía desaparecido y, la segunda, que habían llegado a la primera zona que no estaba casi completamente arrasada. O sea, era una zona claramente pobre, pero si no habían perdido mucho el rumbo debían de haber llegado, tras dos semanas perdidos en un camino de las viejas minas. Aún no entendía muy bien todo lo que había sucedido, pero estaba seguro de que ent...
- ¿Que qué? -preguntó, como respuesta al den den mushi-. ¿Y qué se supone que está haciendo Douglas?
Miró a Arthur. Tras tantos años apenas necesitaban hablar para comunicarse. Eran como dos estrellas en un sistema binario, orbitando el mismo sistema en armonía. Él, una gigante amarilla, y el pequeño una enana roja, pero ambos imprescindibles para que la Brigada se mantuviese como debía estar. Esa era la ley de la gravedad, o algo así. Lo que fuera de la manzana y el tío de las tartas. En cualquier caso, con solo centrar los ojos en él podía saber que, antes de desmaterializarse en una ventisca, le había dicho, sin palabras, "ve avanzando, enano". Las dos primeras eran orden, la última una suerte de motivación a través del enfado.
En cualquier caso Arthur había escuchado tan bien como él lo que sucedía, y no había un segundo que perder. En aquella forma, que podía recorrer varios kilómetros por minuto, echó a volar hacia el sur, recorriendo los campos a cierta altura buscando el mar. Si había un solo bicho que estuviese atacando desde el agua no podría hacerlo si todo estaba congelado, y esa era su idea. Una vez llegara al desembarco formaría un pequeño perímetro alrededor de las naves y, una vez cerca, comenzaría a congelar todo el agua en un radio de doscientos cincuenta metros a su alrededor, asegurándose de congelar a cualquier bicho marino que estuviese mínimamente cerca. Eso, si llegaba a tiempo.
- Resumen:
- Salir corriendo (volando) a matar a todos esos hijos de puta.
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Agradeció con un gesto de cabeza la respuesta del lugareño y caminó hacia el centro de la aldea, encontrando un ayuntamiento lo suficientemente grande como para albergar a los heridos y enfermos. Tenía un mal presentimiento, temía que estallara la guerra y que los rehenes se vieran involucrados. Sin embargo, no podía hacer demasiado… Conocía los límites de su poder y, pese a que para muchos fueran increíbles, en comparación a la gente que estaba en Datebaio era una simple hormiga, un insecto que poco podía hacer. El que hubiera una gigantesca bola de fuego en el cielo tampoco mejoraba la situación, y la gente del pueblo tenía razones para estar asustada.
Inspeccionó el lugar y, tras hacerlo, clasificó las habitaciones. Servirían como alas médicas de acuerdo a la gravedad del paciente, aunque imaginaba que poco serviría considerando la situación en la que estaban. Apretó con fuerza la empuñadura del maletín, preguntándose si era todo lo que podía hacer. Solicitó a los lugareños cercanos que montaran lo más parecido a un hospital dentro del ayuntamiento, o al menos que juntaran las camas. Y luego se giró hacia Shinobu.
—Creo que lo mejor es que abandones Datebaio, Shinobu —le dijo Prometeo con el ceño fruncido como nunca. Su voz sonaba seria—. Los hombres de C. Zar quieren a Hitomi-sama y aún debemos cumplir la promesa que le hicimos al señor Kagemusha. Tienes que protegerla, llevarla lejos de aquí.
¿Acaso había un lugar seguro en toda la isla? Si pensaba las cosas con detenimiento, el sitio más confiable era junto al Gran Comandante, pero ahora mismo había dos ejércitos rodeando el pueblo. Necesitaba otra opción. Estaba comenzando a frustrarse, un sentimiento que había compartido con humanos en otras ocasiones; estaba comenzando a sentirse un inútil, alguien que sólo podía quedarse en la banca a mirar el partido de los “grandes”.
—¡Heridos y enfermos por aquí, por favor! —anunció después. No estaba seguro de si los habría, pero usaría sus poderes de fénix para sanar heridas y enfermedades. ¿Podía hacer otra cosa?
Inspeccionó el lugar y, tras hacerlo, clasificó las habitaciones. Servirían como alas médicas de acuerdo a la gravedad del paciente, aunque imaginaba que poco serviría considerando la situación en la que estaban. Apretó con fuerza la empuñadura del maletín, preguntándose si era todo lo que podía hacer. Solicitó a los lugareños cercanos que montaran lo más parecido a un hospital dentro del ayuntamiento, o al menos que juntaran las camas. Y luego se giró hacia Shinobu.
—Creo que lo mejor es que abandones Datebaio, Shinobu —le dijo Prometeo con el ceño fruncido como nunca. Su voz sonaba seria—. Los hombres de C. Zar quieren a Hitomi-sama y aún debemos cumplir la promesa que le hicimos al señor Kagemusha. Tienes que protegerla, llevarla lejos de aquí.
¿Acaso había un lugar seguro en toda la isla? Si pensaba las cosas con detenimiento, el sitio más confiable era junto al Gran Comandante, pero ahora mismo había dos ejércitos rodeando el pueblo. Necesitaba otra opción. Estaba comenzando a frustrarse, un sentimiento que había compartido con humanos en otras ocasiones; estaba comenzando a sentirse un inútil, alguien que sólo podía quedarse en la banca a mirar el partido de los “grandes”.
—¡Heridos y enfermos por aquí, por favor! —anunció después. No estaba seguro de si los habría, pero usaría sus poderes de fénix para sanar heridas y enfermedades. ¿Podía hacer otra cosa?
- Resumen:
- Organizar el ayuntamiento para convertirlo en un hospital improvisado y llamar a los heridos y enfermos para curarlos.
AEG93
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Su cambio de actitud, fingiendo resignación y agotamiento, pareció desconcertar a los vigilantes. Tras unos momentos de deliberación el que estaba al cargo decidió que podían dejarle pasar. No obstante había un inconveniente: los dos guardias que se hallaban en el interior de la tienda les seguirían hasta palacio para comprobar que no se desviaban del camino. Aquello suponía un contratiempo, para qué negarlo, pero al menos estaba un paso más cerca de su objetivo. Había logrado sacar al médico de su encierro. Ahora solo tenía que encontrar la manera de hacer que llegara hasta la ubicación de su maestro.
Durante el camino se cruzaron con una enorme cantidad de tiendas de campaña atestadas de soldados gyojin, cosa por otra parte lógica teniendo en cuenta que se encontraban en su campamento central, el lugar que habían elegido como base de operaciones desde su llegada a Wano. Iba a resultar muy complicado conseguir que el sanitario saliera de la ciudad sin despertar sospechas ni desviarse del camino, pero debía intentarlo. Si llegaba a palacio y terminaba cara a cara con Hipatia, como pretendía, sin haber sacado de la capital al médico era posible que su maestro no resistiera.
Así prestaría tanta atención como fuera capaz durante el camino para tratar de observar algún detalle que le diese la clave de cómo hacer que el médico, sabiendo la ubicación de su maestro, escapara y llegase hasta él sin levantar sospechas sobre sí mismo ni descubrir su tapadera. Pues de saberse quién era él realmente cuando aún se encontraba rodeado por todas partes de cientos de soldados enemigos le resultaría prácticamente imposible salir con vida de allí.
Había mucho en juego, y sus dos cometidos eran de extrema importancia. Por un lado salvar la vida de su querido y respetado maestro, a quien tanto debía. Y por otro acabar con la usurpadora del trono de la Isla Gyojin, quien al parecer estaba también implicada en alguna clase de poderosa alianza con la que según los datos de los que disponía el antiguo líder de la rebelión gyojin había tenido algo que ver. Si algo le había quedado claro era que Troita e Hipatia se conocían desde hacía tiempo, así como que ambos habían pertenecido a un grupo que podría tratarse de una tripulación pirata cuya líder parecía ser una mujer cuyo nombre empezaba con la letra K. Casualmente un nombre que cumplía con esos requisitos había comenzado a hacerse famoso en el Nuevo mundo: Terra Kepler. El Shichibukai desconocía qué se traían aquellas personas entre manos, pero si Hipatia formaba parte de ello no podía tratarse de nada bueno. Además habían invadido y destruido su tierra natal y masacrado a sus gentes. Debía acabar con la reina gyojin costara lo que costase.
Durante el camino se cruzaron con una enorme cantidad de tiendas de campaña atestadas de soldados gyojin, cosa por otra parte lógica teniendo en cuenta que se encontraban en su campamento central, el lugar que habían elegido como base de operaciones desde su llegada a Wano. Iba a resultar muy complicado conseguir que el sanitario saliera de la ciudad sin despertar sospechas ni desviarse del camino, pero debía intentarlo. Si llegaba a palacio y terminaba cara a cara con Hipatia, como pretendía, sin haber sacado de la capital al médico era posible que su maestro no resistiera.
Así prestaría tanta atención como fuera capaz durante el camino para tratar de observar algún detalle que le diese la clave de cómo hacer que el médico, sabiendo la ubicación de su maestro, escapara y llegase hasta él sin levantar sospechas sobre sí mismo ni descubrir su tapadera. Pues de saberse quién era él realmente cuando aún se encontraba rodeado por todas partes de cientos de soldados enemigos le resultaría prácticamente imposible salir con vida de allí.
Había mucho en juego, y sus dos cometidos eran de extrema importancia. Por un lado salvar la vida de su querido y respetado maestro, a quien tanto debía. Y por otro acabar con la usurpadora del trono de la Isla Gyojin, quien al parecer estaba también implicada en alguna clase de poderosa alianza con la que según los datos de los que disponía el antiguo líder de la rebelión gyojin había tenido algo que ver. Si algo le había quedado claro era que Troita e Hipatia se conocían desde hacía tiempo, así como que ambos habían pertenecido a un grupo que podría tratarse de una tripulación pirata cuya líder parecía ser una mujer cuyo nombre empezaba con la letra K. Casualmente un nombre que cumplía con esos requisitos había comenzado a hacerse famoso en el Nuevo mundo: Terra Kepler. El Shichibukai desconocía qué se traían aquellas personas entre manos, pero si Hipatia formaba parte de ello no podía tratarse de nada bueno. Además habían invadido y destruido su tierra natal y masacrado a sus gentes. Debía acabar con la reina gyojin costara lo que costase.
- Resumen:
- Intentar encontrar la forma de sacar al médico de la ciudad sin levantar sospechas sobre mí mismo y reflexionar acerca de la importancia de acabar con Hipatia.
Shinobu Yamamoto
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A diferencia de mucha gente de Datebaio, el aroma de Aki-san era dulce y tranquilizador. Me gustaba mucho más que el majestuoso olor del comandante de Tori-san. Era la primera persona que había conocido en este nuevo mundo y, pese a estar en guerra y que nada había cambiado realmente, me hacía creer que Izanagi-sama no se había olvidado de nosotros. Así que cuando me pidió que protegiera a Hitomi-chan asentí con firmeza.
—¡Lo haré, Aki-san! —respondí con determinación—. Cuidaré de ti no porque seas la princesa, sino porque eres tú, Hitomi-chan. No eres importante solo por lo que representas para este país —le dije, acariciándole el cabello y mirándola fijamente.
Acompañé a Tori-san hasta el ayuntamiento, un edificio en mucho mejor estado que el resto, y fui la primera en ofrecerme para montar el hospital improvisado. Buscaría camas, estanterías, incluso hierbas y todo tipo de cosas que nos permitieran salvar vidas. Había visto con mis propios ojos las habilidades sanadoras de Tori-san, sabía que no podía competir con él, pero aportaría mi granito de arena. Haría lo posible para detener la guerra. Sin embargo, dijo algo que no me agradó en lo absoluto, no porque sintiera que me estaba subestimando o algo así, sino porque me estaba pidiendo que le abandonara. A él y a toda la gente de Datebaio.
—Protegeré a Hitomi-chan y rescataremos a la familia de Kagemusha-sensei, pero lo haremos juntos. ¿Qué clase de guerrera sería si abandono a toda esta gente necesitada justo en este momento? —le pregunté, mirándole fijamente a los ojos—. A diferencia de los hombres de C. Zaru quiero conservar mi honor cuando la muerte toque mi puerta. Sé que soy una inútil —apreté los dientes y los puños—, pero la guerra es lo único que se me da bien. Por favor, no me quites la oportunidad de ayudar a los demás.
La expresión de Tori-san cambió, tornándose conciliadora; casi tierna. Dejó caer con suavidad sus manos sobre mis hombros y entonces se agachó para verme mejor.
—Ninguna criatura es inútil, Shinobu, mucho menos tú. ¿Acaso olvidas que fuiste la primera y única en sacrificarse para salvar a la gente de ese pueblo? Está bien, lo haremos juntos. Lo siento, no debí haberte propuesto algo así. Ayúdame con los heridos y enfermos, por favor.
Asentí con la cabeza, le di la mano a Hitomi-chan y entré al ayuntamiento para ayudar a Tori-san.
- Resumen:
- Comprometerme a cuidar de Hitomi y ayudar en el ayuntamiento-hospital.
Marc Kiedis
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Al parecer Zane tenía un problema que, aunque en aquellos momentos no parecía especialmente grave, si algo sabían sobre frutas del diablo y sus poderes podía llegar a serlo en un futuro cercano. Una mancha de tinta en su mano se iba extendiendo progresivamente, ocupando cada vez una parte mayor de su extremidad. Incluso para Marc resultaba evidente que, si no conseguían encontrar el modo de quitarle la tinta, acabaría por cubrir todo su cuerpo. Y, ¿quién sabía qué podría pasarle en caso de que eso llegara a suceder? Desde luego era mejor no esperar a comprobarlo.
Zane intentó primero prenderse fuego. Si sus ideas para intentar eliminar la tinta no funcionaban el semigigante aportaría una nueva, que pondría sin dudar en práctica. Cubrir toda la zona afectada con queso derretido a muy alta temperatura. Primero porque era posible que fuera capaz de disolver la tinta sin dañar a su capitán, que por sus habilidades era invulnerable al calor. Segundo porque, al tratarse de un material tan extremadamente pegajoso y del cual Marc tenía absoluto control, podía pegarse a la tinta y "tirar de ella", por decirlo así, para arrancarla de la piel de Zane.
En caso de que ninguna alternativa fuese útil el pelirrojo siempre podría cortarse el brazo. Al fin y al cabo después podía utilizar sus poderes para volver a hacerlo crecer, o al menos eso creía el semigigante.
Por otro lado, resultó para el grandullón un alivio saber que Tushido había contactado con Therax por Den Den Mushi. Sus compañeros de batallas en las últimas semanas estaban sanos y salvos, y eso le reconfortaba enormemente ya que se sentía un poco culpable por haberlos abandonado. Aunque no habían tenido elección, pues rescatar a su capitán era absolutamente prioritario.
La columna de humo se encontraba cada vez más cerca, y el semigigante se preguntaba qué se iban a encontrar allí. Teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba el país en aquellos momentos probablemente no fuese nada bueno.
Zane intentó primero prenderse fuego. Si sus ideas para intentar eliminar la tinta no funcionaban el semigigante aportaría una nueva, que pondría sin dudar en práctica. Cubrir toda la zona afectada con queso derretido a muy alta temperatura. Primero porque era posible que fuera capaz de disolver la tinta sin dañar a su capitán, que por sus habilidades era invulnerable al calor. Segundo porque, al tratarse de un material tan extremadamente pegajoso y del cual Marc tenía absoluto control, podía pegarse a la tinta y "tirar de ella", por decirlo así, para arrancarla de la piel de Zane.
En caso de que ninguna alternativa fuese útil el pelirrojo siempre podría cortarse el brazo. Al fin y al cabo después podía utilizar sus poderes para volver a hacerlo crecer, o al menos eso creía el semigigante.
Por otro lado, resultó para el grandullón un alivio saber que Tushido había contactado con Therax por Den Den Mushi. Sus compañeros de batallas en las últimas semanas estaban sanos y salvos, y eso le reconfortaba enormemente ya que se sentía un poco culpable por haberlos abandonado. Aunque no habían tenido elección, pues rescatar a su capitán era absolutamente prioritario.
La columna de humo se encontraba cada vez más cerca, y el semigigante se preguntaba qué se iban a encontrar allí. Teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba el país en aquellos momentos probablemente no fuese nada bueno.
- Resumen:
- Proponer soluciones para el tema de la tinta en caso de no funcionar las intentadas por Zane (tengo permiso de su user para embadurnarle el brazo de queso fundido a muy alta temperatura en caso necesario).
Yarmin Prince
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¿Qué hacía él ahí? Enfrentar a una oficial de Kepler era una cosa, pero tener que vérmelas con dos era una cosa ya a otro nivel. La complicación de mi plan se elevaba exponencialmente, comenzando a resultar una locura de efectuarlo cualquier persona menos capacitada que yo. De hecho, estaba al borde de serlo incluso estando yo en medio de él, y no me hacía demasiada gracia imaginarme entre esos dos. Tal vez debería retirarme, encontrar una buena coartada y reunirme con la Marina en el noreste antes de acabar muerto, o algo peor; al fin y al cabo, una retirada a tiempo era una victoria. Sin embargo, nunca había vivido la vida pensando en convertirme en un cobarde... Más o menos. Si las cosas se salían de madre huiría, claro, pero por el momento lo mejor que podía hacer era forzar un poco más la máquina.
En cualquier caso, el camino hacia mi destino fue sencillo, aunque más largo de lo que habría cabido esperar. Necesitaba guardias y, cómo no, estos escaseaban en un momento en que la mayor parte de las tropas habían salido para reclamar gran parte de Wano de una vez por todas. Se había acabado el atrincheramiento, ahora Hipatia buscaba el sometimiento total del país bajo sus aletas. Aunque, a decir verdad, si ese hombre había llegado buscando evitarlo, tal vez tuviese una o dos cosas que hablar con él. Quizá sobrase una reina en la tripulación de Kepler e hiciese falta un aliado que pudiese garantizar apoyo firme dentro y fuera del Gobierno... Pero, en cualquier caso, por el momento tenía a tres buenos amigos esperando por mí para dar comienzo a toda la fiesta, alegría y mucha, mucha diversión.
- Hola -dije, con un retintín alegre, mientras daba vueltas alrededor de ellos, casi como un gato-. ¿Qué tal os encontráis, muchachos?
Me detuve a sus espaldas, pidiéndoles que no se diesen la vuelta primero, y con cierta sardonería sonreí, comprobando mentalmente el camino hasta Oc.
- La emperatriz reclama urgentemente la presencia del hombre junto a Sir Oc -recité. Debían seguir mis órdenes, pero si pasaba cualquier cosa lo ideal era que creyesen que tenían un buen motivo para lo que estaban a punto de hacer. Tenerlos dominados no implicaba que estuviesen de acuerdo con los motivos, solo que lo harían, por lo que idealmente había que tratarlos como a gente valiosa-. Debéis aseguraros de que entienda la extrema gravedad y de la situación y la prisa que urge a Su Majestad, y escoltarlo hasta el patio donde ella lo espera. Por favor, id yendo.
Un paso sencillo, pero imprescindible. Era poco probable que preguntasen los motivos a un grupo de soldados, y dudaba que la extraña telepatía de Oc pudiese captar que estaban dominados una vez ya había intervenido en ellos. Aun así, si eso sucedía, me mantendría expectante mientras el hombre guapo me buscaba, probablemente dejando solo al calamar. Aun así, esperaba que funcionase y no tener que hacer las cosas aprisa. Pero, por suerte, estaba listo para casi cualquier cosa.
En cualquier caso, el camino hacia mi destino fue sencillo, aunque más largo de lo que habría cabido esperar. Necesitaba guardias y, cómo no, estos escaseaban en un momento en que la mayor parte de las tropas habían salido para reclamar gran parte de Wano de una vez por todas. Se había acabado el atrincheramiento, ahora Hipatia buscaba el sometimiento total del país bajo sus aletas. Aunque, a decir verdad, si ese hombre había llegado buscando evitarlo, tal vez tuviese una o dos cosas que hablar con él. Quizá sobrase una reina en la tripulación de Kepler e hiciese falta un aliado que pudiese garantizar apoyo firme dentro y fuera del Gobierno... Pero, en cualquier caso, por el momento tenía a tres buenos amigos esperando por mí para dar comienzo a toda la fiesta, alegría y mucha, mucha diversión.
- Hola -dije, con un retintín alegre, mientras daba vueltas alrededor de ellos, casi como un gato-. ¿Qué tal os encontráis, muchachos?
Me detuve a sus espaldas, pidiéndoles que no se diesen la vuelta primero, y con cierta sardonería sonreí, comprobando mentalmente el camino hasta Oc.
- La emperatriz reclama urgentemente la presencia del hombre junto a Sir Oc -recité. Debían seguir mis órdenes, pero si pasaba cualquier cosa lo ideal era que creyesen que tenían un buen motivo para lo que estaban a punto de hacer. Tenerlos dominados no implicaba que estuviesen de acuerdo con los motivos, solo que lo harían, por lo que idealmente había que tratarlos como a gente valiosa-. Debéis aseguraros de que entienda la extrema gravedad y de la situación y la prisa que urge a Su Majestad, y escoltarlo hasta el patio donde ella lo espera. Por favor, id yendo.
Un paso sencillo, pero imprescindible. Era poco probable que preguntasen los motivos a un grupo de soldados, y dudaba que la extraña telepatía de Oc pudiese captar que estaban dominados una vez ya había intervenido en ellos. Aun así, si eso sucedía, me mantendría expectante mientras el hombre guapo me buscaba, probablemente dejando solo al calamar. Aun así, esperaba que funcionase y no tener que hacer las cosas aprisa. Pero, por suerte, estaba listo para casi cualquier cosa.
- Resumen:
- No gran cosa, mando a los minions a librarse del tío guapo.
Gareth Silverwing
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Por fin la luz llegó a mis ojos, al igual que polvo y arena que me harían proferir improperios en voz alta de no ser porque tenía la boca llena de piedras. Tosí y escupí, tenía la garganta seca, como si hubiera tragado tiza, miré mi cuerpo a la luz del sol, tenía más magulladuras de las que recordaba, pero de la serpiente de lava ya sólo quedaban unos poco escombros. Espera ¿Sol?
La madre que... habíamos salido, y dentro de la capital nada menos. Me encantaba tener razón y no me hacía falta decirlo, me reservaría el "Os lo dije" para una ocasión menos urgente. Me limpié los pedruscos de encima y me incorporé al lado de una intrincada y sobrediseñada estructura de hielo que, sin duda, había hecho Al. Este estaba escuchando el den den mushi y lo que parecía una llamada de emergencia. Idiotas, habían ido por el mar, sabía que el plan de buscar un túnel era lo correcto, una lista más de "Os lo dije" que debía repartir, esto iba a ser como una navidad de "tenía razón". Pero en fin. Parecía urgente, y Al podía llegar rápido, en el mar tenía la ventaja, bueno, la ventaja de poder ayudar a los barcos sin volarlos por los aires como haría yo.
El Almirante me dirigió una mirada, antes de irse, los dos sabíamos lo que significaba, demasiados años de intentos fallidos de comunicación verbal habían dado fruto a un sistema más rudimentario, el cual basaba el mensaje en la confianza mutua, el la experiencia reunida, en innumerables sesiones de terapia. El mensaje estaba claro "Vale, tenías razón, no hace falta que lo digas. Voy a encargarme de esto aunque no tengo ganas porque está lejos, tú quédate aquí y asegura nuestra posición... y no hagas prisioneros" Lo último sonaba totalmente a algo que diría Al, en mi cabeza. Pero bueno, tampoco estábamos en una situación en la que pudiera permitirme ese lujo.
Observé cómo se marchaba volando mientras me preguntaba ¿Qué coño estaba haciendo Jack para tardar tanto? No habíamos comido tanto como para que se pasara tanto tiempo cagando. Bueno, lo mejor por ahora sería explorar los alrededores mientras llegaba. Iría dejando un rastro con mi arma, creo que el agujero era fácil de encontrar. Si salía sólo tenía que seguir el gran y prominente surco humeante. Si no encontraba nada antes de que saliese iría corriendo al lugar que tuviera pinta de ser más importante.
La madre que... habíamos salido, y dentro de la capital nada menos. Me encantaba tener razón y no me hacía falta decirlo, me reservaría el "Os lo dije" para una ocasión menos urgente. Me limpié los pedruscos de encima y me incorporé al lado de una intrincada y sobrediseñada estructura de hielo que, sin duda, había hecho Al. Este estaba escuchando el den den mushi y lo que parecía una llamada de emergencia. Idiotas, habían ido por el mar, sabía que el plan de buscar un túnel era lo correcto, una lista más de "Os lo dije" que debía repartir, esto iba a ser como una navidad de "tenía razón". Pero en fin. Parecía urgente, y Al podía llegar rápido, en el mar tenía la ventaja, bueno, la ventaja de poder ayudar a los barcos sin volarlos por los aires como haría yo.
El Almirante me dirigió una mirada, antes de irse, los dos sabíamos lo que significaba, demasiados años de intentos fallidos de comunicación verbal habían dado fruto a un sistema más rudimentario, el cual basaba el mensaje en la confianza mutua, el la experiencia reunida, en innumerables sesiones de terapia. El mensaje estaba claro "Vale, tenías razón, no hace falta que lo digas. Voy a encargarme de esto aunque no tengo ganas porque está lejos, tú quédate aquí y asegura nuestra posición... y no hagas prisioneros" Lo último sonaba totalmente a algo que diría Al, en mi cabeza. Pero bueno, tampoco estábamos en una situación en la que pudiera permitirme ese lujo.
Observé cómo se marchaba volando mientras me preguntaba ¿Qué coño estaba haciendo Jack para tardar tanto? No habíamos comido tanto como para que se pasara tanto tiempo cagando. Bueno, lo mejor por ahora sería explorar los alrededores mientras llegaba. Iría dejando un rastro con mi arma, creo que el agujero era fácil de encontrar. Si salía sólo tenía que seguir el gran y prominente surco humeante. Si no encontraba nada antes de que saliese iría corriendo al lugar que tuviera pinta de ser más importante.
- Resumen:
- Comunicación de bro y me pongo a explorar la zona.
Katharina von Steinhell
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Pudo haberlo evitado con facilidad, es decir, si hubiera querido la bola de fuego habría explotado antes de que Black pudiera hacerla desaparecer. Pero no lo hizo. Pudo haber creado un mar de llamas antes de que él pudiera hacer algo. Pero se quedó estática. Le miró con expresión vacía. Por fuera era un témpano de hielo, impertérrita; por dentro, un volcán a punto de entrar en erupción. No tenía miedo de enfrentar al «hombre más fuerte», mucho menos temía a la muerte. Una parte de ella quería defender su patológico orgullo, una parte de ella quería responder con la arrogancia de una quinceañera y desobedecer la única palabra de Black. La otra parte imaginó a Ivan decapitado y a Alexandra desmembrada, a Inosuke mutilado y a Kayadako más viva que nunca, a Rose tirada en un charco de barro y sangre, a Marcus fusilado y a Milena vendida en una subasta de esclavos.
La bruja sonrió más para sí que para alguien. «Me he vuelto débil», reconoció. Tenía la obligación de tragarse su orgullo y abandonar su arrogancia, no porque Black fuera indudablemente más fuerte y peligroso, sino porque había perdido a alguien muy importante por la misma razón. Sí, la victoria le importaba muchísimo más que las vidas de los rehenes, soldados y gyojins, pero continuar teniendo aventuras con sus tripulantes… Ah, era inútil colocar las cosas en una balanza. Era bastante obvio, ¿verdad?
—Decisión incorrecta —sentenció la hechicera, mirándole con desprecio. Odiaba a los hombres como él. Comenzó a reunir energía mágica y sus ojos emitieron un destello azulado, y entonces alzó su mano—. No eres un héroe. Es imposible que los salves a todos, pero…
El piso dañado por la guerra bajo los pies de Black y la bruja desapareció para ser reemplazado por un puente de madera. Decenas de cerezos de impresionantes hojas rosas nacieron por obra de magia, y un centenar de distintos tipos de matorrales de variados colores acompañaron el paisaje. Un río de aguas cristalinas surgió allá donde no había ningún hombre. Y pronto la música compuesta por flautas y kotos resonó de este a oeste, de norte a sur. El campo de batalla se había esfumado de un momento a otro.
—… ese no es mi problema —continuó, y entonces nacieron dos grandes alas de cuervo a su espalda—. Abandonaré Wano, pero si alguna vez te metes en mi camino, no tendrás que volver a jugar al muerto.
Y así, la hechicera partió rumbo a donde estaban sus amigos, a donde estaba la razón por la que no había desenvainado su espada.
La bruja sonrió más para sí que para alguien. «Me he vuelto débil», reconoció. Tenía la obligación de tragarse su orgullo y abandonar su arrogancia, no porque Black fuera indudablemente más fuerte y peligroso, sino porque había perdido a alguien muy importante por la misma razón. Sí, la victoria le importaba muchísimo más que las vidas de los rehenes, soldados y gyojins, pero continuar teniendo aventuras con sus tripulantes… Ah, era inútil colocar las cosas en una balanza. Era bastante obvio, ¿verdad?
—Decisión incorrecta —sentenció la hechicera, mirándole con desprecio. Odiaba a los hombres como él. Comenzó a reunir energía mágica y sus ojos emitieron un destello azulado, y entonces alzó su mano—. No eres un héroe. Es imposible que los salves a todos, pero…
El piso dañado por la guerra bajo los pies de Black y la bruja desapareció para ser reemplazado por un puente de madera. Decenas de cerezos de impresionantes hojas rosas nacieron por obra de magia, y un centenar de distintos tipos de matorrales de variados colores acompañaron el paisaje. Un río de aguas cristalinas surgió allá donde no había ningún hombre. Y pronto la música compuesta por flautas y kotos resonó de este a oeste, de norte a sur. El campo de batalla se había esfumado de un momento a otro.
—… ese no es mi problema —continuó, y entonces nacieron dos grandes alas de cuervo a su espalda—. Abandonaré Wano, pero si alguna vez te metes en mi camino, no tendrás que volver a jugar al muerto.
Y así, la hechicera partió rumbo a donde estaban sus amigos, a donde estaba la razón por la que no había desenvainado su espada.
- Resumen:
- Un pequeño presente para Dexter.
- Cositas para todos los de Datebaio:
- Nombre de la técnica: 秋の歌 — Aki no Uta
Categoría: Técnica Mítica
Descripción: Crea una poderosa ilusión, pudiendo ser tan grande como lo máximo que pueda crear según la tabla, que recuerda un paisaje de otoño japonés acompañado de una melodía compuesta por el dulce sonido de una flauta de madera y el compás del koto durante cuatro turnos. La ilusión invita a relajarse, pudiendo mermar las emociones negativas e incluso las intenciones de pelea que se estén sintiendo en el momento. Mientras más se escuche la melodía mayor será la sugestión. Tarda dos segundos en canalizarse y debe esperar dos turnos para volver a usar esta técnica.
Normas del capítulo:
- Se moderará los martes entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los martes antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
- Está prohibido metarrolear, powerrolear y demás actitudes tóxicas.
- A más riesgo, más premio.
- Como es tradición, el barco de Sons of Anarchy se hundirá en algún momento.
- Cada post debe ocupar entre 250 y 1.200 palabras. Si no se está en estos límites, el post podría ser ignorado.
- Es responsabilidad de un usuario comunicarse con la gente con la que interactúa.
- Si un post tiene más de 15 faltas ortográficas por párrafo podría ser ignorado.
- Hacer un resumen de acciones relevantes es obligatorio independientemente de la extensión.
- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación:
- Maki y Yarmin:
- Maki, entre bambalinas puedes divisar la reacción de todos los asistentes a tu obra. Los soldados de la reina, cautivados por las referencias al mar y el mal gusto de quienes orinan en él –como si ellos no lo hiciese, ¿sabes? ¿Dónde podrían hacerlo si no? ¿Te imaginas que saliesen a la superficie cada vez que sintiesen la llamada de la madre naturaleza? Aunque, bien pensado, sería un modo de pagarles a esos humanos guarros con su propia moneda- observan la función embelesados. Algunos incluso se han desprendido de parte de su equipo y se han sentado para disfrutar mejor de la función.
Hipatia, por otro lado, parece tener prisa. Incluso puedes ver cómo despega los labios en alguna que otra ocasión para detener la función, pero finalmente se lo piensa mejor y guarda silencio. Ha vuelto a negar con la cabeza en un par de ocasiones, pero dentro de lo que cabe todo parece estar yendo bastante bien.
Yarmin… ¿Aliarte, aunque sea una treta, con Chris Foam y por extensión con Kepler? Suena arriesgado, pero ¿quién sabe si podría funcionar? Terra Kepler ha demostrado hasta el momento un gran interés en aliarse con personas de un tiempo que le es ajeno para conquistarlo. Tal vez podáis sacar provecho el uno del otro… Bueno, yo te dejo que le des un par de vueltas mientras sigues intentando dar muerte a la inoportuna Hipatia.
En cuanto a tus soldaditos de escamas, caen embaucados ante tu encanto y responden inclinando la cabeza como señal de que cumplirán tus órdenes. Marchan hacia la posición de Oc y Foam, aguardando el momento oportuno para intervenir en la conversación. Se hacen eco de tus palabras, lo que provoca una reacción bastante airada por parte del hombre de Kepler:
-¿Ahora quiere hablar conmigo otra vez? ¿Qué es, una niña caprichosa? Como esto siga así no será la Marina quien la mate, sino yo mismo.
Oc golpea el suelo en repetidas ocasiones en lo que sin duda debe ser un mensaje con el que intenta calmarle. Chris, por su parte, es un hombre narcisista, sí, pero acostumbra a atender a razones. Finalmente asiente, acompañando a los seres abisales que se prestan a escoltarle hasta el jardín. El calamar debe tener alguna cosa más que hacer antes de reunirse con su señora, porque desaparece en los corredores del palacio del shogun arrastrando sus extremidades. ¿Será esta tu oportunidad de llevar a cabo la principal pieza de tu plan? ¿Qué clase de sorpresas puede depararte un calamar?
- Datebaio:
- Los ejércitos enemigos asisten con singular asombro a vuestro despliegue de habilidades. Ilusiones por doquier, una inmensa esfera ígnea siendo extinguida lentamente por un vendaval de iguales dimensiones y veladas advertencias por parte de quienes podrían aplastarles sin apenas suspirar.
El silencio se extiende entre las filas enemigas después de que los cerezos en flor sustituyan el ambiente de destrucción que impera en Wano, con la Bruja alejándose y convirtiéndose en un punto en el cielo que poco a poco se vuelve más pequeño. La voz del oficial que hasta el momento ha llevado la voz cantante resuena entonces de nuevo, condicionada por las miradas de sus hombres gracias al influjo de Aki.
-¡No podemos quedarnos sin protección, mucho menos después de ver lo que hemos visto en apenas un rato, pero os propongo una cosa! ¡Liberaremos a la mitad de los rehenes en cuanto la mujer de cabellos rojizos y el oficial revolucionario se entreguen! ¡Después, haremos lo propio con la mitad de las personas restantes! ¡Los que queden nos acompañarán hasta la Capital de las Flores junto a vosotros! ¡No podemos hacerles nada, porque significaría nuestro fin! ¡No sufrirán daño alguno y serán liberados en cuanto lleguemos a nuestro destino! ¡Vosotros mismos podréis verlo! ¡No estoy autorizado a hacer más concesiones!
Han cedido bastante, hay que reconocerlo, y bajo mi punto de vista la situación se ha convertido en algo bastante lógico y asumible si os ponéis en su lugar. No obstante, queda en vuestra mano aceptar o rechazar la última oferta. En caso de que aceptéis, actuarán tal y como os han prometido y nada hará pensar que pretendan romper el pacto al que se han prestado.
En otro orden de cosas, Shinobu y Prometeo se valen de las manos del pequeño contingente reclutado por Dexter para dar forma un rudimentario hospital de campaña. No queda mucho que aprovechar en Datebaio, mucho menos material médico, por lo que todo dependerá de la pericia del fénix.
Una veintena de improvisadas camas pueblan ahora la única ala del ayuntamiento que sigue en pie, y siete de ellas ya han sido ocupadas por los que se encuentran en peor estado de quienes decidieron acompañar al Dragón Azul en su periplo. No están muy graves, por lo que por el momento el homúnculo puede encargarse de ellos sin demasiado esfuerzo.
- Ryuu:
- Camináis rumbo al palacio del shogun, que poco a poco se hace cada vez más visible entre las construcciones clásicas de Wano y las tiendas del asentamiento gyojin. Vais a paso lento y puedes ver la incomodidad y los nervios en el rostro del médico. ¿Estará pensando en delatarte como consecuencia del pánico? Esperemos que no, porque sería una gran faena. Una que aseguraría su vida, por otro lado.
Sea como sea, mientras reflexionas acerca de la situación actual analizas el entorno en busca de alguna grieta, algún pretexto que te permita separar al médico del grupo con motivos razonables o algo por el estilo. Lamentándolo mucho, parece que la titánica tarea que te has impuesto va a ser extremadamente difícil de llevar a cabo.
El pretexto que te ha permitido sacar al sanitario de la tienda donde descansa es claro y conciso: llevarlo hasta la localización de Hipatia, el palacio del shogun. Creo que eso admite pocos matices. Por otro lado, rumbo al centro neurálgico de la actividad submarina en Wano resulta cuanto menos improbable encontrarte en una zona donde puedas intentar acabar con los escoltas sin atraer miradas indiscretas… Y lo cierto es que así es.
Cuando quieres darte cuenta os encontráis a apenas quince metros de la escalinata que permite acceder al mismísimo palacio donde se encuentra Hipatia. Los soldados se detendrán a los pies del primer escalón, esperando que hagas lo que has dicho que debías hacer con tanta urgencia.
- Kiritsu:
- -Nos han atacado por la espalda, señor –explica la voz ante el asombro de Al-. El almirante Kurokami protege el puerto al que se dirige la flota del enemigo. El lugar resiste por el momento sin demasiados problemas gracias a él, pero la retaguardia de la flota, en medio del mar, queda lejos de su alcance.
Sea como sea, el almirante se desplaza a toda velocidad hacia el punto de reunión, encontrándose una batalla encarnizada en la que la Marina lleva todas las de perder. No son pocos los restos de naufragios que flotan a lo lejos, convertidos en pequeños puntos a merced del oleaje del Nuevo Mundo. Algunos navíos, los que encabezaban la formación, han conseguido atracar en el puerto que tomasteis y se esfuerzan, sin demasiado éxito, por proteger a los barcos que están cerca de llegar.
El perímetro de hielo se extiende sin misericordia en un santiamén, aislando una quincena de barcos del ataque gyojin. Si alguien se sumergiese en el mar encontraría una nada desdeñable cantidad de seres de escamas congelados y muertos, completamente quietos, pero eso sólo podrá hacerse cuando el hielo desaparezca. Más allá del cerco las cabezas de los supervivientes, que se cuentan por más de los que os gustaría, contemplan el éxito de su incursión sorpresa antes de volver a sumergirse y desaparecer sin dar más guerra. Parece que su plan ha sido un éxito.
Por otro lado, si te diriges hacia el Almirante podrás comprobar que los enemigos que ha derrotado se cuentan por decenas. El fuego consume el cuerpo de los gyojines que, muertos, flotan. Incluso se las ha ingeniado para conseguir que un buen fragmento de tierra se eleve y le arrebate terreno al mar, convirtiéndose en el lugar desde el que, en primera línea, ha protegido el puerto.
Jack, no hay nada demasiado relevante en las cercanías, por lo que no hay mucha posición que asegurar. Si decides internarte más en territorio hostil, lo que sospecho que harás, terminarás por encontrar un pequeño campamento donde, según parece, sólo hay humanos. Aunque te sorprenda viendo la situación de Wano, una docena de personas toman el té en torno a una candela de considerables dimensiones.
Charlan animadamente como si la caída de la tierra de los samuráis no tuviese nada que ver con ellos. Aunque, si te fijas, podrás ver que su equipo, que descansa sobre soportes de madera, los identifica indudablemente como samuráis. Es algo bastante curioso, ¿no te parece?
Hay una tienda de dimensiones algo mayores que las demás, alumbrada por un sinfín de candiles que sin duda resplandecen en su interior. Algunas sombras se proyectan tímidamente sobre la lona, revelando la presencia de elementos un tanto extraños. ¿Es eso un telescopio? Podría serlo, aunque desde la distancia resulta imposible siquiera acercarse a asegurarlo.
- La rubia, el rubio y Mano de oro:
- Zane, si bien parece que en determinado momento el calor seca ligeramente la tinta, esta sigue extendiéndose como un tatuaje que impregna toda tu piel casi hasta el codo. Sin embargo, cuando tomas la decisión de orinarle encima de alguna manera hace reacción. Al principio parece que se está yendo, pero cuando comienzas a frotar te das cuenta de que solo ha tomado un aspecto dorado, aunque si te fijas bien sigue extendiéndose por tu cuerpo. No obstante, mucho mejor de esta manera ahora pudiendo cambiarle el color a la tinta, ¿No? Igual si mea Marc toma color rojizo y te hace juego con la melena, pero mejor no pruebes eso. Nunca un amigo debe pedirle a otro que se saque la tula.
– ¡Vaya! –resuena la voz de Tushido a través del den den–. Eso suena a una gran noticia. ¿Entonces las Lomas de Kuri existen?
Por otro lado, e ignorando el agradable aroma que desprende el brazo de Zane vais avanzando por Ringo. De las zonas de Wano probablemente sea la más inhóspita a causa del frío, pero si solo vais a estar un rato… No, definitivamente, todo el que no pueda aguantar temperaturas extremas debería hacerse un abrigo de queso. Qué delicia. En fin, que a medida que os adentráis en la región podéis percibir dos cosas: La primera es que hace más frío cuanto más al noreste vais, y la segunda es que según vais acercándoos la masa de humo va tomando su verdadera forma: No es una columna, sino varias que confluyen al expandirse. Hay un campamento de alguna clase allí, aunque eso ya lo sabíais.
Nadie os impide atravesar un pobre bosque de cipreses –si es que se le puede llamar bosque–, y cuando salís de él os topáis de bruces con un gigantesco cementerio, lleno de hogueras por doquier. Alrededor de ellas podéis ver hombres ancianos, pero con la determinación en la mirada que comen en silencio y cuidan sus armas, a la espera de usarlas de nuevo. Podéis ver que, además, sobre cada tumba hay una katana envainada o más, pero ni siquiera los más jóvenes –de tal vez cuarenta años– sin un arma de buena calidad las cogen. Podéis distinguir entre ellos a un hombre de armadura kabuto medio rota sin casco, con una notoria cicatriz en el cuello y varias marcas a lo largo del rostro. En su mirada encontráis unos ojos verdes con más vida de la que todo su cuerpo parece tener, y lógicamente no pasáis desapercibidos ante él.
– ¡Por fin buenas noticias! –exclama, al veros–. Por fin reclutas jóvenes que puedan tomar la vanguardia.
- The Siemens:
- Ino… Si bien ves que el hombre, con total seguridad, se gira hacia ti, cuando está a punto de responderte no le queda más remedio que girarse hacia Xandra, que lo interpela directamente a él. Mientras ella le grita se queda callado, pero la observa con cierta curiosidad y una sonrisa que, sí, puedes reconocerla, es de paternalismo y condescendencia absoluta.
– No te enfades, mujer, hay Toshio para todas. –Le dedica, también, una brillante sonrisa a Kaya, además de guiñarle un ojo–. ¡Has tenido una buena idea al liberar a nuestra milicia, por supuesto, pero no puedes negar que habéis esclavizado en muerte a los habitantes de pueblos vecinos! Hasta en estas tierras hemos oído hablar de Katharina von Steinhell, aunque la esperaba mucho más gorda. –Sabes que se está callando un “y menos idiota”, porque lo masculla–. ¡Lo que no podemos tolerar es que nos roben el honor los cadáveres de nuestros compatriotas! ¡Porque si aceptamos esta ayuda, si no combatimos a la tropa de los yokais, así como a los kappas, nuestra alma morirá para siempre!
Sin embargo, se gira hacia Inosuke con el gesto ligeramente perturbado.
– Yo no soy el señor de estas tierras, solo el Capitán Toshio. Habría acabado yo mismo con las tropas kappas, pero me lesioné la rodilla en las guerras Limónicas hace tres años. Sin embargo, todavía falta un trofeo en mi salón. ¡Está bien, bestia, acepto el desafío!
Apenas puedes percibirlo, pero saca una pistola de chispa en un instante y dispara casi sin apuntar; sin embargo, la bala se dirige perfectamente hacia tu cuerpo. Hacia tu corazón, concretamente.
Xandra, Kaya… Parece que vuestras acciones con los zombies consiguen calmar a una decena de habitantes que, de formas más o menos perturbadoras, intentan comunicarse con los zombies. Una pareja empieza a tomar el té en ceremonia tradicional, pero el resto de gente sigue persiguiendo a los muertos, que escapan como pueden mientras algunos van ardiendo poco a poco. Respecto a la libertadora de gyojins, antes de que Kaya logre retirarle la hoz desata a uno de los gyojins, que corre tanto como puede a rescatar a sus compañeros. No le cuesta demasiado retirar las correas a tres de ellos, mientras la mujer chilla.
– ¡No es justo! ¡Suéltame, marioneta del poder! ¡Deja de oprimirme!
- Vile y Nox:
- Nox… El fuego, pese a los esfuerzos de Vile, se está extendiendo. Tal vez deberías hacer algo.
Pero vamos contigo, Vile. Tu idea de lanzar agua al incendio parece funcionar, pero la magnitud de las llamas es tan desmesurada que muy pronto vuelven a dominar todo el entorno. Aun así, seguramente hayas ganado un par de minutos que Nox podría aprovechar… Si se hubiese movido, claro. El caso es que comienzas a avanzar siguiendo el rastro. Ni es muy difícil de seguir ni tampoco parece que estén intentando ocultarse. De hecho, si no fuese porque todo es muy precipitado dirías que están intentando que alguien pueda seguir el rastro, aunque seguro que no esperan que sea tan pronto.
En cualquier caso el fuego se extiende a tus espaldas, quizá no tan rápido, pero sí que sientes un ligero calor a la espalda. Aun así, avanzas entre árboles y matorrales, apartándolos como puedes y terminas por descubrir que son tres personas –más bien pequeñas– las que huyen del lugar, en una dirección que no sabrías identificar, pero termináis llegando hasta lo que parece un puesto de avanzadilla. Hay militares de Hipatia y algún que otro hombre del Hemperador, aunque sobre todo puedes ver los pendones de la reina. ¿Su plan pasaba porque llegaseis hasta allí? Es una forma curiosa de invitar a nadie a una reunión, pero en cualquier caso, si te han invitado igual es de mala educación no presentarte… O no.
Ivan Markov
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Entregarse... aunque lo estuviesen fingiendo, aquella situación no le gustaba en absoluto. Estaban poniendo las vidas de unos pocos habitantes de Wano por encima de las suyas. Típico de gente con una visión infantil y poco realista del mundo: no lograr salvar a nadie por querer salvarlos a todo. Sin embargo, cuando se tiene el poder de Dexter Black, esa visión pasa de "infantil y poco realista" a "poco práctica." Si alguien podía hacerlo era él. Y de hecho que tuviese esas restricciones morales era una ventaja para el mundo, porque, ¿qué podrían hacer contra él el día que decidiese abandonarlas y buscase el poder? Sería casi imparable, una auténtica pesadilla para cualquiera en su camino. Sin embargo en aquel momento que las tuviera era un problema para ellos. Pero eso no significaba que presionar así al Dragón fuese una buena idea.
- Katharina, ¿qué haces? - le susurró Ivan.
Estaba rodeado de críos con poderes de semidioses. Aki por su parte parecía estar usando sus poderes para ser... persuasiva, a falta de una mejor palabra. Pero Katharina y Dexter habían decidido medirse sus penes metafóricos allí mismo. Qué diablos. Iba podía aprovechar la distracción que ellos dos estaban causando para escabullirse y tratar de amañar la situación desde dentro. Solo tenía que localizar al jefe de aquella partida de guerra y ocuparse de él. Cortar la cabeza de la serpiente y convertirse él mismo en la cabeza. Era una apuesta arriesgada, muy arriesgada. De hecho no avanzaría con el plan si no veía posibilidades reales de hacerlo sin que le pillaran. De lo contrario, ejecutarían a los rehenes e invocaría la furia de Dexter. Si tenía la suerte de que el jefe enemigo fuese un cobarde y no estuviese en primera línea... aunque la teoría poder-extravagancia decía que probablemente sería uno de esos piratas descerebrados y poderosos que estaría entre sus tropas. No pasaba nada, tenía otras ideas.
Estaba preparándose para escurrirse lejos del grupo, recurriendo a sus poderes para pasar desapercibido, cuando la discusión entre Katharina y Dexter empezó a caldearse de verdad. Finalmente, tras ponerse realmente borde y hacer una ilusión enorme, se marchó volando, dejándolo atrás. ¿Podría haberla seguido al momento? Sí, pero estaba totalmente estupefacto por lo que acababa de ocurrir. ¿Había arruinado la posible alianza por una diferencia de opiniones? Sí, lo acababa de hacer. Con un suspiro, mandó una orden mental al ejército de no muertos que iba camino de Datebaio: "La capitana se ha puesto caprichosa. Media vuelta a la costa." Y ahora, ¿qué? Miró a Dexter con aspecto muy, muy cansado. Estaba harto. Las últimas semanas se habían cobrado su precio sobre su salud mental. Su rostro, habitualmente de piel impecable, empezaba a mostrar ojeras y líneas de expresión.
- Esa mujer no me representa - se encogió de hombros - Aunque sigue siendo mi capitana, así que supongo que debería seguirla antes de que se meta sola en la boca del lobo - suspiró.
Por un momento se planteó girarse hacia Aki y decir algo, pero... para qué. No tenía muy claro por qué estaba ahí. Había recibido la noticia de su muerte. Había incluso ido a Samirn a presentarle sus respetos. Joder, había llorado la muerte de su amiga. Pero, si ella seguía viva y seguía conservando su akuma... ¿era la misma persona que Lysbeth? Si eso era así, entonces había estado jugando con él. Diablos. Podía haber mil otras explicaciones, y podía pedirlas en un momento más apropiado, sí. O podía enfadarse, escupir sobre su nombre y tener alguna reacción dramática. Pero no hizo ninguna de las dos. Simplemente ya le daba igual. Su isla ardía en el lejano norte, su hermana se jugaba la vida con su ex-pareja en ella, su capitana se comportaba como si aquello fuese un juego y su ejército estaba atascado en la costa, mirando un mar plagado de reyes marinos. Si no fuese por el cariño que sentía por Katharina, habría decidido ya abandonar aquella mierda de guerra y marcharse a Hallstat. Apretó el puño. ¿En qué momento se había ablandado tanto que anteponía a otros a sus propios intereses?
- Si las cosas se van de madre y hace falta ayuda, llámame - le dijo a Dexter.
Se apartó y se propulsó hacia los cielos de un salto. Dejó atrás rápidamente Datebaio y buscó con la mirada a su capitana. Aceleró el paso para alcanzarla al vuelo si era capaz, aunque no diría nada en el vuelo de regreso. Una vez tocaron tierra, le dirigió una única mirada llena de cansancio y frustración:
- No puedes esperar hacer aliados si no puedes dominar tu lengua y tu orgullo - dijo, con un tono de voz que transmitía decepción - No voy a darte un sermón. Ya eres mayorcita para tomar tus propias decisiones. Solo recuerda que cada vez que cometes un error, no te perjudicas solo a ti. Inosuke, Alexandra, Kayadako, el resto de gente irrelevante y yo mismo dependemos de tus decisiones - cerró los ojos e inspiró profundamente para calmarse - ¿Cuál es el plan ahora? ¿Cogemos al resto y nos vamos volando a la isla? ¿Nos abrimos paso a las malas entre los reyes marinos probablemente sacrificando barcos? Te recomendaría que no elijas la última opción.
- Katharina, ¿qué haces? - le susurró Ivan.
Estaba rodeado de críos con poderes de semidioses. Aki por su parte parecía estar usando sus poderes para ser... persuasiva, a falta de una mejor palabra. Pero Katharina y Dexter habían decidido medirse sus penes metafóricos allí mismo. Qué diablos. Iba podía aprovechar la distracción que ellos dos estaban causando para escabullirse y tratar de amañar la situación desde dentro. Solo tenía que localizar al jefe de aquella partida de guerra y ocuparse de él. Cortar la cabeza de la serpiente y convertirse él mismo en la cabeza. Era una apuesta arriesgada, muy arriesgada. De hecho no avanzaría con el plan si no veía posibilidades reales de hacerlo sin que le pillaran. De lo contrario, ejecutarían a los rehenes e invocaría la furia de Dexter. Si tenía la suerte de que el jefe enemigo fuese un cobarde y no estuviese en primera línea... aunque la teoría poder-extravagancia decía que probablemente sería uno de esos piratas descerebrados y poderosos que estaría entre sus tropas. No pasaba nada, tenía otras ideas.
Estaba preparándose para escurrirse lejos del grupo, recurriendo a sus poderes para pasar desapercibido, cuando la discusión entre Katharina y Dexter empezó a caldearse de verdad. Finalmente, tras ponerse realmente borde y hacer una ilusión enorme, se marchó volando, dejándolo atrás. ¿Podría haberla seguido al momento? Sí, pero estaba totalmente estupefacto por lo que acababa de ocurrir. ¿Había arruinado la posible alianza por una diferencia de opiniones? Sí, lo acababa de hacer. Con un suspiro, mandó una orden mental al ejército de no muertos que iba camino de Datebaio: "La capitana se ha puesto caprichosa. Media vuelta a la costa." Y ahora, ¿qué? Miró a Dexter con aspecto muy, muy cansado. Estaba harto. Las últimas semanas se habían cobrado su precio sobre su salud mental. Su rostro, habitualmente de piel impecable, empezaba a mostrar ojeras y líneas de expresión.
- Esa mujer no me representa - se encogió de hombros - Aunque sigue siendo mi capitana, así que supongo que debería seguirla antes de que se meta sola en la boca del lobo - suspiró.
Por un momento se planteó girarse hacia Aki y decir algo, pero... para qué. No tenía muy claro por qué estaba ahí. Había recibido la noticia de su muerte. Había incluso ido a Samirn a presentarle sus respetos. Joder, había llorado la muerte de su amiga. Pero, si ella seguía viva y seguía conservando su akuma... ¿era la misma persona que Lysbeth? Si eso era así, entonces había estado jugando con él. Diablos. Podía haber mil otras explicaciones, y podía pedirlas en un momento más apropiado, sí. O podía enfadarse, escupir sobre su nombre y tener alguna reacción dramática. Pero no hizo ninguna de las dos. Simplemente ya le daba igual. Su isla ardía en el lejano norte, su hermana se jugaba la vida con su ex-pareja en ella, su capitana se comportaba como si aquello fuese un juego y su ejército estaba atascado en la costa, mirando un mar plagado de reyes marinos. Si no fuese por el cariño que sentía por Katharina, habría decidido ya abandonar aquella mierda de guerra y marcharse a Hallstat. Apretó el puño. ¿En qué momento se había ablandado tanto que anteponía a otros a sus propios intereses?
- Si las cosas se van de madre y hace falta ayuda, llámame - le dijo a Dexter.
Se apartó y se propulsó hacia los cielos de un salto. Dejó atrás rápidamente Datebaio y buscó con la mirada a su capitana. Aceleró el paso para alcanzarla al vuelo si era capaz, aunque no diría nada en el vuelo de regreso. Una vez tocaron tierra, le dirigió una única mirada llena de cansancio y frustración:
- No puedes esperar hacer aliados si no puedes dominar tu lengua y tu orgullo - dijo, con un tono de voz que transmitía decepción - No voy a darte un sermón. Ya eres mayorcita para tomar tus propias decisiones. Solo recuerda que cada vez que cometes un error, no te perjudicas solo a ti. Inosuke, Alexandra, Kayadako, el resto de gente irrelevante y yo mismo dependemos de tus decisiones - cerró los ojos e inspiró profundamente para calmarse - ¿Cuál es el plan ahora? ¿Cogemos al resto y nos vamos volando a la isla? ¿Nos abrimos paso a las malas entre los reyes marinos probablemente sacrificando barcos? Te recomendaría que no elijas la última opción.
- resumen:
- Frustración y cansancio vital. Hablo con Dexter, sigo a Katharina y le echo una pequeña bronca.
¿Dorada? ¿Cómo que dorada¿ ¿Desde cuándo la tinta se volvía de ese color cuando se mezclaba con la orina? Puede que tal vez fuese así y que el rubio nunca lo hubiese sabido, pero lo cierto es que jamás había visto algo así. Continuó avanzando junto a sus compañeros en dirección a la colosal nube de humo que en cuanto estuvieron lo suficientemente cerca resultó ser producto de la unión de varias columnas. No era de extrañar que elementos como aquellos fuesen identificables por doquier dada la situación de la isla, pero jamás hubiese esperado encontrar semejante turba de veteranos guerreros. Muchos de ellos atesoraban tantos años que se hacía difícil pensar que pudiesen empuñar sus armas siquiera, pero allí estaban, con la determinación en la mirada que sólo los oriundos de la tierra de los samuráis poseían.
-¿Y con alcohol? -preguntó antes de que se aproximasen al grupo, aprovechando una breve pausa que hicieron para inspeccionar el terreno. Todo médico que se preciase -sobre todo acostumbrado a viajar con Zane- llevaba lo necesario para proporcionar primeros auxilios a quien lo necesitase. El espadachín no era menos, por lo que entre sus pertenencias llevaba, entre otras cosas, alcohol de alta graduación para desinfectar heridas. No dudaría en intentar hacer uso de él para desprender la tinta que poco a poco continuaba extendiéndose por el cuerpo de su capitán.
Acababa de guardar el frasco cuando quien en apariencia llevaba la voz cantante allí se dirigió a ellos. ¿Veía reclutas en ellos? Quizás que los tres portasen armas de filo tuviese algo que ver, pero por el momento decidió obviar el papel que les había adjudicado automáticamente sin presentarse siquiera.
-Somos Marc Kiedis, Zane D. Kenshin y Therax Palatiard, capitán y oficiales de los Arashi no Kyoudai -comentó, señalando a cada uno para indicar su nombre y rango dentro de la banda-. Hemos venido atraídos por el humo, pero parece que por aquí no ha habido ninguna batalla recientemente, ¿no? -Al fin y al cabo estaban sentados y comiendo-. ¿Quiénes sois y a qué vanguardia os referís?
-¿Y con alcohol? -preguntó antes de que se aproximasen al grupo, aprovechando una breve pausa que hicieron para inspeccionar el terreno. Todo médico que se preciase -sobre todo acostumbrado a viajar con Zane- llevaba lo necesario para proporcionar primeros auxilios a quien lo necesitase. El espadachín no era menos, por lo que entre sus pertenencias llevaba, entre otras cosas, alcohol de alta graduación para desinfectar heridas. No dudaría en intentar hacer uso de él para desprender la tinta que poco a poco continuaba extendiéndose por el cuerpo de su capitán.
Acababa de guardar el frasco cuando quien en apariencia llevaba la voz cantante allí se dirigió a ellos. ¿Veía reclutas en ellos? Quizás que los tres portasen armas de filo tuviese algo que ver, pero por el momento decidió obviar el papel que les había adjudicado automáticamente sin presentarse siquiera.
-Somos Marc Kiedis, Zane D. Kenshin y Therax Palatiard, capitán y oficiales de los Arashi no Kyoudai -comentó, señalando a cada uno para indicar su nombre y rango dentro de la banda-. Hemos venido atraídos por el humo, pero parece que por aquí no ha habido ninguna batalla recientemente, ¿no? -Al fin y al cabo estaban sentados y comiendo-. ¿Quiénes sois y a qué vanguardia os referís?
- Resumen:
- Intentar quitar la tinta con alcohol y preguntarle al señor de la cicatriz quiénes son e, implícitamente, cuál es su objetivo.
Dexter Black
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Akuma no mi
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Katharina no era la clase de mujer que se arrepintiera de nada. Lo había visto en su expresión altiva y en su tono orgulloso. Lo había notado en su tono dominante y en sus palabras capciosas. Lo había sentido en una amenaza en absoluto velada y su petulante autocomplacencia. Dexter tampoco solía ser la clase de persona que se arrepintiese de nada. Si había reducido a una masa humeante la esfera de fuego no era porque fuese la manera más eficiente de disiparla, solo la más visual. Le había dado una oportunidad, tal vez probando hasta qué punto la pirata se atrevería a cumplir su amenaza. Pero, si bien le perdía la soberbia, no era estúpida: Sabía que, aun en el mejor de los casos, si pudiese derrotarlo a él, no saldría indemne del enfrentamiento.
En cierto modo, él tenía algo que ganar. Podría haber acabado con el fuego en cualquier momento, y si aún quedaban soldados dubitativos los habría convencido al protegerlos. Katharina era rehén de la misma gente a la que amenazaba, pues si les hacía daño se arriesgaba a que su gente sufriese el mismo destino, por lo que aunque había jugado -con cierta audacia, debía reconocer- una carta muy peligrosa su farol no había terminado por funcionar, y aun a esa distancia Dexter podía leer por qué: Detrás de esa fachada, bajo capas y capas de soberbia y vanidad, temía por los suyos. No por ella; por los suyos. Tal vez, en el futuro, sí que podrían sentarse a negociar.
- Cuida de ella -contestó a Ivan, tras escuchar sus palabras-. Si sigue así conseguirá que la maten.
Él, por su parte, se mantuvo a la espera. Frente a él dos ejércitos apostados, a su espalda unas pocas decenas de personas. Aunque no torció lo más mínimo el semblante ni tembló en ningún momento, tenía miedo. Si seguían estirando la cuerda corrían el riesgo de que, de una u otra forma, esta se rompiese. Podrían vencer en un santiamén a las tropas, sí, pero el precio era demasiado elevado y la gente allí lo sabía. También que no podían mantenerse firmes durante mucho tiempo, porque su escudo se oxidaba por momentos, hasta que los tres percibiesen que no se iba a liberar a nadie. En ese momento, arriesgando a las víctimas -porque hasta una sería más de las que podrían haber salvado pacíficamente- habrían cargado hacia delante, llevándoselo todo a su paso. No necesitaba ver el futuro para ver la grieta que podía abrir Osuka en medio de la tierra, o los estragos que Aki podía provocar haciendo que los soldados se sintiesen sexualmente por el fuego; un fuego que ella misma podría generar.
Eso, por no hablar de la tormenta.
Miró a Aki. Tres de cada cuatro. Miró también a su espalda, buscando el apoyo de su ejército de campesinos, así como el de los hombres que él mismo había enviado a Wano. Todos debían entender que en ese momento no debían dejarse guiar por el ansia descarnada; tenían que ser pragmáticos. Y, por mucho que le hiciese apretar las mandíbulas, el pragmatismo implicaba arriesgar la vida de una de cada cuatro personas.
Buscó a Prometeo con su Haki de observación, y generó una ilusión de sí mismo a su lado. Trató de no reírse imaginándolo atravesado en una pared o algo peor, pero no pudo evitar la sonrisita tonta, y se dispuso a informarle de lo que acababa de suceder:
- En este momento Aki, Osuka y yo vamos a entregarnos a cambio de tres cuartas partes de los rehenes -dijo, con tono neutro-. Habría querido salvarlos a todos, pero por ahora tenemos que conformarnos con que sigan vivos. Sé que no nos conocemos apenas; también que te he reprendido por una acción que igual que tú considero bienintencionada. Pero es importante que entiendas, ahora más que en cualquier otro momento de tu vida, que esto es la guerra. A veces verás morir a gente, y romperás promesas que deseabas poder cumplir. -No pudo evitar agachar la cabeza pensando en Nadia, pero su réplica se mantuvo firme-. No podremos salvarlos a todos, ni siquiera dando nuestras vidas, pero ese no es motivo para no intentarlo. Cuida de los liberados, cuenta a los soldados entre ellos. Dales prioridad, y una vez hayas hecho eso organízalos para liberar de la nefasta invasión gyojin. Cuando hayas acabado aquí búscame al norte, y cumpliremos juntos la promesa que has hecho. Te lo prometo.
Dejó que ellos avanzaran primero, y dejó que la ilusión se desvaneciese. Cuando los rehenes fuesen liberados tomaría los grilletes del suelo y se los colocaría, avanzando hacia la retaguardia con ellos puestos y la espalda recta, porte altivo como un general. En su camino miró, de reojo, con severidad a cada rostro receptivo, a cada mente receptiva, a cada soldado reflexivo. Sabían que no era correcto lo que hacían, y mostró su descontento hacia ello, pero no dijo nada. ¿Por qué decirlo? Solo hacía falta un rato; unos minutos, quizá unas horas... En el momento en que debieran elegir entre la muerte fuese una opción de vanguardia tanto como de retaguardia, se unirían al lado correcto. Estaba seguro.
Se detuvo cuando se lo ordenaron y esperó. Simplemente, esperó. En ese momento, esperar salvaría cientos de vidas. Si además lo guiaban a la capital, miles más.
En cierto modo, él tenía algo que ganar. Podría haber acabado con el fuego en cualquier momento, y si aún quedaban soldados dubitativos los habría convencido al protegerlos. Katharina era rehén de la misma gente a la que amenazaba, pues si les hacía daño se arriesgaba a que su gente sufriese el mismo destino, por lo que aunque había jugado -con cierta audacia, debía reconocer- una carta muy peligrosa su farol no había terminado por funcionar, y aun a esa distancia Dexter podía leer por qué: Detrás de esa fachada, bajo capas y capas de soberbia y vanidad, temía por los suyos. No por ella; por los suyos. Tal vez, en el futuro, sí que podrían sentarse a negociar.
- Cuida de ella -contestó a Ivan, tras escuchar sus palabras-. Si sigue así conseguirá que la maten.
Él, por su parte, se mantuvo a la espera. Frente a él dos ejércitos apostados, a su espalda unas pocas decenas de personas. Aunque no torció lo más mínimo el semblante ni tembló en ningún momento, tenía miedo. Si seguían estirando la cuerda corrían el riesgo de que, de una u otra forma, esta se rompiese. Podrían vencer en un santiamén a las tropas, sí, pero el precio era demasiado elevado y la gente allí lo sabía. También que no podían mantenerse firmes durante mucho tiempo, porque su escudo se oxidaba por momentos, hasta que los tres percibiesen que no se iba a liberar a nadie. En ese momento, arriesgando a las víctimas -porque hasta una sería más de las que podrían haber salvado pacíficamente- habrían cargado hacia delante, llevándoselo todo a su paso. No necesitaba ver el futuro para ver la grieta que podía abrir Osuka en medio de la tierra, o los estragos que Aki podía provocar haciendo que los soldados se sintiesen sexualmente por el fuego; un fuego que ella misma podría generar.
Eso, por no hablar de la tormenta.
Miró a Aki. Tres de cada cuatro. Miró también a su espalda, buscando el apoyo de su ejército de campesinos, así como el de los hombres que él mismo había enviado a Wano. Todos debían entender que en ese momento no debían dejarse guiar por el ansia descarnada; tenían que ser pragmáticos. Y, por mucho que le hiciese apretar las mandíbulas, el pragmatismo implicaba arriesgar la vida de una de cada cuatro personas.
Buscó a Prometeo con su Haki de observación, y generó una ilusión de sí mismo a su lado. Trató de no reírse imaginándolo atravesado en una pared o algo peor, pero no pudo evitar la sonrisita tonta, y se dispuso a informarle de lo que acababa de suceder:
- En este momento Aki, Osuka y yo vamos a entregarnos a cambio de tres cuartas partes de los rehenes -dijo, con tono neutro-. Habría querido salvarlos a todos, pero por ahora tenemos que conformarnos con que sigan vivos. Sé que no nos conocemos apenas; también que te he reprendido por una acción que igual que tú considero bienintencionada. Pero es importante que entiendas, ahora más que en cualquier otro momento de tu vida, que esto es la guerra. A veces verás morir a gente, y romperás promesas que deseabas poder cumplir. -No pudo evitar agachar la cabeza pensando en Nadia, pero su réplica se mantuvo firme-. No podremos salvarlos a todos, ni siquiera dando nuestras vidas, pero ese no es motivo para no intentarlo. Cuida de los liberados, cuenta a los soldados entre ellos. Dales prioridad, y una vez hayas hecho eso organízalos para liberar de la nefasta invasión gyojin. Cuando hayas acabado aquí búscame al norte, y cumpliremos juntos la promesa que has hecho. Te lo prometo.
Dejó que ellos avanzaran primero, y dejó que la ilusión se desvaneciese. Cuando los rehenes fuesen liberados tomaría los grilletes del suelo y se los colocaría, avanzando hacia la retaguardia con ellos puestos y la espalda recta, porte altivo como un general. En su camino miró, de reojo, con severidad a cada rostro receptivo, a cada mente receptiva, a cada soldado reflexivo. Sabían que no era correcto lo que hacían, y mostró su descontento hacia ello, pero no dijo nada. ¿Por qué decirlo? Solo hacía falta un rato; unos minutos, quizá unas horas... En el momento en que debieran elegir entre la muerte fuese una opción de vanguardia tanto como de retaguardia, se unirían al lado correcto. Estaba seguro.
Se detuvo cuando se lo ordenaron y esperó. Simplemente, esperó. En ese momento, esperar salvaría cientos de vidas. Si además lo guiaban a la capital, miles más.
- Resumen:
- Entregarme.
Katharina von Steinhell
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Akuma no mi
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Lo último que necesitaba era que Ivan le reprochara sus errores camino al campamento. Pese a que tenía razón, no era el momento de escuchar a nadie. ¡Sabía mejor que nadie cuánto la había cagado, cuánto había metido la pata! Era consciente de que debía dominar su lengua y su orgullo, su impulsividad. ¿Cuándo se había vuelto así de vanidosa? Recordaba a su versión del pasado como un fantasma oculto entre las brumas del tiempo, como una escultura con un rostro irreconocible. Su versión del pasado era mucho más débil que la actual, pero también más cautelosa y esquiva, moderada y definitivamente mucho más lista. ¿Lo peor? También era consciente de la fuente de todo ese orgullo desmedido que le hacía meterse en problemas una y otra vez.
—Lo sé —se limitó a responder entre dientes. Se sentía avergonzada y humillada, derrotada. Jamás olvidaría la mirada de ese hombre—. ¿También me echarás a la cara lo idiota que soy? Parece ser el pasatiempo favorito de la gente —continuó a la defensiva, pero luego chasqueó la lengua. La seguía cagando con cada palabra que escapaba de su boca como un chorro de veneno—. Nos infiltraremos en Onigashima. No me embarcaré en una batalla perdida contra los reyes marinos ni sacrificaré sin sentido a ninguno de mis hombres.
Golpeó con fuerza el cielo y voló aún más rápido, siendo un diminuto punto que atravesaba el cielo a toda velocidad. Debía estar tranquila para antes de llegar a Onigashima, tener calmada su mente y corazón, estar completamente enfocada en la batalla. Dejaría de pretender ser la heroína de Wano y perseguiría abiertamente sus propios intereses, pero priorizaría las vidas de sus amigos por sobre todas las cosas. No obligaría a nadie a unirse a tan temeraria campaña.
Cuando llegó al pueblo se percató de la caótica situación dentro de este. Los aldeanos parecían molestos e incluso atemorizados. ¿Qué? ¿No les gustaban los gyojins crucificados ni la mano de obra no muerta? Eran unos malagradecidos, pero no importaba. Ahora mismo ese pueblo tenía tanto valor como la piedra que estaba pisando. Miró hacia un frente y vio a Inosuke luchando contra un samurái que nada tenía de uno. Irreverente. Volteó la mirada hacia Kayadako. ¿Ahora era una niñera? Tenía cosas pendientes con ella, pero no era el momento para solucionarlas. Buscó a Rose y afortunadamente la encontró. Estaba sentada en una banca, observando el paisaje con expresión aburrida.
—¿Qué ha pasado aquí? —le preguntó a la pelirroja y entonces esperó un resumen de lo sucedido—. Ya, este pueblo de mierda nos da igual. Dile a Alexandra que… —la bruja se paró en seco y agachó la mirada, chasqueando la lengua—. ¿Puedes pedirle a Alexandra que lleve a los chicos al campamento cuando pueda? Haré una reunión explicando los detalles de la operación. Me gustaría que estuvieras ahí, Rose.
—Está bien, le informaré. —Rose miró a Katharina con su único ojo escarlata—. ¿Pasó algo allá?
—Hablaremos de eso en otro momento. Ahora iré a ver a Onesyas, nos vemos luego.
Y así la bruja partió una vez más al campamento. Ivan podía quedarse en el pueblo a ver la pelea de Inosuke contra ese… samurái, o bien acompañarle. Si quería le haría un resumen de la reunión que tuvo con Onesyas. Si bien el vampiro estuvo presente apenas participó; parecía distraído. ¿Y cómo no? Su hermana no lo estaba pasando precisamente bien en Hallstat. ¿No estaba siendo demasiado egoísta al pedirle que se quedara para luchar por un propósito aún más egoísta? Sentía que le debía algo, pero las palabras no querían salir. Estaban atoradas en su garganta, obstruidas por un bloque de orgullo.
—¿Estás bien? —le preguntaría durante el vuelo al campamento—. Si lo que quieres es volver a Hallstat para ayudar a Iliana no seré yo quien te lo impida. Incluso te acompañaré, pero si deseas ayudarme a cumplir mi voluntad… ¿Crees que seré aún más arrogante una vez derrote a C. Zar? —continuaría sin siquiera fijarse que estaba dando por hecho que derrotaría a un Emperador del Mar—. Estuve a punto de involucrarnos en una estúpida pelea con el Ejército Revolucionario. Yo… A veces no sé lo que hago, Ivan, ni siquiera puedo ver el camino que les estoy obligando a recorrer conmigo. Si alguno de ustedes muere en Onigashima, ¿habrá valido la pena todo esto?
Una vez llegara al campamento, buscaría a Onesyas para informarle que habría una reunión dentro de poco para informar sobre la operación a ejecutar tanto en Onigashima como en Udon. Aprovecharía la oportunidad para preguntarle sobre el estado de sus hombres. Por otra parte, iría a su tienda y se prepararía para la batalla contra Julius C. Zar. Se desnudaría para colocarse a Raikiri, la armadura que había conseguido tiempo atrás. Se amarraría el cabello en una cola de caballo y finalmente esperaría a los miembros principales de las campañas en su tienda. Durante la espera meditaría sobre ella y el futuro, incluso sobre el pasado, meditaría para saber qué quería realmente.
—Lo sé —se limitó a responder entre dientes. Se sentía avergonzada y humillada, derrotada. Jamás olvidaría la mirada de ese hombre—. ¿También me echarás a la cara lo idiota que soy? Parece ser el pasatiempo favorito de la gente —continuó a la defensiva, pero luego chasqueó la lengua. La seguía cagando con cada palabra que escapaba de su boca como un chorro de veneno—. Nos infiltraremos en Onigashima. No me embarcaré en una batalla perdida contra los reyes marinos ni sacrificaré sin sentido a ninguno de mis hombres.
Golpeó con fuerza el cielo y voló aún más rápido, siendo un diminuto punto que atravesaba el cielo a toda velocidad. Debía estar tranquila para antes de llegar a Onigashima, tener calmada su mente y corazón, estar completamente enfocada en la batalla. Dejaría de pretender ser la heroína de Wano y perseguiría abiertamente sus propios intereses, pero priorizaría las vidas de sus amigos por sobre todas las cosas. No obligaría a nadie a unirse a tan temeraria campaña.
Cuando llegó al pueblo se percató de la caótica situación dentro de este. Los aldeanos parecían molestos e incluso atemorizados. ¿Qué? ¿No les gustaban los gyojins crucificados ni la mano de obra no muerta? Eran unos malagradecidos, pero no importaba. Ahora mismo ese pueblo tenía tanto valor como la piedra que estaba pisando. Miró hacia un frente y vio a Inosuke luchando contra un samurái que nada tenía de uno. Irreverente. Volteó la mirada hacia Kayadako. ¿Ahora era una niñera? Tenía cosas pendientes con ella, pero no era el momento para solucionarlas. Buscó a Rose y afortunadamente la encontró. Estaba sentada en una banca, observando el paisaje con expresión aburrida.
—¿Qué ha pasado aquí? —le preguntó a la pelirroja y entonces esperó un resumen de lo sucedido—. Ya, este pueblo de mierda nos da igual. Dile a Alexandra que… —la bruja se paró en seco y agachó la mirada, chasqueando la lengua—. ¿Puedes pedirle a Alexandra que lleve a los chicos al campamento cuando pueda? Haré una reunión explicando los detalles de la operación. Me gustaría que estuvieras ahí, Rose.
—Está bien, le informaré. —Rose miró a Katharina con su único ojo escarlata—. ¿Pasó algo allá?
—Hablaremos de eso en otro momento. Ahora iré a ver a Onesyas, nos vemos luego.
Y así la bruja partió una vez más al campamento. Ivan podía quedarse en el pueblo a ver la pelea de Inosuke contra ese… samurái, o bien acompañarle. Si quería le haría un resumen de la reunión que tuvo con Onesyas. Si bien el vampiro estuvo presente apenas participó; parecía distraído. ¿Y cómo no? Su hermana no lo estaba pasando precisamente bien en Hallstat. ¿No estaba siendo demasiado egoísta al pedirle que se quedara para luchar por un propósito aún más egoísta? Sentía que le debía algo, pero las palabras no querían salir. Estaban atoradas en su garganta, obstruidas por un bloque de orgullo.
—¿Estás bien? —le preguntaría durante el vuelo al campamento—. Si lo que quieres es volver a Hallstat para ayudar a Iliana no seré yo quien te lo impida. Incluso te acompañaré, pero si deseas ayudarme a cumplir mi voluntad… ¿Crees que seré aún más arrogante una vez derrote a C. Zar? —continuaría sin siquiera fijarse que estaba dando por hecho que derrotaría a un Emperador del Mar—. Estuve a punto de involucrarnos en una estúpida pelea con el Ejército Revolucionario. Yo… A veces no sé lo que hago, Ivan, ni siquiera puedo ver el camino que les estoy obligando a recorrer conmigo. Si alguno de ustedes muere en Onigashima, ¿habrá valido la pena todo esto?
Una vez llegara al campamento, buscaría a Onesyas para informarle que habría una reunión dentro de poco para informar sobre la operación a ejecutar tanto en Onigashima como en Udon. Aprovecharía la oportunidad para preguntarle sobre el estado de sus hombres. Por otra parte, iría a su tienda y se prepararía para la batalla contra Julius C. Zar. Se desnudaría para colocarse a Raikiri, la armadura que había conseguido tiempo atrás. Se amarraría el cabello en una cola de caballo y finalmente esperaría a los miembros principales de las campañas en su tienda. Durante la espera meditaría sobre ella y el futuro, incluso sobre el pasado, meditaría para saber qué quería realmente.
- Resumen:
- Dudas, reflexiones, muchos sentimientos en un solo post.
Aki D. Arlia
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Le costó bastante quedarse quieta cuando la bola de fuego que había en el cielo comenzó a crecer y crecer. ¿Quién se había creído? Si antes tenía alguna duda acerca de la naturaleza de esa mujer, acababa de disiparse por completo. Era ella antes que el mundo y lo que hubiera en medio no tenía importancia.
Y la pirata no podía estar más en desacuerdo. Dio un único paso en su dirección, antes de detenerse. Llegaba el viento. Un gesto, una brisa y poco a poco la esfera de fuego encontró su muerte. Aki bufó por lo bajo. Se merecía más que esa palabra denigrante. Tenía suerte de la situación en la que se encontraban, porque si las circunstancias fueran otras ella misma habría ido detrás de la bruja. Y no se habría conformado con mantener la paz.
De repente, en apenas cuestión de segundos, la primavera los rodeó. Miles de pétalos rosas y una calma como ninguna otra invadió el campo de batalla. Apretó los dientes y esquivó la mirada, fijándola una vez más en las filas enemigas. ¿Qué necesidad? ¿Esta era su forma de hacer aliados? Recordó que Ivan estaba a sus órdenes y un escalofrío le recorrió la espalda. Todavía no le había dirigido la palabra y ahora se marchaba. Esperaba poder hacer las paces en un futuro, pero mentiría si dijera que era una gran esperanza.
Pese a la bonita ilusión que les rodeaba, todo lo que le embargaba de repente era desidia. Gente horrible por el placer de ser horrible, amistades dañadas que no estaba segura de poder recuperar y miedo allá a donde mirase, pese a que todo lo que buscaban era salvarles. De alguna manera, ese impass resultaba más desmoralizador que la propia guerra, pero eso no era una novedad. Los ‘’casis’’ e ‘’y sis’’ siempre debilitaban mucho más que la certeza de la tragedia.
Al final, el comandante enemigo reaccionó, contraatacando con otra propuesta. La mitad de los rehenes por ella y Osuka, la mitad de la mitad restante por Dexter.
Tres cuartos. No eran todos, pero eran muchos. Y después del despliegue de magia que acababan de contemplar, no estaba segura de que hubiera forma de calmarlos como para que cedieran y se quitaran el resto de su escudo humano.
No necesitaba que Dexter le dijera cuál era el siguiente paso. Fue la primera en avanzar, sin decir nada. Paso a paso, reclamó la atención de todas y cada una de las filas enemigas para sí, los ojos fijos en ellos. Se hicieron a un lado para dejarla pasar cuando llegó hasta ellos y en cuestión de segundos estuvo junto al oficial.
Le dedicó una mirada envenenada, pero no hizo movimientos bruscos mientras hablaba.
- Aquí nos tienes. Tan solo espero que tu miedo no nuble tu juicio. Antes o después, llegará la hora de escoger, no entre bandos ni entre familias, sino entre la vida y la muerte. Nosotros ya hemos escogido; estas cadenas son la prueba. - Miró a los lados, a los ojos de los soldados, suavizando un poco el gesto. Ellos no tenían culpa.- Sé que al final, todo saldrá bien.
No lo sabía. Pero podía soñarlo. Y podía repetirlo, cual canto de sirena, una y otra vez hasta que se hiciera realidad.
Y la pirata no podía estar más en desacuerdo. Dio un único paso en su dirección, antes de detenerse. Llegaba el viento. Un gesto, una brisa y poco a poco la esfera de fuego encontró su muerte. Aki bufó por lo bajo. Se merecía más que esa palabra denigrante. Tenía suerte de la situación en la que se encontraban, porque si las circunstancias fueran otras ella misma habría ido detrás de la bruja. Y no se habría conformado con mantener la paz.
De repente, en apenas cuestión de segundos, la primavera los rodeó. Miles de pétalos rosas y una calma como ninguna otra invadió el campo de batalla. Apretó los dientes y esquivó la mirada, fijándola una vez más en las filas enemigas. ¿Qué necesidad? ¿Esta era su forma de hacer aliados? Recordó que Ivan estaba a sus órdenes y un escalofrío le recorrió la espalda. Todavía no le había dirigido la palabra y ahora se marchaba. Esperaba poder hacer las paces en un futuro, pero mentiría si dijera que era una gran esperanza.
Pese a la bonita ilusión que les rodeaba, todo lo que le embargaba de repente era desidia. Gente horrible por el placer de ser horrible, amistades dañadas que no estaba segura de poder recuperar y miedo allá a donde mirase, pese a que todo lo que buscaban era salvarles. De alguna manera, ese impass resultaba más desmoralizador que la propia guerra, pero eso no era una novedad. Los ‘’casis’’ e ‘’y sis’’ siempre debilitaban mucho más que la certeza de la tragedia.
Al final, el comandante enemigo reaccionó, contraatacando con otra propuesta. La mitad de los rehenes por ella y Osuka, la mitad de la mitad restante por Dexter.
Tres cuartos. No eran todos, pero eran muchos. Y después del despliegue de magia que acababan de contemplar, no estaba segura de que hubiera forma de calmarlos como para que cedieran y se quitaran el resto de su escudo humano.
No necesitaba que Dexter le dijera cuál era el siguiente paso. Fue la primera en avanzar, sin decir nada. Paso a paso, reclamó la atención de todas y cada una de las filas enemigas para sí, los ojos fijos en ellos. Se hicieron a un lado para dejarla pasar cuando llegó hasta ellos y en cuestión de segundos estuvo junto al oficial.
Le dedicó una mirada envenenada, pero no hizo movimientos bruscos mientras hablaba.
- Aquí nos tienes. Tan solo espero que tu miedo no nuble tu juicio. Antes o después, llegará la hora de escoger, no entre bandos ni entre familias, sino entre la vida y la muerte. Nosotros ya hemos escogido; estas cadenas son la prueba. - Miró a los lados, a los ojos de los soldados, suavizando un poco el gesto. Ellos no tenían culpa.- Sé que al final, todo saldrá bien.
No lo sabía. Pero podía soñarlo. Y podía repetirlo, cual canto de sirena, una y otra vez hasta que se hiciera realidad.
- resumen:
- Entregarse la primera y leerle la cartilla al mandamás enemigo
—Lo cierto es que mi padre era tristemente célebre en estos lares —respondió Zane, pensando en que él estaba en su misma situación por haber dejado sin vigilancia a algunos piratas trabajadores descontentos en la isla—. Pero no tengo ni pajolera idea de quien puede ser. Mi se crio aquí desde que era un niño, así que él conocía a mucha gente; para bien o para mal. ¿Sabes su nombre?
La tinta se tornó de color amarillento al entrar en contacto con su orín, ¿o habría sido también por influencia del queso de Marc? Zane no lo tenía claro, pero el brazo ahora olía a cuarto de baño de discoteca de mala muerte. La ayuda de su tercero de abordo —Marc, que ha ascendido—, tampoco sirvió para más que arrancarle los pelos de los brazos. «Pues es mejor que la afilada hoja del tanto, la verdad»
—Oye, Marc… —llamó la atención del grandullón—. ¿Has pensado en poner un centro de depilación en Momoiro? El queso es mano de santo —prosiguió. Parecía que estaba de coña, pero Zane lo decía muy en serio.
Haciendo brotar sus alas, el pelirrojo voló junto a sus compañeros hacia la zona septentrional de la isla, concretamente la región de Ringo. Era una zona fría que podía recordar a los paisajes de Yukiryu, con campos repletos de espesa nieve y animales acostumbrados a ese clima; aunque sin conejos. No obstante, Zane usó el poder de su fruta para crear un contrapunto a la temperatura de allí, haciendo que cualquiera que estuviera a su alrededor en un radio de unos diez metros se encontrara a una temperatura de unos veinte grados centígrados permanentes.
—Sé que a ti te gusta el frío, Thery —dijo—. Pero apuesto a que Marc prefiere calorcito.
Llegaron a la inmensa nube de humo que se elevaba hacia el cielo, la cual era el cúmulo de otras muchas columnatas de humareda que convergían en una central. Finalmente, el pelirrojo llegó al cementerio de Wano, observando como cada tumba tenía sobre ella una espada. Sus ojos se encendieron —no literalmente—, emitiendo un brillo que se esfumó al contemplar como los wanenses que allí se encontraban no las usaban.
—¿En serio quieres que use tu whisky para quitarme esto? —preguntó con cierta indignación—. ¡Ah, vale! Alcohol para las heridas —prosiguió—. Podría funcionar. Hace años, durante mi época como tabernero, se me cayó el bote de colonia sobre la lista del inventario y la tinta se diluyó un poco —dijo—. Saca un trapo si también tienes para limpiarlo todo mejor.
Con ayuda del rubio, vertieron alcohol etílico sobre la tinta que cubría su brazo, esperando que se disolviera y poder limpiarla con el trapo. De funcionar, aprovecharía también para hacerlo sobre las espadas y el tanto que había cogido de los de estrella oscura, para luego acercarse a los hombres que estaban allí, pero usando su mantra en busca de alguna espada que lo llamara. Las leyendas decían que algunas katanas «poseían alma propia», la cual, tras la muerte de su dueño, buscaba un nuevo espadachín que las empuñara; aunque eso sería seguir la premisa de que es la espada quien elige a su dueño, y mientras mejor fuera el espadachín, mejor sería el arma.
La tinta se tornó de color amarillento al entrar en contacto con su orín, ¿o habría sido también por influencia del queso de Marc? Zane no lo tenía claro, pero el brazo ahora olía a cuarto de baño de discoteca de mala muerte. La ayuda de su tercero de abordo —Marc, que ha ascendido—, tampoco sirvió para más que arrancarle los pelos de los brazos. «Pues es mejor que la afilada hoja del tanto, la verdad»
—Oye, Marc… —llamó la atención del grandullón—. ¿Has pensado en poner un centro de depilación en Momoiro? El queso es mano de santo —prosiguió. Parecía que estaba de coña, pero Zane lo decía muy en serio.
Haciendo brotar sus alas, el pelirrojo voló junto a sus compañeros hacia la zona septentrional de la isla, concretamente la región de Ringo. Era una zona fría que podía recordar a los paisajes de Yukiryu, con campos repletos de espesa nieve y animales acostumbrados a ese clima; aunque sin conejos. No obstante, Zane usó el poder de su fruta para crear un contrapunto a la temperatura de allí, haciendo que cualquiera que estuviera a su alrededor en un radio de unos diez metros se encontrara a una temperatura de unos veinte grados centígrados permanentes.
—Sé que a ti te gusta el frío, Thery —dijo—. Pero apuesto a que Marc prefiere calorcito.
Llegaron a la inmensa nube de humo que se elevaba hacia el cielo, la cual era el cúmulo de otras muchas columnatas de humareda que convergían en una central. Finalmente, el pelirrojo llegó al cementerio de Wano, observando como cada tumba tenía sobre ella una espada. Sus ojos se encendieron —no literalmente—, emitiendo un brillo que se esfumó al contemplar como los wanenses que allí se encontraban no las usaban.
—¿En serio quieres que use tu whisky para quitarme esto? —preguntó con cierta indignación—. ¡Ah, vale! Alcohol para las heridas —prosiguió—. Podría funcionar. Hace años, durante mi época como tabernero, se me cayó el bote de colonia sobre la lista del inventario y la tinta se diluyó un poco —dijo—. Saca un trapo si también tienes para limpiarlo todo mejor.
Con ayuda del rubio, vertieron alcohol etílico sobre la tinta que cubría su brazo, esperando que se disolviera y poder limpiarla con el trapo. De funcionar, aprovecharía también para hacerlo sobre las espadas y el tanto que había cogido de los de estrella oscura, para luego acercarse a los hombres que estaban allí, pero usando su mantra en busca de alguna espada que lo llamara. Las leyendas decían que algunas katanas «poseían alma propia», la cual, tras la muerte de su dueño, buscaba un nuevo espadachín que las empuñara; aunque eso sería seguir la premisa de que es la espada quien elige a su dueño, y mientras mejor fuera el espadachín, mejor sería el arma.
- Resumen:
- Hablar con los panas, usar el poder de su fruta para que sus compañeros no tengan frío, tratar de quitar la tinta de nuevo y usar el mantra para percibir cosis.
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Por desgracia para el joven samurái, por mucho que prestase atención a cada mínimo detalle buscando la forma de sacar al médico de la ciudad sin hacer ruido la tarea resultó imposible. Durante su camino hasta el palacio no hubo ni siquiera un momento en el que el semigyojin, el humano y sus dos vigilantes se quedaran solos y en un lugar lo suficientemente apartado como para poder eliminarles sin llamar la atención. A cada paso que daban el rostro del sanitario reflejaba un mayor nerviosismo. ¿Flaquearían sus fuerzas y le delataría en un vano intento de salvar la vida? El pirata esperaba, por su propio bien, que no fuera así, pues eso significaría no solo su muerte, sino con toda probabilidad la de todos sus seres queridos.
Cuando llegaron al palacio el espadachín asumió que iba a resultar imposible sacar al médico a tiempo antes de "entregar su mensaje". No sin pesar, pues aquello suponía más tiempo hasta que su maestro pudiera recibir atención sanitaria y por tanto menos posibilidades de que sobreviviera, se dio cuenta de que se iba a encontrar cara a cara con la Reina Gyojin antes de liberar al doctor. Eso significaba una cosa, no solo iba a tener que vencer a Hipatia, como ya tenía planeado, sino que además iba a tener que sobrevivir a dicho combate. Solo así podría llevar al médico hasta la ubicación de su maestro.
Así, tremendamente preocupado pero con la serenidad de quien sabe que solo existe un camino ante él, subió las escalinatas de la entrada. Si algún vigilante insistía en saber los motivos que le traían a palacio, el joven repetiría la misma historia que llevaba contando desde que entró en la ciudad. Probablemente ya se sabía que había llegado unas horas antes un soldado del tercer destacamento con un mensaje urgente de su general para la reina, lo que sin duda facilitaría su acceso al edificio. No solo eso, sino que era posible incluso que le guiaran directamente hasta la gobernante. De ser así... Debía estar preparado. Era vital eliminar a la usurpadora para liberar a las buenas gentes tanto de Wano como de la Isla Gyojin. Los hogares de sus progenitores y todos sus habitantes dependían de ello. No les fallaría. Y en cuanto lo lograra escaparía de la ciudad junto al doctor.
- No te preocupes. - Susurró para que este le escuchase, intentando ayudarle a mantener la calma dentro de lo posible. - Todo está saliendo según lo planeado, pronto ambos estaremos fuera de esta ciudad y serás libre.
Cuando llegaron al palacio el espadachín asumió que iba a resultar imposible sacar al médico a tiempo antes de "entregar su mensaje". No sin pesar, pues aquello suponía más tiempo hasta que su maestro pudiera recibir atención sanitaria y por tanto menos posibilidades de que sobreviviera, se dio cuenta de que se iba a encontrar cara a cara con la Reina Gyojin antes de liberar al doctor. Eso significaba una cosa, no solo iba a tener que vencer a Hipatia, como ya tenía planeado, sino que además iba a tener que sobrevivir a dicho combate. Solo así podría llevar al médico hasta la ubicación de su maestro.
Así, tremendamente preocupado pero con la serenidad de quien sabe que solo existe un camino ante él, subió las escalinatas de la entrada. Si algún vigilante insistía en saber los motivos que le traían a palacio, el joven repetiría la misma historia que llevaba contando desde que entró en la ciudad. Probablemente ya se sabía que había llegado unas horas antes un soldado del tercer destacamento con un mensaje urgente de su general para la reina, lo que sin duda facilitaría su acceso al edificio. No solo eso, sino que era posible incluso que le guiaran directamente hasta la gobernante. De ser así... Debía estar preparado. Era vital eliminar a la usurpadora para liberar a las buenas gentes tanto de Wano como de la Isla Gyojin. Los hogares de sus progenitores y todos sus habitantes dependían de ello. No les fallaría. Y en cuanto lo lograra escaparía de la ciudad junto al doctor.
- No te preocupes. - Susurró para que este le escuchase, intentando ayudarle a mantener la calma dentro de lo posible. - Todo está saliendo según lo planeado, pronto ambos estaremos fuera de esta ciudad y serás libre.
- Resumen:
- Seguir hablando de mi libro para entrar en palacio tras asumir que va a tocar solucionar las cosas allí antes de poder ayudar a mi maestro.
Marc Kiedis
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Su intento de ayudar a Zane cubriéndole el brazo de queso no tuvo éxito, y de hecho lo único que logró fue dejarle dicha extremidad sin un solo pelo. El pelirrojo, sin perder su buen humor, le recomendó medio en broma medio en serio pensarse el asunto de la depilación. Sin duda alguna en Momoiro aquella técnica causaría furor entre los okamas, que pagarían lo que hiciera falta para obtener una depilación tan perfecta. No obstante, a decir verdad no era algo que a Marc le pareciera especialmente entretenido.
Mientras se dirigían hacia la columna de humo el clima se hacía aún más duro. El semigigante no tenía problema alguno, pues su capacidad para soportar temperaturas extremas era absolutamente sobrehumana, pero tal vez sus amigos lo pasaran mal. Zane, no obstante, también pareció preocuparse por sus dos oficiales, pues comenzó a calentar los alrededores usando su poder.
- Por mí no te preocupes, Zane. Guarda fuerzas para cuando las necesitemos. - Le dijo el grandullón. - Puedo aguantar las temperaturas extremas mejor que ninguno de vosotros, salvo porque quizá tú me ganes por poco a la hora de aguantar el calor gracias a tu poder.
Así era, la gruesa capa de grasa que recubría el por otra parte enorme y musculoso cuerpo de Marc ejercía de aislante térmico, y aquello junto a su inusitada resistencia le hacía casi inmune tanto al calor como al frío, por muy extremos que estos fuesen. Así, el semigigante ni siquiera sentía frío pese a encontrarse en aquellas circunstancias.
Una vez llegaron encontraron a un grupo de guerreros que, por su aspecto y su avanzada edad, parecían no ser capaces de resistir muchas batallas más. A su alrededor había varias tumbas, sobre las cuales se encontraban espadas que, probablemente, hubieran pertenecido en vida a quienes ahora descansaban bajo tierra. Therax se dirigió a ellos, presentando a los tres piratas. El semigigante sonrió, mostrando que venían en son de paz, y aguardó la respuesta.
Mientras se dirigían hacia la columna de humo el clima se hacía aún más duro. El semigigante no tenía problema alguno, pues su capacidad para soportar temperaturas extremas era absolutamente sobrehumana, pero tal vez sus amigos lo pasaran mal. Zane, no obstante, también pareció preocuparse por sus dos oficiales, pues comenzó a calentar los alrededores usando su poder.
- Por mí no te preocupes, Zane. Guarda fuerzas para cuando las necesitemos. - Le dijo el grandullón. - Puedo aguantar las temperaturas extremas mejor que ninguno de vosotros, salvo porque quizá tú me ganes por poco a la hora de aguantar el calor gracias a tu poder.
Así era, la gruesa capa de grasa que recubría el por otra parte enorme y musculoso cuerpo de Marc ejercía de aislante térmico, y aquello junto a su inusitada resistencia le hacía casi inmune tanto al calor como al frío, por muy extremos que estos fuesen. Así, el semigigante ni siquiera sentía frío pese a encontrarse en aquellas circunstancias.
Una vez llegaron encontraron a un grupo de guerreros que, por su aspecto y su avanzada edad, parecían no ser capaces de resistir muchas batallas más. A su alrededor había varias tumbas, sobre las cuales se encontraban espadas que, probablemente, hubieran pertenecido en vida a quienes ahora descansaban bajo tierra. Therax se dirigió a ellos, presentando a los tres piratas. El semigigante sonrió, mostrando que venían en son de paz, y aguardó la respuesta.
- Resumen:
- Ir junto a Zane y Therax hasta la columna de hubo. Recordar a Zane que no necesita proteger a Marc de las temperaturas (Atermia rango 9) y aconsejarle que guarde energía para más adelante.
Rainbow662
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Vaya lata. He pasado suficiente tiempo con los cocos sindicalistas como para saber lo peñazo que puede llegar a ser alguien que habla como esta señora. ¿Por qué no puede rebelarse contra el statu quo de otro? Me siento ligeramente tentada de dejarle soltar a todos los gyojins y ver cómo se las arregla con ellos. A lo mejor le dejan a ella la cruz grande a cambio de liberarlos. Pero no, eso sería sumamente engorroso. No pienso volver a ocuparme de toda esa maldita tropa.
Para cuando le quito el arma a esta pirada ya ha soltado a uno de los peces, que a su vez coge el relevo y desata a más compañeros. Genial, lo que faltaba. Le lanzo la espada de la señora al que queda más cerca, a ver si con eso se está quieto, y me obligo a moverme para interceptar al resto.
-¡Eh, volved! -Es un intento desganado, lo admito-. ¡Tengo mochi!
Pues nada, a perseguirlos. Ojalá tuviera un dinosaurio volador que pudiera darles caza, como el de Ino. Pero solo tengo a Franklin, y está demasiado gordo como para correr detrás de nadie. Aunque, bien pensado, todavía se le puede sacar alguna utilidad. Cojo a la morsa, dormida en su forma de concha, y apunto con cuidado. Al apretar el botón, el dial absorbe luz solar durante unos segundos. Luego, el disparo.
Un haz de luz abrasador sale disparado en busca de alguien a quien derribar. No suelo usar mucho esta función, pero tampoco puede ser tan difícil. Si queda alguno en pie tendré que correr tras él, así que espero que caigan todos. Vale, no creo que sea muy difícil alcanzar a unos pocos tipos heridos, pero realmente me apetece poco correr.
Para cuando le quito el arma a esta pirada ya ha soltado a uno de los peces, que a su vez coge el relevo y desata a más compañeros. Genial, lo que faltaba. Le lanzo la espada de la señora al que queda más cerca, a ver si con eso se está quieto, y me obligo a moverme para interceptar al resto.
-¡Eh, volved! -Es un intento desganado, lo admito-. ¡Tengo mochi!
Pues nada, a perseguirlos. Ojalá tuviera un dinosaurio volador que pudiera darles caza, como el de Ino. Pero solo tengo a Franklin, y está demasiado gordo como para correr detrás de nadie. Aunque, bien pensado, todavía se le puede sacar alguna utilidad. Cojo a la morsa, dormida en su forma de concha, y apunto con cuidado. Al apretar el botón, el dial absorbe luz solar durante unos segundos. Luego, el disparo.
Un haz de luz abrasador sale disparado en busca de alguien a quien derribar. No suelo usar mucho esta función, pero tampoco puede ser tan difícil. Si queda alguno en pie tendré que correr tras él, así que espero que caigan todos. Vale, no creo que sea muy difícil alcanzar a unos pocos tipos heridos, pero realmente me apetece poco correr.
- Resumen:
- Disparar el rayo de Franklin.
Maki
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ACTO II - La trompetilla mágica
Escena III - Exterior, templo budista espacial del futuro
Makibeth y su esposa, Hipatia II, están tumbados sobre el tejado mirando las estrellas.
HIPATIA II: Oh, Makibeth, eres el mejor marido y amante que nunca he tenido.
Makibeth guiña un ojo a alguien en el público.
MAKIBETH: Lo sé, esposa mía. Pero no hablemos más. Disfrutemos de este momento antes de que me vaya mañana a la universidad.
HIPATIA II: Espero que te vaya muy bien estudiando maridología, esposo mío. Yo nunca, nunca te traicionaría yéndome a Wano.
Otro guiño.
HIPATIA II: Ojalá no tuvieras que irte nunca a la guerra, mi amor, así podríamos seguir siendo fieles y monógamos.
MAKIBETH: A mi madre no le gustaría que tuviéramos una relación indecente, esposa, pero podemos dormir en la misma cama mientras no nos toquemos mucho.
HIPATIA II: ¡Qué romántico! ¡Tendremos muchos hijos de algún modo casto! Y ahora bésame antes de que te vayas mañana a desenterrar huesos de dinosaurio.
MAKIBETH: Mejor aún, bailemos.
Bailan.
******
-¿Cómo veis al público?
Maki estaba muy nervioso. Era su primera actuación en directo, y ya en los ensayos le costaba contener la vejiga durante mucho tiempo. ¿Y si no les gustaba? Había puesto todo su empeño en preparar aquella obra plagiando todo lo que se podía plagiar. Más valía que sirviera para limar asperezas con su señora.
Por otra parte, Hipatia parecía también nerviosa. No se la veía disfrutar de la obra. ¿Se debía a que estaba reconsiderando su relación? No, estaba claro que no le gustaba. ¡Ay, entes ateos permitidos por la ideología revolucionaria, ¿qué haría si no la convencía con la función?! De un modo u otro tenía que marcharse de allí con su reina, pero prefería ser agradable si era posible.
******
Escena VI - Interior, tienda de tambores
Makibeth-san, con su gran peluca rosa, entra en la tienda en busca de un nuevo tambor de batalla.
MAKIBETH-SAN: ¡Yoyoyoi!
JACK EL TENDERO: ¡Makibeth-san, qué suerte que venís! Ya tengo vuestro tambor preparado, pero alguien más ha venido a llevárselo. ¡Mirad, ahí viene!
Entran las tres brujas, Uno, Dos y Tres, todas con pelucas más grandes que la de Makibeth-san.
UNO: Danos ese tambor, tendero.
MAKIBETH-SAN: ¡Yoyoi!
DOS: ¿Debería decir eso? Creo que esa no es su frase.
MAKIBETH-SAN: ¡Yooooooooi!
TRES: Jefe, se salta frases.
Makibeth-san se queda en silencio pensando. Entra Cartelones con la chuleta, pero se tropieza con un cable y se cae del escenario.
JACK EL TENDERO: Vengan mañana a por su tambor, señoras.
Makibeth-san sigue en silencio.
UNO: Vaya... Improvise, jefe... osea... Makibeth-san.
MAKIBETH-SAN: Mañana, y mañana, y mañana. Se arrastra con paso mezquino día tras día, hasta la sílaba final del tiempo escrito, y la luz de todo nuestro ayer guió a los bobos hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate, breve llama! La vida es una sombra que camina, un pobre actor que en escena se arrebata y contonea y nunca más se le oye. Es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada.
Bailan.
- Resumen:
- ¡¡¡SHAKESPEARE!!!
Prometeo
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El ayuntamiento poco a poco comenzaba a parecerse a un hospital, aunque más que nada por los heridos de gravedad y la gente preocupada que se amontonaba en la puerta principal. Había una importante escasez de implementos médicos y ni siquiera había mano de obra suficiente para tratar a todo el pueblo, así que tendría que esforzarse más que nunca porque, si de algo estaba seguro, era de que no dejaría morir a ningún paciente. Antes de comenzar los tratamientos, se dirigiría hacia la persona más cerca y le pediría de manera muy amable que consiguiera voluntarios: necesitaría manos delicadas para cuidar de los heridos, y brazos fuertes para moverlos.
Había siete compañeros en estado de gravedad, siete vidas que dependían de la habilidad del teniente. Por fortuna para ellos, Prometeo contaba con un as bajo la manga, uno que ningún otro cirujano del mundo tenía. Realizó una rápida evaluación y entonces cerró los ojos para concentrarse. Generó siete esferas con sus Llamas de la Inmortalidad, del tamaño suficiente como para sanar a los heridos, y entonces las empujó con suavidad hacia ellos. Más pronto que tarde harían efecto. El problema era la condición física del teniente: por ningún motivo podía llegar a su límite, de lo contrario, las consecuencias serían… catastróficas. Para él, claro.
Iba a comprobar la efectividad de sus llamas milagrosas cuando vio una… ¡¿Por qué una mano estaba saliendo de la pared?! Prometeo pegó un respingo y cayó de espaldas, más pálido que nunca. ¿Acaso los espíritus de Thriller Bark habían vuelto para cobrar venganza? ¡Pero si solo había lanzado a una mujer por la ventana! Ah no, que no era ningún espíritu, solo era el comandante. El teniente suspiró aliviado, pero… ¡¿Por qué el comandante estaba saliendo de la pared?! Bueno, por lo menos iba con ropa. Más o menos.
Hubiera jurado que se trataba de una ilusión producto del cansancio y el estrés, pero no estaba ni muy cansado ni muy estresado. Aún perplejo, intentando comprender la situación, se puso de pie y ayudó al buen hombre a salir de la pared porque se había quedado atascado. Si hasta los fantasmas necesitaban una mano amiga de vez en cuando. Y entonces escuchó las palabras del comandante. Si antes había empalidecido por el asombro paranormal, ahora lo hacía por la responsabilidad que había caído sobre sus hombros. No estaba preparado mental ni físicamente para comandar a los revolucionarios y liberar a Udon.
Las dudas comenzaron a aflorar. ¿Tenía la capacidad para cumplir las expectativas del comandante? Jamás había estado en una guerra, ni siquiera comprendía por qué los hombres se mataban los unos a los otros, y todavía no superaba la muerte de esos niños. Sin embargo, podía imaginar las vidas que se perderían si no actuaba, si no cumplía su trabajo. La señorita Aki, el jefe Sumisu y el comandante… Todos se estaban arriesgando y esforzando para salvar cuantas vidas pudieran. Lo mínimo que podía hacer era intentarlo.
—De acuerdo, comandante —respondió de primeras, mirándole con determinación—. Liberaré Udon de la invasión gyojin y luego marcharé al norte. Aún tengo una promesa que cumplir, no puedo caer hasta salvar a la familia del señor Kagemusha.
¿Acaso hacían falta más palabras? Los resultados debían hablar por sí solos. Y no perdió un solo minuto, pues tenía mucho trabajo por delante. Tras comprobar el estado de los pacientes recién atendidos, salió del ayuntamiento para entregar un mensaje. Las manos le temblaban y el corazón le latía cada vez más rápido. A diferencia de los comandantes, Prometeo carecía del carisma necesario para hacer que la gente le siguiera. Era un homúnculo, una simple copia de un ser humano, una máquina creada para proteger a la humanidad. Y, sin embargo, permanecía de pie frente a un grupo desesperanzado que dependía de él.
—Está bien, Tori-san, puedes dejarme esto a mí —dijo de pronto Shinobu, apareciendo a un lado de Prometeo con una sonrisa amigable—. El comandante acaba de colocar un gran peso sobre tus hombros, al menos déjame ayudarte en esto. Yo también quiero que esta tierra sea libre.
El teniente soltó un suspiro de alivio. Podía comunicarse con su equipo sin ningún problema, pero ¿hablar frente a tanta gente desconocida con la intención de motivarla? Estaba fuera de sus capacidades. Necesitaba el carisma del comandante y la labia del señor Gelatina para hacer algo así.
—Gracias, Shinobu. Esto… No estoy preparado para hacer algo así, lo siento —contestó cabizbajo y con las manos fuertemente empuñadas. Se sentía frustrado.
—Tranquilo, nadie nace sabiendo hacer de todo —dijo ella, dándole una palmada en la espalda—. Somos un equipo, Tori-san, déjamelo a mí.
Había siete compañeros en estado de gravedad, siete vidas que dependían de la habilidad del teniente. Por fortuna para ellos, Prometeo contaba con un as bajo la manga, uno que ningún otro cirujano del mundo tenía. Realizó una rápida evaluación y entonces cerró los ojos para concentrarse. Generó siete esferas con sus Llamas de la Inmortalidad, del tamaño suficiente como para sanar a los heridos, y entonces las empujó con suavidad hacia ellos. Más pronto que tarde harían efecto. El problema era la condición física del teniente: por ningún motivo podía llegar a su límite, de lo contrario, las consecuencias serían… catastróficas. Para él, claro.
Iba a comprobar la efectividad de sus llamas milagrosas cuando vio una… ¡¿Por qué una mano estaba saliendo de la pared?! Prometeo pegó un respingo y cayó de espaldas, más pálido que nunca. ¿Acaso los espíritus de Thriller Bark habían vuelto para cobrar venganza? ¡Pero si solo había lanzado a una mujer por la ventana! Ah no, que no era ningún espíritu, solo era el comandante. El teniente suspiró aliviado, pero… ¡¿Por qué el comandante estaba saliendo de la pared?! Bueno, por lo menos iba con ropa. Más o menos.
Hubiera jurado que se trataba de una ilusión producto del cansancio y el estrés, pero no estaba ni muy cansado ni muy estresado. Aún perplejo, intentando comprender la situación, se puso de pie y ayudó al buen hombre a salir de la pared porque se había quedado atascado. Si hasta los fantasmas necesitaban una mano amiga de vez en cuando. Y entonces escuchó las palabras del comandante. Si antes había empalidecido por el asombro paranormal, ahora lo hacía por la responsabilidad que había caído sobre sus hombros. No estaba preparado mental ni físicamente para comandar a los revolucionarios y liberar a Udon.
Las dudas comenzaron a aflorar. ¿Tenía la capacidad para cumplir las expectativas del comandante? Jamás había estado en una guerra, ni siquiera comprendía por qué los hombres se mataban los unos a los otros, y todavía no superaba la muerte de esos niños. Sin embargo, podía imaginar las vidas que se perderían si no actuaba, si no cumplía su trabajo. La señorita Aki, el jefe Sumisu y el comandante… Todos se estaban arriesgando y esforzando para salvar cuantas vidas pudieran. Lo mínimo que podía hacer era intentarlo.
—De acuerdo, comandante —respondió de primeras, mirándole con determinación—. Liberaré Udon de la invasión gyojin y luego marcharé al norte. Aún tengo una promesa que cumplir, no puedo caer hasta salvar a la familia del señor Kagemusha.
¿Acaso hacían falta más palabras? Los resultados debían hablar por sí solos. Y no perdió un solo minuto, pues tenía mucho trabajo por delante. Tras comprobar el estado de los pacientes recién atendidos, salió del ayuntamiento para entregar un mensaje. Las manos le temblaban y el corazón le latía cada vez más rápido. A diferencia de los comandantes, Prometeo carecía del carisma necesario para hacer que la gente le siguiera. Era un homúnculo, una simple copia de un ser humano, una máquina creada para proteger a la humanidad. Y, sin embargo, permanecía de pie frente a un grupo desesperanzado que dependía de él.
—Está bien, Tori-san, puedes dejarme esto a mí —dijo de pronto Shinobu, apareciendo a un lado de Prometeo con una sonrisa amigable—. El comandante acaba de colocar un gran peso sobre tus hombros, al menos déjame ayudarte en esto. Yo también quiero que esta tierra sea libre.
El teniente soltó un suspiro de alivio. Podía comunicarse con su equipo sin ningún problema, pero ¿hablar frente a tanta gente desconocida con la intención de motivarla? Estaba fuera de sus capacidades. Necesitaba el carisma del comandante y la labia del señor Gelatina para hacer algo así.
—Gracias, Shinobu. Esto… No estoy preparado para hacer algo así, lo siento —contestó cabizbajo y con las manos fuertemente empuñadas. Se sentía frustrado.
—Tranquilo, nadie nace sabiendo hacer de todo —dijo ella, dándole una palmada en la espalda—. Somos un equipo, Tori-san, déjamelo a mí.
- Resumen:
- » Sanar a los heridos con las Llamas de la Inmortalidad.
» Escuchar las palabras del comandante y asumir la misión de liberación.
» Intentar dar un discurso, pero ser consumido por los nervios. Una Shinobu milagrosa aparece para hablar por él.
- Cosas para facilitar al moderador:
- Nivel 60: Sus Llamas de la Inmortalidad sanan heridas superficiales y moderadas al instante, graves en un turno y mortales en cuatro. Por otra parte, la temperatura de su fuego anaranjado alcanza los 600°C y puede generarlo en un radio de 50 metros cúbicos.
Shinobu Yamamoto
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Si bien no era la primera vez que veía las hermosas llamas de Tori-san, quedé tan impresionada como si lo fuera. Esa sensación cálida, esperanzadora y reconfortante… Gracias a Izanagi-sama que teníamos a alguien como él en este pueblo, así podríamos sanar a muchos más hombres y el flujo de pacientes sería muchísimo más rápido. No obstante, el comandante del Ejército Revolucionario tenía pensado algo diferente para Tori-san. Mi primera reacción al verlo atravesar la pared fue realizar un exorcismo, echarle sal gruesa en la cara y rociarlo con agua sagrada, pero no era ningún espíritu malvado.
Cuando los revolucionarios terminaron de hablar, alcé la mirada hacia Tori-san. Estaba preocupada. El comandante acababa de encomendarle una operación importantísima, pues de ella dependía el destino de los habitantes de Udon. Tenía que ayudar como fuera. Sí, era considerablemente más débil que esta gente, pero creía tener conocimiento táctico-militar. Mi única ventaja era mi experiencia en el campo de batalla. Los hombres moribundos, las caras de desolación, las miradas apagadas… Estaba acostumbrada a panoramas así. Aún no sabía nada sobre este nuevo mundo, pero tenía la certeza de que estaba en el bando correcto. Todo hombre que empuñaba su arma para proteger al inocente caminaba en el sendero correcto.
Tori-san estaba inmerso en sus pensamientos, incluso yo podía notar su nerviosismo y preocupación. Ni siquiera notó que le acompañaba a la salida del ayuntamiento. Había estado en una situación parecida en el pasado. Tori-san era un buen chico, pero la gente necesitaba a un hombre, a un guerrero, alguien que le devolviera la esperanza. Así que le daría un pequeño empujoncito porque, si tuviera que elegir a quién seguir, sería a este teniente del Ejército Revolucionario.
—Déjamelo a mí.
Di un paso hacia el frente y golpeé el suelo con la punta roma de mi lanza, generando una ráfaga de viento lo suficientemente débil como para no lastimar a nadie, pero tan fuerte como para llamar la atención de los que estaban cerca. Tomé una gran bocanada de aire y entonces lo solté todo en un grito que casi desgarró mis cuerdas vocales:
—¡Atención, habitantes de Udon! —Esperaba contar con un poco de atención ahora—. Sé que han estado viviendo unas semanas muy duras porque la guerra es especialmente cruel, sobre todo con todos aquellos que no pueden defenderse por su cuenta. Hemos luchado sin detenernos un segundo, hemos ganado y hemos perdido. ¡Pero eso no es suficiente! —rugí, empuñando con firmeza mi mano. Estaba dejándome llevar—. ¡Miles de hombres han llegado desde tierras lejanas para destruir su hogar, echar abajo sus sueños, amenazar a sus familias! ¡Junto a los kappas no han dudado un segundo en dirigir sus armas hacia ustedes! ¡Pero es hora de levantar la cabeza y mostrarles a los invasores la fuerza de un pueblo unido que aún no ha sido vencido! —bramé con aún más fuerza—. ¡Recuperaremos cada hogar, cada espacio de este país! ¡Lo recuperaremos todo! ¡¿Quién ha dicho que hemos perdido esta guerra?! ¡Somos invencibles porque estamos luchando por un lugar al que llamar hogar! Y eso, gente de Wano, ningún invasor lo podrá negar. —Hice una pausa para recuperar el aliento. Y ahora lo sentía por Tori-san—. ¡Este hombre de aquí nos conducirá a la victoria, así que…! ¡Así que todo aquel que pueda empuñar una espada únase a nosotros! ¡Si luchamos juntos podemos expulsar a los kappas y recuperar Udon! —Me detuve cuando a mi cabeza llegaron las palabras de Gin-sama, y un sentimiento de nostalgia me invadió—. No somos héroes, tampoco pasaremos a las páginas de la historia, ni siquiera puedo prometerles la gloria eterna, pero ¿acaso recuperar nuestro hogar no es razón suficiente para luchar? Pelearemos por esta tierra, por los que han caído y por los que continúan con nosotros, pelearemos para proteger nuestro futuro… ¡Pelearemos por la libertad de Wano!
Rogaba a Izanagi-sama porque mis palabras fueran escuchadas y cautivaran al menos a un corazón. Fuera así o no, junto a Tori-san reuniríamos a los soldados y organizaríamos la operación de liberación. Sé que tenía que proteger a Hitomi-chan, pero quería estar en el epicentro de esta guerra. Tori-san era el indicado para cuidar a la heredera. Solicitaría voluntarios para organizar a los rehenes que llegaban en grandes masas al pueblo. Los más heridos entrarían al hospital improvisado y serían atendidos por el teniente, mientras yo me ocupaba de los preparativos para la batalla: rutas, suministros (alimentos, bebidas, armas) y estrategias a usar. Mi idea era atacar de noche, sorprender a los kappas mediante ataques relámpagos, pero lo fundamental era tener conocimiento sobre nuestro ejército. Una vez tuviera esa información pensaría en la estrategia más adecuada.
Cuando los revolucionarios terminaron de hablar, alcé la mirada hacia Tori-san. Estaba preocupada. El comandante acababa de encomendarle una operación importantísima, pues de ella dependía el destino de los habitantes de Udon. Tenía que ayudar como fuera. Sí, era considerablemente más débil que esta gente, pero creía tener conocimiento táctico-militar. Mi única ventaja era mi experiencia en el campo de batalla. Los hombres moribundos, las caras de desolación, las miradas apagadas… Estaba acostumbrada a panoramas así. Aún no sabía nada sobre este nuevo mundo, pero tenía la certeza de que estaba en el bando correcto. Todo hombre que empuñaba su arma para proteger al inocente caminaba en el sendero correcto.
Tori-san estaba inmerso en sus pensamientos, incluso yo podía notar su nerviosismo y preocupación. Ni siquiera notó que le acompañaba a la salida del ayuntamiento. Había estado en una situación parecida en el pasado. Tori-san era un buen chico, pero la gente necesitaba a un hombre, a un guerrero, alguien que le devolviera la esperanza. Así que le daría un pequeño empujoncito porque, si tuviera que elegir a quién seguir, sería a este teniente del Ejército Revolucionario.
—Déjamelo a mí.
Di un paso hacia el frente y golpeé el suelo con la punta roma de mi lanza, generando una ráfaga de viento lo suficientemente débil como para no lastimar a nadie, pero tan fuerte como para llamar la atención de los que estaban cerca. Tomé una gran bocanada de aire y entonces lo solté todo en un grito que casi desgarró mis cuerdas vocales:
—¡Atención, habitantes de Udon! —Esperaba contar con un poco de atención ahora—. Sé que han estado viviendo unas semanas muy duras porque la guerra es especialmente cruel, sobre todo con todos aquellos que no pueden defenderse por su cuenta. Hemos luchado sin detenernos un segundo, hemos ganado y hemos perdido. ¡Pero eso no es suficiente! —rugí, empuñando con firmeza mi mano. Estaba dejándome llevar—. ¡Miles de hombres han llegado desde tierras lejanas para destruir su hogar, echar abajo sus sueños, amenazar a sus familias! ¡Junto a los kappas no han dudado un segundo en dirigir sus armas hacia ustedes! ¡Pero es hora de levantar la cabeza y mostrarles a los invasores la fuerza de un pueblo unido que aún no ha sido vencido! —bramé con aún más fuerza—. ¡Recuperaremos cada hogar, cada espacio de este país! ¡Lo recuperaremos todo! ¡¿Quién ha dicho que hemos perdido esta guerra?! ¡Somos invencibles porque estamos luchando por un lugar al que llamar hogar! Y eso, gente de Wano, ningún invasor lo podrá negar. —Hice una pausa para recuperar el aliento. Y ahora lo sentía por Tori-san—. ¡Este hombre de aquí nos conducirá a la victoria, así que…! ¡Así que todo aquel que pueda empuñar una espada únase a nosotros! ¡Si luchamos juntos podemos expulsar a los kappas y recuperar Udon! —Me detuve cuando a mi cabeza llegaron las palabras de Gin-sama, y un sentimiento de nostalgia me invadió—. No somos héroes, tampoco pasaremos a las páginas de la historia, ni siquiera puedo prometerles la gloria eterna, pero ¿acaso recuperar nuestro hogar no es razón suficiente para luchar? Pelearemos por esta tierra, por los que han caído y por los que continúan con nosotros, pelearemos para proteger nuestro futuro… ¡Pelearemos por la libertad de Wano!
Rogaba a Izanagi-sama porque mis palabras fueran escuchadas y cautivaran al menos a un corazón. Fuera así o no, junto a Tori-san reuniríamos a los soldados y organizaríamos la operación de liberación. Sé que tenía que proteger a Hitomi-chan, pero quería estar en el epicentro de esta guerra. Tori-san era el indicado para cuidar a la heredera. Solicitaría voluntarios para organizar a los rehenes que llegaban en grandes masas al pueblo. Los más heridos entrarían al hospital improvisado y serían atendidos por el teniente, mientras yo me ocupaba de los preparativos para la batalla: rutas, suministros (alimentos, bebidas, armas) y estrategias a usar. Mi idea era atacar de noche, sorprender a los kappas mediante ataques relámpagos, pero lo fundamental era tener conocimiento sobre nuestro ejército. Una vez tuviera esa información pensaría en la estrategia más adecuada.
- Resumen:
- » Soltar discurso patriótico-motivador para pelear contra la invasión gyojin.
» Solicitar información sobre el posible ejército: cantidad de hombres, tipos de armas, etc. Y estaría bien recibir un mapa de Udon.
» Rogar para que el discurso haya colado(??).
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